domingo, 3 de abril de 2016

Libro Despertar La clave para volvernos más humanos (Julio Andres Pagano)


LA BUSQUEDA
Capitulo- 1 ( Escrito X)
Comprender las razones del encuentro Al día siguiente retorné a Olavarría. Una canalización más había llegado a su fin. 
Era tiempo de comenzar a analizar, meticulosamente, la manera en que se habían desencadenado los acontecimientos. 
Sabía que mirar en retrospectiva, mientras todavía los detalles continuaban frescos, aportaba nuevas enseñanzas. Una vez que logré establecer algunas de las posibles razones por las que la canalización me condujo al monasterio, decidí dar curso a mi intuición y le mandé un mail al monje carmelita. Me guiaba el sano propósito de intentar ayudarlo a que comprendiera que no fue casual nuestro encuentro. Al escribirle, hice hincapié en que por una cuestión de estilos de vida, actividades profesionales y lugar geográfico de residencia, era prácticamente imposible que nuestros caminos se cruzaran. Y que de haberme quedado sólo los cuatro días que le correspondían a los laicos, no hubiese tenido forma alguna de conocerlo, ya que él fue al monasterio a partir de mi quinto día de estadía. Remarqué, además, que si bien el proyecto –que había llevado siguiendo mi voz interior– me sirvió para presentarme como una persona cuerda y socialmente responsable, su verdadera función tal vez era demostrarle que, a veces, hasta lo que surge de manera insólita puede ayudar a generar conciencia, si uno es capaz de trascender sus prejuicios y abrir su corazón, Le expliqué que después de esa tarde en que estuvimos hablamos, por largo tiempo, sentí que tenía que escribirle, pero consideré que aún no era el momento. 
De todos modos, para recibir alguna señal, me encomendé al Espíritu Santo, cerré los ojos y abrí un libro que pertenecía a la biblioteca del monasterio, llamado “El Don del Espíritu Santo” (de Miguel Ortega Riquelme). 
El texto, en donde al azar puse mi dedo, decía: “Ven, Espíritu de Dios para darnos el coraje de anunciar lo que hemos visto y oído. Ayú- danos a proclamar noticias de Salvación a los hombres de este tiempo. No tomes en cuenta nuestra debilidad y fortalece nuestra entrega. ¡Ven, Espíritu de Dios! Amén” (página 117). 
Como soy de poca fe, tomé el otro libro que estaba leyendo e hice lo mismo. Cerré nuevamente los ojos. Abrí al azar y leí donde coloqué el dedo. Decía: “la vida está llena de sorpresas” (el libro se llamaba “Los 5 minutos de Dios”, página 352, y era también del monasterio). Otro de los puntos de la carta fue que, tal vez, habernos cruzado no fue más que una forma de que se acercara a otro tipo de realidades. Le di el ejemplo de que si lograba vencer su desconfianza y leía algún libro que hablase sobre los tipos de energía que utilizan las naves, por su formación física, él sabría si realmente eso era posible o no, e incluso le podría servir para encaminar sus propias investigaciones. También le dije que “de ser cierto que los seres de las ciudades intraterrenas responden a un mismo esquema, en donde la Virgen María y Jesús están presentes, serán las personas religiosas como vos, formadas en campos de la ciencia, las encargadas de establecer el nexo para que los laicos no entren en shock cuando los encuentros se produzcan”. Antes de finalizar, le puse: “Me dijiste que, tal vez, esté influenciado porque leí sobre estos temas y eso, quizás, me hacía ver lo que yo quería ver. Pero si fuese así de simple, aplicando tu misma línea de razonamiento, las personas como vos, que entregan su vida a Dios, deberían poder ver y hablar con los ángeles, la Virgen y Jesús, y tener estigmas”. “Sólo vos sabrás, con el paso del tiempo, lo que representó que nuestros caminos se hayan cruzado en este momento”, sostuve por último. Cuando terminé de escribirle, noté que el mail era extenso. Se lo envié igual. Al hacerlo, sentí que mi parte estaba cumplida. El monje me respondió de manera breve. En uno de los párrafos, que más recuerdo, destacó: “No considero que estés loco, pero sí podría decirse que sos un raro mental”. Las particulares situaciones que me tocaron atravesar, tanto en Capilla del Monte como en Necochea y en el Monasterio Trapense, daban sustento a una nueva realidad. Mi universo se había amplificado. Por más que la mayoría de las personas pudiese negarlo, no me importaba. 
El oído no puede ver los colores, pero eso no significa que los colores no existan. Consideré que, quizás, buena parte de la sociedad no tomaba contacto con esas experiencias, simplemente porque bloqueaba su inteligencia espiritual y silenciaba la voz de su corazón. A medida que daba nuevos pasos, fui aprendiendo a tratar de no juzgar. No podía pretender que otros me creyeran cuando, a pesar de ser testigo directo de los hechos, yo mismo ponía las experiencias vividas en tela de juicio. También fui reconociendo que existen múltiples niveles de conciencia y que no se pueden forzar los procesos evolutivos. Todo a su tiempo. Supuestamente lo que estaba haciendo era con el propósito de evolucionar, para poder mejorar como persona y elevar mi vibración. Sin embargo, estaba hundido en un auténtico desconcierto. Me sentía incom-prendido, confundido y con muchísima ansiedad. Los resultados eran desalentadores. Suponía que el camino espiritual sería más armónico y llevadero, sin tantas complicaciones, ni dolores de cabeza. No podía entender que la búsqueda me condujese a situaciones tan incómodas y extravagantes. Quería permanecer centrado y me la pasaba discutiendo, porque no lograba que me comprendan. Además, me sentía bastante contrariado, por desoír los consejos de mi familia, basados en argumentos lógicos. Lo más incomprensible de toda esta situación era que tampoco tenía la certeza de que estuviese haciendo lo correcto. Sentía como si caminase sobre una cuerda floja. Necesitaba, imperiosamente, mantener el equilibrio. También necesitaba tener fe en que mis actos eran guiados por mi sabiduría interior. Estaba ante un modo diferente de aprendizaje y debía comenzar a familiarizarme con sus reglas: respetar la intuición, estar atento a las sincronicidades, pensar con la guía del corazón, superar los miedos y mantenerse centrado.
Calendario de las canalizaciones
Mientras permanecí en el monasterio, Alejandro viajó a la ciudad de La Plata a visitar a su hija y estuvo reunido con la mujer que canalizaba. Cuando nos reencontramos me dijo: “No lo vas a poder creer, tenemos la agenda completa. Revisá el correo electrónico porque la mujer te mandó un mensaje”.
Me quedé con la boca abierta. El mail detallaba que, de acuerdo a lo que había canalizado, en agosto debíamos ir a un convento en Fortín Mercedes (provincia de Buenos Aires), en septiembre a Lago Puelo (provincia de Chubut), en octubre nuevamente a Capilla del Monte (provincia de Córdoba) y a la comunidad de Figueira (estado de Mina Gerais, Brasil), y en diciembre a la laguna Los Horcones (provincia de Mendoza). Hasta fin de año teníamos el calendario repleto de viajes.
Cuando terminé de leer, recordé que le había dicho a Alejandro que intuía que ése sería un año de vivencias. Lo que no me imaginaba era que todo sucedería prácticamente sin pausas y que fuese tan movilizador, tanto por fuera como por dentro. Esta nueva canalización, que la mujer nos envió a través del correo electrónico, nos demandó largas corridas por el parque para dilucidar qué hacer. Llegar hasta esa instancia nos había resultado difícil. El camino, sin embargo, se presentaba aún más empinado. Para colmo de males, por intermedio de un familiar me había enterado que en la casa de Alejandro pensaban que lo había metido en alguna secta o algo por el estilo, porque se la pasaba rezando y tenía un rosario, cuando siempre se había caracterizado por estar alejado de cualquier tipo de manifestación religiosa. Le rogué que hablara con sus padres y les comentara qué era lo que realmente estaba haciendo, pero él, fiel a su personalidad enigmática, prefería permanecer callado hasta que ellos tomaran la iniciativa de preguntarle. Las perspectivas no eran para nada auspiciosas, dado que tantos viajes por realizar ya nos garantizaban, de movida, un sinnúmero de problemas familiares. El único consuelo que teníamos era que, entre nosotros, podíamos conversar sobre lo que estábamos viviendo, con absoluta libertad. Eso nos ayudaba a sobrellevar, con mayor facilidad, situaciones que por momentos resultaban desbordantes. Estábamos ante una encrucijada. Por un lado pensábamos abandonar todo lo relacionado con las canalizaciones, porque nos parecía una verdadera insensatez. Por el otro, las vivencias nos estimulaban a continuar, porque tras la fachada incoherente de los mensajes que recibía la mujer, parecía existir, de manera soterrada, un orden superior que guiaba los acontecimientos. Alejandro me miró extrañado cuando le aseguré que, pese a todas las dificultades, seguiría hasta cumplir con la última canalización. Basé mi decisión en que debía respetar la corazonada que tuve a principio de año, que me marcó un período de profundas vivencias.
Le precisé, además, que continuaría porque habíamos podido comprobar que cada canalización representaba un nuevo reto que nos dejaba enseñanzas muy valiosas, por su poder de transformación. Y que, tal vez, si llegábamos hasta el último viaje, una nueva dimensión del juego de la vida se desplegaría ante nuestros ojos.
Continuara....

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