domingo, 9 de agosto de 2020

ANAM CARA: EL MISTERIO DE LA AMISTAD.- Cap.1 SEGUNDO ESCRITO


EL CORAZÓN HUMANO NUNCA TERMINA DE NACER.
Aunque el cuerpo humano nace íntegro en un instante, el corazón humano nunca termina de nacer. Es pando en cada vivencia de tu vida. Todo cuanto te sucede tiene el po­tencial de hacerte más profundo. Hace nacer en ti nuevos territorios del corazón. Patrick Kavanagh aprende esta sensación de bendición del suceso: «Ensalza, ensalza, en­salza/lo que sucedió y lo que es». Uno de los sacramentos más bellos de la tradición cristiana es el bautismo, que sig­nifica ungir el corazón del niño. El bautismo viene de la tradición judía. Para los judíos, el corazón era el centro de todas las emociones. Se unge el corazón como órgano principal de la salud del niño, pero también como lugar donde anidarán sus sentimientos. La oración pide que el niño que acaba de nacer jamás quede atrapado,  apresado o enredado en las falsas redes interiores del negativismo, el rencor o la autodestrucción. Con las bendiciones se aspi­ra a que el niño posea fluidez de sentimientos en su vida, que sus sentimientos fluyan libremente, transporten su alma hacia el mundo y recojan de éste alegría y paz.

Sobre el telón de fondo de la infinitud del cosmos y la profundidad hermética de la naturaleza, el rostro humano resplandece como icono de la intimidad. Es aquí, en este icono de la presencia humana, donde la divinidad creadora se acerca más a sí misma. El rostro humano es el icono de la creación. Cada persona posee a la vez un rostro interior, intuido pero jamás visto. El corazón es el rostro interior de tu vida. El viaje humano trata de que este rostro sea bello. Es aquí donde el amor anida en tu seno. El amor es absolu­tamente vital para la vida humana. Porque sólo el amor puede despertar la divinidad en ti. En el amor creces y vuel­ves a ti mismo. Cuando aprendes a amar y a permitir que tu yo sea amado, vuelves a la casa de tu propio espíritu. Estás abrigado y a salvo. Alcanzas la integridad en la casa de tus anhelos y tu arraigo. Ese crecimiento y retomo a la casa es el beneficio inesperado del acto de amar a otro. El pri­mer paso del amor es prestar atención al otro, un acto ge­neroso de negación del propio yo. Paradójicamente, ésta es la condición que nos permite crecer.
Cuando despierta el alma, comienza la búsqueda y ja­más podrás volver atrás. A partir de ese momento se en­ciende en ti un anhelo especial que no permitirá que te entretengas en las estepas de la autocomplacencia y la realización parcial. La eternidad te apremia. Eres reacio a per­mitir que un acomodo o la amenaza de un peligro te im­pida bregar para alcanzar la cima de la realización. Cuando se te abre este camino espiritual, puedes aportar al mun­do y a la vida de los demás una generosidad increíble. A ve­ces es fácil ser generoso hacia fuera, dar mientras se es taca­ño con uno mismo. Si eres generoso para dar, pero tacaño para recibir, pierdes el equilibrio de tu alma. Debes ser generoso con tu propio yo para recibir el amor que te ro­dea. Puedes sufrir la sed desesperante de ser amado. Puedes buscar durante largos años en lugares desiertos, muy lejos de ti. Sin embargo, en todo este tiempo, este amor está a centímetros de ti. Está en el borde de tu alma, pero has sido ciego a su presencia. Debido a una herida, una puerta del corazón se ha cerrado y eres incapaz de abrirla para recibir el amor. Debemos estar atentos para ser capaces de recibir. Boris Pasternak dijo: «Cuando un gran momento llama a la puerta de tu vida, a veces el ruido no es más fuerte que el latido de tu corazón y es muy fácil pasarlo por alto».
Es una extraña paradoja que el mundo ame el poder y la propiedad. Puedes ser un triunfador en este mundo, ser objeto de admiración universal, poseer vastas propiedades, una hermosa familia, triunfar en el trabajo y tener todo lo que el mundo puede dar, pero detrás de esa fachada puedes sentirte totalmente perdido y desdichado. Si tienes todo lo que el mundo puede ofrecerte, pero te falta amor, eres el más pobre de los pobres. Todo corazón humano tiene sed de amor. Si en tu corazón no anida la calidez del amor, no tienes nada que celebrar ni que disfrutar. Aunque seas in­dustrioso, competente, seguro de tí o respetado, no impor­ta lo que tú mismo o los demás piensen de ti, lo único que realmente anhelas es amor. No importa dónde estemos, qué o quiénes somos, en qué viaje estamos embarcados, to­dos necesitamos el amor.
Aristóteles dedica varias páginas de su Ética a reflexio­nar sobre la amistad. La basa en la idea de la bondad y la be­lleza. El amigo es el que desea el bien del otro. La amistad es la gracia que da calor y dulzura a la vida: «Nadie quiere vi­vir sin amigos, aunque no le falte nada más».

El amor es la naturaleza del alma
El alma necesita amor con tanta urgencia como el cuerpo necesita oxígeno. El alma alcanza su plenitud en la calidez del amor. Todas las posibilidades de tu destino humano duermen en tu alma. Existes para cumplir y honrar estas
posibilidades. Cuando el amor entra en tu vida, las dimensiones ignotas de tu destino despiertan, florecen y crecen. La posibilidad es el corazón secreto del tiempo. Sobre su superficie exterior, el tiempo es vulnerable a la transitoriedad. Cada día, triste o bello, se agota y se desvanece. En su corazón más profundo, el tiempo es  transfiguración. Tiene en cuenta la posibilidad y
se asegura de que nada se pierda u olvide. Aquello que parece desvanecerse en su superficie, en realidad se transfigura y aloja en el tabernáculo de la memoria. La posibilidad es el corazón secreto de la creatividad. Martín
Heidegger habla de la «prioridad ontológica» de la posibilidad. En el nivel más profundo del ser, la posibilidad es la madre y a la vez el destino
transfigurado de lo que llamamos hechos y sucesos. Este mundo callado y secreto de lo eterno es el alma. El amor es la naturaleza del alma. Cuando amamos y permitimos que se nos ame, habitamos cada vez más el reino de lo
eterno. El miedo se vuelve coraje, el vacío deviene plenitud y la distancia, intimidad.
El amor es nuestra naturaleza más profunda; consciente o inconscientemente, todos buscamos el amor. Con frecuencia elegimos
caminos falsos para satisfacer esta sed profunda. La concentración excesiva en nuestro trabajo, logros o búsqueda espiritual puede alejarnos de la presencia del amor. En la obra del alma, nuestras falsas urgencias pueden despistarnos por completo. Lejos de ir en busca del amor, sólo debemos quedarnos quietos y esperar que el amor nos encuentre. Algunas de las palabras más bellas sobre el amor se encuentran en la Biblia. La epístola de san Pablo a los corintios es hermosísima: «El amor es sufrido, es benigno; el
amor no tiene envidia, el amor no es  jactancioso, no se envanece.

Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor». Otro versículo de la Biblia dice: «El amor perfecto aleja el miedo».
Umbra nihili
En un universo vasto que a veces parece  siniestro e indiferente a nosotros, necesitamos la presencia y el abrigo del amor para transfigurar nuestra soledad. Esta soledad cósmica es la raíz de nuestra soledad interior. Nuestra vida, todo lo que hacemos, pensamos y sentimos está rodeado por la Nada.
De ahí que sea tan fácil atemorizarnos.

El Maestro Eckhart dice que la vida humana se encuentra bajo la sombra de la Nada, subumbranihili. Sin embargo, el amor es la hermana del alma, su lenguaje más profundo y su presencia. En el amor, a través de su calor y creatividad, el alma nos protege de la desolación de la Nada. No podemos llenar nuestro vacío con objetos, posesiones o personas. Debemos avanzar más profundamente en ese vacío para encontrar debajo de la Nada la llama del amor que nos aguarda para
darnos calor.
Nadie puede herirte tan profundamente como tu ser amado. Cuando admites al Otro en tu vida, abres tus defensas. Aun después de años  de convivencia, tu afecto y confianza pueden sufrir una decepción. La vida es peligrosamente imprevisible. La gente cambia, a veces de manera drástica y repentina. El resentimiento y el rencor desplazan el arraigo y el afecto. Toda
amistad atraviesa en algún momento el valle negro de la desesperación. Esto pone a prueba tu afecto en todos sus aspectos. Pierdes la atracción y la magia.
El sentimiento mutuo se vuelve sombrío, la presencia hiere. Si eres capaz de atravesar este tiempo, tu amor puede emerger purificado, despojado de la falsedad y las carencias. Te llevará a otro terreno donde el afecto puede volver a crecer. A veces una amistad se echa a perder y las partes apuntan a sus centros de negativismo recíproco. Cuando se unen en el punto de carencia, es como si parieran un espectro dispuesto a devorar el último retazo de afecto entre los dos. Ambos son despojados de su esencia.

Se vuelven impotentes, recíprocamente obsesionados. Entonces son necesarios la oración profunda, mucha atención y cuidados para reorientar las almas. El amor puede herirnos
profundamente. Debemos tener mucho cuidado. El filo de la Nada corta hasta el hueso. Otros quieren amar, entregarse, pero les falta energía. Llevan en sus corazones los cadáveres de antiguas relaciones, son adictos a las heridas como confirmación de su identidad. Cuando una amistad se reconoce como un don, permanecerá abierta a su propio terreno de bendición.
Cuando amas, abres tu vida a un Otro. Caen todas tus barreras. Tus distancias protectoras se derrumban. Esa persona recibe permiso absoluto para penetrar en el templo más profundo de tu espíritu. Tu presencia y tu vida pueden volverse terreno suyo. Se necesita mucho coraje para permitir semejante acercamiento. Puesto que el cuerpo habita en el alma, cuando permites semejante proximidad, dejas que el otro se vuelva parte de ti. En la afinidad sagrada del amor verdadero, dos almas se vuelven gemelas. El cascarón exterior y el contorno de la identidad se vuelven porosos. Se funden mutuamente.


JOHN O´DONOHUE

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