lunes, 18 de mayo de 2020

EL LIBRO DEL EGO.- EL ÉXITO: TERCERA PARTE


¿Cómo puedo dejar de querer ser especial?
 
Porque eres especial, y no hay necesidad alguna de serlo. Eres especial, eres único; Dios jamás crea nada que sea menos que eso.
Todos somos únicos, completamente únicos. Jamás ha existido una persona como tú hasta ahora, ni jamás existirá. Dios ha adoptado esta forma por primera y última vez, y no hay necesidad alguna de intentar ser especial, porque ya lo eres. Si intentas ser especial te harás normal. Tu esfuerzo está basado en un malentendido que te producirá confusión, porque cuando intentas ser especial has dado algo por supuesto: que no eres especial. Ya eres normal, es decir, que no te has enterado de nada.
Si das por supuesto que eres normal, ¿cómo puedes llegar a ser especial? Lo intentarás por todos los medios, y seguirás siendo normal, porque tus fundamentos, tus cimientos, son erróneos. Sí, puedes comprarte ropa más sofisticada, cambiarte de peinado, utilizar productos de belleza, puedes aprender unas cuantas cosas y tener más cultura, pintar y empezar a considerarte pintor; puedes hacer unas cuantas cosas, alcanzar la fama, pero en el fondo sabrás que eres normal y corriente. Todas esas cosas están en el exterior. 
 
¿Cómo vas a transformar tu alma normal en un alma extraordinaria? No hay ningún medio para hacerlo. Y Dios no ha concedido ningún medio porque como jamás crea almas normales y
corrientes, no puede pensar en el problema que tú tienes. Él te ha concedido un alma especial, extraordinaria. No se la ha concedido a nadie más, porque la creó solo para ti.
Lo que me gustaría decirte es que debes reconocer tu condición especial. No hay necesidad de esforzarte por encontrarla porque ya la tienes. Solamente tienes que reconocerla, adentrarte en tu ser y sentirla. Nadie tiene unas huellas dactilares como las tuyas. Nadie tiene unos ojos como los tuyos, ni una voz como la tuya, ni una fragancia como la tuya. Eres excepcional. No existe un doble de ti en ninguna parte. Incluso dos gemelos son diferentes; por mucho que se parezcan, son distintos. Siguen caminos distintos, se desarrollan de modos distintos, su individualidad es distinta.
Es fundamental reconocer esto.
 
Me preguntas: «¿Cómo puedo dejar de querer ser tan especial?».
Presta atención al simple hecho, adéntrate en tu ser, mira, y se desvanecerán los esfuerzos para ser especial. Cuando sepas que eres especial, se acabarán tus esfuerzos.
Si quieres que te proporcione una técnica para que dejes de ser especial, esa técnica solo contribuirá a trastornar las cosas. Intentarás otra vez hacer algo, transformarte en algo. Al principio intentabas ser especial, y después intentas no ser especial, pero
siempre estás intentando, intentando algo, mejorar en un sentido u otro, sin aceptar jamás el tú que tú eres.
Lo que quiero transmitirte es lo siguiente: acepta el tú que eres, porque Dios lo acepta. Dios lo respeta, pero tú aún no respetas tu propio ser. Deberías ser inmensamente feliz por el hecho de que Dios haya decidido que tú seas, que haya decidido que existas, que veas este mundo, que escuches su música, que veas sus estrellas, que veas a sus gentes —amar y ser amado—... ¿qué más quieres? ¡Alégrate!
Insisto: ¡Alégrate! Y poco a poco, esa alegría estallará en ti y comprenderás que eres especial.
Pero has de recordar que eso no supone que seas especial respecto a los demás.
Por el contrario, comprenderás que todo el mundo es especial, que lo normal y corriente no existe.
Tal es el criterio: si piensas «soy especial», más especial que ese hombre, que aquella mujer, todavía no lo habrás comprendido. Es el juego del ego. Sí, especial, pero no en términos de comparación; especial, pero sin comparación con nadie, especial tal y como tú eres.
 
UN PROFESOR DE UNIVERSIDAD FUE A VER A UN MAESTRO DE ZEN Y LE PREGUNTÓ:
—¿Por qué no soy como usted? Eso es lo que deseo. ¿Por qué no soy como usted?
¿Por qué no soy silencioso como usted, y sabio como usted?
El maestro contestó:
—Espera. Siéntate, en silencio. Observa. Obsérvame a mí, y a ti mismo, y cuando todos se hayan marchado, si aún quieres hacerme esa pregunta, te contestaré.
No paró de entrar y salir gente durante todo el día. Los discípulos preguntaban cosas, y el profesor de universidad se puso nervioso, porque estaba perdiendo el tiempo.
El maestro había dicho: «Cuando todos se hayan marchado...».
Cayó la noche, y cuando no quedaba nadie, el profesor dijo:
Bueno, ya está bien. Llevo todo el día esperando. ¿Qué hay de mi pregunta?
Empezaba a salir la luna, la luna llena, y el maestro preguntó:
¿Aún no tienes la respuesta?
El profesor dijo:
Pero si no me ha contestado...
El maestro se echó a reír y dijo:
He contestado a muchas personas durante todo el día. Si hubieras observado, lo habrías comprendido. Vamos al jardín. Hay luna llena y hace una noche preciosa. Y añadió: Mira ese ciprés un árbol muy alto, donde la luna se enredaba entre sus ramas y mira ese arbusto.
Pero el profesor replicó:
¿A qué viene eso? ¿Se ha olvidado de mi pregunta?
El maestro contestó:
Estoy contestando a tu pregunta. El ciprés y el arbusto llevan años viviendo en mi jardín, y jamás he oído al arbusto preguntarle al ciprés: «¿Por qué no soy como tú?».
El ciprés es el ciprés, y el arbusto es el arbusto, y los dos están felices de ser lo que son.
YO SOY YO, Y TÚ ERES TÚ. LAS COMPARACIONES PROVOCAN CONFLICTOS. Las comparaciones desembocan en la ambición y en la imitación.
Si me preguntas: «¿Por qué no soy como tú?», empezarás a intentar ser como yo, y eso te destrozará la vida, porque serás un imitador, una copia. Y si eres un imitador perderás el respeto de ti mismo.
Raramente se encuentra a una persona que se respete a sí misma. ¿Por qué? ¿Por qué no existe la veneración de la vida, de la propia vida? Y si no respetas tu propia vida, ¿cómo vas a respetar la de los demás? Si no respetas tu propio ser, ¿cómo vas a respetar el rosal, el ciprés, la luna y a las personas? ¿Cómo vas a respetar a tu maestro, a tu padre, a tu madre, tu amigo, tu esposa, tu marido? ¿Cómo vas a respetar a tus hijos si no te respetas a ti mismo?
 
Y raramente se encuentra a una persona que se respete a sí misma.
¿Por qué? Porque te han enseñado a imitar.
Te han dicho desde la infancia: «Has de ser como Jesucristo», «Has de ser como Buda». Pero ¿por qué? ¿Por qué tendrías que ser como Buda? Buda nunca fue como tú.
Buda era Buda, como Jesucristo era Jesucristo, como Krisna era Krisna. ¿Por qué tendrías que ser como Krisna? ¿Qué mal has hecho a nadie, qué pecado has cometido para tener que ser como Krisna? Dios nunca creó a otro Krisna, ni a otro Buda, ni a otro
Jesucristo... No le gusta crear lo mismo una y otra vez. Es un creador, no una cadena de montaje, como si produjera coches Ford. Dios no es una cadena de montaje, sino un creador original, y jamás crea lo mismo.
Y lo mismo no tendría valor. Imaginaos que Jesucristo estuviera de nuevo entre vosotros: no encajaría. Sería una antigualla, estaría pasado de moda y solo tendría cabida en un museo. No habría ningún otro sitio para él.
Dios nunca se repite; pero siempre te han enseñado a ser como otra persona:
«Tendrías que ser como el hijo del vecino... Fíjate en lo inteligente que es». «Mira a esa chica, con qué elegancia anda. Así tendrías que ser tú.» Siempre te han enseñado que seas como otra persona.
Nadie te ha dicho que seas tú mismo y que respetes tu ser, el don de Dios.
Nunca imites a nadie: eso es lo que te digo. Jamás imites a nadie.
Sé tú mismo; se lo debes a Dios. ¡Sé tú mismo! Sé realmente tú mismo y entonces comprenderás que eres especial. Dios te ama, y por eso eres. Por eso eres en primer lugar, porque si no, no existirías. Eso indica el enorme amor que Dios siente por ti.
 
Pero el hecho de que seas especial no te compara con nadie, no significa que seas especial en comparación con tus vecinos, tus amigos, tu esposa, tu marido. Eres especial simplemente porque eres único. Eres la única persona igual que tú. Con ese respeto, con
esa comprensión, se desvanecerán los esfuerzos por ser especial.
Tus esfuerzos por ser especial es como ponerle patas a una serpiente. Con eso solo conseguirás matarla. Piensas, porque te da pena, que debes ponerle patas a la serpiente. «Pobre serpiente. ¿Cómo va a caminar sin patas?» Como si la serpiente hubiera caído en las garras de un ciempiés y el ciempiés, sintiendo lástima de la
serpiente dijera: «Pobre serpiente. Yo tengo cien pies y ella ninguno. ¿Cómo va a andar?
Le hacen falta al menos unos cuantos». Y si consigue ponerle unos cuantos pies a la serpiente, la matará. La serpiente está perfectamente tal y como es; no necesita patas.
Tú estás perfectamente tal y como eres. A eso me refiero al hablar del respeto del ser de cada cual. Y respetarse a sí mismo no tiene nada que ver con el ego, no tiene nada que ver con el amor propio. El respeto a sí mismo es el respeto de Dios. Significa respetar al creador, porque tú no eres sino una pintura, su pintura. Al respetar la pintura, respetas al pintor.
Respeta, acepta, reconoce, y se desvanecerán todos esos absurdos esfuerzos por ser especial.

FINAL DEL CAPÍTULO

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