viernes, 7 de agosto de 2015

Un viaje sin retorno: CAPITULO 20.- CITA CON JUAN


Era el primer día de clase, y demasiado hermoso para tener a los niños encerrados en la escuela, así que Raquel decidió dar la clase en el pequeño bosquecillo. Hubo carreras, deportes, bailes, canciones y concursos. Los niños disfrutaban como nunca. Habían superado ya la amarga experiencia de la guerra. Comenzaban a sonreír de nuevo.

Cuando llegó la hora de volver, observó que Tico no se encontraba con ellos. Lo llamó varias veces, pero el chaval no aparecía. Raquel ya estaba acostumbrada a sus ausencias, pero era un niño obediente, y cuando se le llamaba, siempre acudía. Raquel, alarmada, y no pudiendo dejar a los demás niños solos, los llevó apresuradamente a la escuela, dejándolos al cuidado de una mujer de la comunidad.
Nerviosa, y preocupada, fue hacia casa y entró en la habitación donde sus dos amigos trabajaban.

-Chicos…ha sucedido algo…
-¿Qué pasa, Raquel?
-Me he llevado a los niños al bosquecillo, pero Tico no aparece, ni contesta a mis llamadas. ¡Le ha tenido que suceder algo!
-¡Vamos pronto! ¿Has dejado a los niños en sitio seguro?
-Sí, están en la escuela, con Sara.
-Bien…hay que moverse… ¡rápido!


Los tres salieron de casa disparados. Estaban preocupados. Tico era un niño responsable, y de haber hecho una escaramuza, habría vuelto con sus compañeros al ser llamado por Raquel. Cuando salían de la aldea en el todo terreno hacia el bosquecillo, vieron cómo Tico corría hacia ellos.

-¿Pero Tico…de dónde has salido? ¿No oíste a Raquel cuando te llamó? Increpó Jesús a Tico.
-¿Sabes el susto que me has dado…?
-Lo siento, Raquel…pero es que tu no me veías…No me veía nadie. Yo estaba allí, con vosotros, pero seguíais llamándome. Yo os contestaba, pero no me oíais tampoco… Fui a tu lado, te golpeé el brazo…pero tu ni cuenta…Entonces él me dijo que no insistiera…que estabas distraída, y que no nos veías.
-¿El…de quien estás hablando, Tico?
-De tu hermano, Jesús, de tu hermano Juan, hombre… ¿No me dijiste que se había marchado? Pues estuvo conmigo hablando…
-¡Mira, Tico…basta ya de excusas! Esto es muy serio…
-Pero Raquel…te estoy diciendo la verdad…
-Raquel, Tico no está imaginando nada… Al estar junto a Juan, cambió de dimensión y se hizo invisible al ojo humano. Ellos estaban allí, con vosotros, pero no les podíais ver. ¿Y qué dijo Juan, Tico…?
-Me dio un recado, pero no es para ti…es para Raquel.
-¿Para mí…y cual es ese recado?
-Mañana, a la misma hora que has ido hoy, quiere verte en el refugio, pero que por favor, que no lleves a ese loco que canta a gritos porque le desarmoniza.
-¡No hay ninguna duda…jajaja…, es Juan! Exclamó Jesús riendo.
-¿Y cómo te has encontrado con él, Tico?
-Antes de marcharnos, lo vi junto a la fuente. Te hacía señas, pero tú no le veías. Así que fui yo y le pregunté que qué quería. ¿Te has enterado ya del recado? Yo ya te lo he dicho, eh…
-Está bien, Tico, gracias…y…perdona por haber dudado de ti…pero es que me he asustado mucho. Ve a la escuela, que enseguida voy yo.
-Bueno….

-Jesús… ¿qué crees que querrá Juan de mí?
-No lo se, Raquel.
-¿Es extraño, no…? ¿Por qué no ha venido aquí?
-No es nada raro, Felipe. Juan se deshizo de su cuerpo físico, bueno…mejor dicho…le bajó su densidad…lo hizo mucho más sutil, por eso Raquel no le vio, pero no porque no pudiera, sino porque…jajaja… tendría algo en su cabecita que lo ocupaba todo…
-¿De veras Jesús, no intuyes lo que Juan quiere de mí?
-Que no, Raquel… ¡que no lo se…! Será algo personal…además… Juan es impredecible…como alguien que yo me se.
-¿Y quien es ese alguien?
-¡Que te están esperando…vamos…a la escuela…!
-¡Acordaros de la comida!
-¡Que sí, mujer…hasta luego…!


Y llegó el  sábado. Las cinco de la mañana y Raquel ya estaba en el Refugio, pero no escuchaba música. Había seguido las indicaciones de Juan. Estaba algo inquieta, y a la vez deseosa de ver de nuevo a su amigo. Miraba a su alrededor, pero no había ni el más mínimo rastro de él.
De repente la naturaleza enmudeció. Raquel sentía detrás de ella una presencia, pero no se atrevía a volver la cabeza. Inesperadamente, una mano luminosa y transparente se puso frente a ella golpeándole suavemente, pero con firmeza, la frente. En aquel mismo instante Raquel vio una figura humana, toda ella de luz y transparente, como la mano. Poco a poco sus sensibilizados ojos fueron distinguiendo las facciones de aquel ser. Llegó un momento en que sus ojos ya no sufrían debido a la potente luz que desprendía aquel cuerpo celeste, y fue cuando consiguió identificarle.

-Juan…pero… ¿qué haces con este aspecto? ¿Qué ha pasado con tu cuerpo?
-Hermana… ¿te has fijado cómo eres tú…?
-¡Dios mío…! ¿Pero qué has hecho conmigo…? ¿Dónde está mi cuerpo…dónde estamos?
-No te inquietes, hermana…Has cambiado de dimensión conmigo. Tu cuerpo está bien.
-¿Juan…qué quieres de mí?
-¡Que poco entrañable te siento, Raquel!
-Es que…por mucho que quiera ver a Juan en ti…pues…como que se me hace un poco difícil…perdóname…. ¿Por qué no tomas tu cuerpo normal para hablar conmigo?
-No puedo, Raquel. Si lo hiciera, si densificara de nuevo mi cuerpo de luz, no podría ayudaros de la forma en que lo estoy haciendo y haré. Habrá un momento en que sí lo haga, pero más adelante, cuando la situación lo requiera.
-¿Y de qué manera nos estás ayudando, Juan?
-¡He germinado en vosotros! Vuestra semilla, ha dado su fruto. En ti ha germinado mi fuerza y mi luz…y en Peter, mi espíritu. Ya formáis parte indisoluble de Jesús. Vuestros espíritus y energías se han fundido con las de él, ¡Ya sois una misma unidad!

-Por mucho que lo intento, Juan, de verdad…yo me pierdo en estos niveles. ¡Me cuesta comprender! Pero confío en ti, y lo hecho…hecho está. Para mí, la única dimensión que  entiendo y que comparto es la del Amor, y la única Luz que me guía y alumbra mi existencia, es El. Ya ves que mi campo de visión es muy limitado.
-Raquel…sin embargo… ¡vuestro amor no tiene límites!
-Juan, quisiera hacerte una pregunta…
-Adelante…hermana…pregunta.
-¿Qué pasará con Jesús?

Juan guardó silencio. Su rostro parpadeaba. Salía luz de sus ojos, una luz azul, relajante…Sonrió y le habló a Raquel al corazón.

-¡Querida hermana…somos imprevisibles!
-Pero no has respondido a mi pregunta…
-¿Cuál es el temor que tienes sobre nuestro hermano, Raquel? ¿Su muerte física?
-Sí, Juan…eso…y el que sea destruido para siempre.
-Si eso sucediera… ¡él lo ha elegido así! Si el hombre se destruye así mismo, se destruiría su corazón. ¡El lo ha querido así! El lo ha apostado absolutamente todo porque el hombre tuviera esta oportunidad.
-¡Pero yo no quiero que ocurra eso! ¡No lo permitiré jamás!
-Raquel… ¿crees que tú puedes rebelarte contra un Plan Cósmico, que el mismo Jesús ha aceptado para sí mismo?
-¡Sí, me rebelo! ¿Tan insignificante soy para Dios, que el deseo de una mujer que ama, no lo va a tener en cuenta?
-Amas…dices que amas… ¿pero amas a un hombre…o a toda la humanidad?
-Juan, amo a un hombre con toda mi alma. No puedo amar a todos los hombres así, no tengo todavía esa capacidad. Pero sí que confío en mí misma, en mi capacidad de amar, y esa misma confianza la tengo en el ser humano. ¿Cómo yo…una humana vulgar, puede confiar más en el ser humano que el que sembró la semilla de la Luz en este planeta?
-No puedo responderte a esta pregunta, hermana. Será el mismo Padre quien lo haga, no lo dudes. Pero sí que te digo que nuestro hermano está en buenas manos, en las vuestras. Sigue confiando en el ser humano, Raquel, y habrá siempre una esperanza. Vosotros seréis sal y consciencia para el hombre. Transformaréis a los cobardes en valientes, a los indecisos en guerreros de la luz, a los apáticos en conscientes. Tendréis la fuerza del volcán, el vuelo del águila, la voz del trueno y el corazón de un león.
Y ahora, amada hermana, debes volver a tu realidad. Cuando volvamos a vernos, te daré ese abrazo que tanto anhelas. ¡Que la Luz te acompañe!

Raquel se vio de nuevo sola, con su cuerpo. La naturaleza había despertado, y todo estaba como antes. Quedó unos minutos pensativa mirando al horizonte. Respiró profundamente, y durante unos minutos permaneció en meditación. Se sentía bien, llena de paz, segura. Miró al Cielo y su corazón se movió. Y sonrió. Y dio gracias a ese Padre desconocido porque le había hablado al corazón. Le había dado esa respuesta que tanto esperaba.

-“Padre, no te conozco, pero te siento. No cierres ahora tu corazón cuando abrimos el nuestro. Confío en ti, Padre, en el Amor, y hay mucho amor en el mundo…y también en este pequeño corazón.”

Raquel dejó aquel estado de elevación y se dispuso a bajar al pueblo. Eran ya las seis de la mañana, y casi toda la aldea estaba en pié, aunque las labores cotidianas se habían suspendido hasta el domingo. La tradición judía era seguida con mucho respeto por aquella comunidad.

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