sábado, 2 de febrero de 2019

LIBRO TIERRA DE ESMERALDA.- CAPÍTULO 2: SEGUNDO AMANECER



El mundo brillaba a mí alrededor con mil chispitas centelleantes. Aquel día, no sé por qué ansia de evasión, por qué sed insaciable de saber había abandonado una vez más mi cuerpo, como quien se quita un abrigo excesivamente cálido o demasiado pesado.
¡Cinco años ya! Cinco años desde entonces, que se han deslizado hacia la inmensidad del pasado.
Parece que ningún lugar, ningún encuentro borrarán de mi memoria el instante que para mí será siempre el segundo amanecer. Durante meses viví buscando la Clave. ¡En encontrar la cerradura tardé cinco años! La cerradura del arca de las Maravillas, del baúl de las Esperanzas; la de la Puerta de un Mundo cuyo significado y valor no ignorarán quienes buscan el misterio de la Vida y de la Muerte; pero los arranques poéticos o entusiastas no lo son todo.
No quiero dirigirme a los lectores con medias palabras sino en términos sencillos y directos.
Aquel día había abandonado mi cuerpo, demasiado torpe, debajo de mí. Salir de mi envoltura de carne se había convertido, no en una huida hacia un mundo que me parecía mejor como podría pensarse sino más bien en una especie de válvula de seguridad, en un modo de beber a pleno pulmón una bocanada de aire puro y regenerador. Como siempre que me encontraba en semejante estado me sentía irresistiblemente atraído hacia arriba, hacia no sé qué cima invisible.
Finalmente decidí abandonarme a ese deseo persistente y casi incontrolable.
¿Quién sabe si un El dorado celeste no ejercía su influencia sobre mí cual un imán?
Esperaba tomar altura, contemplar la ciudad a lo sumo, desde un centenar de metros más arriba; pues ciertamente mi ascensión tenía que terminar en algún momento...
Efectivamente, tomé altura... pero simultáneamente se produjo un extraño fenómeno: mis brazos, mis piernas, todo mi cuerpo, sintieron una comezón y empezaron a centellear de forma desconocida para mí.
Mis miembros me parecieron de repente más diáfanos, menos reales, menos densos. Confieso que en ese preciso instante me invadió el miedo. ¡Durante un segundo, quizá menos! Entonces una gigantesca ola de silencio absorbió mi ser.
Una detonación muda hecha de luz blanca me envolvió. No existía nada fuera de una gran calma, una inmensa duna de suavidad, penetrante, palpable.
Todo se borró progresivamente como bajo la acción de una misteriosa goma de borrar. De aquella luz extraordinariamente blanca que aún me envolvía surgieron unas formas primero vagas, después más concretas cada vez. Finalmente llegaron a un estado de nitidez que me asombró.


Para quien ha vivido un momento semejante en este punto, lógicamente las palabras son inútiles, superfluas o del todo ineficaces.
Lo que vi entonces superaba en magnificencia a todo lo que había visto hasta ese momento. Habían terminado las mañanas grises de rutina, desaparecían las ciudades llenas de humo, las
aceras con neones lacrimosos... Un maravilloso mundo lleno de belleza y claridad desplegaba ante mí su esplendor: prados de un delicado verde, ligeramente ondulados, árboles de prodigiosa fuerza y majestad, arroyos cantarines bajo el musgo... No sabía adónde dirigir la mirada ni qué devorar con los ojos.
Me di cuenta enseguida de que incluso mi cuerpo, aunque conservaba especial luminosidad, me parecía más real que nunca.
Lo que más me embriagó en ese momento fue el aire, la luz o quizá la atmósfera del lugar.
No habría sabido cómo nombrar esa sustancia que todo lo envolvía y parecía vivir en los átomos de cada árbol y de cada brizna de hierba. Y siempre el agua, que tintineaba bajo el musgo entre algunas piedras azuladas...
Permanecí inmóvil.
Apareció ante mí un ser sin que pudiera ver de dónde venía. Avanzó hacia mí en silencio con una sonrisa en los labios y un brazo semitendido en mi dirección; luego empezó a hablar lenta, muy lentamente.
No voy a entrar en detalles sobre las palabras que pronunció para no salirme del marco de la obra; sólo reproduciré las frases fundamentales tan fielmente como lo permita mi memoria.
«No dejes que te embargue ningún miedo, ninguna inquietud. El mundo que en este instante te abre sus brazos es tan real como el que has conocido hasta el presente. Nada has de temer ni de él ni de mí. Ni él ni yo te preparamos trampa alguna. No somos fruto de tu  imaginación, no somos alucinaciones.
Desde hoy podrás venir a este mundo siempre, o casi siempre, que lo desees. Felicítate por ello, pues los conocimientos que te ofrecerá te serán de gran utilidad. En seguida vas a saber dónde te encuentras y por qué. Has de saber ante todo que tengo un deseo: cuando hayas entendido la realidad de este mundo, me gustaría que hicieras partícipes de tu experiencia a la mayor cantidad posible de seres humanos. No es una orden, sólo es un deseo cuyas razones entenderás más tarde.»
El ser se calló y me miró imperturbable, largamente con sus dos ojillos profundos.
Sólo en ese momento me fijé en lo extraño de su fisonomía. Nunca me había sido dado contemplar un rostro tan oblongo, una silueta tan esbelta ni un cuerpo tan armonioso.
Ni un solo detalle denunciaba trastorno alguno; por el contrario, toda su persona reflejaba una inagotable serenidad.
Incluso de su ropa, muy sencilla túnica y  pantalones sedosos, se desprendía idéntica impresión. Con toda seguridad se diría que formaba parte de su cuerpo. Pero lo que más chocaba era el color de su cara, de sus manos.
La piel de este singular personaje era  ligeramente azulada, extraordinariamente pálida y de gran belleza, auténtica, yo diría que sin artificio alguno.
Tras algunos instantes de silencio, vi que me hacía una seña para que me acercara más a él.
Di algunos pasos, aún aturdido por los  acontecimientos y, por muy extraño que parezca, en ese momento mi pensamiento se centraba sólo en el suelo que pisaba. No, no cabía la menor duda, lo notaba firme bajo mis pies, mi peso aplastaba realmente las briznas de hierba.
«Todo esto te asombra dijo el ser cuyo rostro azulado me atraía cada vez más.
Pero la existencia de este universo es muy natural. Lo vas a entender en seguida. Pronto te diré quién soy. Lo importante es que, ante todo, sepas dónde estás, para que al volver a tu mundo familiar, no achaques a una alucinación o a un simple sueño lo que has visto.
Quiero hablarte con palabras razonables y con la lógica más absoluta. Escúchame con atención porque es muy importante.
»Cuando, no hace mucho, los hombres descubrieron la existencia de las ondas, no sospecharon hasta qué punto acababan de dar en la yeta de una de las fuerzas más extraordinarias de la naturaleza.
Hoy, sabes muy bien, la expresión longitud de onda es en la Tierra algo corriente e incluso banal. Pero, ¿cuántos hombres sospechan lo que se esconde tras ella? Muy pocos saben, o se plantean, que todo objeto está situado en una determinada longitud de onda. Ni siquiera el cuerpo humano se libra de esta regla.
Si se habla en términos físicos no es más que un conjunto de átomos que vibran en una determinada frecuencia.
La existencia material de una cosa, su sustancia, su aspecto, son el resultado de la frecuencia en que se encuentra. Cuanto más baja sea la frecuencia de las vibraciones, más densa será la materia.
»Ten esto en cuenta y escúchame ahora con mucha atención. »El mundo en que te encuentras en este momento existe en una longitud de onda distinta de la que corresponde a la Tierra que conoces. Los átomos, las partículas de vida o energía que la componen vibran de acuerdo con una frecuencia infinitamente superior a la de tu universo cotidiano.
Por esta razón el lugar en el que ambos estamos ahora queda absolutamente fuera del alcance de los cinco sentidos del hombre común. Si no te parece convincente o explícito, trasládate a lo que se llama un cuadro de vibraciones y comprenderás fácilmente cómo, al aumentar el número de vibraciones por segundo, un sonido sencillo se convierte en un ultrasonido, en infrarrojo, en ultravioleta, en rayos X, rayos gamma y, finalmente, en rayos cósmicos.
Si te parece difícil recordar toda la secuencia, tranquilízate pues encontrarás sin dificultad obras científicas por todos.
»Este mundo, nunca te lo repetiré bastante, es tan real como aquel en el que has vivido hasta el presente.
»Sé que te preguntas cómo has podido llegar hasta aquí. Sencillamente por las mismas leyes que acabo de explicarte: has modificado momentáneamente la estructura vibratoria de cierta parte de tu cuerpo.
Claro es que tu voluntad consciente no ha intervenido para nada hoy; la mía ha actuado en su lugar forzándote a introducirte en este universo. Es una pequeña violencia que creo me perdonarás fácilmente.»
Al decir estas palabras, el hombre de la cara extrañamente oblonga empezó a sonreír y creo que le correspondí con idéntica señal de confianza y amistad. Soy consciente al escribir estas líneas de que, al vivir esta experiencia y este encuentro por lo menos desconcertantes, hubiera podido haber sentido un pánico repentino.
Mas la presencia del ser desconocido anuló todo tipo de temor, pues casi instantáneamente experimenté un extraordinario calor humano que de él emanaba.
Nuevamente se calló y me miró con insistencia con una mirada que me pareció un tanto divertida. Entonces tuve ganas de hablarle por primera vez y de decirle: «Y usted, en definitiva, ¿quién es y de dónde viene?».
«Aún no ha llegado el momento; ten paciencia y sigue escuchándome.» El ser acababa de  contestarme. Había leído mis pensamientos aun antes de que hubiera podido formularlos. Pero entonces, ¿en qué mundo estaba para que cada ser, cada cosa, cada palabra adquirieran ese aspecto turbador?
Reía, reía con carcajadas suaves y profundas. Los pensamientos se agitaban dentro de mí, desordenados, y yo sabía que él los oía y entendía en todos sus detalles.
«Telepatía... porque, ¿sabes qué es la telepatía?... quiero decir que has oído hablar de ella.., bueno ¡ahora lo sabes! Desde que estás aquí, te encuentras tan absorto en tus pensamientos que ni te has dado cuenta de que mis labios no se han entreabierto ni una sola vez.»
Decía bien, su boca permanecía cerrada y, sin embargo, todas sus palabras me golpeaban con fuerza y persuasión.
Entendemos que el lector que nunca se haya encontrado frente a semejante problema pueda encontrar fantasiosa esta narración. Si bien alguna de las descripciones o explicaciones de esta obra dan a veces la impresión de estar sacadas de un cuento de hadas o de una novela de ciencia ficción, no son, sin embargo, fruto de la imaginación de los autores.
Nuestra única preocupación es describir los hechos tal y como los vivimos uno tras otro y, además, simultáneamente, como ahora sabemos que son. ¿Deberíamos sobre pretexto de una mayor credibilidad deformar o afear un universo cuyo único error sea el de no ser accesible a nuestros cinco sentidos?
Los rayos X ¿no serían tan sólo una hermosa idea de soñador si no fuera posible aprehenderlos mediante un instrumento de gabinete médico?
¿Es honrado pensar que un fenómeno natural no es real pretextando que aun no se está en condiciones de observarlo científicamente y de demostrarlo?
El fenómeno existe y ha existido siempre; no éramos capaces de verlo, eso es todo.
Si juzgamos por la Historia, los seres a los que la civilización y la ciencia deben el progreso, fueron siempre los que entendieron la realidad de los hechos ignorados o rechazados por heterodoxos, considerados desde el punto de vista de los conocimientos tradicionales.
Mi conversación con el ser del rostro azul continuó durante un lapso bastante prolongado.
Digo conversación cuando, en verdad, se trataba más bien de un monólogo, pues mi actividad se reducía fundamentalmente a hacer que funcionaran un par de ojos y un par de orejas.
«La telepatía es el lenguaje usual en este mundo», dijo suavemente mi interlocutor.
»Y te darás cuenta de que mi expresión “lenguaje” es totalmente errónea pues para comunicarme contigo, o con cualquier otro ser de este lugar, no utilizo la lengua.
Aquí transmitimos todos nuestros pensamientos de cerebro a cerebro, o de espíritu a espíritu, como quieras decirlo. Las ondas emitidas por el cerebro humano, que hoy se estudian seriamente en la Tierra, aquí están más que centuplicadas y por eso las utilizamos con toda naturalidad.
»Si te fijas bien en el modo en que me he comunicado contigo, te darás cuenta de que realmente no utilizo palabras sino ideas muy concretas y, algunas veces, imágenes. Tan sólo tu intelecto traduce automáticamente estas ideas e imágenes en palabras.»
El ser se interrumpió y me llevó algo más lejos. Hoy comprendo que con ello quería probarme la calidad totalmente tangible del lugar en que estábamos. Aquel día me hizo dar lo que fueron mis primeros pasos por ese mundo.
Primeros pasos, claro es, que nunca se borrarán de mi memoria.
Extraña impresión la de moverse en un lugar en el que cada planta, cada árbol, parecen mirarnos con intensidad. Me llamó la atención y aún nos sigue hoy pasando a mi compañera y a mí la gama extraordinariamente amplia de colores que componen ese universo.
Hacer una relación del número de tonalidades sería complejo y sin duda, difícil. El ojo percibe allí matices que no se pueden concebir en la Tierra.
A lo largo de los años hemos expuesto distintas ideas sobre el número de colores que componen la paleta básica. Al escribir estos renglones, igual que antes, no podemos ser categóricos en lo que a esto concierne.
Allí el prisma no descompone la luz pura en siete colores, sino, más bien, en doce.
« ¿Cuáles son los cinco tonos suplementarios?», se preguntarán ustedes. Confieso nuestra total imposibilidad de describirlos.
No conozco ninguna palabra que pueda expresarlos, ni siquiera de modo aproximado. Esto no debe sorprender demasiado al lector. Sin duda no ignora que hay en la Tierra pueblos o tribus con percepciones visuales muy distintas de las nuestras en lo que al número de los colores básicos se refiere.
«Estás en el universo astral me dijo el ser que me servía de guía. Al menos así lo ha bautizado esa minoría de hombres que, en la Tierra, conoce su existencia. El cuerpo que utilizas no es sino tu cuerpo astral; es un doble exacto, la réplica si lo prefieres, de tu cuerpo carnal.
Te diste cuenta, me imagino, cuando fuiste consciente por primera vez, de los detalles del desdoblamiento. Si me detengo en este punto es porque, por regla general, las cosas no ocurren con la misma precisión en todos los individuos. La visión que cada cual puede tener del mundo astral casi no cambia en las primeras experiencias.
Lo que en cambio puede variar es la visión que tiene cada uno de su propio cuerpo astral.
»Por tu parte has podido ver tus miembros con toda claridad y muy rápidamente. Esto es una excepción, pues en la mayoría de los casos el ser desdoblado no percibe de su cuerpo astral más que una vaga nube luminosa de forma ovoide. A lo largo de los días entenderás por qué tuviste la suerte de escapar a esta regla.
Para que entiendas los fenómenos que en este mundo vas a encontrar, es indispensable que reflexiones sobre el camino que has recorrido, fase por fase, hasta llegar aquí.
»No dijo mirando a otro lado. Mira más atrás, hasta el primer descubrimiento de tu cuerpo luminoso... ¿No te das cuenta de que todo se desarrolló en dos períodos? En el primero conociste tu cuerpo astral y las posibilidades que te brindaba. Lo único que te ofrecía era una visión distinta de la Tierra. La atmósfera formada
por mil partículas de luz en la que entonces te movías, era sólo el umbral del universo que hoy has conocido.
Esta atmósfera constituye por sí misma un mundo, es el intermedio, la vía de acceso entre la Tierra y este lugar para llegar hasta mí; y aquí comienza el segundo período de tu experiencia; fue necesaria por tu parte una nueva intervención sobre ti mismo. Tu cuerpo luminoso no vibra aquí con las mismas ondas, estoy seguro de que lo has notado.»
Efectivamente, mis percepciones eran más nítidas, más agudas que nunca. Posiblemente sin la presencia de mi misterioso guía me hubiera dejado llevar hacia ideas más bucólicas.
De las descripciones que se hagan a lo largo del libro sobre el universo astral, el lector retendrá, sobre todo, las impresiones de tipo visual. La gran belleza de este mundo lo justifica de manera plena, pero lamentablemente, va en detrimento de los detalles auditivos.
El oído astral es incomparablemente más fino que su doble carnal.
Una vez más, nos faltan las palabras para hacer una comparación adecuada.
Imaginaos por un momento que habéis vivido en una habitación insonorizada como algunas cabinas telefónicas.
Todos los ruidos están amortiguados, casi eliminados, pero no podéis daros cuenta porque, hasta ese momento, sólo habéis conocido esa habitación en la que se enmarca vuestra vida.
Suponed que una de las paredes de la habitación cede ante una presión cualquiera; inmediatamente os asaltarán los más diversos ruidos que os asombrarán tanto más cuanto que nunca habíais sospechado su existencia.
Se os revelará todo un mundo de impresiones auditivas. Quizá sea éste el ejemplo que mejor pueda ilustrar, analógicamente, la diferencia que existe entre las posibilidades de percepción del oído terrestre y del astral.
No es preciso decir que un cuerpo que deja lo astral para reintegrarse a su cuerpo carnal experimenta con frecuencia la desagradable sensación que ciertamente desaparece en seguida de sufrir una brutal sordera.
Yo mismo lo he experimentado en numerosas ocasiones...
Mientras me invadían infinitos placeres de orden estético, el extraño ser que me había recibido me invitó a seguirlo hasta un lugar que, según él, podría satisfacer mi curiosidad.
El paisaje parecía cambiar continuamente a nuestro alrededor. Pasábamos por montes con prados suavemente ondulados, por bosques profundos, hasta los campos en flor. Asombro y admiración son las dos palabras que nacen al instante de mi pluma al recordar aquellos momentos. No sabría decir cuánto tiempo caminamos.
El tiempo carecía de importancia. Creo que terminé por olvidarme de que, en algún lugar de la Tierra, había un cuerpo carnal abandonado cuyo corazón aún latía y me estaba esperando. Me subyugaba de forma especial la gran belleza de las flores que desplegaban sus cálices por todas partes. Nunca había podido contemplar vegetales que lucieran colores tan delicados, formas tan elegantes.
«No, no es el Edén... no estás allí, ¡decididamente no!», dijo mi guía sonriendo.
No lograba acostumbrarme a la forma en que se dirigía a mí. El acento de su voz resonaba en mi interior como si un minúsculo micrófono estuviera situado en el centro de mi cabeza.
«Ya es hora de que sepas qué es este mundo, es decir, a qué corresponde.» El ser había disminuido la marcha y caminaba a mi lado. «Este universo no es otra cosa que la morada del cuerpo astral. Lo que viviste en la Tierra cuando te desdoblabas voluntariamente es exactamente la experiencia de la muerte. Cuando un hombre abandona definitivamente la vida terrestre, no nota nada más que lo que tú has vivido. De modo que, ya lo ves, el cuerpo astral, este doble luminoso superpuesto al cuerpo carnal, que se desprende de él en el momento oportuno, es sencillamente eso que todas las religiones llaman alma.
Pero llámalo como quieras.
»Desde un punto de vista meramente físico, el cuerpo astral es comparable a una onda de energía continua cuyo fin es animar las células nerviosas. Esta energía contiene en sí misma la inteligencia., así como la facultad que todo individuo posee de su propia con ciencia.
»¿Entiendes por qué no has perdido nunca tu plena conciencia, tu juicio ni nada de lo que conforma tu personalidad al dejar tu cuerpo carnal?»
«Sí», respondí con timidez.
Sin embargo, yo no atendía demasiado a lo que me estaba diciendo.
Me molestaba un pensamiento que continuamente salía a relucir. Terminé por confesarlo, iniciando así mis primeras comunicaciones telepáticas voluntarias.
«Si consigo reunirme con mi cuerpo ¿cómo podré recordar todo lo que me enseñas o, sencillamente, todo lo que aquí veo?»
La simpleza de mi pregunta pareció encantar a mi guía.
«Tu conciencia, tu entendimiento y tu voluntad ¿no están aquí?, ¿no te das cuenta de que por si solos forman un cuerpo? Estos miembros que aquí te pertenecen ¿no te parecen tan reales como los que abandonaste?
Realmente es preciso que entiendas que eres más tú mismo en el estado astral que cuando estás en la tierra con tu materia sólida.
Tu esqueleto, tus músculos de carne, son sólo un vehículo para el cuerpo que aquí eres, un medio para adquirir cierto tipo de experiencias. Tu cuerpo astral es energía en estado casi puro y muy concentrado. Tu memoria, tu voluntad, tu razón, todas tus facultades están en este cuerpo y no en la carne. Así pues, no tengas temor alguno. Si lo deseas, podrás relatar fácilmente todo lo que has visto y aprendido en tu contacto con este mundo.
En cuanto a la vuelta a tu cuerpo terrestre, será fácil. Yo te diré con exactitud lo que tienes que hacer cuando llegue el momento. Concentra tu atención porque lo que vas a ver ahora tendrá gran belleza y será rico en enseñanzas.»
Nos acercábamos a un grupo de árboles de imponentes troncos y ramas llenas de follaje. Cuando los rodeamos, se ofreció ante mí un espectáculo inesperado. Mi extraño guía me señaló con la mano, para darme a entender que debíamos detenernos.
Allí había reunida una decena de seres en las más diversas posturas, situados alrededor de un punto que yo no podía distinguir y que parecía estar en medio del círculo que formaban.
Me chocó la variedad de sus vestidos; una chica con traje de campesina, largo y amplio, parecía vestir a la moda del siglo pasado. Sus vecinos llevaban ropas que me parecieron más recientes, aunque bastante curiosas, no sé por qué; quizá por su textura o, sencillamente, por su color. Sólo un hombre, que me pareció de unos cincuenta años, estaba casi desnudo. Un tejido de color azul envolviéndole los riñones le servía de taparrabos.
No brotaba de esos seres ninguna palabra, ningún sonido. Todos ellos parecían absortos en un misterioso trabajo. Algunos, con los ojos cerrados, tenían el aspecto de aquellos a quienes la concentración o la meditación acaba por hacer impenetrables.
Todo era serenidad. La naturaleza, exuberante, luminosa y protectora, la profunda calma de estos hombres y mujeres, todo inducía al silencio.
Yo ignoraba el significado de aquella reunión singular. Instintivamente comprendí que mi guía deseaba que me contentase con mirar sin hacer preguntas. Mi espera fue corta. A ras del suelo, en el centro del círculo, surgieron, no sé de dónde, minúsculas chispas blancas. De hecho, me pareció que nacían del mismo centro de la atmósfera, o de la luz extraordinariamente viva, casi palpable, que inunda y alimenta todo este universo. Las chispas se hicieron cada vez más blancas y luego su brillo se empañó ligeramente. De repente, desaparecieron. Por fin me di cuenta de que habían dado lugar a una nube azulada, ovoidal, que se perfilaba progresivamente. Se diría una gran bocanada de humo de cigarrillo en vías de solidificación. Entonces la forma pareció dispersarse.
A partir de ese momento, comprendí que ocurría algo extraordinario. Desde el suelo se desprendía lentamente de la forma brumosa una silueta humana. Otra vez aparecieron algunas chispitas blancas que dieron la impresión de irse cuajando. Ahora podía distinguir con precisión una cara y unos miembros humanos; después aparecieron el busto y el abdomen. Acababa de aparecer ante mis ojos un cuerpo humano completo, desnudo como en el momento de nacer o morir. No era el cuerpo de un niño ni mucho menos. Era el cuerpo gastado y descarnado de una anciana. Yo miraba sus labios que esbozaban una sonrisa ligera y sus ojos que se abrían con esfuerzo, como si acabara de despertar de un largo sueño. Pronunció suavemente una palabra, lanzó una tímida exclamación que no oí con claridad, luego, con gesto de autómata, se tocó la cara con la mano.
Me sentí conmovido sin saber por qué. Había algo punzante, cierto hechizo en el espectáculo de esa anciana que parecía nacer de la nada o del infinito. Los seres que la rodeaban habían abandonado su mutismo y se apiñaban a su alrededor.
Con gozo contenido y mil precauciones la levantaron y la tomaron por debajo de los brazos. Yo los oía decir: «Anda... Anda...».
No me quedó grabado el nombre en la memoria, pero supuse que se trataba de un nombre de pila. Entonces me volví hacia mi guía y, ya fuera a causa de mi mirada interrogativa o mis efervescentes pensamientos, dijo:
«Acabas de asistir a un nacimiento... ya debes sospechar que este mundo es el que acoge a los seres humanos tras la muerte de su carne. Para llegar hasta aquí esta anciana ha tomado un camino idéntico al tuyo. La única diferencia es que ella ha dejado para siempre su viejo ropaje de huesos y carne. Ha roto las ligaduras que la unían con él. En tu próximo desdoblamiento, cuando aún estés flotando sobre tu cuerpo, fíjate en una especie de cordón umbilical que une tu cuerpo astral a tu cuerpo físico. Ese cordón aparecerá ante tu vista como una delgada cinta plateada. Es lo que los iniciados han llamado siempre el cordón de plata.
Es un lazo infinitamente extensible que durante la vida terrestre mantiene en contacto permanente el cuerpo de luz y el de materia sólida. Solamente la muerte física por accidente, enfermedad o vejez logra romperlo. Has de saber que el momento de la ruptura es para todo ser, sin ninguna distinción, el de la liberación del alma, el de la Energía animadora.»
El hombre de la cara azul continuó señalándome Con la mano el pequeño grupo que manifestaba un gozo tranquilo y profundo:
«Es el momento del reencuentro. Esa anciana está atendida por los miembros de su familia y por sus amigos más íntimos muertos antes que ella en la Tierra. Su recogimiento de hace un momento era sólo señal de su trabajo.
Han utilizado el poder del pensamiento en este mundo infinitamente grande, para guiar al cuerpo astral de la difunta desde la Tierra hasta ellos.
»La narración de este hecho hará reír, sin duda, a muchos. Sin embargo, no hay en este fenómeno nada más que la estricta aplicación de las leyes naturales. Vosotros los humanos, ponéis muchas limitaciones a la naturaleza. Dejaos llevar con más frecuencia a la observación de las cosas y de los hechos. Vuestras probetas no lo pueden resolver todo, no pueden cuantificarlo todo. Practicad el estudio analógico y la naturaleza se ofrecerá a vosotros mil veces más hermosa y más rica.»
El ser había dicho estas palabras mirando el horizonte, con el ánimo aparentemente absorto en un pensamiento que yo no podía descubrir.
«¡Los cambios están próximos! exclamó enigmáticamente. Sígueme, porque no sabes nada sobre las posibilidades de este lugar. Alrededor de cada planeta, de cada una de las esferas del espacio, hay un mundo como éste. Sabrás que aquí estás en el doble de la Tierra, en lo que corresponde a su cuerpo astral. Es una zona que se extiende a lo largo de miles de kilómetros sobre la corteza terrestre.»
Lanzó una gran carcajada:
«Sin embargo, ¡ningún cohete entrará aquí! Es una cuestión de vibraciones. ¿Lo entiendes ahora?
»Cambiar la estructura atómica propia, librar al ser íntimo de la materia sólida; ahí está el problema»
Habíamos reanudado nuestro camino y, a medida que avanzábamos el paisaje cambiaba por completo. El perfume de los árboles y de los vegetales ya no era el mismo.
Toda la naturaleza, ya prodigiosamente rica hasta aquí, se manifestaba aun más exuberante. Una verdadera jungla, de la que emergían aquí y allá rocas rojas recortadas, se iba imponiendo de forma progresiva. Las hojas, las flores, alcanzaban un tamaño difícil de imaginar.
«Es hermoso, casi demasiado hermoso.» No podía dejar de pensar en eso.
¿Será posible que uno u otro día este lugar termine por acogernos a todos? ¿No estaría sencillamente soñando algo maravilloso o era quizás el juguete de un hábil hipnotizador?
Estas preguntas que aún tenía derecho a plantearme, hoy ya carecen totalmente de sentido para mí. La plena lucidez con que siempre he realizado mis viajes al astral, la solidez de las impresiones, el interés de las conversaciones que allí he escuchado siempre, son otras tantas de las razones que motivan esta obra.
Me había detenido unos minutos para admirar una inmensa hoja delicadamente recortada, que cruzaba la especie de sendero que recorríamos a través de la exuberante naturaleza.
Creo poder afirmar que, por la parte más ancha, alcanzaba con holgura los ochenta centímetros; en cuanto a su longitud, superaba el metro cincuenta. Sonrío al escribir estas líneas: hablar de centímetros y metros es por demás inadecuado. Realmente me parece ridículo.
El lector entenderá que estos términos se usan sólo para dar una idea de la escala que alcanzan algunos tipos de vegetación astral.
En cuanto al tejido vegetal, ofrece calidades que en la Tierra están reservadas a las plantas sensitivas. Un vegetal astral cualquiera aparece, en general, como dotado de percepción y voluntad. Altas hierbas, anchas hojas, lianas, se apartaban por sí mismas de nuestro camino procurándonos de esta forma una vía natural.
El universo astral está dotado de vida hasta en su componente más ínfimo. ¡En el mundo del alma, no os acogen las plantas, no son las flores las que os saludan al pasar! Juraríais que millones de seres habitan en ellas y os siguen con la mirada.
La luminosidad y los colores de la vegetación astral cortan la respiración. La enorme hoja ante la cual me detuve aquel día era de un espléndido verde esmeralda, con una fluorescencia interna.
Mi guía me esperaba a cierta distancia, impasible y benévolo. Me uní en seguida a él y caminamos nuevamente juntos. Volaron pájaros grandes sobre nuestras cabezas; eran los primeros animales que veía en ese mundo.
El ser de la cara azul pronunció una frase que ya había sonado en mis oídos: «Cuando hayas entendido bien la realidad de este mundo, quiero que hagas partícipes de tu experiencia al mayor número de hombres posible».
Lo miré y clavó sus ojos en los míos. Yo estaba estupefacto ante su petición.
« ¿Hacer partícipes? ¡Me tomarán por loco!»
No contestó a mi exclamación, que era una pregunta. Simplemente añadió:
«Tú has de tomar la decisión de hacerlo o no hacerlo. Cuando hayas vuelto a tu universo cotidiano comprenderás mejor el alcance de mi petición y el por qué de la misma.
No volveremos a vernos hasta dentro de tres meses de existencia terrestre. Tendrás tiempo suficiente para estudiar los pros y los contras de mi petición y para buscar el camino dentro de ti mismo.
»Hace 2. 500 años, podría decir igualmente hace 5. 000, todos los hombres sabían que su cuerpo carnal estaba animado por una forma de energía que llamaban “alma”; es inútil decir que hoy ya no ocurre lo mismo. Los descubrimientos científicos de los últimos cuatro siglos, si bien útiles y necesarios, mataron en muchos de tus
semejantes hasta la noción misma del alma.
Esto es al mismo tiempo un bien y un mal. Mal porque el universo material ofrece con excesiva frecuencia la ilusión de y de representar la realidad total y una palabra, porque limita obligatoriamente.»
Mi guía empezó a explicarme que la destrucción progresiva de la noción de alma empezó en Occidente con el siglo XV es decir, con lo que comúnmente se llama Renacimiento, cuya primera manifestación fue la glorificación del cuerpo tal y como lo demuestra el arte de la época.
Me sorprendió oírle hablar con tanta precisión de sucesos históricos de la Tierra. ¿Cómo era posible que en un mundo tan alejado de nuestras preocupaciones, hubiera un ser, y quizá más de uno, tan al corriente de nuestras preguntas y de nuestro pasado? Ésta es una de las preguntas que el lector puede plantearse legítimamente.
«El universo astral en el que ahora estamos es el que corresponde a la Tierra, no lo olvides dijo el hombre de rostro azulado adelantándose a mi pregunta. Son rigurosamente paralelos. Todo lo que ocurre en la Tierra tiene aquí repercusiones y, viceversa, todo lo que se organiza en lo astral tiene su aplicación en la Tierra.
Entenderás todo esto mejor a lo largo de los contactos que vayas teniendo conmigo.
»De momento quiero enseñarte el aspecto de la energía casi virgen que forma este mundo y el modo en que algunos la utilizan.
»Pensadores e investigadores de todo tipo se han preguntado frecuentemente sobre la noción de este don."
¿Hay dones?, se preguntan. ¿Existen individuos privilegiados que nacen con capacidades más desarrolladas que otros? ¿Que papel juegan la herencia, la educación o el ambiente social en este terreno?
»Si en este momento estuvieran a nuestro lado, puedo asegurarte que sus investigaciones llegarían a término.
Abre los ojos de par en par pues lo que vas a ver es casi tan fundamental como lo que hasta aquí has visto.»
Llegábamos cerca de un bloque de rocas de unos cien metros de altura. De forma esporádica veía la cima roja que surgía entre el verde brillante de la jungla.
Avanzábamos rápidamente. Ambos callamos cuando el sonido cantarín de una cascada llegó a nuestros oídos. De inmediato, llegamos al pie de una roca de color rojo.
Estaba subyugado por la majestad del pico de silueta dentada que se levantaba justo en medio de una infinita invasión vegetal. A ras del suelo brotaba de la roca una cinta de agua viva que iba a perderse en cascada algunos metros más abajo en un remanso musgoso.
Entendemos que podáis sonreír leyendo tal descripción. Sin duda alguna os parecerá salida de un escenario de sesgo hollywoodense. ¿Qué podemos hacer nosotros? No vamos a decidir borrar la mágica belleza de un escenario, que sabemos auténtico por haberlo vivido, para resultar gratos a ciertas personas para quienes lo
mediocre o lo feo se ha convertido en el único criterio de credibilidad.
Había un ser de pie a cierta distancia del manantial saltarín.
Cautivado por el encantador aspecto del lugar, no lo había advertido. Mi guía fue quien me indicó con un dedo su presencia. «Ese ser, como todos los de este mundo, es una entidad desencarnada», dijo de repente. Acababa de pronunciar la palabra entidad. Palabra que me pareció, en efecto, bastante adecuada para los habitantes del universo astral que había podido observar hasta el momento. Había un no sé qué de luminoso y turbador asociado a cada criatura de este universo que hacía que la expresión entidad desencarnada pudiera aplicársele con toda justicia. No pude evitar intervenir tontamente:
«Has dicho desencarnada, sin embargo posee un cuerpo...»
«Un cuerpo, ¡pero no de carne! Un cuerpo de energía sutil, luminosa. El mundo astral, así como todo lo que él contiene, no es un universo material, no obstante es un universo que se puede calificar de físico. Representa el molde, el modelo de su doble material.
»Aunque es invisible para ese doble, le suministra continuamente una abundante energía. Esta onda impalpable es la que mantiene y desarrolla en la Tierra lo que se llama Vida.»
El ser cuya presencia acababa de señalarnos el guía estaba singularmente atareado. Vestido sencillamente con unas calzas de color claro, permanecía en pie como si estuviera ante una pantalla invisible. De vez en cuando entre dos concentraciones y ayudándose con uno u otro brazo, dibujaba una elipse en torno a sí.
A veces sus gestos lentos se animaban con cierto frenesí. Ejecutaba una especie de danza de ritmo matizado, como el director de una orquesta sinfónica.
«Mira atentamente lo que cogen sus manos en cada Uno de esos movimientos acompasados...»
Entonces vi el aire, la atmósfera o la sustancia que nos envuelve a todos, cuajarse en la punta de los dedos de la entidad en forma de bolas de luz de cien distintos matices.
Digo cuajarse y no se trata de una imagen: tras cada uno de sus gestos, el misterioso ser de las calzas parecía extraer del espectro solar pequeñas masas de colores vivos que fijaba con un rápido movimiento sobre una superficie vertical, lisa, invisible, que me pareció estaba como a un metro largo de él. Con una destreza y una rapidez prodigiosa, creó de esta forma una especie de pintura no figurativa asombrosamente brillante, en la que se mezclaban con fortuna los tonos más inesperados.
Mi guía, sin esperar más, se creyó en el deber de explicarme el fenómeno: ¡acabábamos de asistir a una sesión de pintura astral! El ser al que vimos trabajar era, ni más ni menos, que un pintor.
El estilo de colores yuxtapuestos al que yo no conseguía encontrar significado, era, dijo, del todo figurativo.
Tan sólo me velaba el significado la falta de costumbre de las realidades de ese mundo.
«Intenta entenderlo; existen entre ese hombre desencarnado y tú tantas diferencias en cuanto a percepción, como entre un gato y tú.
No es cuestión de superioridad ni de inferioridad. El hecho es que no podéis poseer el sentido de las mismas realidades, de las mismas abstracciones.
»El gato vive en un universo gatuno con su propia lógica y mentalidad, sus sentidos le proporcionan una visión única del mundo.
Este ser, como todos los que aquí viven, tiene su forma personal, completamente astral, de percibir la realidad. Si hubieras dejado el mundo carnal definitivamente, tus percepciones serían idénticas a las suyas. No lo olvides, estás entre las entidades astrales, pero no con ellas.
Tu cuerpo luminoso vibra todavía con una frecuencia distinta de la de ellos.
No estás presente ante sus ojos, esto explica su total indiferencia ante tu proximidad.»
El hombre del rostro azul me expuso de manera muy técnica los procedimientos pictóricos utilizados por el ser que seguía ante nosotros y que daba fin a su obra. Mi memoria ha retenido muy pocas cosas, demasiado pocas para permitirme plasmarlas sobre el papel. Sabed sólo que afirmó que la luz astral, o del reino de
ultratumba, es una sustancia en todos los sentidos de la palabra.
Esta sustancia esta dotada de intensa vida y se compone de átomos que son los arquetipos de los que conforman nuestro universo físico.
El pintor astral trabaja en su creación directamente con estas partículas de vida. Su obra no tiene ninguna fijación: los colores
seleccionados se mueven continuamente sobre el lienzo. De este modo, el artista ilustra las privilegiadas relaciones que mantiene el cuerpo astral con la naturaleza sublimada de este lugar.
« ¡Armonía! Si hay una impresión que deseo que conserves de nuestro encuentro, es la de la armonía. Hace poco tiempo que me has conocido conscientemente y, a pesar de eso, me he esforzado ya por enseñarte muchas cosas; quizá demasiadas. Si tu memoria no consigue conservar el recuerdo total de tu experiencia, conserva en tu corazón la imagen armónica de este lugar, pues la unión con la naturaleza, con todo el cosmos, es lo que más les falta a los hombres de la Tierra.
»Hoy es para ti el alba de un nuevo día.
La experiencia que vives está reservada a pocos hombres de los que aun pertenecen a la materia densa.»
El hombre de los profundos ojillos, de cara azul, el hombre de presencia tranquilizadora y de palabras cálidas, hizo una pausa. Se puso a escrutar no sé qué en el fondo de mí, después echó una ojeada a mi alma. Me la leyó de la primera a la última letra y volvió a formular su petición:
«Quiero que cuentes todos los hechos, todos; tantos como seas capaz, por tanto tiempo como puedas, escribe, escribe con tu mujer. Pronto haré que ella me conozca. El mundo de los hombres tiene mucha necesidad de certidumbres. Ya no entiende ni su vida ni su finalidad. Que entienda que la muerte no es la muerte. Esa lección le enseñará lo que es.
Ante todo no des una respuesta inmediatamente. Tu decisión, sea cual fuere, debe ser muy meditada. Si el trabajo se realiza, si das testimonio, será acompañado por tu mujer.
Ella, como tú, asentará en este lugar su cuerpo luminoso. De este modo, la erudición del uno se añadirá a la capacidad del otro.
»Ves, el gran motor que activa el universo es como una reserva de energía con dos polos opuestos, pero complementarios. La comunión de vuestros esfuerzos es la idónea para actuar como este modelo.
»Os movéis en una época que se alimenta de la prensa. Ofrecedle los dos un reportaje, una historia vívida, escrita con sencillez, un testimonio para todos.»
Mi guía dio algunos pasos y se sentó sobre la hierba. Su mirada no se separaba de mí; iluminaba mi receptividad, mi admiración, mi inquietud.
En estas circunstancias recibí las últimas palabras, por ese día, del ser que había de iniciarnos en un universo extraño.
«Vas a reintegrarte a tu cuerpo; ya es hora. Sonríe a tu envoltura carnal, porque la sonrisa es su más simple remedio.»
Vi cómo mi guía hacía una señal con la mano, una señal que no entendí, pero que recibí como un regalo.
Entonces cayó sobre mí una onda de calor, un huracán de luz me cegó; me pareció que caía al fondo de un precipicio, pero sabía que sólo caía en el fondo de mí mismo. El techo de mi habitación estaba allí arriba, entre la niebla de mis párpados que se movían a gran velocidad. Me dolía la cabeza y los miembros no querían
obedecerme.
¿Cuál sería mi reacción ante todo esto? Las horas, los días que siguieron a mi «vuelta» fueron dolorosos. Vivía momentos de exaltación, luego de abatimiento. Me decía que tal vez poseía una de las pruebas de la inmortalidad del alma, que era algo maravilloso. Después me ganaba cierta repulsa y nacía el desaliento.
De todos modos, ¿quién iba a creerme? Me tomarían irremediablemente por un iluminado, en el mal sentido de la palabra... Tal y como me dio a entender quien me había servido de guía, necesité algunos meses para aceptar finalmente lo que se me pedía, lo que se nos pedía.
Mi mujer aceptaba sin recelos todo lo que yo vivía y mis renovadas tentativas en la experiencia. Tal como yo suponía, empezó a practicar el viaje astral. Al hacerlo, reforzó mi convicción. No, no había soñado, también ella experimentaba sensaciones idénticas a las mías; traía de sus salidas detalles que yo no le había contado. En esa época nos dimos cuenta ambos de que nuestro encuentro, en cierto modo, había sido teledirigido o previsto por una voluntad superior. De acuerdo con la expresión consagrada, teníamos que ser ella y Yo.

¿Mediante qué rodeos del Destino se habían encontrado nuestros dos seres dotados de idénticas capacidades naturales?

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