miércoles, 30 de marzo de 2016

Libro Despertar La clave para volvernos más humanos (Julio Andres Pagano)


LA BUSQUEDA
Capitulo- 1 (Sexto Escrito)
La aparición de la Virgen de San Nicolás
El 25 de abril, al igual que los 25 de cada mes, la Basílica de San Nicolás estaba repleta de fieles. Una vez que logramos juntarnos los siete, quedamos en que, cerca del mediodía, nos encontraríamos en el descampado situado junto al templo, para rezar el santo rosario. 
La mujer me recordó que fuese al subsuelo y que me quedara junto a la imagen de la Virgen de San Nicolás, que iba a recibir un mensaje.
Bajé la escalera tratando de sentirme tranquilo. 
No logré serenarme. Según la canalización de Necochea, ese día comenzaba mi proceso de transformación. 
Había una innumerable cantidad de personas. La mayoría daba muestras de profunda fe y devoción. 
Poco a poco, comencé a sentirme incómodo. 
La Virgen no representaba nada extraordinario para mí. Fui educado en el catolicismo, pero hacía muchos años que no iba a misa y tampoco tenía fe mariana. La incomodidad se transformó en angustia. Sentí que, con mi falta de fe, insultaba a todos los presentes. Me levanté del asiento y me fui de la iglesia. 
Estaba enojado por haber dado crédito a esos extraños mensajes, que me fueron comunicados por intermedio de la mujer. 
Sentí que ese era el segundo viaje que había hecho para nada. 
El primero, había llegado hasta la cima del Cerro El Pajarillo, tras recorrer más de mil kilómetros. Ahora, nuevamente estaba envuelto en otro viaje, sin sentido, con el único propósito de tratar de dilucidar qué comprendían las canalizaciones. 
Intenté relajarme y pasar lo que restaba del día de la mejor manera posible. 
Tal como lo acordamos, cuando llegó el mediodía nos reunimos los siete para rezar en el descampado junto al templo. Mientras rezábamos, la mujer comenzó a recibir mensajes relacionados con cosas que ella misma tenía que hacer, en virtud del traumático episodio del que fue protagonista en el mes de febrero. No puedo recordar qué fue lo que canalizó para todos los demás, sólo recuerdo que ni bien terminó de hablar, vi que frente a mí se formó un gran círculo. 
Cómo estaba de frente al sol y algo cansado por haber manejado, me refregué los ojos y traté de aclarar mi vista. Ni bien lo hice, observé que filamentos de luz formaron nuevamente un círculo. Por segunda vez, me froté bien fuerte los ojos. En medio de los seis que estaban sentados junto a mí en el césped, vi a la Virgen. Fue algo inesperado. Enmudecí. Quedé tan cautivado por su bellísima imagen, que no atiné a decirle a nadie lo que estaba presenciando. Sin poder creer lo que observaba, pensé: 
“No puede ser, la estoy inventando yo, pero cómo me la voy a inventar si la estoy viendo con los ojos abiertos”. Pese a todo, me negaba a creer. Mi extrema racionalidad se defendía. Busqué en una fracción de segundos argumentos lógicos para desacreditar lo que veía, pero la Virgen abrió y cerró sus ojos con una dulzura tan profunda, que no me quedaron dudas de que, en verdad, era ella. “¿Te pasa algo, Julio?”, me preguntaron. No podía responder. Los ojos se me humedecieron. Hice fuerza para no llorar. 
Me quemaba la garganta. La presión fue insoportable.
La emoción me desbordó. Empecé a temblar y las lágrimas corrieron por mi cara. “Vi la Virgen”, fue lo único que pude decir. Nunca había llorado en público y mucho menos delante de mi madre y de mi hermana. Frente a quienes, siempre, intenté mostrarme fuerte. Cuando terminé de desahogarme, les conté lo sucedido. Ninguno de los seis vio nada. Les dije que era como si en medio de todos ellos alguien hubiese proyectado una diapositiva en colores o un holograma, con un realismo tremendo. La Virgen tenía un manto blanco sobre la cabeza.
No vi su cuerpo completo. El círculo llegaba hasta la altura de su pecho. No me dijo nada. Sólo me miró y movió sus párpados serenamente. Más tarde, cuando estuve por un momento a solas con mi amigo, le aclaré: “Sería un verdadero idiota si estuviese inventando todo esto. Vos sabés, mejor que nadie, que no tenía fe en la Virgen y que me sentía enojado por haber venido a San Nicolás de gusto”. Alejandro no me había pedido ningún tipo de explicaciones. De todos modos, se las di porque tenía que poner orden en mi cabeza. Le hablaba a él, pero en realidad las palabras iban dirigidas a mí mismo. Tenía que entender lo sucedido.
Le destaqué, también, que tres fueron los hechos que me confirmaron que realmente había visto a la Virgen de San Nicolás. 
En primer lugar, yo tenía los ojos bien abiertos. En segundo lugar, la Virgen abrió y cerró sus ojos, con tremenda dulzura, sin que le dijese que lo hiciera. Y tercero, lloré delante de otros, aunque hice todo lo que estuvo a mi alcance para no quebrarme.
 A medida que repasaba lo sucedido, me maravillaba darme cuenta de que la Virgen realmente existía, y no es una simple figura decorativa de la Iglesia. Lástima que tuve que ver para creer. Afortunadamente hay millones de personas que no necesitan pruebas de su existencia. Caía la tarde. 
Los fieles sacaron su imagen de la Basílica y peregrinaron durante varias cuadras. Centenares de pañuelos blancos se agitaron, sin cesar. La gente aplaudía. La emoción estaba a flor de piel. Sentí estar como en otro mundo. Seguía conmovido. Decidimos emprender el regreso. Mi hermana, mi madre y su amiga retornaron a Capital Federal. El resto nos dirigimos hacia La Plata. Una vez más me sentí perplejo. La realidad superaba la ficción. Seguía confundido, pero esta vez el recuerdo de la enternecedora mirada de la Virgen me aportaba paz. 
Una vez en la ciudad de las diagonales, acordamos que al día siguiente nos volveríamos a juntar para charlar. 
Cuando quedamos solos, le dije a mi amigo que seguía sin comprender por qué cuando estaba frente a la mujer que canalizaba su tono de voz se apagaba. Me respondió que al estar cerca de ella sentía como si su propia vibración aumentara y se expandiera su campo de percepción. Nos volvimos a encontrar el día siguiente. La reunión se hizo en el departamento de la mujer. Una vez más, ella comenzó a recibir mensajes. A esa altura, ya me era familiar oír de sus labios: “Me están diciendo que…”. Parece mentira lo rápido que uno puede adaptarse a situaciones extrañas. 
La canalización estuvo teñida de mensajes personales, relacionados con aspectos sobre los que debíamos trabajar para elevar nuestras vibraciones. En esa oportunidad, se nos comunicó que el 25 de mayo,
Alejandro, la mujer que canalizaba y yo debíamos pasar la noche en el Cerro El Pajarillo; previo pasar por Villa Giardino para establecer contacto con Irma, la guardiana de la iglesia. 
La sobrina de la mujer, que también estaba presente en la reunión, no fue incluida en el viaje. Miré a mi amigo y supe, por los gestos de su rostro, que no se sentía cómodo. 
Cuando estuvimos unos segundos alejados del resto, me dijo: “Ni bien empezó a canalizar, sabía que me iba a incluir en el viaje. Es como si estuviese reuniendo gente”. Sus palabras denotaban gran escepticismo.
Habilidades extrasensoriales
El encuentro parecía llegar a su fin. La mujer le pidió a Alejandro si no le hacía el favor de acompañarla hasta su casa, en las afueras de La Plata, en donde fue violada. 
“Me resulta muy doloroso regresar a ese lugar –le explicó–, pero como vos también tenés habilidades extrasensoriales desarrolladas, quizá puedas captar algo que ayude en la causa penal contra los que abusaron de mí”. Fuimos los cuatro. Al llegar a su casa, la sobrina de la mujer y yo nos quedamos fuera para no molestarlos. Media hora más tarde, Alejandro salió. Tenía la misma mirada rara que pone cuando parece ver lo que otros no ven. “Acá estuvo parado uno de los delincuentes. Tenía mucho miedo, él no quería entrar, no estaba de acuerdo con hacerlo. Fueron dos. Tuvieron que entrar alcoholizados, de otra forma no hubiesen podido hacerlo”, narró. Alejandro no sabía nada sobre los detalles puntuales de la violación, por lo que sus palabras no estaban para nada influenciadas. “Fuiste violada en el cuarto de arriba –agregó–, lo extraño es que veo que mientras te violaban te estabas viendo a vos misma, es como se te hubieses desdoblado”. 
La mujer dio crédito a sus palabras y nos explicó: “En ese instante me aferré a una de las actitudes Ishayas, y eso me permitió salirme del cuerpo”.
También remarcó que ella creía que los que la dañaron “estaban pagos por una empresa multinacional”, contra la que llevaba adelante un importante juicio. Mi cabeza parecía estallar. 
Por conocerlo desde chico, sabía que mi amigo no estaba mintiendo. Sin embargo, ser testigo de lo que decían era algo sumamente fuerte. Nuevamente, fue mucho lo vivenciado para una sola jornada. 
Nos despedimos y acordamos que ultimaríamos, por mail, los detalles del viaje a Capilla del Monte. Mientras viajábamos de regreso a Olavarría tuve bastante tiempo para dialogar con Alejandro. “Nunca me sucedió ver con tanta claridad un hecho del pasado, como si estuviese ocurriendo en ese mismo instante. 
Fue impactante”. Sus palabras todavía estaban impregnadas por la emotividad de lo que presenció. 
“Esto es todo muy loco –sostuvo Alejandro–, vos viste la Virgen de San Nicolás sin esperarlo, yo presencié un hecho oscuro, que pertenecía al pasado, de manera absolutamente real y ahora estamos incluidos en una canalización, de la que ni siquiera sabemos para qué es”. “Yo no sé si voy a viajar a Córdoba –agregó–. No le encuentro sentido a eso de tener que ir a Capilla del Monte”. Una vez más, regresé confundido. Mi esposa me aguardaba, para que le contara lo que habíamos hecho. 
Con respecto a la aparición de la Virgen, Claudia se mostró muy interesada y me hizo varias preguntas, pero el buen clima se rompió cuando le manifesté que en mayo volvería a viajar. 
Ahí comprendí que lo mejor sería no mencionarle nada de lo que le había pasado a Alejandro. “¿Por qué hacés todo lo que te dice esa mujer? –me preguntó Claudia, con enojo–. ¿Si te dice que te tires debajo de un tren, también lo vas a hacer?”. Sabía que, desde su óptica, los reproches estaban justificados. Ella no pasó por las mismas experiencias, por lo tanto era imposible que pudiese comprenderme. Para mí también era demasiado extraño lo que estaba sucediendo, pero internamente sentía que debía continuar.
 A los golpes, fui internalizando que las experiencias son intransferibles y que el lenguaje se torna insuficiente cuando se quiere traducir en palabras lo vivido. Uno puede pronunciar la palabra dolor, pero no puede hacer que el otro lo sienta, y eso marca una profunda diferencia. 
Pese a mi limitación para hacerme entender, tenía que intentarlo. Si no lo hacía, cada vez se haría más grande la brecha entre nosotros y lentamente nos iríamos distanciando. Esa noche, el eco de las palabras de Aguila Blanca resonó otra vez en mi cabeza: “Te esperan tres años muy duros, pero vas a salir adelante”. Cuando las escuché la primera vez, no sabía de qué modo se expresaría la dureza. Poco a poco, el juego se estaba desplegando. Con Alejandro teníamos la sana costumbre de salir a correr en un circuito poblado de árboles y plantas, que bordeaba la costa del arroyo Tapalqué. Ese era nuestro cable a tierra cuando estábamos en Olavarría. Correr nos servía para liberar tensiones, al tiempo que nos permitía hablar sobre la visión que cada uno tenía sobre las cosas que nos tocaban vivir. Era una especie de terapia dinámica. 
Durante la semana siguiente, fuimos a correr varias veces al parque. Teníamos muchas cosas para dilucidar. Coincidimos en que dudábamos sobre lo que estaba ocurriendo, pero creíamos que seguir nos ayudaría a potenciar habilidades, tales como el manejo de las situaciones inciertas, el desarrollo de la tolerancia, la paciencia, y también nos serviría para aprender a confiar y romper con nuestros propios prejuicios. Por una cuestión de personalidad, ninguno de los dos estaba acostumbrado a que alguien nos diga qué era lo que teníamos que hacer.
Las canalizaciones constituían una verdadera oportunidad para trabajar sobre ese aspecto. Nunca se sabe por qué suceden las cosas. Lo único que teníamos en claro era que buscábamos la manera de seguir creciendo como personas y queríamos ampliar nuestros campos de conciencia para lograr vivir en armonía.
Continuara....

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