jueves, 1 de diciembre de 2016

Mindfulness- Capitulo VIII

Mindfulness- Capitulo VIII
TODO LO QUE BAJA TIENE QUE SUBIR 
Cuando recuerdo las razones por las que me convertí en monje, no puedo localizar el momento exacto en el que comencé a sentirme infeliz, pero hubo una serie de eventos que indudablemente fueron «las gotas que colmaron el vaso». 
Yo estaba abandonando la adolescencia y mi madre se había vuelto a casar. Junto con un padrastro, mi hermana y yo ganamos un hermanastro y una hermanastra. Al poco tiempo, nuestra hermanastra Joanne murió en un accidente; el conductor de una furgoneta, que se quedó dormido al volante, la arrolló mientras ella montaba en su bicicleta.
El impacto que esto tuvo en la familia es algo imposible de describir,aunque no me detuve el tiempo suficiente para sobrellevarlo. Incapaz de ello y sin querer afrontar la intensidad del dolor que me rodeaba, seguía delante.
De hecho, incluso me aparté de aquello físicamente, como si de algún modo aquello pudiera aliviar esas sensaciones. Aunque el dolor como tal nunca desaparecía, al menos la distancia me permitía vivir en la ignorancia durante un poco más de tiempo.
Unos meses más tarde me contaron que una ex novia mía había fallecido en el transcurso de una operación de corazón.
Recuerdo cómo, al recibir aquella noticia, no le di apenas importancia, como si fuera algo intrascendente. Pensé entonces que parte del proceso de maduración de una persona consistía en ser capaz de afrontar esas cosas de un modo desapegado. 
Incapaz de soportar la sensación de dolor, hice lo único que sabía hacer: empujarla hacia el interior de mí.
Dicen que las desgracias siempre vienen de tres en tres, y pronto llegó la tercera. Una Nochebuena fui con un grupo de amigos a una fiesta.Pasada la medianoche, abandonamos el lugar con diversos grados de intoxicación etílica. Era una ocasión para estar felices, así que todos estábamos abrazándonos y deseándonos unas felices fiestas. Mientras me alejaba con un par de amigos escuché el sonido de un coche que venía desde lo alto de la colina. Recuerdo que lo miré y me pregunté la razón por la que no traía las luces encendidas. El coche iba cada vez más deprisa,colina abajo. Ya había recorrido más de la mitad del camino cuando el hombre al volante, con una tasa de alcohol en sangre cuatro veces superior al límite permitido, perdió el control del vehículo. Sorteándonos por poco,el coche dio un fuerte viraje y entró en la acera, arrollando al grupo de amigos que aún estaban allí. Fue una escena de total devastación. 
Todo parecía ir desarrollándose muy despacio, como una serie de situaciones que se te muestran fotograma a fotograma, como si una cámara fuera disparando una foto detrás de otra. Un disparo recogía el momento del impacto, con los cuerpos de mis amigos saltando por el aire como peleles.El siguiente recogía un cuerpo, desplomado contra un muro. Varias personas murieron esa noche y muchos resultaron gravemente heridos. Nunca en mi vida me he sentido más impotente.
Tanto si fue a fuerza de valor y voluntad, o a causa del miedo a lo que podría suceder si levantaba la tapa de la olla a presión, me las arreglé para controlar los sentimientos que iban apareciendo durante algún tiempo después de estos acontecimientos. 
Pero pasado un año más o menos comenzaron a manifestarse de otro modo, influyendo en el mundo que merodeaba. Cuando se trata de emociones el caso es que, todo lo que baja,debe subir. Puede aparecer en la superficie como la emoción en sí misma,o puede comenzar a afectar tu comportamiento, de algún modo.
En ocasiones puede incluso afectar a tu salud física.
Las enfermedades ocasionadas por el estrés son cada vez más frecuentes y ya se sabe que son el resultado de nuestra incapacidad para afrontar sentimientos que surgen en situaciones o entornos difíciles o estresantes.

UBICAR LA EMOCIÓN
Para cuando llegué al monasterio, esas emociones estaban, en su mayoría,aflorando a la superficie. En ocasiones el sentimiento era más obvio y los pensamientos que lo acompañaban hacía más claro saber de qué se trataba, pero más a menudo se trataba simplemente de un sentimiento que surgía.Cuando comencé a ser consciente de esa tristeza, me sentí un poco decepcionado.
Eso no es para lo que me había «apuntado». Lo había hecho para disfrutar de paz y tranquilidad en las montañas.
Durante algún tiempo continué «presentando batalla» a esos sentimientos, tratando de ignorarlos o resistiéndome a ellos. No me daba cuenta de la ironía que suponía estar haciendo eso al mismo tiempo que trataba de escapar de la ignorancia y la resistencia. No ser capaz de controlar los sentimientos me provocaba una profunda sensación de frustración, y pensaba que debía ser una muestra de mi falta de progreso en la meditación. Comencé a pensar que quizá yo no estaba hecho para la meditación. Además, el sentarme a meditar me provocaba cada vez una mayor sensación de ansiedad.
Un día decidí que ya era suficiente, y fui a ver al maestro. 
Le expliqué por lo que estaba pasando en mi práctica, y él me escuchó con enorme paciencia. Yo esperaba que me revelara alguna técnica secreta desarrollada especialmente para acabar con las emociones difíciles, pero en lugar de eso me hizo una pregunta.
«¿Te gusta cuando alguien te hace reír?», me preguntó. «Por supuesto», le contesté, sonriendo. «¿Y cuando alguien te hace llorar? ¿Te gusta?» «No», le dije, negando también con la cabeza. «Bien —continuó—,entonces digamos que puedo enseñarte a no experimentar la tristeza nunca más. ¿Te gustaría eso?» «Por supuesto», respondí, asintiendo con entusiasmo. 
«La única condición es que también perderás la capacidad de reír», dijo mientras adoptaba de pronto un semblante muy serio. Parecía estar leyendo mis pensamientos. «Ambas cosas vienen en un solo paquete —continuó—, y no puedes tener una sin la otra. Son como las dos caras de una misma moneda.» Pensé en lo que me estaba diciendo. «Deja de pensar en eso —me dijo, riendo—. Es imposible, no podría mostrarte cómo hacerlo aunque me lo pidieras.»
«Entonces, ¿qué se supone que debo hacer?», le pregunté. 
«Si no puedo desembarazarme de este sentimiento de tristeza que me embarga todo el tiempo, ¿cómo podré ser feliz?» Adoptó de nuevo un gesto serio.«Estás buscando el tipo equivocado de felicidad — me dijo—. La verdadera felicidad no distingue entre el tipo de felicidad que sientes al pasártelo bien y la tristeza que sientes cuando algo va mal. La meditación no trata de encontrar ese tipo de felicidad. Si ese tipo de felicidad es lo que estás buscando, vete a una fiesta. El tipo de felicidad del que yo estoy hablando es la habilidad de sentirse cómodo sin importar la emoción que surja.» «Pero ¿cómo voy a sentirme cómodo sintiéndome triste al mismo tiempo?», respondí.
«Trata de verlo de este modo —continuó—. «Estos sentimientos son parte del hecho de ser seres humanos. Quizá conozcas a personas que parecen estar algo más felices que tú, y otras que están algo más tristes».Asentí con la cabeza. «Así que a veces estamos predispuestos a sentirnos de determinada manera —continuó—, algunas personas un poco más felices y otras un poco más infelices. Pero lo que importa es lo que subyace.
Porque nadie puede controlar sus sentimientos.
La persona feliz no puede mantener su felicidad todo el tiempo que desee, ni la persona infeliz puede alejar su infelicidad.» Aunque no era la respuesta mágica que esperaba recibir del maestro, al menos tenía sentido.
«Dime qué emoción te está causando más problemas en este momento.» «Principalmente, el hecho de sentirme triste —respondí—, pero eso me hace sentirme preocupado por mi meditación, y entonces me siento enfadado porque no puedo 
dejar de sentirme triste o preocupado.»«De acuerdo, olvídate de la preocupación y del enfado por un momento — dijo—.
Podemos ocuparnos de ellos más tarde. Además, esas son solo tus reacciones a la tristeza. Examinemos la emoción original, la tristeza. ¿Cómo te hace sentir?» Pensé que la respuesta era bastante obvia. «Me hace sentir triste.» «No —me dijo—, esa es tu idea de cómo te hace sentir, el modo en que piensas que te hace sentir, más que como te sientes en realidad.»
«No. La realidad es que me siento triste», dije, cerrándome en banda.
«Bien», —replicó él—, «¿dónde está entonces?» «¿Dónde está qué?», pregunté, un poco confuso. «¿Dónde está la tristeza?», —replicó—. «¿Está en tu mente o en tu cuerpo?» «Está por todas partes», —dije—. «¿Estás seguro?», —insistió—.
«¿Has intentado buscar ese sentimiento, buscar dónde vive?» 
Yo había estado tan atrapado pensando en la tristeza que la idea de estudiarla ni se me había ocurrido. Negué con la cabeza, algo avergonzado. «Bien», —me dijo—, «pues esa es tu primera tarea. Ve y encuentra ese sentimiento de tristeza para mí y entonces podremos hablar sobre ella con más detalle.» Estaba claro que la entrevista había acabado.
A lo largo de las semanas siguientes pasé mucho tiempo tratando de encontrar esta sensación de tristeza. Aunque esta era algo que parecía influir en los pensamientos que invadían mi mente, no podía decir que la tristeza fuera los pensamientos en sí.
Además, los pensamientos eran tan intangibles que ni siquiera podía hacerme una idea de ellos viviendo en algún sitio de forma permanente. Parecía que, pensando en algunas cosas en concreto, la sensación de tristeza parecía intensificarse, pero eso no es lo que se me había pedido que hiciera. Así que comencé a examinar mi cuerpo durante la meditación (mentalmente, se entiende), recoriéndolo arriba y abajo, mientras trataba de encontrar esa cosa llamada tristeza. Se trataba de algo ilusorio, eso era seguro. Pero sin duda había un cierto tipo de sensación física que me daba la suficiente confianza para regresar y decir que la emoción de tristeza residía en el cuerpo.
«¿Entonces?, —dijo mi maestro, riéndose entre dientes, mientras me invitaba a pasar a su despacho—, ¿has encontrado lo que estabas buscando?» «Bueno, sí y no —respondí—.
No he podido encontrar la tristeza en mi mente, en los pensamientos, aunque la tristeza parece influir en mi forma de pensar.» Asintió con un movimiento de cabeza. 
«Pero he sentido que hay ciertas partes del cuerpo en las que puedo experimentarla más intensamente, donde la he sentido como algo un poco más tangible.»De nuevo, asintió con la cabeza. «El problema —continué— es que cada vez que pienso que la he encontrado, parece cambiar a una parte diferente del cuerpo.» Sonrió y asintió, confirmando mis palabras. «Sí —dijo—, es difícil estudiar algo cuando cambia constantemente de ese modo. ¿Y dónde has decidido por fin que se encuentra esa tristeza?», preguntó, alzando sus cejas. «Pienso que la siento principalmente aquí», dije, señalando mi pecho.«
¿En algún sitio más?», preguntó. «Bueno, quizá un poco aquí también»,dije, señalando en esta ocasión el área en torno al diafragma. «¿Y qué pasa con tus orejas? —preguntó riéndose—. ¿Y en los dedos de los pies? ¿Has encontrado algo de tristeza allí?» Estaba claro que se estaba divirtiendo ami costa, pero tenía razón; no había encontrado tristeza alguna en mis orejas ni en los dedos de mis pies. De hecho, creo que había descartado buscar allí. «Así que —continuó—, dices que tu tristeza vive por aquí — dijo, señalando mi pecho—, pero ¿dónde exactamente? Necesitas ser más específico. Y si vive aquí, ¿de qué tamaño es? ¿Qué forma tiene? Estúdianlo más a fondo y entonces podremos hablar de ello.»
Una vez más me marché de allí y traté de localizar la tristeza. Algo que había notado durante este tiempo de auto observación era que la intensidad del sentimiento parecía haber disminuido. No estaba seguro de si era una coincidencia o no, pero se trataba de un cambio definitivo. En cualquier caso, regresé a buscar a la tristeza, como se me había indicado. Era complicado, porque en realidad no parecía tener forma ni tamaño. En ocasiones la sentía como algo muy amplio, mientras que otras veces lo sentía como algo más comprimido. A veces parecía tener una naturaleza bastante pesada, mientras que otras veces parecía sentirla como algo más ligero. Incluso cuando pensaba que había localizado un sentimiento muy claro y definido, era difícil fijarlo en un único punto. Y en cuanto encontraba un punto central y me concentraba en él, me daba cuenta de que existía un punto aún más central. Era algo que parecía no tener fin. Lo único que no se podía ignorar era que la intensidad de la emoción continuaba decreciendo. Era innegable que, reemplazando los pensamientos por la simple consciencia del hecho, algo había sucedido, algo había cambiado. Me pregunté si se trataba de un simple truco de mi maestro, si él ya sabía que no iba a encontrar nada. Me propuse preguntárselo la próxima vez que le viera.
No sé si mi aspecto había cambiado en algo, pero en cuanto abrí la puerta, pareció conocer que mi sensación de tristeza había remitido. Le expliqué lo que había sucedido, mientras él me escuchaba pacientemente.
Cuando le sugerí que podía haber sido un truco para impedir que pensara en el tema todo el tiempo, se comenzó a reír con ganas, mientras se balanceaba hacia delante y hacia atrás en su cojín. «Un truco muy divertido —dijo—. No, no era un truco. 
Cuando viniste aquí dije que la meditación te enseñaría a permanecer más consciente, nunca dije que te ayudaría a deshacerte de las emociones desagradables. 
Simplemente sucede que cuando eres más consciente hay muy poco espacio para que esas desagradables emociones puedan operar. Por supuesto, cuando piensas en ellas todo el tiempo les estás dando mucho espacio, las estás manteniendo activas.
Pero si no piensas en ellas, tienden a perder su impulso inicial.»
«Entonces, sí que era un truco», repliqué. «¡No era ningún truco! — exclamó—. ¿Encontraste la tristeza que andabas buscando?» «Bueno, no. No exactamente», respondí. «Exactamente —dijo con una sonrisa en la cara—. No estoy diciendo que esos sentimientos existan o no, pero has encontrado por ti mismo que, cuando estudias la emoción muy de cerca,se vuelve muy difícil de encontrar. Esto es algo que debes recordar cuando te encuentres a ti mismo reaccionando de forma excesiva frente a una emoción. Cuando viniste, decías que no solo te encontrabas triste, sino también frustrado y preocupado en lo que respectaba a tu meditación. Pero esas emociones no eran nada más que tu reacción a la emoción original,convirtiendo la situación en algo aún peor. ¿Y ahora? ¿Sentiste rabia o preocupación mientras simplemente contemplabas la tristeza en un estado de atención consciente?» Respondí negando con la cabeza.
Tenía razón. No había experimentado nada de eso. A veces me había sentido frustrado por no ser capaz de encontrar lo que se supone que estaba buscando, pero no preocupado. De hecho, había empezado a sentir la necesidad de regresar a la meditación, e incluso me reí con ganas algunas veces por el hecho de que no podía encontrar eso que se suponía me estaba causando tantos problemas.
«Exactamente —me dijo de nuevo, aunque en esta ocasión con una sonrisa aún mayor en su cara—. ¿Por qué reaccionar de una forma tan virulenta cuando ni siquiera puedes encontrar un sentimiento ante el que reaccionar? Para resistirte a algo necesitas primero tener una idea de lo que se trata. A menudo, nuestra “idea” de un sentimiento es simplemente eso: una idea. Cuando lo observamos más de cerca, vemos que la idea no es realmente lo que creíamos que era. Esto convierte la resistencia en algo muy difícil. Y, sin resistencia, lo que hay es una simple aceptación de la emoción.»
No diré que el proceso fue rápido ni fácil, ni tampoco marcó el final de mis emociones desagradables. Pero la experiencia me enseñó algunas lecciones. Una de las más importantes fue que la emoción en sí misma no es la causa del problema. Es el modo es que reaccionamos a ella lo que origina el problema.
Por ejemplo, estoy enfadado y respondo con más ira,avivando las brasas, haciendo que el fuego de la cólera siga ardiendo. 
O me siento preocupado, y comienzo a sentirme preocupado por el hecho de estar preocupado. Dando un paso atrás y tomando un poco de perspectiva(algo que jamás podría haber hecho sin meditar) fui capaz de ver la emoción original tal cual era. 
Y simplemente siendo consciente de ella, fue como si hubiera tenido su «momento de gloria» y deseara continuar su camino. ¡Cuántas veces bajamos la persiana cuando surgen sentimientos desagradables, y no queremos sentirlos ni estar cerca de ellos! Pero reaccionando de este modo solo estamos dándole a la emoción una importancia mayor.
Aprendiendo a dejar que las emociones vengan y se vayan, y gracias a esa sensación subyacente de consciencia y perspectiva, no importará lo difícil de sobrellevar que sea el sentimiento: siempre estará ahí la sensación de que todo está bien, incluso en el caso de emociones muy intensas. La otra lección que aprendí fue que, en ocasiones, la «idea» de algo puede ser muy diferente de la realidad. Yo pensaba que me sentía triste, pero cuando intenté localizar esa tristeza, lo único que pude encontrar fue esa serie de pensamientos siempre cambiantes y de sensaciones físicas. Intenté encontrar una emoción permanente, y lo único que hallé fueron ideas y sensaciones físicas provocadas por el sentimiento.
http://elnuevodespertardelser.blogspot.com.es/

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