miércoles, 6 de abril de 2016

Libro Despertar La clave para volvernos más humanos (Julio Andres Pagano)


LA BUSQUEDA
Capitulo- 1 ( Escrito XIII)
La situación empeoraba La mejor manera que tenía para sobrellevar la tensa situación que vivía con mi esposa, era refugiarme en el amor de mis dos hijos, a quienes siempre extrañaba. La situación en mi casa empeoró, aún más, cuando Claudia se enteró que viajaría a Brasil con la mujer que canalizaba. Había intentado ocultárselo para que no se sintiera mal, pero encontró los pasajes. Cuando eso sucedió, me enojé conmigo mismo. Por evitarle un disgusto, había generado un mal mayor. Sentí que ese tipo de situaciones ponían a prueba mi capacidad de tolerar la adversidad. 
Le expliqué que en Brasil estaríamos en una comunidad que se llamaba Figueira, adonde acuden personas de diferentes partes del mundo para llevar una vida de recogimiento, servicio al prójimo y oración silenciosa. Hice lo humanamente posible para que comprendiera que viajaba con el propósito de conocer una nueva forma de vida, porque mi realidad pedía a gritos un cambio urgente. Si no lograba estar bien, nunca podría estarlo con ella; por lo tanto era necesario que continuara haciendo lo que mi espíritu me dictaba. Le agradecí por estar a mi lado. 
Le dije que la quería mucho y también le manifesté que quizá yo no sería capaz de tolerar que ella viajase con un hombre, de un lado para el otro, por más diferencia de edad que existiese. 
Por eso reconocí que valoraba enormemente lo que hacía por mí, pero le expliqué que necesitaba que me tuviese más confianza. Hacía ocho meses que no me sentaba a tratar de avanzar en el desarrollo del proyecto del parque temático. De todos modos, supuse que no sería mala idea llevarlo a Brasil. 
El 11 de octubre, a las siete y media de la mañana, viajé en avión con la mujer que canalizaba, en una línea de la empresa TAM, rumbo a Brasil.
Conocía muy poco sobre la comunidad que estaba a punto de visitar. Sólo sabía que tenían un estilo de vida monástico, que la alimentación era vegetariana (sin grasas animales ni lácteos), que tampoco consumían azúcar, café, bebidas alcohólicas, ni gaseosas, y que tal vez, me alojaría en habitaciones colectivas. Tampoco se permitía fumar. 
Al llegar a Figueira nos explicaron cuáles eran las reglas básicas de convivencia y fuimos asignados a diferentes núcleos. A mí me tocó ir a Sohim, que se caracterizaba por ser un lugar con energía de sanación. Estuve doce días. Me levantaba a las cinco y media de la mañana, porque teníamos que reunirnos para escuchar la lectura de una reflexión diaria. Luego se nos asignaban tareas comunitarias, tales como limpiar los baños, las habitaciones, trabajar en la cocina, etc. A las siete desayunábamos. Seguidamente, la coordinadora de cada área formaba grupos de trabajo rotativos para que trabajásemos en diferentes actividades hasta al mediodía. Algunas veces, por ejemplo, me tocó ayudar en la huerta, la carpintería, la laguna, la cocina o en el cuidado de las plantas. 
No se trataba de una regla estricta, pero las tareas debíamos tratar de hacerlas en silencio, para que cada uno pudiese conectar con su interior. Al mediodía almorzábamos y teníamos una hora de descanso, tras lo cual se reanudaban las actividades. Cuando terminábamos, nos quedaba tiempo suficiente como para ducharnos y prepararnos para la cena, que era a las siete de la tarde. Antes de las nueve de la noche estábamos durmiendo. Las jornadas tenían un ritmo intenso y había que reponer energías. Estar en Figueira me sirvió para aprender que es posible llevar una vida comunitaria sana y armónica.
En perfecta convivencia con la naturaleza. Reciclando los desperdicios y generando los propios alimentos, sin utilizar agroquímicos.
Trigueirinho, un líder muy singular La particularidad de esta comunidad estaba dada en que giraba en torno a un líder espiritual, Trigueirinho. Autor de más de setenta libros, a través de los cuales difunde una nueva cosmovisión, que tiene similitud con las vivencias que experimentamos a través de las canalizaciones. 
Trigueirinho plantea, entre otros aspectos, que el ciclo planetario está próximo a su desenlace y que se le ofrecerá a la humanidad revelaciones más amplias, que producirán un prodigioso despertar, sin regreso posible a los mundos kármicos. 
Sus mensajes son guiados por Jerarquías Espirituales (energías o seres que ya superaron el ciclo evolutivo del hombre) que revelan lo que ocurre en la Tierra y en el ser humano, en esta época de transición. Sus obras están dirigidas tanto a quienes están despertando a la vida interior, así como a quienes ya la asumieron y aspiran a penetrar el lado desconocido de la existencia humana, planetaria y cósmica. 
Los libros de Trigueirinho convalidan las vivencias que tuvimos con Alejandro y la mujer en Capilla del Monte, porque reconoce la existencia de las ciudades intraterrenas, como la de ERKS y el encuentro con seres de dimensiones cósmicas.
Su prédica responde a un plan superior de evolución, del cual formamos parte como integrantes de una gran familia cósmica. Sé que muchos de estos conceptos pueden sonar extraños o confusos para quienes tal vez nunca escucharon ni siquiera la mención de la palabra ovni. Sin embargo, como nuestras vivencias fueron anteriores a la lectura de algunos libros de este líder espiritual, lo que para algunos podría sonar disparatado, para nosotros era sensato. Mientras estuve en Figueira, participé de conferencias conducidas por Trigueirinho que me ayudaron a clarificar las situaciones extrañas que habíamos vivido. 
Durante una de las charlas, la mujer que canalizaba me dijo que le enviara el proyecto del parque temático a Trigueirinho. 
No sentí que tuviese que hacerlo, porque el enfoque de la comunidad distaba de todo lo que tuviese que ver con los avances tecnológicos. Ante mi negativa, la mujer escribió en un papel: “Me están diciendo que lo tenés que hacer”. Esa era la clase de situaciones que no toleraba. Me daba la impresión que algunas veces interfería su personalidad cuando no conseguía lo que quería. Enseguida decía “me están diciendo que…”, y no me quedaba otra cosa que obedecer. Recuerdo que cuando salimos de la conferencia le planteé mi parecer y ella me respondió: “Eso no es más que un prejuicio tuyo, si no querés no lo hagas. 
No estás obligado”. Es misma tarde, por intermedio del sistema de correo que mantenía comunicadas a las distintas construcciones de la comunidad, le envié la carpeta con el proyecto. 
Al día siguiente, recibí una nota, escrita a mano por Trigueirinho, en donde decía: “Gracias hermano por haberme enviado el proyecto. Nos es imposible intervenir en esas cosas, cuando uno es idealista. Es preciso no desperdiciar energías, cuando hay tantas necesidades evidentes que precisan nuestra atención. 
Esas necesidades son visibles y están ahí, delante de quienes saben ver. Con amor y luz, un amigo, Trigueirinho. (21–10–2004)”. Su respuesta confirmó mi intuición. No debía habérselo enviado. De todos modos, no me desanimé. Cada uno tiene su propia misión que cumplir. A veces los caminos pueden parecer antagónicos, pero eso es sólo una cuestión de percepción. Cuando le mostré a la mujer la nota, me dijo: “Te equivocaste, la canalización decía que tenías que dársela al día siguiente, eso alteró las circunstancias”. Preferí no responderle. 
Cuando finalizaron los días que tenía programados en Figueira, nos dirigimos con la mujer a la ciudad de Aparecida, en el estado de San Pablo. La canalización decía que el 25 de octubre debíamos estar frente a la imagen de la Virgen morena que daba nombre a esa ciudad. Así lo hicimos.
Sos un elegido
Cuando estuvimos junto a la imagen de la Virgen Aparecida, la mujer que canalizaba se puso a rezar. 
Luego salimos del imponente santuario y nos sentamos en un banco de cemento, bajo la sombra de un árbol. Era una tarde muy agobiante. Mientras descansábamos, mirando a la gente pasar, la mujer me comunicó el mensaje que le transmitió la patrona de Brasil: “Me cuesta creerlo –dijo–, pero la Virgen Aparecida también me confirmó que sos un elegido”. No me sorprendí. 
No era la primera vez que escuchaba la palabra “elegido” por parte de la mujer. Durante una de las primeras canalizaciones, en la ciudad de Necochea, la mujer también me dijo que Aguila Blanca me había señalado como “un elegido”. 
Otras canalizaciones, ocurridas durante los primeros viajes, revelaron puntualmente que era uno de los elegidos para integrar uno de los consejos que funcionarían luego de que las profecías catastróficas se cumplieran. Nunca creí en eso. Alejandro era testigo que desde el primer momento dije: “Voy a las canalizaciones porque veo que después de cada experiencia crezco en sabiduría interna, pero todo lo que me dice con respecto a que soy un elegido lo pongo al margen. 
No lo creo en lo más mínimo y me incomoda escucharlo”. 
Creí que era el momento oportuno para hablar sobre el tema, así que le pedí a la mujer que me escuchara con atención: “Sé que vos creer en cada cosa que recibís, porque en tu realidad lo percibís como cierto. Pero desde mí perspectiva, cuando te escucho decir que soy un elegido me parece una estupidez. Es algo que me resulta imposible de creer, por lo tanto nunca se lo dije a nadie. Me da vergüenza. Sólo lo sabe Alejandro, porque te lo escuchó decir a vos”. Le pedí que me disculpara por hablarle de ese modo, pero tenía que sincerarme. Era un tema que prefería no tocar, porque sabía que me molestaba demasiado y quizá no iba a tener la tranquilidad necesaria como para hablarlo del modo que correspondía. La mujer me entendió. A pesar de todo, manifestó que ella sí creía en lo que le habían transmitido, porque incluso pudo visualizarme desempeñándome como consejero. “Sólo el tiempo demostrará si esto es cierto” agregó. 
Me sentí más aliviado, pero todavía me faltaba decirle algunas cosas más. De todos modos, preferí esperar a que llegáramos al aeropuerto para continuar hablando con más calma. Mientras aguardábamos en un bar, a que se cumpliera la hora para tomar el avión de regreso a la Argentina, le dije que a la próxima canalización –que sería en diciembre, en la ciudad de Mendoza– iría en un colectivo de línea. Cuando me preguntó el motivo, le respondí que así lo haría dado que ella me había enviado un mail, antes de viajar a Brasil, diciéndome que debía desprenderme de la camioneta para evitar que cualquiera de los miembros de mi familia sufriera un accidente lamentable. 
“Ese tipo de canalización es condenable bajo todo punto de vista –le dije muy enojado–, porque no te deja salida. Si no hago caso a lo que se me dice y alguno de los integrantes de mi familia muere, la culpa por haberme ahorrado algunos pesos no me la saco jamás”. También le puntualicé que “no iba a poner una camioneta nueva a disposición de los viajes, porque eso aumentaría los conflictos con mi esposa”. La mujer dijo que ella era sólo una mensajera, en el sentido que no elegía qué cosas decir. “Sólo me limito a dar curso a lo que me comunican”, sostuvo. 
Luego agregó una frase que me molestó: “Si no vas con tu vehículo, limitarás la experiencia de los demás, porque nadie tiene en qué moverse”. Esas palabras fueron más que suficientes para desbordarme y hacer que elevara la voz, con el propósito de dejarle bien en claro que no era chofer de nadie. Cuando quise darme cuenta, las personas sentadas en las mesas vecinas nos estaban mirando. 
Ayudó a distendernos el hecho de que anunciaran nuestro vuelo. Por suerte, teníamos asientos separados. Me había hartado del mundo de las canalizaciones. Al regresar a Olavarría, hablé con Alejandro. También él sentía el cansancio de tantos viajes y situaciones movilizadoras. Acordamos que iríamos a Mendoza a cumplir con la última canalización, pero en ese lugar le diríamos a la mujer que nuestros caminos se separaban. 
Estábamos agradecidos por todo lo que habíamos experimentado, pero la situación no daba para más. 
En Mendoza teníamos que estar veinte días, a partir del 8 de noviembre. Supuestamente, el grupo de personas que iría tendría la posibilidad de ingresar, físicamente, a la ciudad intraterrena de Isidris. Aunque eso dependería del nivel vibracional que pudiese alcanzar cada uno.
Mendoza y el encuentro con Emilio.
Quince días en Brasil me habían parecido una eternidad, así que decidí que a Mendoza iría menos tiempo del que indicaba la canalización. Llegamos con Alejandro diez días más tarde. 
El encuentro con la mujer no fue como en los viajes anteriores. Después de la discusión en el aeropuerto, las cosas entre nosotros no habían quedado del todo bien. Por su intermedio tuvimos la posibilidad de conocer a Emilio. Un ser sumamente especial, que llevaba una vida por demás austera. Su vivienda era humilde, pero digna. Los perros y los gatos eran sus huéspedes de honor. En las paredes de su casa, situada en medio del campo, tenía colgados llamativos cuatros de colores fuertes, que él había pintado. Representaban algunas de sus vivencias.
El dibujo de una nave espacial, asomando tras las montañas me llamó la atención. “En esa nave viaja el maestro Jesús”, comentó como al pasar. Sus palabras me recordaron que bajando desde una nave, también fue como se nos había presentado a nosotros, en Capilla del Monte, de acuerdo con los relatos de la mujer. 
Era la segunda vez en mi vida que escuchaba que Jesús se desplazaba en una nave. No era algo sencillo de incorporar. Intrigado, le pregunté cómo se llamaba la nave y me respondió en forma de acertijo: “Sólo puedo decirte que su nombre tiene principio y también fin”. Cuando le dije, intuitivamente, si se llamaba Alfa y Omega, sonrió, se encogió de hombros y guardó silencio. Pasamos en su compañía una tarde mágica. Escuchar sus palabras reconfortaba el alma: “No sigan a nadie, cada uno es su propio maestro, sólo es necesario ir hacia adentro y dejarse guiar por el corazón”. “Recuerda que lo único importante es disfrutar. No te tomes las cosas en serio. La vida es un juego. Disfruta… Disfruta. Tampoco creas en lo que yo te diga. Busca tu propia verdad”, remarcó. Nos fuimos, pero queríamos quedarnos. Lo percibimos como un hombre puro. 
Al día siguiente, mientras descansaba, decidí abrir al azar uno de los libros de Trigueirinho, que había comprando en Figueira.
No podía creer lo que estaba leyendo. El texto decía: “En la nave madre, Alfa y Omega, se desplaza el maestro Jesús”. Cuando leí ese párrafo, sentí que un cosquilleo electrizante recorrió todo mi ser. Por tercera vez, de diferente manera, me llegaba ese dato tan particular. Sentimos una conexión tan fuerte con Emilio que las cinco personas que habíamos viajada a Mendoza, excepto la mujer que canalizaba –que se excusó argumentando cansancio–, decidimos volver a visitarlo. 
Cuando le dije lo que había encontrado en el libro, señaló que estaba en lo cierto y dijo: “esa nave es posible verla en las noches de luna llena”.
Como le insistimos varias veces, accedió a contarnos que su proceso de transformación espiritual estuvo marcado por un sinnúmero de acontecimientos, entre los que no faltaron los viajes, las meditaciones, los encuentros con chamanes, las experiencias místicas, las plantas maestras y el contacto con seres de otras dimensiones. La suma de todas esas experiencias, terminaron revelándole que “sólo hay que disfrutar, porque la vida es un juego”. 
Por la tarde, cuando retornamos al lugar donde acampábamos, la mujer que canalizaba no estaba. Esa noche llamó por teléfono para decir que no regresaría a dormir. Luego nos enteramos que había tomado la firme decisión de abandonar al grupo. 
A la mañana siguiente, en un encuentro que no duró más de quince minutos porque había personas que la esperaban, la mujer nos dijo: “Es hora de que sigan camino solos, los dejo”. 
Fue todo muy rápido. Supusimos que la brevedad de la despedida fue para evitar llorar. Habíamos compartido muchos viajes. Demasiados momentos juntos. Merecíamos otro tipo de cierre. De haber podido elegir, hubiésemos buscado una manera más cálida de desvincularnos. Eramos conscientes de que teníamos que ponerle un punto final a la situación. Lo que no sabíamos era que el desenlace se iba a dar de esa manera. Aunque no quise reconocerlo en su momento, me sentí muy molesto por la manera en que nuestro vínculo se truncó. Todavía quedan resabios de esa molestia. Prueba de ello es haber omitido hasta este momento la mención de su nombre: se llama Mirta. Tras la desvinculación, sólo una vez le escribí un mail para agradecerle. 
Ella fue mi maestra en un tramo muy intenso de mi vida. Cuando Mirta se fue, quedamos Osvaldo (que era uno de los músicos que nos acompañó a buscar la imagen de la Virgen robada), la sobrina de la mujer y Alejandro. Las otras dos personas que habían venido desde Necochea también decidieron marcharse. Tras pensar qué haríamos, decidimos cumplir con lo que restaba de la canalización e ir a acampar a la laguna Los Horcones, en la base del Aconcagua.
Invitamos a Emilio, quien accedió a venir. Esa madrugada, junto a la laguna, luego de hacer sonar un caracol a los cuatro vientos y realizar invocaciones, nos explicó que estábamos los que teníamos que estar, porque habíamos ido a Mendoza a cerrar un ciclo. Con Alejandro nos quedamos con el recuerdo de sus palabras: “No sigan a nadie, busquen sus propios caminos”. 
Ese día, el 25 de noviembre del año 2004, dimos por finalizado el ciclo de las canalizaciones. Lo admitiésemos o no, éramos personas diferentes. Por dentro habíamos cambiado. 
Para buena parte de nuestro entorno, prácticamente sus vidas no habían variado durante el transcurso de los últimos diez meses. Las nuestras habían atravesado una profunda transformación, que amplió nuestro mundo interno. Cuando volvimos a juntarnos para recordar lo vivido, con Alejandro creímos que, tal vez, ahora nos tocaría vivir un período de mayor tranquilidad, para que pudiésemos terminar de asimilar las enseñanzas recibidas. Aunque esa no era más que una suposición, porque uno nunca tiene la certeza de qué es lo que va a pasar. Poco a poco entré nuevamente en la rutina cotidiana. 
Mi cuerpo extrañaba el sabor de la incertidumbre, que brindaba la aventura de los viajes espirituales. Invertí mi tiempo en lograr un mayor contacto con la naturaleza, ocupándome de la quinta que había comprado. Ese era mi mejor cable a tierra. Las plantas, las flores, el pasto, los pájaros y la compañía de mi perro Juancho, servían de marco para distenderme. También dediqué más tiempo a fortalecer la relación con mi esposa y disfrutar de mis hijos. Otra de las cosas que hice fue retomar el desarrollo del proyecto del parque temático. Las vivencias que tuve, por intermedio de los viajes, me permitieron darle una mayor profundidad y nuevas perspectivas.
Continuara.....

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