domingo, 2 de agosto de 2015

Un viaje sin retorno: CAPÍTULO 4.- UNA SILUETA EN LA NOCHE



Pasado el susto del accidente, hechas las pruebas hospitalarias oportunas y después de despedirse del compañero sanitario, hicieron una buena cena. Los muchachos se dispusieron a retirarse en sus respectivas tiendas. Raquel dio un pequeño paseo. La noche era muy cerrada, pero agradable de temperatura. El campamento estaba en silencio. No se veían luces. Todo el mundo estaba dormido.
Al dirigirse hacia su tienda, vio cerca de ella la silueta de un hombre. Se estremeció. Sintió miedo. Apresuró el paso y se metió corriendo en la tienda. No había sucedido nada. Encendió la luz de su linterna y se sentó sobre su cama. Cogió un libro entre sus manos intentando concentrarse un poco, pero su pensamiento estaba en aquella silueta, que todavía seguía reflejándose en la lona de su tienda.

-¿Pero por qué tengo que tener miedo? Soy una estúpida.

Raquel se levantó cautelosamente, corrió la cortina y se dirigió hacia el lugar donde aquella silueta permanecía inmóvil. Había andado escasamente cinco metros, cuando distinguió a un hombre sentado sobre unas cajas viejas que, pensativo, daba vueltas entre sus manos a una pequeña linterna que a penas daba luz.


-Buenas noches… ¿entiendes mi idioma?

El hombre levantó su rostro y la muchacha pudo ver que se trataba del médico compañero que le había atendido horas antes. Es un hombre joven, de unos 35 años, moreno y pelo un poco moldeado. Su rostro es limpio y transparente, y su aspecto inspiraba ternura y confianza.

-Buenas noches colega… ¿qué tal estás? ¿Se te ha pasado el susto?
-La del susto es Marga. La del dolor de trasero, soy yo, pero no de la caída, sino de montar al animalito. Y… gracias de nuevo por lo que has hecho, te lo agradezco.
-No me tienes que agradecer nada, es nuestro deber como médicos, y tú lo sabes de sobra.
-Si… pero a lo que no estamos obligados como médicos es a parar las caídas de los demás. Pude hacerte daño… lo siento mucho.
-Como médicos, ninguna ley nos obliga a arriesgar nuestra vida por la de los demás… pero el Amor… como tal… siempre nos invita a ello, a cada instante, aunque en tu caso, tampoco tuvo mucho que ver… jajaja, pues me caíste encima en un abrir y cerrar de ojos.
-¿Seguro que no te he hecho daño?
-Tranquila… solo un pequeño rasguño en la mano, ¿lo ves…? y ya está curado.
-¿Qué haces aquí tan solo?
-Estaba disfrutando del encanto de esta noche tan maravillosa.
-Pero si es una noche muy cerrada… y no hay estrellas…
-¡Es igual… me las imagino!
-¡Huy, otro romántico!
-¿No te gustan los románticos?
-No, no es eso… es que yo los gano a todos. Oye… es la segunda vez que nos encontramos y no nos hemos presentado… bueno, tu a nosotras ya nos conoces, supongo que Marga te habrá puesto al corriente, pero ¿y tu, a parte de ser el médico del campamento, cómo te llamas?
-Mi nombre en hebreo, traducido al castellano es Jesús.
-Es un nombre precioso.
-Es popular, muy normal, aquí este nombre es como Pepe o Maruja en tu país.
-También el nombre de Jesús es muy corriente en España, pero no por eso deja de ser precioso para mí. Tiene muy buenas vibraciones… Y dime, a parte de ser médico, ¿qué haces?
-Trabajo en el campamento de refugiados palestinos que hay aquí cerca. Cuando no se precisa de la atención médica, ejerzo de muchas cosas…
-¿Cómo por ejemplo…? Oye, perdona si resulto indiscreta, es que cuando estoy nerviosa no paro de hablar. Si no lo deseas, no tienes por qué darme ninguna respuesta.
-No Raquel, no eres indiscreta. Es una cordial conversación entre dos colegas, pero… ¿tú que haces aquí sola en el campamento, por qué no te has ido con los demás?
-Pues porque no tenia sueño y me apetecía muchísimo ir a estirar las piernas por ahí.
-¿Y de dónde vienes que no te has enterado de nada?
-Pues de ahí… de aquel pequeño montículo. Me tumbé sobre la poca hierba que hay y me puse una pieza de Vivaldi, la de las Cuatro Estaciones… es muy bonita y relajante.
-Ni has visto… ni has oído… ¿pero tu normalmente… en dónde estás?
-¿Qué es lo que tenía que oír y ver? ¿Pero qué ha pasado?
-Yo tampoco sabría decirte exactamente lo que pasó, bueno… sí, pero no me entenderías. Cuando vuelvan tus amigos te lo contarán todo. Anduvieron buscándote y llamándote a voz en grito, pero no aparecías, así que marcharon todos.
-Pero algo si podrás adelantarme, ¿no…?
-La Montaña Sagrada se iluminó y en el cielo hubo un baile de luces de mil colores.
-¿Dónde está esa montaña?
-Desde aquí no la podemos ver. Tendríamos que ir más al norte.
-Me imagino a Felipe… saldría disparado.
-Como todo el mundo. Había gente aquí instalada desde hace meses esperando que ocurriese algo y mira…
-Que casualidad y que suerte hemos tenido… hombre… venir nosotros y empezar la función.
-Si quieres te llevo con los demás. Se donde están y te puedo acercar en el utilitario. El pobre coche se está cayendo a cachitos, pero todavía arranca.
-No, gracias, Jesús… no me interesa mucho. Me encuentro mejor aquí.
-¡Me equivoqué… jajaja! Por un momento creí que ibas a aceptar mi invitación. ¿Ya no te interesan estos temas?
-No. Ya no me preocupan ni despiertan en mí ningún interés. Hubo un tiempo en que estuve muy lanzada. Investigué mucho, creyendo que así podría encontrar respuestas a muchas incógnitas, pero no fue como yo creí. Lo más seguro es que lo de la luz de la montaña se trate de la apertura de alguna puerta dimensional, y lo de las lucecitas… pues los típicos ovnis de siempre. Bueno, a todo esto… espero que tu en estos temas estés puesto… ¿no…? si no… ¡vaya plancha!, creerás que estás hablando con una loca.
-Piensas bien, Raquel. Estoy muy puesto en este tema, y lo domino perfectamente… al menos, eso creo, pero lo que me extraña mucho es tu indiferencia.
-Verás, yo creo en los extraterrestres, en la reencarnación, creo que Jesús… bueno, me refiero a otro…jejeje, maneja todo esto, pero supongo que si tú eres judío, para ti será otro… Yavhé, por ejemplo. ¿De qué te ríes…he dicho algo gracioso?
-Si… es la forma que tienes de enfocar las cosas. Es divertida. Para tu información, en una lejana vida anterior fui judío, pero yo asumo y me compenetro con la Luz Crística.
-Ah, bueno… entonces eres cristiano… más o menos… por definir algo…
-Dejémoslo así, por ahora… Mi oferta sigue en pié. Todavía estás a tiempo de que te lleve.
-No cambio de opinión tan fácilmente. No, no quiero ir. ¿He oído bien antes cuando me has dicho que tú en otra vida habías sido judío?
-Sí, eso he dicho.
-¿Y cómo lo sabes?
-¿Y tu, Raquel, cómo sabes que lo de la Montaña Sagrada es una puerta dimensional…?
-Ya veo que en esta ocasión… no quieres responderme.
-Y tu, Raquel… ¿por qué no me hablas de lo que realmente te preocupa?
-Mira, Jesús…me caes muy bien y podríamos ser buenos amigos, pero cosas que ni mis amigos de toda la vida las saben, y a ti te acabo de conocer… eres para mí un desconocido. Fíjate que hace un momento, cuando te vi al pasar, tuve miedo de tu silueta. No sabía quien era…
-¿Miedo de mí?
-De ti no… sino de tu sombra, de lo desconocido.
-¿Y sabes por qué? Porque tienes el miedo dentro de ti, en lo más profundo de tu ser.
-¿Me estás diciendo que soy una miedosa?
-Yo no te digo eso, sino que el miedo está en tu mente. Puede que seas una mujer valiente, y de hecho lo eres, aunque un poco impulsiva y decidida en todo lo que te gusta de verdad, pero también te crees muy segura de ti misma y así intentas demostrarlo a los demás, pero lo triste es que vives engañándote a ti misma.
-Huy…huy…huy…por lo que veo, Jesús, a ti también… también te gusta hablar demasiado, y creo que vas muy deprisa. ¿Cómo puedes hablarme así si no me conoces?
-Acabas de decirme que podríamos llegar a ser buenos amigos, ¿acaso has cambiado de opinión?
-Era una forma de hablar.
-Con los sentimientos no se juega ni se habla por hablar, cuando se trata de lo más hermoso que tiene el ser humano.
-Siento haberte molestado, Jesús, no era mi intención. Creo que lo de ser amigos deberíamos dejarlo para más adelante. Eres un hombre simpático, sincero y me gustas, en cuanto a tu personalidad, no malinterpretes ahora lo que te digo.
-Dices que soy sincero, y que por ello te gusto. Es la cualidad que más aprecias, pero la que peor encajas.
-¿Qué quieres decir?
-Que te sienta muy mal cuando alguien dice una verdad sobre ti que no te gusta oír, y más aún cuando tu misma sabes que es cierta. Te duele y echas tu ira disfrazada de ironía hacia la persona o el amigo que te está hablando con el corazón y con cariño, sin malicia alguna.
-¿Eres acaso psicólogo o adivino?
-No, no soy ninguna de esas dos cosas. Eres tu la que te delatas sin darte cuenta con tu actitud y forma de hablar, de mirar… No quisiera haberte herido. A veces cuando soy sincero con mis amigos y hermanos, hago daño, pero no lo puedo evitar, querida Raquel. Lo triste es que casi nunca me dan la oportunidad de demostrarles que también les amo.
-¡Claro… y tendrás muy pocos amigos… me imagino!
-Es triste reconocerlo, pero… aunque los tengo… menos de los que quisiera.
-Es que no me extraña, porque si con todo el mundo eres igual… pero en esta ocasión va a ser distinto, porque yo sí que te voy a dar la oportunidad de ser amigos, porque ya que me has echado semejante rapapolvo, me quedaré para disfrutar de lo que venga después, que imagino, será más dulce.
-¡Gracias, Raquel, y perdona si he sido brusco! Y perdona si insisto… ¿quieres que te lleve con los demás? Todavía estamos a tiempo.
-¡Que no quiero, que no me apetece… que pesadito!
-Entonces… ¿a qué has venido hasta aquí?
-No lo se.
-Si lo sabes, Raquel, y es muy importante que hables de ello.
-No, no lo se…y aunque lo supiera… ¿por qué tendría que decírtelo a ti precisamente? Es mi vida privada y hago partícipe de ella a quien quiero.
-De nuevo te pido disculpas, Raquel. Perdona mi intromisión.

La muchacha, como siempre, había torcido el morro. Una vez más creyó que aquel hombre quería “quedarse con ella” y no estaba dispuesta a seguir aquella conversación. Hizo un gesto para soltarse, pero Jesús, cogiéndola con fuerza las manos le levantó el rostro hacia el suyo, y le habló en silencio, silencio que esta vez Raquel no quiso romper porque vio tanta ternura y nobleza en su mirada y en sus manos, que el telón de acero que la protegía del mundo exterior se derrumbó. Su corazón latía más deprisa de lo normal, a la vez que una sensación de paz, de infinita alegría, invadió su cuerpo de pies a cabeza.

-Creo que debo retirarme, Jesús. Ya es tarde. Ha sido un día muy agitado y necesito descansar.
-Bien. Si me necesitas, estaré en el dispensario. Estoy de guardia.
-Gracias, Jesús. Hasta mañana.

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