domingo, 23 de agosto de 2015

Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)






LA RESURRECCIÓN (Capitulo-V 2ª Parte)

«Tu resurrección es tu re-despertar.»
El propósito de nuestra vida es dar nacimiento a lo mejor que llevamos dentro.
El Cristo viene como un niño pequeño porque el símbolo del recién nacido es el de alguien cuya inocencia no está echada a perder por la historia pasada ni por la culpa.
El Cristo niño que llevamos dentro no tiene historia. Es el símbolo de una persona a quien se le da la oportunidad de volver a empezar. 
En última instancia, la única manera de sanar las heridas del pasado es perdonándolas y no aferrándose a ellas.
El obrador de milagros ve que su propósito en la vida es que lo usen al servicio del perdón de la humanidad, para despertarnos de nuestro sueño colectivo.
En el Curso leemos que «en la Biblia se menciona que sobre Adán se abatió un sueño profundo, mas no se hace referencia en ninguna parte a que haya despertado». Hasta ahora, no ha habido un «amplio re-despertar o renacimiento».
Todos podemos contribuir a un renacimiento global en la medida en que nos permitamos despertar de nuestro propio sueño personal de separación y culpa, liberar nuestro pasado y aceptar una vida nueva en el presente.
Sólo por mediación de nuestro despertar personal podrá despertarse el mundo.
No podemos dar lo que no tenemos.
A todos nos ha sido asignado un sector del jardín, un rincón del universo que nos corresponde transformar. 
Nuestro rincón del universo es nuestra propia vida -nuestras relaciones, nuestro hogar, nuestro trabajo, nuestras circunstancias actuales- exactamente tal como es. 
Cada situación en que nos encontramos es una oportunidad, perfectamente planeada por el Espíritu Santo, para enseñar el amor en vez del miedo. En cualquier sistema de energía del que formemos parte, nuestro trabajo es sanarlo, purificar las formas del pensamiento purificando nuestro propio pensamiento. 
En realidad nunca hay una circunstancia que necesite cambiar: somos nosotros quienes necesitamos cambiar.
La plegaria no es tanto para que Dios nos cambie la vida, sino más bien para que nos cambie a nosotros.
Ese es el mayor milagro, y en última instancia el único: que te despiertes del sueño de la separación y te conviertas en otro tipo de persona. La gente se preocupa constantemente por lo que hace: si ha conseguido lo suficiente, ha escrito el mejor guión o ha creado la empresa más poderosa.
Pero ni otra gran novela, ni otra gran película ni otra gran empresa comercial salvarán al mundo. Lo único que lo salvará será la aparición de grandes personas.
Si en un recipiente de cristal, cerrado, introducimos a presión más agua de la que puede contener, se quebrará. 
Lo mismo sucede con nuestra personalidad. El poder de Dios, particularmente en esta época, se introduce dentro de nosotros a un ritmo muy rápido, a gran velocidad. Si nuestro recipiente, nuestro vehículo, nuestro canal humano, no está adecuadamente preparado por la devoción y por una profunda reverencia ante 
la vida, el mismo poder cuya intención es salvarnos nos puede destruir. Entonces nuestra creatividad, en vez de hacernos personalmente poderosos, nos vuelve histéricos. 
Por eso la vivencia del poder creativo -de Dios dentro de nosotros es la de una espada de doble filo: si se lo recibe con gracia, es una bendición; si se lo recibe sin gracia, nos enloquece.
Esta es una de las razones por las que tantas personas creativas se han volcado a un uso destructivo de las drogas: en realidad, para amortiguar la vivencia de la recepción del poder de Dios, no para realzarla. Ser penetrados por el poder de Dios, en una cultura que no tenía nombre para él ni forma de reconocer la auténtica experiencia espiritual, nos asustó tanto que nos precipitamos al alcohol y otras drogas para no sentir lo que realmente sucedía. 
Sólo cuando estábamos embriagados teníamos el coraje de reconocer cómo propia nuestra experiencia.
«Todo el mundo tiene derecho a los milagros -se dice en Un curso de milagros-, pero antes es necesario una purificación.»
Las impurezas, ya sean mentales o químicas, contaminan el sistema y profanan el altar interior. 
Nuestro vehículo, entonces, no puede resistir la vivencia de Dios. Las aguas del espíritu se precipitan dentro de nosotros, pero el recipiente empieza a resquebrajarse. 
Tenemos que trabajar no con el flujo del poder -el amor de Dios se vierte dentro de nosotros con la precisa rapidez que somos capaces de manejar-, sino con nuestra propia preparación para recibirlo.
Un curso de milagros nos compara con personas que estuvieran en una habitación muy iluminada, quejándose de que está oscura al no darse cuenta de que se están tapando los ojos con las manos.
La luz ha entrado, pero no la vemos. No nos damos cuenta de que el presente es siempre una oportunidad de volver a empezar, un momento colmado de luz. Reaccionamos ante la luz como si fuese oscuridad, y entonces, la luz se convierte en oscuridad.
 A veces, sólo retrospectivamente podemos ver que nos fue concedida otra oportunidad en la vida, una nueva relación o lo que fuere, pero como estábamos demasiado ocupados reaccionando ante el pasado, nos perdimos la ocasión de algo radicalmente nuevo.
Cuando somos verdaderamente sinceros con nosotros mismos, nuestro problema no es que las oportunidades de éxito no hayan aparecido. Dios siempre está expandiendo nuestras posibilidades. Se nos dan multitud de oportunidades, pero tendemos a sabotearlas. Nuestras energías conflictivas lo echan todo a perder. 
Pedir otra relación u otro trabajo no nos sirve de mucho si en la nueva situación nos vamos a mostrar exactamente tal como nos mostramos en la anterior. 
Mientras no nos sanemos de nuestros demonios internos, 
de nuestros hábitos mentales atemorizantes, convertiremos cada situación en la misma dolorosa tragedia que la anterior. Todo lo que hacemos está impregnado de la energía con que lo hacemos. Si estamos frenéticos, nuestra vida será frenética. Si estamos en paz, nuestra vida será pacífica.
Así, en cualquier situación, nuestro objetivo es la paz interior. Nuestro estado interno determina las experiencias de nuestra vida, y no nuestras experiencias las que determinan nuestro estado interno.
El término «crucifixión» alude a la pauta energética del miedo. Representa el sentimiento limitado y negativo del ego, y la forma en que éste siempre intenta limitar, contradecir o invalidar al amor.
El término «resurrección» alude a la pauta energética del amor, que reemplaza al miedo y lo trasciende. La función de un obrador de milagros es el perdón. 
Al realizar nuestra función, nos convertimos en canales para la resurrección.
Dios y el ser humano son el equipo creativo fundamental. Dios es como la electricidad. 
Una casa puede disponer de instalación eléctrica, pero si no hay ningún aparato eléctrico, ¿de qué servirá? Si vemos a Dios 
como la electricidad, nosotros somos Sus lámparas. No importa el tamaño de la lámpara, ni su forma ni su diseño. Lo único que importa es que esté conectada. No importa quiénes somos, ni cuáles son nuestros dones. 
Lo único que importa es que estemos dispuestos a que Él nos use a Su servicio. Nuestra disposición, nuestra convicción, nos dan un poder milagroso. Los servidores de Dios llevan la impronta de su Maestro.
Las lámparas sin electricidad no dan luz, y la electricidad sin lámparas, tampoco. Juntas, sin embargo, eliminan toda oscuridad.
4. LA MADUREZ CÓSMICA
«Criatura de Dios, fuiste creado para crear lo bueno, lo hermoso y lo santo.»
A medida que nos convertimos en canales más puros para la luz de Dios, se intensifica nuestro apetito de la dulzura que es posible lograr en este mundo. La meta de un obrador de milagros no es pelear con el mundo tal como es, sino crear el mundo que podría ser.
Limitarse a tratar el síntoma de un problema no es en realidad tratarlo. Tomemos las bombas nucleares, por ejemplo. Si todos nos empeñamos mucho, firmamos suficientes peticiones y elegimos funcionarios nuevos, podremos erradicarlas.
Pero, ¿de qué nos servirá eso, en última instancia, si no nos liberamos del odio que hay en nuestro corazón? Nuestros hijos o los hijos de nuestros hijos fabricarán una fuerza destructiva más 
poderosa que esas bombas, si aún siguen albergando dentro de sí el miedo y el conflicto.
Todo en el universo físico forma parte del viaje que nos adentra en el miedo o del que nos devuelve al amor, según de qué manera lo use la mente. Lo que dedicamos al amor se usa con fines de amor.
 De este modo, trabajamos dentro de este ilusorio mundo, en el nivel político, social, ambiental o en lo que sea, pero 
reconocemos que la verdadera transformación del mundo no proviene de lo que estemos haciendo, sino de la conciencia con que lo hagamos. De hecho, lo único que hacemos es ganar tiempo hasta que la verdadera transformación de las energías globales tenga oportunidad de abrirse paso.
El propósito del obrador de milagros es espiritualmente magnífico, no personalmente ostentoso. 
El gran drama cósmico no es tu carrera, tu dinero, ni ninguna de tus experiencias mundanas.
Ciertamente, tu carrera es importante, y también tu dinero, tu talento, tu energía y tus relaciones personales.
Pero sólo son importantes en la medida en que están consagrados a Dios para que los use para Sus fines. Cuando dejamos atrás la 
inmadura preocupación por nuestro pequeño yo, trascendemos nuestro egoísmo y alcanzamos la madurez cósmica.
Mientras no encontramos esa madurez cósmica somos pueriles. Nos preocupamos por las letras del coche, por nuestra carrera, nuestra cirugía plástica, nuestras mezquinas heridas, mientras la situación política deriva hacia el desastre y el agujero en la capa de ozono empeora día tras día.
Somos pueriles cuando estamos tan preocupados por cosas que en última instancia no importan, que perdemos nuestra conexión esencial con lo que verdaderamente importa.
Hay una diferencia entre pueril e infantil.
Infantil implica espiritualidad, como en la ternura, y un no saber 
profundo que hace que estemos abiertos a las nuevas impresiones.
Somos infantiles cuando nos vemos a nosotros mismos en los brazos de Dios. Aprendemos a hacernos a un lado y a dejar que Él nos señale el camino.
Dios no está separado de nosotros, porque es el amor que mora en nuestra mente. 
Todos los problemas, los de adentro y los de afuera, se deben a que alguien está separado del amor.
Treinta y cinco mil personas por día se mueren de hambre en la tierra, y no hay escasez de alimentos.
La cuestión no es qué clase de Dios dejaría morir de hambre a los niños, sino más bien qué clase de personas dejan morir de hambre a los niños. 
Un obrador de milagros devuelve el mundo a Dios haciendo un viraje consciente hacia un modo de vida más lleno de amor. Esperar con cínica resignación que el mundo se hunda hace de nosotros parte del problema, no la respuesta al problema. Debemos reconocer conscientemente que, para Dios, «no hay grados de dificultad en los milagros». El amor sana todas las heridas. Ningún problema es demasiado pequeño para merecer la atención de Dios, ni demasiado grande para que Él no pueda resolverlo.
Todos los sistemas del mundo -en lo social, en lo político, en lo económico, en lo biológico- comienzan a desmoronarse bajo el peso de nuestra propia crueldad. Sin milagros, se podría argumentar que se acabó la fiesta, que ya es demasiado tarde para salvar el mundo. Mucha gente está convencida de que el mundo se encamina a un colapso total inevitable.
Cualquier persona inteligente sabe que el mundo se mueve en muchos sentidos en una espiral descendente, y todo objeto sigue moviéndose en la dirección que en este momento siga a menos que se le aplique una fuerza opuesta más fuerte.
Esa fuerza opuesta son los milagros. Cuando el amor alcance una masa crítica, cuando haya suficiente gente en cuya mentalidad tenga cabida el milagro, el mundo experimentará un cambio radical.
Esta es la undécima hora. El Curso nos dice que no es cosa nuestra lo que aprendamos, sino sólo si aprendemos mediante la alegría o mediante el dolor. 
Aprenderemos a amarnos los unos a los otros, pero que lo aprendamos dolorosamente o pacíficamente es cosa nuestra.
 Si seguimos en nuestro oscuro camino y llegamos a la guerra nuclear, entonces, incluso si no quedaran sobre el planeta más de cinco personas al final de la conflagración, esas cinco personas habrán comprendido.
Seguramente, se mirarán y dirán: «Tratemos de llevarnos bien». Pero si lo deseamos, podemos soslayar el guión de un holocausto nuclear.
La mayoría de nosotros ya hemos padecido nuestros propios desastres personales. No hay necesidad de pasarlos otra vez de 
manera colectiva. Podemos entenderlo así más adelante, o podemos entenderlo ahora. Saber que tenemos una opción es comprender el mundo de un modo auténticamente adulto.
Después de que Dorothy hubo terminado su dramático viaje a Oz, el mago bueno le dijo que lo único que hubiera tenido que hacer era entrechocar tres veces los talones y decir: «Quiero irme a casa», «Quiero irme a casa», «Quiero irme a casa».
No habría sido necesaria la larga y fatigosa caminata por el sendero de ladrillos amarillos. Dorothy, que estaba muy ofendida, estoy segura, preguntó:
-¿Por qué no me lo dijiste? 
Y el mago replicó:
-¡Porque no me habrías creído!
En las antiguas tragedias griegas hay un recurso común, conocido como el «Deus ex machina».
La trama va evolucionando hasta una culminación desastrosa, y precisamente cuando toda esperanza parece perdida, 
aparece un dios y salva la situación. Esta es una importante información arquetípica.
En el último momento, cuando todo parece perdido, Dios tiende a aparecer.
 No porque tenga un sentido del humor sádico y espere a que estemos totalmente desesperados antes de mostrarnos su poder. Tarda tanto porque no es hasta ese momento cuando nos molestamos en pensar en Él. 
Durante todo este tiempo creíamos que Lo estábamos esperando. Poca idea teníamos de que era Él quien nos estaba esperando a nosotros.
5. EL RENACIMIENTO
«Eso es lo que se quiere decir con “los mansos heredarán la tierra". Literalmente, se apoderarán de ella debido a su 
fortaleza.»
Es hora de que cumplamos nuestro propósito, de que vivamos sobre la tierra y no tengamos más pensamiento que el del Cielo. "De este modo, el Cielo y la Tierra se convertirán en uno solo. 
No continuarán existiendo como estados separados."
Hay veces que el pensamiento milagroso no es fácil, porque nuestras pautas mentales habituales están impregnadas de miedo. Cuando así sucede -cuando parece que el enojo, los celos o el dolor se nos han adherido al corazón y no podemos desprendernos de ellos-, entonces, ¿cómo hacemos milagros? Pidiendo al Espíritu Santo que nos ayude.
El Curso nos dice que podemos hacer muchas cosas, pero lo que nunca podremos hacer es invocar al Espíritu Santo en vano. Según el Curso, "no le pedimos demasiado a Dios; de hecho, le pedimos demasiado poco". 
Cada vez que nos sentimos perdidos, trastornados o asustados, lo único que tenemos que hacer es pedirle ayuda. Quizá la ayuda no venga de la manera que esperábamos, o incluso que creíamos desear, pero vendrá y la reconoceremos por la forma en que nos sentiremos. A pesar de todo, nos sentiremos en paz.
Pensamos que hay diferentes categorías en la vida: el dinero, la salud, las relaciones... y además, para algunos, la «vida espiritual». 
Pero sólo el ego establece categorías. En realidad, solamente se desarrolla un drama en nuestra vida: nuestra separación de Dios y nuestro reencuentro con Él. Simplemente, repetimos el 
mismo drama de diferentes maneras.
El Curso dice que "creemos tener muchos problemas diferentes, pero en realidad sólo tenemos uno". 
La negación del amor es el único problema, y su aceptación la única respuesta. El amor sana todas nuestras relaciones: con el dinero, con el cuerpo, con el trabajo, con la sexualidad, con la muerte, con nosotros mismos y con los demás. Por mediación del poder milagroso del puro amor, nos desprendemos de nuestra historia pasada, en todos los ámbitos, y volvemos a empezar.
Si tratamos los principios milagrosos como si fueran juguetes, serán como juguetes en nuestra vida. Pero si los tratamos como al poder del universo, eso serán para nosotros.
El pasado quedó atrás. No importa quiénes seamos, de dónde venimos, lo que nos decían mamá y papá, los errores que cometimos, las enfermedades que tuvimos o lo deprimidos que nos sentimos. El futuro se puede reprogramar en este mismo momento.
 No necesitamos otro seminario, otro título, otra vida ni la aprobación de nadie para que esto ocurra.
Lo único que tenemos que hacer es pedir un milagro y dejar que suceda, no resistirnos a él.
Puede haber un nuevo comienzo, una vida diferente de la anterior. Nuestras relaciones se renovarán. Nuestra carrera, nuestro cuerpo, nuestro planeta se renovarán. Ese es el modo en que se hará la voluntad de Dios, así en la tierra como en el 
Cielo. No más adelante, sino ahora. No en ninguna otra parte, sino aquí. No por mediación del dolor, sino de la paz. Así sea. Amén.

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