jueves, 7 de marzo de 2019

LIBRO TIERRA DE ESMERALDA.- CAPÍTULO: 9 LOS SIETE SABIOS


Se desgranaban los días, las semanas y los meses mientras anotábamos meticulosamente los detalles de cada una de nuestras salidas astrales.
Entre nuestro guía y nosotros se estableció de forma progresiva una especie de complicidad amistosa. Nos parecía conocerle desde hacía miles y miles de años, tan manifiestos eran su trato y su presencia. Todo ocurría como si, tras más de un cuarto de siglo terrestre, encontrásemos a un amigo de mucho, muchísimo tiempo. Según él, esto era así: lo que nos pareció un primer encuentro en el astral era tan solo un reencuentro...
Antes de continuar, y ya que en esta obra se trata de contactos establecidos con un mundo que no es el nuestro, por lo menos no el de nuestra diaria existencia, queremos hacer una observación muy especial. El tipo de experiencia que relatamos no tiene nada en común con las manifestaciones espiritistas; que no se confundan.

Ninguno de los autores tiene dotes de médium; si las tuviéramos seríamos muy prudentes pues
quienes hayan estudiado el tema, aunque sea por encima, saben que los contactos espiritistas se tienen que relatar e interpretar con muchísimo cuidado. Nuestra gestión es totalmente distinta de la del médium.
Para recibir información sobre otro tipo de universo no nos situamos en una posición pasiva. Vamos por delante de estas informaciones y de ese universo.
Deseamos que no entiendan mal el sentido de nuestras palabras los médiums y espiritistas. No denotan desprecio, sólo desean evitar confusiones.
Cada cual tiene en este mundo su sitio y su papel y todo quehacer tiene su razón de ser.



Por nuestra parte, continuamos con nuestro testimonio tan fielmente como nos sea posible. Cada cual sacará de él lo que le parezca valioso. La práctica del desdoblamiento astral, si bien no es deseable para la mayoría de los hombres a causa de ciertos riesgos físicos y psíquicos, ofrece, a quien empieza a dominarla, una visión diferente de la existencia y de sus múltiples facetas.
Ya no se ve la Tierra como un punto primordial y privilegiado suspendido en el sistema solar. No se la considera sólo un punto de interrogación, sino una especie de nota en un gigantesco pentagrama musical a escala cósmica. Una nota que depende de las demás y de la que a su vez dependen las otras para formar una melodía coherente y armoniosa.
Nuestras experiencias nos hicieron entender que el universo del alma se compone de cierto número de moradas, en el más amplio sentido de la palabra, reservadas a los cuerpos astrales según su grado de evolución a las realidades supraterrestres.
Ésta es la narración de uno de esos viajes al astral que, a nuestros ojos, adquirió gran importancia porque ocurrió en lo que se llama astral superior.
Ojalá el lector pueda sumergirse en las líneas que siguen, convencido de que en esto, como en todo el resto de nuestro testimonio, no hay nada novelado ni adornado por ningún motivo.
Aquel día, a los ojos de nuestra alma apareció una playa; una de esas playas que sólo se encuentran ya en algunas islas del Pacífico.
Pero que nos perdonen la comparación. ¡Cómo establecer una comparación entre aquel lugar y una isla terrestre!
El mar, o el océano, no lo sabíamos, era azul como el Mediterráneo. Se diría que sus olas murmuraban sílabas o palabras misteriosas rodando suavemente sobre la orilla entre reflejos irisados; la arena parecía hecha con lentejuelas de oro y minúsculos rubíes; nuestros pies se hundían en ella atraídos por su calor y su fluidez. A unos diez metros de nosotros, en el interior, un conjunto de cocoteros, bananos y plantas gigantescas desplegaba su exuberancia.
Nuestro guía, rodeado por una luz dorada, se destacaba de ese paisaje casi mágico.
Por su vivificante luminosidad, nos dimos cuenta enseguida de que aquel lugar era uno de los últimos, quizás el último, que el alma podía esperar alcanzar antes de llegar a la metamorfosis, la suprema fusión con algo que
no conocíamos. Nos hubiera gustado quedarnos allí algo más y gozar de una paz que nos parecía capaz de contener la eternidad… pero la voz de nuestro guía nos atrajo hacia otro lugar, sin duda más rico en enseñanzas.
Entramos en esa jungla que bordeaba la playa. Caminábamos uno junto al otro y, como de costumbre, ignorábamos todo acerca de nuestro destino concreto.
Siempre me pareció que nuestro guía  experimentaba cierto placer haciendo que surgiera la intriga en todos nuestros encuentros. Es uno de los rasgos de su carácter que mantuvo a lo largo de meses y años.
La jungla sólo se extendía a lo largo de algunos centenares de metros y una inmensa masa montañosa, totalmente inmaculada, atrajo nuestras miradas.
«Nos acercamos a una de las cimas de este mundo dijo suavemente nuestro amigo, una de las cimas en el más amplio sentido de la palabra. 
Avanzábamos de prisa y sin dificultad; el paisaje cambiaba con asombrosa rapidez. Era una mezcla singular de vegetación tropical y alpina. Como siempre ocurre en el astral, no observé ninguna variación en la temperatura. Siempre la misma brisa ligera, siempre el mismo perfume delicado e indefinible que iba y venía.
Ahora, tras nuestro guía escalábamos las abruptas pendientes casi sin darnos cuenta. Anchas lenguas de nieve interceptaban nuestro camino y verdeantes masas de vegetación, flores anaranjadas y largas hojas esmeralda resplandecían por aquí y por allá, en medio de alfombras blancas.
Llegamos a una especie de meseta cubierta de pinos y otros árboles que me parecieron de la familia de las acacias.

No podría decir exactamente qué pasó entonces.
Nos sentimos atraídos por una extraordinaria fuerza hacia un bosquecillo de árboles situado allá, delante de nosotros, a unos doscientos metros.
Nos desplazamos a una velocidad vertiginosa, pero nuestras piernas no realizaban ningún movimiento o por lo menos nosotros no éramos conscientes de ello. Algo aún invisible actuaba en nuestro corazón como un auténtico imán. Por un instante, sentimos nuestro espíritu totalmente vacío...
En ese momento una vibración profunda, poderosa, que parecía venir del fondo de los tiempos nos invadió lenta, progresiva, inexorablemente.
Había siete recios árboles de espeso follaje que formaban un círculo, al igual que siete hombres de pelo largo y ojos cerrados. Estaban sentados en el suelo, al es tilo oriental, en la posición del loto y tenían las manos cruzadas sobre el pecho.
Enseguida supimos que la vibración emanaba de ellos. Parecía una serie continua de ondas gigantescas, inmensas pero, al tiempo, serenas y dulces... Era una ola de amor ininterrumpido e inagotable.
Los siete hombres llevaban un traje largo, blanco. Su rostro tenía un sello de majestad y el tiempo parecía no haberlos marcado con las tribulaciones de la existencia.

Sin embargo, todos poseían esa expresión que nos hace decir de algunas personas que son almas viejas.
Podríamos imaginar que llevaban miles de años detenidos en aquella suave inmovilidad.
Estábamos en una especie de claro y nos inundaba una luz fluida, casi dorada.
Una mano presionó ligeramente mi hombro.

Era la de nuestro guía. Se sentó en el musgoso suelo y comprendimos que debíamos imitarle. Nos manteníamos a unos veinte metros del círculo de los Siete Sabios…palabras que han salido sin darme cuenta. Ignorábamos quiénes eran aquellos seres y qué hacían, pero eran
la mismísima imagen de la sabiduría, tal y como la imagina el simple humano que busca un poco más allá de la materialidad de todos los días.
Así permanecimos durante largo tiempo. Nos dábamos cuenta de que nuestro cuerpo entero bebía de una formidable fuente sonora. Pero de acuerdo con la lógica, ¿qué puede ser más monótono que un murmullo, que una vibración única, siempre regular, perpetua?

Ni mi esposa ni yo nos atrevíamos a romper su encanto. Ese sonido, por sí mismo, acababa por convertirse en auténtica y perfecta música, en una melopea.
Aún hoy, al escribir estas líneas, me parece sentir todo su efecto. No sobrecoge al cuerpo luminoso una vibración tan profunda y persistente, alcanza a algo más, aun más grande, más íntimo, más hermoso. Caí casi en un embotamiento de los sentidos, cuando una imagen o una palabra golpeó mi corazón.
Nuestro guía nos llamaba. Vi que ya no estaba junto a nosotros, sino mucho más lejos, detrás de nosotros, cerca de otro grupo de árboles, muy apartado de la escena a la que nos entregábamos.
Nos levantamos para reunirnos con él mientras tratábamos de comprender qué ocurría.
La vibración seguía llenando por completo mi ser y me hacía pensar en las salmodias penetrantes de los monjes tibetanos en oración.

Sin embargo... no, lo que yo oía era mucho más potente.
Nos sentamos junto a nuestro amigo, quien nos miraba intensamente, con una sonrisa en los labios. Sentía cierto alivio al no estar directamente en presencia de los siete seres vestidos de blanco, aunque todavía me
llegaba su canto.

Su contacto desencadenó en mi alma un torbellino de alegría. Pero me daba cuenta de que nuestro sitio no podía estar junto a ellos de forma duradera y que lo que acabábamos de ver era un privilegio del que no debíamos abusar:
«Todo el Universo es una melodía, dijo nuestro guía, una melodía con un único sonido, con una sola nota que retumba hasta el infinito con arabescos y variantes. Lo único que realmente existe es esta Vibración, lo demás está sólo para dar testimonio de ella.*
»Podéis llamarla Verbo o Naturaleza o cualquier otra cosa según vuestras inclinaciones o ideas, da lo mismo, pero no atribuyáis su existencia al pretendido azar. Sin duda mis palabras os parecen algo confusas, pero significan algo muy sencillo...
»Los siete Seres que acabáis de ver están en constante comunicación con la Tierra y las vibraciones que os invaden llegan a ella fácilmente y de manera especial hasta el corazón de las personas de conciencia muy
desarrollada. Crean y conservan toda la vida terrestre pero, no os engañéis, su número es algo más que un símbolo, es también una fuerza que actúa. ** Su unidad de Pensamiento y de Acción conforma un Ser y un Poder capaces de alterar muchas cosas. Esta ola de vibraciones se derrama sobre la Tierra desde hace cientos de miles de años.
»Claro está que no son siempre los mismos seres quienes la llevan hasta los hombres. Hay aquí, en el astral, algunas entidades de muy alto rango que se han ofrecido para esa tarea. Actúan siempre en grupos de siete.
Veis, es necesario entender la importancia de los sonidos. Por ejemplo, cada uno de los objetos existentes vibra con una nota musical propia.

En el astral, quienes estudian esa ley, llaman a eso nota de base. El dominio de la ciencia que se deriva de esto procura un control casi total de los fenómenos físicos.
* Estos siete seres simbolizan el sonido inicial primario, y sus siete modulaciones exactas, las siete notas de la gama musical que crean y mantienen toda vida terrestre.
* Lleva en sí misma tres principios inamovibles, el de la Creación, el de la Conservación y el de la Disolución.
De forma que cada vez que un ser pronuncia una palabra, pone en funcionamiento uno de los tres atributos del sonido primitivo.
»No trato de ocultaros, claro está, que el tipo de ondas producidas por las siete entidades que acabáis de ver no puede reproducir en la Tierra el primero que llegue. Pero, dentro de su sencillo nivel personal, todo el mundo puede sacar provecho de la Ley de las vibraciones.
»Emitid con la garganta un zumbido cuya base sea el sonido M. Trabajadlo asiduamente para que llegue a ser asombrosamente grave, potente y persistente. La repetición de este ejercicio formará en vosotros una auténtica central de energía reparadora.
»En segundo lugar, podéis buscar o crear melodías en las cuales el acorde do-mi-sol se repita. Yo os podría enseñar mucho más sobre este tema, pero por ahora basta con que consignéis por escrito lo que acabo de
deciros.

Estas palabras serán suficientes para atraer la atención de los seres con un deseo  suficientemente intenso como para emprender serias investigaciones.» *
Nuestro guía me miró fijamente como para medir el interés con que escuchaba sus palabras, después cerró los ojos sonriendo.
Tenía la impresión de que miraba dentro de sí y que descubría en él un mundo tan hermoso como el que nos rodeaba. Por mi parte, en ese instante me sentía un simple mortal demasiado limitado para la tarea que se le pedía. ¿Recordaría todo lo que veía y oía aquí? El papel y la pluma ¿no quitarían a esta experiencia toda su sustancia?
* El lector interesado puede observar el Aum de los orientales, el Amin de los musulmanes, el Amén de los cristianos.
Por suerte no estaba solo.
Nuestro amigo continuó tranquilamente:
«Hay siete hombres en la Tierra que, de modo especial, captan continuamente las vibraciones y los pensamientos que aquí se emiten. De esa manera hay un íntimo y permanente contacto entre quienes se ocupan del astral superior y algunos seres que viven en la Tierra».
No pude evitar una pregunta:
« ¿Quiénes son esos seres que viven en la Tierra y que sirven de receptores de tal modo?»
« ¡No sólo son receptores, ni mucho menos! Yo los compararía más bien con unos enlaces extraordinarios, aun cuando esa palabra con resonancias técnicas no dé cuenta del inmenso Amor cósmico que desarrollan en la realización de su obra. Estos hombres reciben mensajes, claro está, pero también son guías para la
Humanidad. Su mérito es tanto mayor cuanto que trabajan en secreto, totalmente ignorados por la población terrestre. Han superado el estadio peligroso en el cual resulta difícil al dotado de poderes conservar el anonimato a raíz de los poderes que detectan. No viven solos, sino que se reúnen en una gran Fraternidad que
se perpetúa desde la alborada terrestre del actual ciclo de la humanidad.
»No encontraréis su presencia sobre la superficie de vuestro planeta, su sitio sólo puede estar en el corazón de éste. Esto parece absurdo y va en contra de todas las leyes establecidas por geólogos y físicos. No importa...
¿no contradice vuestra presencia aquí todas las leyes científicas reconocidas oficialmente?
»Los hombres de los que os hablo son la levadura de la Tierra. Brillan e inician a otros que viven bajo la luz del sol. Estos inician a su vez a Otros y así sucesivamente. Crean la ininterrumpida cadena de los iniciados y de los guías permanentes de la evolución humana, mucho más allá de creencias políticas o religiosas. Sólo puedo hablaros genéricamente del lugar en el que viven y se reúnen. Sin duda entendéis por qué. Antes se llamaba Shambala. El nombre exacto actual no puede divulgarse.
»También debéis saber que ese lugar privilegiado que, en cierto modo, representa el centro del mundo terrestre, ha organizado en ciertos puntos del globo embajadas. Shambala sirve, entre otras cosas, como acelerador o freno en relación con los acontecimientos importantes que tienen lugar en la Tierra.

Fijaos bien en lo que digo: importantes, no grandes. Os lo aseguro, multitud de hechos que pasaron inadvertidos para la historia oficial de los hombres, han cambiado más la faz de vuestro planeta que los grandes conflictos o los
hechos llamativos reconocidos por todos.

Todo lo que se hace profundamente y en secreto adquiere con el tiempo más fuerza y es más durable que lo demás. ¡Vuestro planeta encierra cavidades gigantescas, capaces de contener ciudades, incluso países enteros. El magma en fusión no reside en su centro, sino en su periferia,
en contra de lo que afirman los geólogos. Todas las razas humanas están representadas en Shambala. Para cada una de ellas hay un gran guía. El dirige y vigila su evolución. Me diréis que algunas razas, etnias e incluso pueblos no parecen evolucionar en absoluto, sino que por el contrario parecen en involución, o bien porque
poco a poco van desapareciendo de la superficie de la Tierra, o bien porque la influencia y la fuerza que exteriorizan disminuyen. Eso es sólo una impresión ligada a la ilusión de las civilizaciones que van y vienen.
Nada ni nadie retrocede realmente; las caídas más vertiginosas, las más amargas decepciones, sólo son el martillo y el yunque del herrero.

Si explicáis lo que acabo de decir respecto a Shambala, haréis nacer una sonrisa irónica y

divertida en muchos labios, pero no os preocupéis. . .»
Con estas palabras nuestro guía se levantó y dio unos pasos bajo los árboles que nos cubrían.
«Mirad este ramaje dijo, mirad esos racimos de flores blancas y amarillas. Estamos rodeados de acacias.
Crecen por todas partes en el mundo superior del alma. Son la fuente de parte de la dorada luz que baña estos lugares. También son, en cierto modo, el símbolo vivo de la realización que aquí encuentra el alma. Pronto comprenderéis que esta morada del cuerpo astral es un gran punto de partida... »
Nuestro guía calló y mi mirada se dirigió  maquinalmente a las acacias, tratando de penetrar en el oro de su luz.
En ese momento, nació en mi pecho una ligera opresión: allá lejos, muy lejos, mi traje carnal se impacientaba...
La mano de mi compañera buscó la mía... supe que por esta vez aquello terminaba...
Con frecuencia, frente a los grandes  acontecimientos de la vida internacional, recordamos esta experiencia y captamos la luz que arroja sobre nuestro mundo. Al descubrir los titulares de los diarios, los reportajes de los
periódicos, no podemos evitar considerar de forma distinta la actualidad, generalmente trágica. Adivinamos una especie de trama sabiamente pensada, un esquema concreto, de acuerdo con el cual se mueve toda la
humanidad.
Tenemos la clara sensación de que hay fuerzas, distintas de las que aparecen a pleno día, que se disimulan detrás de la mayoría de los  acontecimientos a veces aparentemente insignificantes. Probablemente no sospechamos el alcance y la dificultad del trabajo de cientos de seres que intentan aguijonear a los pueblos
hacia este o aquel destino, reparar los errores que cometen... preservando al mismo tiempo el libre albedrío de la raza humana.
Claro está que se puede rechazar esta opinión, esta visión de la incursión de las voluntades y las fuerzas astrales en la Tierra. Pero sigue siendo la nuestra, ante la revelación de la existencia de claustro de los siete sabios. Lo repetimos una vez más, con esta obra no tratamos de encontrar explicación para multitud de cosas.
Contamos lo que los periodistas llamarían experiencias, y las comprobaciones que se derivan directamente de ellas.
A partir de la experiencia descrita en el presente capítulo, nos parece más fácil la comprensión de la base de muchos problemas actuales. Algunos lectores, conscientes de nuestra sinceridad, se darán cuenta quizá del
valor de este revés del decorado que nos esforzamos en describir y que ante todo es portador de esperanza.

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