martes, 26 de marzo de 2019

SADHANA, UN CAMINO DE ORACIÓN. EJERCICIO 23: FANTASÍAS SIMBÓLICAS


En algún sentido, todas las contemplaciones imaginativas son simbólicas. Pero las contemplaciones imaginativas que Ignacio propone se basan en algún dato histórico que no se asemeja a lo que te propongo a continuación: Imagina que te encuentras en la cima de una montaña desde la que se divisa una gran ciudad. Es al anochecer. Se ha puesto el sol y ves que comienzan a encenderse las luces en la gran ciudad...
Contemplas cómo aumenta su número hasta que la ciudad entera parece un lago de luz... Tú estás sentado aquí solo, gozando del maravilloso espectáculo... ¿Qué sientes en estos momentos?..
Cuando ha pasado un rato oyes unos pasos detrás de ti; sabes que son los de un hombre piadoso que vive por aquellos parajes, de un eremita. Se acerca hasta ti y se coloca a tu lado. Te mira lentamente y te dice únicamente una frase: «Si desciendes a la ciudad esta noche encontrarás a Dios». Después da media vuelta y se aleja. No hay explicaciones. Ni tiempo para hacer preguntas...
Tú tienes el convencimiento de que esta persona sabe lo que dice. ¿Qué sientes en estos momentos? ¿Te sientes inclinado a aceptar lo que te ha dicho y bajar a la ciudad? ¿O preferirías permanecer donde estás?

No importa cuál pueda ser tu inclinación; baja ahora mismo a la ciudad para buscar a Dios...

¿Qué sientes cuando desciendes por la pendiente?..
Has llegado a los arrabales de la ciudad y es el momento de decidir adónde vas a ir a buscar a Dios y encontrado…
¿Adónde decides ir? Por favor, sigue los dictados de tu corazón a la hora de decidirte por un lugar al que ir. No te dejes llevar por lo que piensas que deberías hacer ni vayas adonde crees que deberías ir. Vete adonde tu corazón te dice que vayas...
¿Qué te sucede cuando llegas a ese lugar?... ¿Qué encuentras allí?.. ¿Qué haces allí?.. ¿Qué te sucede?... ¿Encuentras a Dios?... ¿De qué manera?... ¿O te sientes decepcionado?.. ¿Qué haces entonces?... ¿Decides ir a alguna otra parte?... ¿Adónde? O ¿decides permanecer allí donde te encuentras?...
Cambia ahora de fantasía. Prescindiendo de que hayas encontrado a Dios o no, escoge un símbolo de Dios: algo que para ti simbolice a Dios del mejor modo posible: el rostro de un niño, una estrella, una flor, un lago tranquilo... ¿Qué símbolo has escogido?... Toma tiempo para hacer la elección…
Cuando hayas escogido el símbolo, colócate de pie, reverentemente, ante él... ¿Qué sientes cuando miras fijamente este símbolo? Dile algo...
Ahora imagina que te responde... ¿Que es lo que dice?... Conviértete ahora en el símbolo... y, una vez te has convertido en él, mírate a ti, que sigues de pie, reverentemente... ¿Qué sientes cuando te ves desde el punto de vista y actitud de este símbolo?...
Vuelve ahora a ti mismo, de pie junto o frente al símbolo... Permanece durante algunos momentos en contemplación silenciosa... Después despídete de tu símbolo... Emplea un minuto o dos en la despedida, abre los ojos y pon fin al ejercicio.

Generalmente, cuando finaliza este ejercicio, suelo invitar a los miembros del grupo a compartir con los demás lo que han experimentado durante la fantasía. Con frecuencia realizan
descubrimientos sorprendentes acerca de sí mismos, de Dios, de su relación con él.
Voy a presentar a continuación otra fantasía simbólica: Se ha encargado a un escultor que haga una escultura tuya. La estatua está lista y tú pasas por el taller del escultor para echarle un vistazo antes de que aparezca en público. El escultor te da la llave del lugar donde se encuentra la estatua. Puedes, de esta manera, contemplarla sin que nadie te moleste y examinada durante todo el tiempo que te apetezca.
Abres la puerta... El taller está oscuro... Allí, en medio, se levanta tu escultura, cubierta con una sábana... Te acercas hasta ella y retiras la sábana...

Te retiras unos pasos y la contemplas. ¿Cuál es tu primera impresión?... ¿Te sientes satisfecho o descontento?... Observa todos los detalles de tu estatua... Su tamaño... los materiales con los que ha sido hecha... Da vueltas alrededor de ella... mírala desde diferentes ángulos... Obsérvala desde lejos, acércate y mira los detalles... Toca la estatua... observa si es suave o tosca,… fría o caliente al tacto... ¿Cuál es la parte de la estatua que más te gusta?... ¿Cuál te desagrada?..
Di algo a la estatua... ¿Qué te responde?... ¿Qué le dices tú a continuación?... Continúa hablando mientras la estatua o tú tengáis algo que decir...
Ahora conviértete en estatua... ¿Te apetece ser tu estatua?.. ¿Qué tipo de existencia llevas como estatua?...
Imagina ahora que, mientras eres tu estatua, entra Jesús en el taller... ¿Qué ve en ti?.. ¿Qué sientes mientras él te mira?... ¿Qué te dice?... ¿Qué le respondes tú?.. Continúa el diálogo mientras Jesús o tú tengáis algo que decir... Después de un rato Jesús se marcha... Ahora, vuelve a tu ser y mira de nuevo la estatua... ¿Se ha producido algún cambio en la estatua?.. ¿Ha cambiado algo en ti o en tus sentimientos?...

Ahora despídete de la estatua... un minuto y después abre los ojos.
Las fantasías o imaginaciones, al igual que los sueños, son instrumentos útiles para aprender sobre ti mismo ya que en ellas proyectas tu verdadero ser. Por esta razón, cuando compartes tus
fantasías con alguien o con un grupo estás, probablemente, revelando algo más íntimo sobre ti mismo que si manifestases secretos profundos que guardas celosamente para ti solo.
Las fantasías no se limitan a proyectar lo que piensas de ti mismo. ¡De alguna manera misteriosa logran cambiarte! A veces sales de una fantasía dándote cuenta de que has cambiado... no sabes exactamente cómo ni por qué, pero el cambio se ha producido... Es posible que en las dos fantasías que te he propuesto notes que ha cambiado tu relación con Dios, que se ha profundizado, aunque seas incapaz de explicar cómo o por qué.
No te des por satisfecho con vivir estas fantasías solamente una vez. Si quieres extraer toda la utilidad que encierran, debes repetirlas con mucha frecuencia.
Por consiguiente, da alas a tu instinto creativo e inventa tus propias fantasías simbólicas.


ANTHONY DE MELLO

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