miércoles, 6 de febrero de 2019

LIBRO TIERRA DE ESMERALDA.- CAPÍTULO 5: LOS DEVAS


«Bilocaciones (ubicuidad): hay quienes se han encontrado en dos o más sitios a la vez pudiendo estar su cuerpo en un determinado lugar, mientras su espíritu (o su doble) eran vistos a cientos o a miles de kilómetros de distancia.
»Desde 1971 los fenómenos de bilocación se llaman en Estados Unidos OOBE (Out of Body Experience, es decir, experiencias de proyección extracorpórea). Se estudian en el laboratorio de psicología en la Universidad de California.»
Habían pasado varios años desde nuestros primeros contactos con el mundo astral, cuando nos encontramos ante estas líneas aparecidas en una especie de diccionario, hoy bien conocido en Francia: Quid (1980, pág. I588).
¿Se había decidido un grupo de investigadores a emprender estudios serios sobre la clase de fenómeno que sirve de base a esta obra y a algunas otras? Sin duda se podría objetar que en la narración de nuestros viajes astrales no se trata de apariciones de nuestro doble en varios lugares de la Tierra. Es cierto, pero hay que considerar que esas apariciones son sólo una variante del desdoblamiento. Por nuestra parte, si bien nos es relativamente fácil modificar la estructura de nuestro cuerpo astral para permitirle acceder a un universo paralelo, nunca hemos intentado acrecentar su densidad para hacerlo visible a todos los ojos. Éstos son los hechos, suficientemente serios en apariencia, como para que los científicos los tomen en consideración. El Quid habla de dobles y de proyecciones extracorpóreas, palabras que describen con precisión los hechos de los que fuimos testigos y actores.
Claro está que todo el mundo tiene derecho a poner en duda el sentido común de los investigadores de la Universidad de California, o las fuentes de información del Quid.


De cualquier forma, los escépticos y los estoicos cartesianos estarán de acuerdo en que el tema es de tal envergadura como para que los norteamericanos lo consideren y examinen a fondo con toda objetividad.
Ya lo dijimos al empezar este libro, nos dirigimos a las personas lógicas, de espíritu abierto, y no a quienes decidieron de una vez por todas no reconsiderar nada de lo que es fundamental.
No podemos emprender gestión alguna en su lugar. Poco podemos decir sobre las modificaciones que hay que efectuar en el cuerpo astral para permitirle hacerse visible al resto del mundo. Todo se reduce, como en tantos casos, a una cuestión de vibraciones y de condensación de energía-materia; la distancia a la cual el cuerpo luminoso se proyecta no constituye un problema en sí.
Nuestra tarea personal se limita por el momento a dar testimonio en favor de la concreta realidad del alma y del universo del cual surge.
Pero, libres de toda idea preconcebida si los lectores lo desean, podrán encontrar en las tradiciones de todos los rincones del mundo numerosos ejemplos de materializaciones de cuerpos astrales. No hay que pensar que Asia, y especialmente la India, son las únicas regiones del globo que nos ofrecen narraciones semejantes.
Los Siddhas* y los Bodhisattvas ** encuentran su correspondencia en Occidente, sólo en los Rosacruces.***
Evidentemente, todo esto nos lleva hacia las creencias religiosas.
* Siddha: ser que ha llegado a un estado de perfección en yoga, es decir, que está en contacto con realidades de orden superior insospechadas para el común de los mortales.
** Bodhisattva: ser que tiene conocimiento de lo que está más allá de esta vida y que, desprovisto por completo de su karma, se reencarna voluntariamente para hacer que la Humanidad progrese.
*** La rosacruz auténtica, contrariamente con lo que precipitadamente creen ciertas personas, no es en modo alguno una secta. Es una es cuela de origen cristiano cuyo fin es ofrecer una enseñanza profunda sobre la verdadera y oculta naturaleza del universo y de sus seres.
Aunque para dirigirnos a todos sin distinciones hayamos evitado abordar el problema de las creencias religiosas, no podemos ignorarlas por completo puesto que forman parte de nuestro mundo, queramos o no.
No nos pondremos a favor ni en contra de ellas, de la misma manera que no tomaremos partido ante ningún pensamiento de tipo materialista. Nos contentaremos con narrar nuestras experiencias, relacionándolas, si resulta útil, con creencias o hechos comprobados y estudiados, evitando las afirmacione controvertidas. De forma que nadie nos reprochará, esperemos, haber encontrado en Platón una fuente que alimente nuestro «molino». Cierto es que Platón era filósofo y que en la actualidad se tiende a considerar la filosofía como una ciencia secundaria, es decir, inútil. Quizá se deba a que tiene una molesta tendencia a suscitar la reflexión, cosa que en ciertas épocas...
Pero dejemos esto y observemos más bien, por un momento, el valor original de la palabra filósofo.
Nadie pone en duda las grandes cualidades de los filósofos de la antigüedad greco-latina o asiática. Pero, cuanto más nos adentramos en su pasado, más nos damos cuenta de que la mayoría de estos seres no eran autores de sistemas arbitrarios: surgían, al menos los más ilustres, de las llamadas escuelas iniciáticas.
De modo que estos seres hablaban en función de experiencias extrasensoriales adquiridas mediante métodos adecuados. El tipo de enseñanza que habían recibido les permitía prolongar y sobrepasar sus cinco sentidos con el fin de ponerse en contacto con otra clase de realidad.
Pitágoras formó parte de estos seres de élite de los que siempre se habla y que en gran parte habían obtenido las bases de su ciencia de lo que se llama genéricamente los misterios del antiguo Egipto.
Platón, que nos interesa ahora especialmente, retomó parte de su pensamiento y vivió, casi con seguridad, experiencias de tipo iniciático. Por boca de Sócrates hace en estos términos una descripción sorprendente del universo astral como otra Tierra relacionada con la nuestra:
«... la propia Tierra pura está situada en el cielo puro, donde están los astros, al que la mayoría de quienes tienen la costumbre de pensar llamar Éter... Creemos que vivimos sobre la Tierra como si alguien que viviera dentro del fondo del océano, creyera habitar sobre la superficie del mar y, al ver el sol y los astros a través del
agua, tomase al mar por el cielo, pero, retenido por su gravidez y su debilidad, nunca llegara a la superficie del mar y nunca habría visto emergiendo y levantando la cabeza hacia el lugar en el que nosotros vivimos, cuánto más bello y puro es que el suyo... Allá arriba, la Tierra entera está matizada de colores, de colores mucho más brillantes y puros que los nuestros: una parte de esta Tierra es de color púrpura y de admirable belleza; otra es dorada; otra, blanca, es más brillante que el yeso y la nieve; y lo mismo ocurre con los restantes colores que la adornan, más numerosos y bellos que los que nosotros podemos ver... A la calidad de esta Tierra, corresponde la de sus productos, árboles, frutos y flores. La misma proporción se observa en las montañas cuyas rocas son más pulidas, más transparentes y de colorido más bello...
»Está preñada de animales y hombres... En cuanto a la vista, el oído y la sabiduría así como todos los atributos de este tipo, nos sobrepasan tanto como aventaja el aire en pureza al agua, y el Éter al aire.» ** Fedón.
Por extraño que parezca, este ejemplo no es una excepción, nos hubiera resultado muy fácil añadir otros muchos, tan elocuentes como éste sobre el tipo de conocimiento que circulaba ya en algunas partes del mundo hace algunos milenios. Cuando sabemos lo que era en sus orígenes la filosofía, quedamos confundidos ante la metamorfosis que se le ha hecho seguir a lo largo de los años. Pero todo esto podría alejarnos mucho de nuestras preocupaciones.
Hasta ahora nos hemos ceñido a los problemas de la muerte y al de la supervivencia de un principio animador llamado alma.
Estos dos puntos seguirán presentes a lo largo de nuestro libro; pero es importante que no nos estanquemos en este sencillo estadio. Aunque el universo astral nos ofrezca respuestas sobre el más allá, nos parece que éste es su mérito menor porque antes de morir hay que saber vivir. Efectivamente, nuestra aceptación de la muerte depende con frecuencia de la clase de vida que llevamos.
Tranquilizaos, no se trata de un cierto arte de vivir del que casi todo el mundo tiene un concepto particular. Al escribir saber vivir, pensamos: saber comprender la exacta naturaleza de la vida y nuestras relaciones con el universo.
Esta yuxtaposición de palabras refleja en primer lugar claro está, nociones abstractas acerca de las cuales podríamos elucubrar durante mucho tiempo. Para cortar por lo sano con lo que podría convertirse en una verborrea nada enriquecedora, continuaremos nuestra tarea ofreciendo al lector la continuación de nuestro
testimonio extracorpóreo...
Aquella noche, por razones de disponibilidad, salí solo. Cuando logré abandonar mi cuerpo, esperaba encontrar de nuevo mi jungla de vivos colores, mis cascadas saltarinas y mis bosques llenos de musgo y de luz irisada. Sin embargo, no hubo nada de eso.
Fue otra región del astral la que suavemente vino a abrirme su corazón, probándome de este modo la infinita diversidad de los encantos del mundo espiritual.
Navegaban por el aire inmensos pájaros azules y rosa con un vuelo lleno de silencio y majestad. Sobrevolaban un lago, un lago muy pequeño, parecido a los que hacen las delicias de los niños a quienes les gusta devorar con los ojos los libros de cuentos.
No volví a encontrar las grandes flores multicolores que destilaban tanta fuerza y tanto amor cuando nos acercábamos a ellas.
Por el contrario, mis pies se posaron sobre una inmensa alfombra de campanillas blancas, su primaveral frescura impregnó mi cuerpo luminoso, todo su perfume sutil terminó por arrebatarme a la Tierra. Grandes árboles, que me parecieron cedros, desplegaban sus ramas cual brazos protectores a lo largo del agua.
Y mi guía estaba allí...como en nuestros primeros encuentros. Los ojos semicerrados, una sonrisa en los labios, parecían invitarme a dar algunos pasos en su dirección. Entonces pronunció estas palabras:
«Esta tierra es la tierra glorificada, la de las producciones ilimitadas, la de las ideas y de la voluntad creadora.
Es la de los pensamientos activos, concretos y abstractos. Ama, piensa y creerás; ésta es la máxima de los seres de este mundo. Éste es el mundo que, dentro de algunos milenios, será para siempre del hombre.
Entonces el hombre ya no tendrá su cuerpo carnal, que quedará relegado para siempre en el cajón del pasado, sino que vivirá en plenitud su envoltura astral, con una conciencia decuplicada. Se dirigirá hacia otro cuerpo y otro universo ante los cuales, éstos tan luminosos, no son nada. Aspirará a las realidades de la luz de la luz.
Te digo esto, y tienes que entender el sentido de mis palabras, que no es tan oscuro como te imaginas. El mundo astral es simplemente una etapa de las muchas que jalonan el camino que recorre el universo.
»Has de saber que no es bueno que ni tú ni ningún otro os apeguéis más de lo razonable a este plano de la existencia. Es real, pero al igual que tu Tierra, es un lugar de tránsito.
¿Recuerdas mis explicaciones acerca de las diferentes reencarnaciones de tu planeta, de los sucesivos estados de autopercepción y de percepción del mundo que ha tenido el ser humano? Entiende que, si bien el hombre fue análogo a esas piedras que encuentras por todas partes en los caminos, esas mismas piedras serán, bajo los soles de la futura evolución, análogas a ti.
»Pero óyeme bien, no quiero decir que tú hayas sido una piedra ni que las piedras serán como tú. Sencillamente quiero decir que todos los hombres actuales han conocido, entre otras, una experiencia de tipo mineral y que los minerales vivirán una experiencia de tipo humano. Créeme, humano, no tiene en absoluto relación con una determinada apariencia física. Los únicos criterios de humanidad son el permanecer de pie y la conciencia de una individualidad frente a un mundo exterior.
Ha habido humanos dotados con más de seis miembros, con brazos y piernas en forma de tentáculos; ha habido otros cuya cabeza se parecía a la de ciertos animales que
conocemos hoy, los hubo también que no caminaban sino saltaban, que no hablaban, sino que se comunicaban mediante largos silbidos modulados. Todos, absolutamente todos ellos, conocieron lo que en principio podemos llamar civilizaciones, a veces brillantes. Ahora, todos ellos han llegado a un tal grado de evolución, que no puedes darte idea.
Algunos se manifestaron en la Tierra en tiempo pasado. Los antiguos egipcios conservaron un recuerdo vago y los divinizaron.
»Anubis, el dios chacal, sólo es uno de ellos. ¿Quiénes son los ángeles de las viejas tradiciones y de la Biblia sino los representantes, los enviados a la Tierra de los anteriores ciclos de la humanidad? Cuando los hombres hayan abandonado la materia sólida y adquirido el siguiente estado de conciencia al que están destinados, serán los Ángeles de los actuales animales, entonces humanizados. Sobre la Tierra actual cuesta mucho concebir que un ser con cabeza de chacal o de pájaro sea, en primer lugar, posible y, en segundo lugar, esté dotado de todos los caracteres básicos que conforman la humanidad. Que se sepa, que todo es posible y que todo lo que no ha sido, será. Los hombres de tu mundo pueden encontrar monstruosas a las criaturas parecidas a Anubis, Horus o algunas otras, pero, ¿saben ellos que a los ojos de algunos animales su aspecto físico es totalmente repulsivo? ¿Saben que sus diez dedos, con su movilidad y agilidad característica, son motivo de cantidad de sustos? Son vistos como pequeños tentáculos.
»Ya ves, la Vida no favorece más formas que las que Son indispensables para el desarrollo de los cuerpos luminosos en un momento determinado y en un determinado lugar.»
Mi guía hizo aquí una pausa. ¿Quería asegurarse de la buena grabación de sus explicaciones o romper por unos momentos el aspecto asombrado con el que escuchaba su narración en comparación con el encantador espectáculo de la Naturaleza astral? Vino hacia mí y juntos caminamos armoniosamente por la orilla del lago.
El conjunto del paisaje cambiaba de color con frecuencia. Primero se vistió con un manto azulado, luego todo se fundió en tonos anaranjados muy cálidos. Entendí poco a poco que no querían que yo fuera un alumno cuya única función fuese beber las palabras del maestro. Estaba claro que yo había encontrado un amigo en ese Universo de Luz. Este amigo me hacía preguntas de tipo personal, me aconsejaba sobre la conducta que debía seguir ante las dificultades en la Tierra.
Cuando casi habíamos terminado nuestro paseo, se detuvo de repente y dejó caer estas palabras:
«Capto tu pensamiento, te gustaría conocer el rostro de los Dévas... noto que estos seres, para ti tan misteriosos, te obsesionan hace un rato. Sin embargo, no me va a ser posible satisfacerte en relación con su aspecto físico, pues sólo me está permitido instruirte dentro de los límites de tu aptitud para recibir esa instrucción.
Pero no olvides esto: no hay ningún  conocimiento que las entidades directoras del mundo astral quieran ocultar sólo por ocultar. Se limitan a disimular aquello que el hombre aún no está capacitado de ver o soportar.
»Podría describirte el verdadero rostro de los Dévas, pero no serviría de nada, pues tendría que emplear una gran cantidad de ideas, ninguna de las cuales es corriente en la Tierra. Tendría que hablarte por medio de imágenes, de proyecciones mentales de tal naturaleza que tu salud probablemente sufriría.
»Imagínate sencillamente a los Dévas como seres infinitamente luminosos y con un poder extraordinario, seres de gran inteligencia que poseen en ellos la clave de la futura evolución de las criaturas que dirigen.
» ¿Por qué habríamos de limitarlos a una apariencia física cuando su cuerpo real es Energía y Providencia?
Hay miles de Dévas en el universo; cada uno de ellos es la fuerza, el saber y la voluntad de una clase de seres que aún no ha llegado a una individualización perfecta. Un Déva es un gran alma, total, en quien se resumen todas las almas diversificadas que nacerán de la categoría de criaturas a quienes prodiga sus cuidados.
El Déva es el alma de un grupo, la fuente de la sabiduría que los hombres llaman instintiva porque no es aprendida y porque hay palabras que tienen la facultad de dar la impresión de explicarlo todo. Si fueras capaz de ver a los Dévas, con ayuda de tus ojos humanos, quizá los encontraras de una fealdad indecible.
Sin embargo son de gran belleza y poder. Algunos animales, algunas plantas, algunos minerales lo saben, pues con ellos pasa igual que con los humanos. Los hay dotados de mayor clarividencia que otros y éstos guían a su raza y a veces sirven de intermediarios entre ésta y los Dévas.
»¿Has visto alguna vez a esas bandadas de pájaros migratorios que siguen a su jefe formando un todo, una unidad? Ellos saben que, a menudo, ese jefe se comunica con el alma grande que les da la vida. Cada uno de los reinos de la Naturaleza tiene su sacerdote y sus iniciados. De igual modo el Déva del oro es el iniciador supremo de los minerales terrestres, el fermento de la raza.

»Por todo esto has de considerar que tu patria es el Universo y no tu país, y debes pensar que todo tipo de existencia pertenece a la Gran Vida con igual derecho que tú. La menor de las briznas de hierba tiene tu vida y la de diez mil soles.»

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