martes, 26 de marzo de 2019

SADHANA, UN CAMINO DE ORACIÓN. EJERCICIO 22: CONTEMPLACIÓN IGNACIANA


Es una forma de oración imaginativa, recomendada por san Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales y empleada frecuentemente por muchos santos. Consiste en escoger una escena de la vida de Cristo y revivida tomando parte en ella como si ocurriese en el momento presente y tú participases en ese acontecimiento. La manera más eficaz de explicarte cómo se hace
es conseguir que tú lo hagas. Para este sencillo ejercicio voy a escoger un pasaje del Evangelio según san Juan:

“Después de esto, hubo una fiesta de los judíos. y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que se llama en hebreo Bezatá con cinco pórticos. En
ellos yacían una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, esperando la agitación del agua.
Porque el ángel del Señor bajaba de tiempo en tiempo a la piscina y agitaba el agua; y el primero que se metía después de la agitación del agua quedaba curado de cualquier mal que tuviese. Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, viéndole tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le dice: “¿Quieres curarte?» Le responde el enfermo: ¡Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro baja antes que yo!


Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y anda». Y al instante el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar».
Pacifícate interiormente, como preparación para la contemplación, haciendo alguno de los ejercicios de conscienciación...
Ahora imagina la piscina llamada Bezatá... los cinco pórticos... la piscina... los alrededores...
Toma el tiempo necesario para imaginar la puesta en escena lo más vivamente que puedas, imagínate a ti mismo viendo el lugar... ¿Qué clase de lugar es? ¿Limpio o sucio? ¿Grande o pequeño?... Observa su arquitectura... Nota el clima...
Una vez preparada la composición, haz que toda la escena se llene de vida: contempla las personas que están junto a la piscina... ¿Hay muchas personas?... ¿Qué clase de gentes son?... ¿Cómo van vestidas? "¿Qué hacen?.. ¿Qué tipo de enfermedad padecen?, ¿Qué dicen?.. ¿Qué hacen?
No basta con que observes la escena desde fuera, como si se tratase de una película o de una obra de teatro... Es necesario que participes en ella... ¿Qué haces tú dentro de la escena?... ¿Por qué
has venido a este lugar?... ¿Qué sientes cuando lo contemplas y ves a estas personas?... ¿Qué haces?... ¿Hablas con alguien?.. ¿Con quién?..
Fíjate ahora en el enfermo del que habla el evangelio... ¿Dónde se halla situado entre la multitud?.. ¿Cómo va vestido?.. ¿Está alguien con él?... Acércate y charla con él... ¿Qué le dices o qué le preguntas?... ¿Qué te responde él?... Dedica algún tiempo a recoger el mayor número de detalles sobre su vida y persona... ¿Qué impresión te produce?, ¿Qué sentimientos tienes cuando hablas con él?...
Cuando estás hablando con él, observas por el rabillo del ojo que Jesús ha entrado en este lugar...
Mira todas sus acciones y movimientos... ¿A dónde se dirige?.. ¿Cómo se comporta?.. ¿Cuáles crees que son sus sentimientos?..
Camina hacia ti y hacia el hombre enfermo... ¿Qué sientes en estos momentos?.. Te retiras cuando comprendes que desea hablar con el enfermo... ¿Qué dice Jesús a ese hombre?... ¿Qué le responde el enfermo?... Escucha con atención el diálogo completo -introdúcelo en la narración incompleta del evangelio... Detente especialmente en la pregunta de Jesús: “¿Quieres curarte?”...
Presta ahora atención a la orden de Jesús cuando dice al enfermo que se levante y ande... la primera reacción del enfermo... su intento de levantarse... ¡el milagro!... Observa la reacción del hombre... observa las reacciones de Jesús... y las tuyas propias...

Ahora Jesús se vuelve hacia ti... Entra en conversación contigo... Háblale del milagro que acaba de realizarse...
¿Sufres de alguna enfermedad?... ¿física, emocional, espiritual?... Habla de ella con Jesús...
¿Qué tiene que decirte Jesús?... Escucha lo que te responde: «¿No quieres curarte?» ¿Te das cuenta de lo que significa realmente pedir que te cure? ¿Estás dispuesto a cargar con todas las consecuencias que derivan de una curación?.. Acabas de llegar a un momento de gracia... ¿Tienes fe en que Jesús puede curarte y de que quiere curarte?.. ¿Tienes confianza de que así será como resultado de la fe de todo el grupo que está reunido aquí?.. En tal caso, escucha las palabras poderosas que él pronuncia sobre ti para sanarte o cómo coloca sus manos en ti... ¿Qué sientes?..
¿Estás cierto de que las palabras que has escuchado tendrán un efecto sobre ti, que de hecho han producido ya ese efecto aun cuando tú no percibas nada tangible en este momento?... Pasa un rato de oración sosegada en compañía de Jesús...
No te desanimes si los primeros intentos de este tipo de contemplación no son coronados por el éxito o no te satisfacen como desearías. Sin duda, tendrás mejores resultados en sucesivas veces.

Cuando dirijo esta contemplación en grupo, invito a los miembros del mismo a compartir lo que han experimentado. A veces, incluso, colocamos las manos sobre uno de ellos y oramos por él en nombre de Jesús.
Este tipo de contemplación presenta dificultades teóricas a ciertas personas. Encuentran arduo el sumergirse en un ejercicio que es totalmente irreal. Tienen dificultades especiales con pasajes como el que he seleccionado o con las narraciones de la infancia. No comprenden la significación simbólica profunda (no equivale a irreal) que encierran estas contemplaciones. Están tan enamoradas de la verdad de la historia que pierden la verdad del misterio. La verdad para ellos está sólo en la historia, no en la mística.
Cuando Francisco de Asís descolgaba amorosamente a Jesús de la cruz, sabía de sobra que Jesús no estaba muerto ni colgado de la cruz, que la crucifixión era un hecho que pertenecía al pasado. Cuando Antonio de Padua tomaba al niño Jesús en sus brazos y disfrutaba en su compañía, sabía perfectamente -era doctor de la Iglesia que Jesús no era un niño al que se pudiese tener en brazos. A pesar de todo, estos grandes santos y otras muchas personas practicaron esa forma de contemplación y, bajo esas figuras y fantasías que ellos revivieron, acaeció algo profundo y misterioso dentro de sus corazones; consiguieron unirse íntimamente con Dios en Cristo.

Teresa de Jesús dirá que su forma favorita de meditación es estar junto a Cristo mientras padece su agonía en el huerto. Ignacio de Loyola invitará a sus ejercitantes a convertirse en sirvientes amorosos y acompañar a María y José en su viaje a Belén, servirles y conversar con ellos y sacar provecho de este trato. No le preocupa la precisión geográfica; aun cuando él mismo visitó los Santos Lugares y podría haber ofrecido una descripción detallada de Belén y de Nazaret, invita al ejercitante a que invente su propio Belén, su propio Nazaret, el camino que lleva a Belén, la cueva en la que nació Cristo, etc... A todas luces, no le preocupaba en absoluto la precisión histórica en el sentido en que la entendemos hoy. De seguro que la historia de las formas y los hallazgos modernos en el campo de la Sagrada Escritura no le habrían apartad;) de esa forma de contemplación.
Es preciso emprender estas contemplaciones con una actitud de fe, actitud admirablemente descrita en una historia favorita del piadoso místico hindú Ramakrishna y de su discípulo Vivekananda. Es la historia de un muchacho pobre que tiene que desplazarse a la escuela de una aldea vecina. Ha de ir por la mañanita, cuando aún es de noche, y regresar por la tarde cuando se echa la oscuridad. Para llegar a la escuela tiene que cruzar el bosque, siente miedo de ir solo y pide a su madre viuda que le dé un criado para que le acompañe. Su madre le responde: Hijo. somos demasiado pobres para contratar los servicios de un criado. Pide a tu hermano Krishna que te acompañe cuando vas a la escuela y cuando vuelves de ella. El es el Señor de la jungla. Seguro que te acompaña si se lo pides.
Eso es lo que hizo el muchacho. Al día siguiente llamó a su hermano Krishna y, cuando éste se presentó y supo lo que quería, respondió afirmativamente. De esta forma todo marchó bien durante algún tiempo.

Llegó el día del cumpleaños del maestro de la escuela. Todos los niños deberían traer regalos para el maestro. La viuda dijo a su hijo: «Nosotros somos demasiado pobres para ofrecer un regalo a tu maestro. Pide a tu hermano Krishna que te regale algo para él». Krishna hizo lo que el muchacho le pidió. Regaló al muchacho un jarro lleno de leche. El niño colocó orgulloso su regalo junto a los que sus compañeros de escuela habían traído. El maestro ignoró el regalo. Al cabo de algún rato, el niño comenzó a lamentarse: «Nadie presta atención a mi regajo... A nadie parece gustarle...”. El maestro dijo a su criado:
“¡Por todos los santos, vacía la leche en un barreño y devuelve al niño su jarra. De lo contrario no tendremos paz!”
El criado vació la leche en un recipiente y estaba a punto de devolver el jarro cuando observó, con sorpresa, que estaba lleno de leche. Lo vació de nuevo y automáticamente se llenó de nuevo hasta los bordes. Cuando se enteró el maestro de lo que sucedía preguntó al muchacho dónde había adquirido aquel jarro de leche.

«El hermano Krishna me lo ha dado”, respondió. «¿El hermano
Krishna? ¿Quién es?» «Es el Señor de la jungla», respondió solemnemente el muchacho. Me acompaña cuando vengo a la escuela y al volver a mi casa». “¡Está bien!”, le respondió el maestro sin dar crédito a sus palabras. “Nos gustaría ver a ese Rrisha del que hablas. Llévanos a él».
El muchacho volvió a la jungla a la cabeza de un pequeño grupo de personas, el maestro de la escuela, su criado y los restantes muchachos de la clase. Se sentía entusiasmado ante la idea de
presentar a cada uno de ellos a su maravilloso hermano Krishna. Cuando llegaron al borde de la jungla en la que cada día se encontraba con Krishna comenzó a llamarlo, seguro de que vendría
como siempre... Pero no recibió respuesta alguna. Volvió a llamarlo otra vez; y otra. Con voz más fuerte; aún más fuerte. Nada... Sus compañeros se burlaban y reían de él. El niño rompió a llorar.
¿Qué habría pasado?
«¡Hermano Krishnali, gritó entre lágrimas, «ven, por favor!“. Si no vienes, dirán que soy un embustero. No me creerán. Hubo un momento de silencio. Después escuchó la voz de Krishna que
le decía: «Hijo, no puedo presentarme. El día que tu maestro tenga tu pureza de corazón y tu sencilla fe infantil me haré presente!

Lo primero que me vino a la mente cuando escuché esta historia fueron las apariciones del Señor Resucitado. El se apareció sólo a los que tenían fe en él. Podía ser visto únicamente por los que creían en él. El dice: «Creed y veréis”. Nosotros respondemos: Pero entonces, ¿qué prueba tendré de que mi fe no ha «producido, la visión?” Para él carece de importancia esa pregunta. No está interesado en las «pruebas... Cree y después conocerás. Es como decir a alguien: “¡Ámame y después verás mi hermosura!”...
Este es el espíritu con que debemos abordar las contemplaciones ignacianas. Cuando nos hayamos zambullido en ellas sabremos que, mediante el empleo sencillo de nuestra fe infantil, hemos alcanzado una verdad que nada tiene que ver con la fantasía, la verdad del misterio, la verdad de los místicos.


ANTHONY DE MELLO

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