lunes, 25 de febrero de 2019

LIBRO TIERRA DE ESMERALDA.- CAPÍTULO 6: MILES DE MORADAS



Creí conocer el astral, creí conocer ese mundo con facetas de oro, nácar, coral.
Creí que había recorrido todo el gran refugio del alma, cuando en realidad no había hecho más que entreabrir la puerta...
Afuera caía la noche. Se acostaba sobre el suelo de asfalto de un pueblecillo al que una tardía primavera no había conseguido calentar.
Las grandes luminarias celestes se fueron encendiendo una tras otra. ¡Los grandes focos! Estas palabras en mi pluma resultan aventuradas. Pero ¡qué sarcasmo! En nuestra gruta de polución, las
grandes luminarias sólo se dignan ofrecernos su reflejo empañado. Sin embargo,¡cuántas veces fuera de mi cuerpo he podido contemplar su tranquila magnificencia!
Y así mismo ¡cuántas veces he recordado las palabras del ser del rostro azul exhortándome a no abandonar mi ropaje carnal sin ton ni son!
«Tu cuerpo es un templo decía.
Cuídalo tanto como tu alma. Sólo es un reflejo, pero ¿no debe brillar un reflejo en la misma medida en la que lo hace aquello que le da vida, aquello que está en sus orígenes?
»No podrías despreciar una imagen sin salpicar con gotas de desprecio a su creador.»
Pero aquella noche, tenía que abandonar tras de mí mi túnica de huesos y músculos.
Necesitaba ir mucho más arriba y mucho más lejos que los enormes hongos de humo de amoníaco y azufre que salían a borbotones de las chimeneas de las fábricas. Mi mujer me acompañaba. Una vez más teníamos que salir y aprender. Nuestro guía deseaba nuestra presencia tanto como nosotros esperábamos la suya. Nos resultó fácil dejar nuestro mundo; el astral y su vida llegaron a nosotros suavemente, como la sencilla prolongación natural de nuestras tres dimensiones. No cabe duda de que todo ello formaba una unidad; una vida única repartida a uno y otro lado de un espejo con dos caras.
«... de tal modo que no querría que se dijese la otra vida, pues sólo hay una. »
Las palabras de Louis-Claude de Saint Martin adquirían aquí toda su importancia y relieve.
Había prados y valles de tonos rojizos, árboles cargados de racimos amarillos y azules, un pronunciado barranco por el que corría un agua viva. A lo lejos algunas construcciones extrañas, que yo distinguía mal, parecían brotar de forma irregular sobre un ligero promontorio rocoso.


Como de costumbre, nuestro guía ya estaba allí. Nos recibió con el calor discreto y acogedor de siempre. Sus ojos sonreían y eso era suficiente.
Sólo dijo una palabra: «Venid», y al momento nos invadió un gran entusiasmo.
Nuestra marcha, a través de prados y valles, era cómoda y rápida. El pueblecito, colgado del promontorio, parecía avanzar hacia nosotros con tal velocidad que, por un momento, pensé que algún misterioso viento nos llevaba como a las hojas en otoño. Por su parte nuestro amigo parecía deslizarse sobre el suelo; ¿eran quizá la
gracia y la fluidez de sus movimientos las que producían esa impresión?
Pronto escalamos el espolón rocoso y, al pasar, me detuve a mirar los miles de cristales verdes y amarillos que lo formaban. La luz blanca del astral los hacía brillar con toda su intensidad aumentando de ese modo la sencilla belleza del lugar.
«Coge esta roca.»
El ser de rostro azul me mirada fijamente.
Me agaché y cogí una piedra que brillaba con mil resplandores de oro y esmeralda.
«No te equivocas, realmente son los minerales en que piensas. El astral es puro como el oro y profundo como la esmeralda. En todo este universo encontrarás por todas partes estas materias o, mejor dicho, lo que constituye su esencia. El diamante y sobre todo el rubí, no se encuentran aquí porque el gran alma de la tierra los ha reunido especialmente en las playas.
»Pero no he deseado vuestra presencia aquí a causa de estas piedras. Este lugar es uno de los menos elevados que pueda conocer el astral y, por eso, se presagia lleno de enseñanzas. Mirad, hoy ha llegado para vosotros el momento de saber que astral es un término genérico, un término que engloba y resume gran cantidad de planos de existencia sucesivos. No, no repito nada de lo que ya os enseñé. Si bien el astral es el doble de la Tierra, también es cierto que se compone de distintos niveles que acogen a las entidades de acuerdo con el desarrollo al que han llegado.
»En adelante, cuando habléis del astral, siempre convendrá que preciséis de qué astral se trata. Este mundo reúne en general todo lo que no se ofrece a los ojos de la carne y habéis de saber que hay universos enteros que no se dejan ver con facilidad, que sólo están reservados al alma.
»Así, el Éter, con sus cuatro componentes, forma parte del astral. Sin embargo, el que entra y visita el Éter no puede pretender conocer el astral sino sólo sus reinos inferiores. Las verdaderas riquezas sólo se revelan en las regiones medias y superiores.
»El mundo que hoy vamos a recorrer los tres tiene su lugar entre las regiones medias del universo del alma.
»Digo las regiones, porque hay siete.
Siete mundos por los que las almas sojuzgan siete tipos de deseos todavía materiales. Son los mundos de la Pasión. He dicho “sojuzgar”, pero no debéis en modo alguno dar a este término una idea peyorativa. Todos los universos del astral hacen que el alma progrese, sea cual fuere el grado en que se encuentre.
»Ahora os preguntáis qué son los planos superiores habitados por los cuerpos de luz. Y sin embargo, ya conocéis algunos. Reflexionad, pertenecen en gran parte a las almas depuradas, a las entidades que dominan todos los campos del pensamiento. Aquí ya no se trata de satisfacerse simplemente ni de eliminar las propias
máculas con lecciones, sino de empezar a obrar por el bien de la humanidad.»
Mientras nuestro guía se expresaba en tales términos, entrábamos en una de las calles de la enigmática «ciudad».
El lector comprenderá que no hay palabra, de la jerga urbanística ni de la arquitectura, que pueda resultar conveniente para semejante lugar. La casi totalidad de las dimensiones y conceptos propios de todo lo relacionado con la construcción pierden aquí su utilidad.
No sé si puedo hablar de espacio, pues esto ya no significaba nada. Había andado por la calle una decena de metros, cuando todo pareció confundirse a mí alrededor. Ya no había arriba ni abajo, derecha ni izquierda, delante ni detrás. Nada estaba en ninguna parte. Sólo mi esposa y mi guía seguían siendo mis últimos puntos
de referencia. Él permanecía allí, bien plantado a mi lado, tan real y tan tranquilizador como siempre, aunque perpetuamente aéreo en sus andares.
«Aléjate dijo a mi compañera, con su tono de costumbre. Sólo se trata de dar un poco de marcha atrás mentalmente en lo que se refiere a todo esto. A pesar de lo que has vivido, estás demasiado acostumbrado a tus tres dimensiones.
»Esta ciudad fue concebida hasta en su último detalle por una entidad cuya última vida estuvo dedicada a la arquitectura. Una arquitectura muy pobre ciertamente, que dejó impresa su huella de rencor en el alma de su creador.
»Debes comprender que este lugar revela un gran deseo terrestre insatisfecho. Aquí la muerte ha hecho que el cuerpo de luz reconquiste lo que la materia le había vedado: rigor, originalidad e invención, llegando casi a la genialidad.
»En Inglaterra vivió en el siglo XIX un arquitecto discreto, tanto que no hay ningún edificio que proclame su nombre. Pasó toda su vida esperando una gran obra que no llegó nunca. Que no llegó nunca porque él se empeñaba en creer que era imposible que le llegase. Toda una vida expectante por falta de fuerza, de fe.»
«¿ fe?», pregunté yo.
«De fe en sí mismo. Éste es el mundo de los sueños realizados, de los deseos perfectos y formalizados de las almas que han permitido que la ilusión las atrapara en sus redes. Sus habitantes son felices, felices en su ardor creativo y despreocupado. La mayoría volverá a la Tierra con una idea determinada, con una consolidada voluntad. Tras su muerte en la Tierra, la entidad que creó estas construcciones consideró favorable este lugar para dar forma a sus deseos tanto tiempo refrenados. Así que tienes a tu alrededor la obra de un ser cuya evolución se vio entorpecida por una idea fija. Seguramente este ser permanecerá aquí mientras sienta la necesidad de hacerlo, es decir, mientras no se dé cuenta de cómo es limitado por sus deseos. Cuando renazca en el mundo de la materia, todo este pueblo se disgregará ya que es sólo una proyección sólida de su pensamiento.»
Y, en efecto, en las construcciones que veíamos, en las callejuelas que veíamos, me parecía todo surgido de un espíritu poco equilibrado, en busca, esencialmente, de efectos de ilusión.
Las nociones de anchura, longitud, profundidad, estaban alteradas con un arte desconcertante. No veía nada redondeado, sino por el contrario aristas muy vivas. Por todas partes surgían ventanas, puertas, agujeros informes, como nacidos de pequeñas explosiones, tanto sobre el suelo llano como en las bóvedas cuyo recorrido nos reservaba de tiempo en tiempo la sorpresa; las paredes no eran verticales ni cuadradas.
En seguida me di cuenta de que sólo se habían utilizado dos colores: el blanco y el rojo.
Finalmente, el conjunto producía un fantástico engaño.
«No penséis que esas callejuelas están siempre inanimadas como ahora dijo mi guía. Algunas veces se reúnen en ellas las entidades que sólo han podido acceder a este nivel del mundo astral. Todos en este campo astral, al igual que en la Tierra, se dedican a sus ocupaciones. Se establecen relaciones entre las distintas almas, se constituyen o rehacen familias. Todos reciben lo que su última visita a la materia no pudo darles.
»Ahora mirad atentamente el objeto que vamos a descubrir. . . »
Llegamos a una especie de plazuela, por lo menos era lo que mis sentidos podían estimar. En su centro había una extraña máquina que, sin las explicaciones que se me daban, hubiera tomado por un heteróclito conjunto de esferas más o menos grandes y de conos más o menos esbeltos. Era, nos hizo entender nuestro amigo, un tipo de receptor dispuesto por uno de los habitantes de este mundo que le permitía recibir indicaciones procedentes de planos superiores del astral.
Algunos seres a los que debido a la muerte no han conocido los niveles más elevados del Universo del alma, sienten a veces el presentimiento de estar cercanos a una realidad muy superior a la que conocen. Incluso sucede que algunas de esas entidades terminan por alcanzar uno de esos niveles elevados sin pasar por una reencarnación intermedia. Pero eso sigue siendo una excepción.
«Este instrumento dijo nuestro guía funciona mediante la luz astral. Quizá pienses que es complejo, pero no es así. A decir verdad, podría ser aun más sencillo de como aquí lo ves. Sobran seis o siete de estas esferas y bastaría con desplazar hacia la derecha ese gran cono para obtener un resultado idéntico, incluso superior.
»Todo es vibración y energía y no hay nada más sencillo que recibir y concentrar una energía.
El único problema consiste en entender perfectamente el origen y la naturaleza esencial de ésta. En un mundo de materia densa la ley es idéntica. De forma que en la Tierra, cuanto más avancen los científicos, más cuenta se darán de esta verdad. Llegará el día en que los hombres sabrán que para construir un vehículo muy rápido y silencioso sólo tienen que fijar unos asientos en un plano de metal preparado de una forma determinada. El cuento de la alfombra voladora no es una leyenda.»
Tenía prisa por salir de aquel lugar ya que me parecía demasiado alejado de la fuente de luz que ya había tenido la alegría de conocer.
Mi guía debió darse cuenta de mi impaciencia pues no nos entretuvimos más tiempo en el extraño pueblo.
Al bajar por el sendero tortuoso que llevaba a los valles, nos cruzamos con tres seres que iban alegremente cogidos del brazo. Uno de ellos, con túnica amarilla, emitía una delicada música con un instrumento que apretaba entre los dientes. Era una especie de flauta larga y sin agujero enrollada en espiral en uno de sus
extremos.
«Este pueblo es un extremo dijo mi guía poniéndome con fuerza una mano sobre el hombro y echando un último vistazo a las moradas que acabábamos de abandonar.
No creas que todas las entidades de este nivel astral se forjan siempre ilusiones semejantes. He querido enseñaros adónde puede llevar una vida llena de ilusiones, frustraciones y, sobre todo, exenta de todo ideal elevado.., el astral medio está formado por miles de moradas. Las moradas temporales de los hombres que no supieron vivir y morir con serenidad.»
Yo miraba y escuchaba al ser de rostro azul que pronunciaba estas palabras y en mi interior sabía ya cuán difícil sería hacer admisible su contenido.
Cruzamos un puentecillo de una transparencia de cristal, luego caminamos mucho tiempo a través de altas y rojizas hierbas.
Entonces nuestro guía se volvió hacia nosotros lentamente y clavó el brillo de sus ojuelos en lo más profundo de nuestra memoria... En ese momento pronunció estas palabras con las que tuvimos que despedirnos forzosamente de él:
«Lo que hoy habéis visto quizás haya llenado vuestro corazón de tristeza. Os habéis preguntado, ¿cómo escapar de esto, de ese mundo hermoso, pero cuán infinitamente inferior al que nos habías revelado hasta ahora? No quiero que volváis a la Tierra con un velo de amargura sobre el corazón, pues es más fácil de lo que pensáis evitar este mundo bajo el alma.
»En el fondo de cada ser hay una lucecita que quiere atraerle siempre hacia lo más alto. Basta con dejarla hablar, con dejarla crecer. No ahogarla, es desarrollar un ideal y un pensamiento elevados, es actuar con serenidad, rechazar en todo momento el odio y la destrucción. No, no estoy predicando una moral, porque una moral tiene siempre relación con una civilización o con una religión. Sencillamente, quiero poner de manifiesto dos o tres puntos de referencia que, si se tuvieran en cuenta, podrían cambiar la faz de los mundos. No hay nada tan difícil de lograr como la sencillez. Si todos los hombres se esfuerzan, por encima de todo y contra todo, por vivir en armonía, universos cada vez más prodigiosos vendrán a ellos.»
Con estas últimas palabras fuimos proyectados a la habitación en la que nos esperaba nuestro otro yo.
Un techo proyectaba su claridad algo apagada sobre nuestras cabezas. Permanecimos acostados un buen rato, tratando de reunir nuestras ideas y de compartir nuestras primeras impresiones. En esta ocasión nos pareció que el viaje había sido más breve, el desfase con nuestra cotidiana realidad aparecía empero con más fuerza. Comprendimos que empezábamos a llevar dos tipos de vida diametralmente opuestos, fenómeno difícil cuando no imposible, de hacer que los demás admitieran.
A pesar de ello, fue en esta época cuando decidimos comunicar detalladamente nuestras experiencias a las personas de nuestro medio. Felizmente, si bien ocurría, como estaba previsto, que suscitábamos su incredulidad, nuestras primeras descripciones del astral despertaron también su curiosidad y su interés. Hablar de nuestra poco común aventura nos liberaba de un gran peso. También en esta época nos dimos cuenta de que, en todo el mundo, cierto número de pueblos conservaba el recuerdo, más o menos concreto y vivo, de la existencia del universo astral.
Al leer un artículo de prensa dedicado a la etnología, llamaron nuestra atención de forma especial unas líneas dedicadas a los ongas. Los ongas son unos hombres de raza negra que pueblan las islas de Andamán, en el archipiélago hindú. Para estos hombres, decía el artículo, el ámbito del alma es el más importante; tan importante que un hombre que está durmiendo no debe nunca ser molestado por nada, ya que durante el sueño su alma abandona al cuerpo y si se le despertara repentinamente no tendría tiempo de volver a él.
Nos encontrábamos sencillamente ante una descripción del cuerpo astral abandonando automáticamente el cuerpo físico dormido, como ocurre cada noche, para ir a regiones más lejanas.
Es lo que ocurre de forma inconsciente durante el sueño de todos los individuos. Esto se correspondía con lo que nos habían enseñado y ésa era la razón por la que un ser al que se despierta de forma brusca, experimenta a veces una breve pero violenta sensación de shock o caída, seguida de un ligero malestar en el estómago.
De este modo, de la mano de la casualidad, íbamos de descubrimiento en descubrimiento, cada vez más convencidos de que, si alguien quería interesarse de forma concreta por la supervivencia del alma, no faltaban hechos y, en la mayoría de los casos, éstos eran congruentes. Para nosotros lo más difícil era seguir «bien anclados» en la Tierra. No debía ocurrir en modo alguno que el astral se convirtiera en nuestro refugio, en la meta de una huida ante las múltiples agresiones de la existencia cotidiana.

Justamente éste era el escollo que debíamos evitar.

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