jueves, 1 de diciembre de 2016

Mindfulness-Capitulo VI (Segunda Parte)


El caballo salvaje-Capitulo VI (Segunda Parte)
Algún tiempo más tarde me encontré viviendo en otro monasterio mucho más animado, que resolvía las necesidades de la comunidad local y recibía un montón de visitantes. 
Desde luego, también dedicábamos muchas horas al día a meditar de un modo formal, pero el énfasis en este monasterio se hacía más en la práctica de la consciencia en la vida cotidiana; en otras palabras, en la práctica de la plena atención consciente.
Después de haber disfrutado del lujo de pasar sin problemas de una sesión de meditación a la siguiente, ya había acostumbrado a mi mente a que se asentara bastante rápidamente cuando yo me sentaba a meditar. 
Pero ahora las sesiones a menudo estaban intercaladas con otras actividades como cuidar el jardín,cocinar, limpiar y trabajo de oficina.
A menudo esto suponía trabajar con otras personas, tener conversaciones y discusiones sobre todo tipo de cosas. 
Algunas de las conversaciones eran de naturaleza monástica, y otras eran —¿cómo lo diría?— menos monásticas.
Lo que descubrí rápidamente fue que ese tipo de interacción conllevaba posteriormente un tipo de sesión de meditación bien distinta. En lugar de tranquilizarse inmediatamente después de sentarse para meditar, la mente a menudo estaba ahora muy ocupada.
Cayendo de nuevo en mis viejos hábitos de control de la mente (nunca menosprecies la fuerza de esta tendencia), si mi mente no se había asentado antes de aproximadamente cinco minutos, comenzaba a resistirme a los pensamientos.
Y resistiéndome a ellos, creaba aún más pensamientos. 
A causa de esto me entraba el pánico, y en este estado comenzaba a producir aún más pensamientos.
Tuve la suerte de contar de nuevo con un maestro experimentado, así que acudí a él para pedirle consejo. Este maestro era célebre por su estilo de enseñanza, cálido y a menudo humorístico, y porque rara vez contestaba una pregunta de modo directo.
De hecho, normalmente respondía a una pregunta con otra… Pero, cuando contestaba, casi siempre era en forma de una historia y, al igual que el maestro anterior, parecía tener una inagotable colección.
Le expliqué mis dificultades mientras él permanecía sentado escuchándome, asintiendo lentamente con la cabeza.
«¿Alguna vez has presenciado la doma de un semental?», me preguntó.
Negué con la cabeza. ¿Qué tenía eso que ver? Pareció un poco decepcionado, pero imagino que la vida de un niño en las estepas tibetanas es algo diferente a crecer en un pequeño pueblo inglés. Continuó hablando de estos caballos salvajes, difíciles de capturar y aún más difíciles de domar, según me dijo. «Ahora imagina que atrapas a uno de esos caballos y tratas de que permanezca en un lugar», continuó. Me imaginé de pie al lado de uno de esos caballos, agarrándolo firmemente con una cuerda.«¡Imposible! — gritó—. Ningún hombre ni mujer puede dominar a un caballo salvaje.
Es demasiado fuerte. Incluso si pides ayuda a todos tus amigos nunca serás capaz de dominarlo y hacer que se quede quieto en un sitio. No es así como se doma a un caballo salvaje. Una vez que capturas a uno de esos caballos —continuó— necesitas recordar que están acostumbrados a correr libremente.
No están habituados a permanecer quietos durante un tiempo prolongado, o a ser forzados a quedarse en un mismo sitio contra su voluntad.» Yo empezaba a hacerme una idea de adónde quería llegar.
«Cuando te sientas a meditar, tu mente es como ese caballo salvaje —me dijo—. No puedes esperar que se quede quieto en un sitio de pronto simplemente porque tú estás allí sentado como una estatua haciendo algo llamado meditación… Así que cuando te sientes con ese caballo salvaje, con esa mente salvaje, tienes que dejarle mucho espacio libre. En lugar de tratar de concentrarte inmediatamente en el objeto de la meditación, dale a tu mente tiempo para que se asiente, para que se relaje un poco. ¿Qué prisa hay?»
De nuevo tenía razón. Me estaba apresurando en mi meditación, pensando que, de algún modo, el momento siguiente era más importante que el momento presente, siempre intentando alcanzar un determinado estado mental.
Lo que no estaba del todo claro era cuál era el punto que pretendía alcanzar.
«En lugar de eso —me sugirió—, acércate a tu mente del mismo modo en que se doma a esos caballos salvajes. Imagina que estás de pie en medio de un amplio espacio en campo abierto.
El caballo se encuentra al final de una cuerda que sostienes en la mano, pero hay entre él y tú todo el espacio que necesita.
No siente que esté atrapado o forzado.»
Me imaginé al caballo corriendo libre por el campo, mientras yo le seguía con la mirada, mientras sostenía en mi mano el extremo de la cuerda.«Ahora ve pasando una mano sobre la otra, acortando muy lentamente la longitud de la cuerda, muy poco a poco.»
Estiró su pulgar y su dedo índice, dejando entre ellos un espacio de medio centímetro, para enfatizar la idea.
«Si haces esto lentamente, el caballo no notará la diferencia. Creerá que aún tiene todo el espacio del mundo. Continúa haciéndolo, atrayendo al caballo hacia ti poco a poco, mientras lo vigilas, pero dejándole suficiente espacio para que se sienta cómodo y no se ponga nervioso.»
Todo esto tenía mucho sentido, y simplemente con imaginarme el proceso ya me sentí mucho más relajado.
«Así pues —me dijo—, eso es lo que necesitas hacer con tu mente cuando te sientes y la encuentres demasiado ocupada. Tómatelo con calma, muévete con suavidad y dale todo el espacio que necesite. Permite al caballo que llegue a un sitio natural de descanso, donde se sienta feliz, confiado y relajado, quieto en un único sitio. En ocasiones supondrá un esfuerzo al principio, pero no pasa nada.Simplemente suelta la cuerda de nuevo con suavidad, y repite lentamente el proceso. Si meditas de este modo, tu mente será muy feliz», dijo.
Recordar esta sencilla historia marcará una gran diferencia en tu meditación.
Continuara...
Andy Puddicombe-
http://elnuevodespertardelser.blogspot.com.es/

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