viernes, 7 de agosto de 2015

Un viaje sin retorno: CAPÍTULO 21.- EL AGUILA ABANDONA EL NIDO



Es una tarde lluviosa de Febrero. Raquel sale de clase bastante tarde. Acaba de terminar el programa de los trabajos para el día siguiente. Se le había hecho muy tarde, pues había tenido que atender a Ana. El parto había sido bueno, aunque un poco difícil. Es un niño precioso.
Cuando se dispone a cerrar la puerta, ve que Felipe la está esperando con un paraguas.

-¡Felipe…qué sorpresa!
-He venido a buscarte. Está lloviendo, y he traído el paraguas.
-Pero si sabes que cuando llueve, me gusta mucho mojarme… ¿es una excusa…jajaja?
-¿Has tenido un buen día con los chavales?
-Si…y también he tenido un parto, el de Ana… ¿qué has venido a decirme, Felipe?
-Tengo que partir. Ha llegado el momento. Ya estoy preparado.
-Y…  ¿cuando te vas?
-Mañana mismo. Cogeré el primer avión que sale de Tel-Avit a Barcelona.
-¿Mañana ya…? ¿Pero por qué tan de repente?
-Estaba ya programado desde hace unos días. Jesús me ha ayudado a ultimarlo todo.
-¡Claro…entre Jesús y tu…! ¡Y a los demás que nos parta un rayo! Y lo dices ahora…a lo bestia…sin avisar.
-Es mejor así, Raquel. Las despedidas no nos gustan, y cuanto menos tiempo tengamos para sufrirla, mejor. Sabíamos que tenía que pasar tarde o temprano…y tenemos ya muy poco tiempo…
-Felipe, te veo preocupado… ¿Qué pasa?
-Mujer, es normal…voy a emprender una empresa difícil y muy delicada…

-A ti nunca te han preocupado las dificultades, Felipe, ¿qué es lo que te aprieta el corazón? ¿Es algo relacionado con Jesús…con nosotros?
-El momento que siempre evadimos de nuestras conversaciones y de nuestro pensamiento, se está acercando. Lo intuyo, Raquel, y Jesús lo siente en su espíritu, en su propia carne. Está siendo acorralado. Yo nunca me tomé en serio el tema de Luzbel. Creí que era un personaje de cuento para niños…pero la realidad es otra muy diferente. Esa energía es muy poderosa, y tendríamos que tener la fuerza de un dios para repelerla. No la temo, hermana, pero me preocupa mucho.

-¿Y cómo está Jesús?  Últimamente tú eres el que más tiempo has pasado con él.
-¿Y te tengo que decir a ti, hermana, cómo está Jesús? Si lo sabes perfectamente…
-Felipe, yo se que está agotado. Está muy demacrado, pero es que no hace más que trabajar con nosotros y a penas descansa. Antes pasaba más tiempo con él, y le sentía más, y sabía de su corazón…pero con el ritmo que habéis llevado últimamente…Por eso te pregunto a ti si sabes algo que desconozca.
-Esa energía lo está acorralando, Raquel. Ya te lo he dicho. Yo no voy a poder estar aquí. ¡Solo quedáis vosotros dos! No os separéis de él ni un momento, ¿entendido…? Va a ser un trabajo duro y arriesgado el vuestro, hermana. Sois unos soportes muy valiosos para él, y esa energía irá a por vosotros también. ¡No la menospreciéis nunca! Es fuerte, y tiene mucho poder. Y por si fuera poco, la humanidad la alimenta más, y se acerca el momento en que él acabará con la vida de nuestro hermano.
-¿Pero por qué hablas así, Felipe?
-Necesito desahogarme contigo. Con Jesús me he mantenido íntegro, pero no es armadura todo lo que reluce en mí, hermana.
-Si Jesús está más apagado, si su fuerza se va extinguiendo poco a poco, es porque nosotros somos cada vez más fuertes. Nosotros tenemos toda su fuerza y vitalidad. Jesús siente su corazón cansado porque ha estado trabajando con el nuestro día tras día. Sientes sus ojos cansados y secos porque han llorado y velado por nosotros hasta la saciedad. Sus hombros y sus espaldas están cansados porque han sido el apoyo de nuestras debilidades. Felipe, ya sabíamos que tendría que llegar este momento. Sabíamos perfectamente que esa fuerza volvería toda su cólera contra él. Pero nosotros, Felipe, ya somos más fuertes que Luzbel. El podrá destruirle, pero sólo conseguirá hacerlo con su cuerpo, y nosotros le devolveremos la vida. Le entregaremos todo lo que él dejo por estar a nuestro lado. Puede que esa energía destruya a Jesús, pero aparecerán miles como él. ¡Te lo aseguro, Felipe! ¡Somos más fuertes que esa maldita energía!
-¿Pero qué dices, Raquel…? ¿Eres consciente de lo que estás diciendo? ¡La estás retando peligrosamente!
-Felipe, puede que te suene a barbaridad, pero yo me siento segura, fuerte, es como si…como si la rabia, el coraje, las ganas de luchar, la rebeldía de toda esta generación, la nuestra, se hubiesen concentrado en mí. Siento que me están apoyando. Es una sensación tan fuerte y desconocida para mí, que no puedo explicártela.
-Raquel… ¿qué te está pasando? ¡Nunca te he visto y sentido así, como ahora!
-Ni yo tampoco, Felipe. Algo se ha transformado en nosotros. No somos los mismos que vinimos aquí. ¿Ya sabe Peter que te vas?
-Sí, he hablado con él esta mañana.
-¿Qué te parece Felipe si os preparo a ti y a Jesús una cena en la intimidad y os subís al refugio?
-Me apetecía mucho estar con Jesús a solas esta noche, hermana, pero tampoco quería excluiros a vosotros…
-¡Felipe, amigo mío…esta es tu noche!
-Pero ahora no me llores, Raquelita… ¡por favor…ayúdame a marchar!
-¡Lo haré, amigo mío…lo haré!
-Hermana…una última cosa… ¡cuando llegue el momento, cuando lo veas muy cerca, avísame! Te dejaré dirección y teléfonos de Madrid.
-¡Por supuesto que lo haré, Felipe!

Felipe y Raquel habían llegado a casa. Jesús y Peter estaban arreglando la bisagra de la puerta de entrada que andaba un poco floja. Cuando vieron a Felipe con el paraguas cerrado y a ellos dos mojados hasta las pestañas, no pudieron esconder el cachondeo y las risas. Este les ayudó a colocar de nuevo la puerta, y Raquel entró derecha a la cocina a prepararles a los dos una cena especial.

Ya en la cocina, Raquel preparaba cena para dos. Aunque lo quería evitar, unas lágrimas asomaron por sus mejillas. Felipe se marchaba. Iba a dejar un gran vacío en la casa y en el corazón de los tres, pero la esperanza de poder volver a verle en momentos más felices, le devolvía la sonrisa. La cena estaba terminada. Y una cesta de mimbre iba a ser la que la transportara hasta el refugio. Y se encontraba en esta faena, cuando Jesús entró en la cocina.
                                                                                        
-¿Cómo va esa cena, pitufa?
-Pero Jesús…tú también…Menos Felipe, todos me llamáis así, incluso mis alumnos…
-¿No te gusta ese nombre…es bonito…?
-Pues no…no me gusta…Me gusta el mío. ¿Te gustaría a ti que a todas horas te llamaran Pitufo?
-¡Sí, claro…es divertido…!
-¡Está bien…llámame como quieras…lo harías de todas formas…!
-¿Qué hay para cenar, pitufa?
-Verdura, pescado, arroz con miel…y os he preparado un botella de vino exquisita.
-¿Y qué haces con la cesta?
-La cena será en el refugio.
-¡Muy buena idea…pero aquí solo hay dos cubiertos…!
-Creo que es mejor que esta noche la paséis solos Felipe y tu.
-¡Muy acertado, mi amor! ¿Y Peter y tú… qué vais a hacer?
-¿Ya no te acuerdas de que estábamos invitados a la fiesta de cumpleaños de Sacha? Nos iremos con Tico a cenar a casa de Daniel. Cuando regresemos y no estéis… ¿os esperamos o qué hacemos?
-No, no esperéis despiertos. Lo más seguro es que hagamos tiempo arriba, y luego llevaré a Felipe al aeropuerto. El no quiere volver a despedirse. Lo pasa muy mal, como todos.

Raquel hacía verdaderos esfuerzos para no dejarse llevar por su estado emocional, pero viendo que no podía evitarlo, se volvió de nuevo hacia el fogón y siguió con la preparación del postre. Jesús se acercó y la miró. Raquel, con la excusa de que se le agarraba el arroz al puchero, salió de aquel magnetismo. De nuevo su rostro se vio surcado por las lágrimas, y por nada del mundo quería que Jesús la viera llorar. Pero él, acercándose más a ella, le pasó el brazo por su cuello apretándola contra él, mientras le susurraba al oído:
-¡Las chicas guerreras no lloran! Además…si ese pequeño corazón que llevas colgado al cuello siente que estás triste, pierde luz y belleza, porque su alimento es la alegría.
-¡La artillería voy a sacar yo si no dejas de zancochar la comida! ¿No puedes esperar a la cena?
-¿Pero cuando perderás tu mal genio? ¡Ay… que mujer ésta!
-Esto no tiene nada que ver con mi genio. ¿Acaso es pedir demasiado que llegue el plato entero a la mesa?
-¡Mira que te cambio de nombre…!
-¿Y cual sería mi nueva gracia ahora…mamá pitufa?
-¡Moscardón! Ese nombre te va de maravilla…
-Desde arriba he oído hablar de cierto “moscardón”, y he pensado enseguida que Raquel tenía que zumbar por aquí cerca…jajaja… ¡y no me he equivocado!

Era Felipe, que después de haberse aseado y preparado su escaso equipaje, bajaba hacia el comedor.

-¡Mira quien habló…el profeta éste!
-Pero Felipe…es que ni siquiera en un momento como éste vais a dejar de discutir…
-Jajaja…, no te preocupes, hermanito…que aunque nos peguemos…nos queremos mogollón… ¿verdad pitufa?
-¡Sí, profeta del desierto…tienes razón! Bueno, chicos…aquí tenéis todo preparado.
-¡Gracias, cocinera! Exclamó Jesús dándole un beso.
-Eh… que olvidáis el pan…y es parte del postre…

Felipe volvió desde la puerta, cogió el pan que Raquel tenía en la mano y la abrazó con toda su alma. No estaba dispuesto  a volver a pasar otra vez por la despedida. Raquel cerró la puerta. El quedó mirando…y con el corazón encogido envió a sus amigos el último adiós.

-¡Hasta pronto, amigos míos…! ¡Que el Cielo os bendiga y os proteja! ¡Mi corazón se queda con vosotros!

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