lunes, 18 de mayo de 2020

EL LIBRO DEL EGO.- EL ÉXITO: PRIMERA PARTE


Siempre he soñado con ser famoso y rico, con triunfar. ¿Puede ayudarme a que mi sueño se haga realidad?
Pues no, señor mío, porque ese deseo es suicida, y no puedo ayudarlo a suicidarse.
Puedo ayudarlo a madurar y a ser, pero a no a suicidarse, no puedo ayudarlo a destruirse por nada.
La ambición es un veneno. Si quiere ser mejor músico, sí puedo ayudarle, pero no piense que va a adquirir fama mundial. Si quiere ser mejor poeta, también puedo ayudarlo, pero no piense que va a obtener el Nobel. Si quiere ser buen pintor, también puedo ayudarlo, porque yo ayudo a aumentar la creatividad; pero la creatividad no tiene nada que ver con el nombre y la fama, con el éxito y el dinero. Y no digo que si se presentan tenga que renunciar a ellos; si se presentan, estupendo; disfrútelos, pero que no sean lo que le motiven, porque cuando una persona intenta alcanzar el éxito, ¿cómo va a ser un auténtico poeta? Si su energía es política, ¿cómo puede ser poética? 
 
Si alguien intenta hacerse rico, ¿cómo va a ser un auténtico pintor? Toda su energía está centrada en hacerse rico, mientras que un pintor necesita toda su energía para pintar, y pintar es algo de aquí y ahora. Y la riqueza puede surgir en algún momento del futuro;
puede surgir o no. No hay ninguna necesidad; todo es casualidad: el éxito es algo casual, como la fama.
Pero la dicha no es algo casual. Puedo ayudarlo a ser dichoso; puede pintar y ser dichoso. Tanto si sus cuadros se hacen famosos como si no, tanto si llega a ser un Picasso como si no, eso no tiene importancia, pero yo puedo ayudarlo a pintar de tal manera que mientras pinte incluso Picasso hubiera sentido envidia. Puede perderse por completo en su pintura, y en eso consiste el verdadero gozo.
Esos son los momentos de amor y meditación; esos son los momentos divinos.
Un momento divino consiste en perderse por completo, cuando desaparecen las limitaciones, cuando no eres y Dios es.
Pero no puedo ayudar a alcanzar el éxito. Insisto en que no estoy en contra del éxito. No digo que no haya que alcanzarlo; no tengo nada en su contra y me parece muy bien. Lo que digo es que no debe ser la motivación, porque entonces perderás de vista la
pintura, la poesía, la canción que estás cantando ahora mismo, y cuando llegue el éxito tendrás las manos vacías porque a nadie le puede llenar el éxito.
El éxito no puede nutrir, no tiene nutrientes. El éxito no es sino pura palabrería.
Precisamente la otra noche estaba yo leyendo un libro sobre Somerset Maugham, Conversaciones con Willie. El libro lo escribió Robin Maugham, sobrino del escritor. Bien; Somerset Maugham fue una de las personas más famosas, más ricas y con más éxito de nuestra época, pero esas memorias resultan muy reveladoras. Veamos lo siguiente, las palabras que Robin Maugham escribió sobre su famoso tío:
 
No cabe duda de que era el escritor más famoso y destacado de su época. Y también el más triste... «Verás. Dentro de muy poco estaré muerto, y la idea no me hace ninguna gracia», me dijo un día..., y dijo eso cuando tenía noventa y un años. «Yo ya soy un vejestorio, pero no por eso se me hacen más fáciles las cosas», dijo.
Era rico, con fama mundial y todo lo demás, y a los noventa y un años seguía ganando una fortuna, a pesar de llevar muchísimo tiempo sin escribir ni una sola palabra. Los derechos de autor de sus libros le llegaban literalmente a montones, y también las cartas de admiradores. En aquel momento se representaban en Alemania
cuatro obras suyas. El círculo volvía a ponerse en escena en Inglaterra y acababan de hacer un musical con La esposa constante. Al cabo de poco tiempo adaptarían una de sus novelas más famosas, Servidumbre humana, para una película, que podría
reportarle tantos millones de dólares como Lluvia, La luna y seis peniques y El niño de la navaja. Por desgracia, lo único que no le habían reportado tanto talento y tanto éxito era la felicidad. Era el hombre más triste del mundo.
«¿Cuál es el recuerdo más bonito de tu vida?», le pregunté. «No se me ocurre ninguno», contestó. «Miré a mi alrededor —dice el sobrino—, el salón con el mobiliario inmensamente valioso, los cuadros y los objetos de arte que su éxito le había permitido
adquirir. Su casa y el maravilloso jardín —en un enclave prodigioso a orillas del Mediterráneo— estaban valorados en seiscientas mil libras. Tenía once personas a su servicio, pero no era feliz.
 
»Al día siguiente, mientras leía la Biblia, dijo: "He encontrado la cita: ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo si pierde su alma?". Entrecruzó y separó las manos con desesperación y añadió: "Querido Robin, he de decirte que ese texto estaba colgado
enfrente de mi cama cuando yo era pequeño". Después lo llevé a dar un paseo por el jardín y dijo: "Verás. Cuando me muera me lo quitarán todo, los árboles, la casa, hasta el último mueble. No podré llevarme ni una mesa". Y se echó a temblar, muy triste.
»Guardó silencio un rato mientras paseábamos por un naranjal y dijo: "He sido un fracasado durante toda mi vida". Intenté animarlo. "Eres el escritor vivo más famoso. Eso significará algo, ¿no?", pregunté. "Ojalá jamás hubiera escrito una sola palabra, —
contestó—. ¿De qué me ha servido? Mi vida ha sido un fracaso, y ahora es demasiado tarde para cambiar. Demasiado tarde." Y se le llenaron los ojos de lágrimas.»
 
¿DE QUÉ PUEDE SERVIRTE EL ÉXITO? Ese hombre, Somerset Maugham, vivió en vano. Tuvo una larga vida —noventa y un años—, y podría haber sido un hombre muy feliz, satisfecho, pero solo si el éxito pudiera proporcionarlo, si pudieran proporcionarlo
las riquezas, una gran casa y los criados.
En última instancia, el nombre y la fama carecen de importancia; lo único que cuenta a la hora de la verdad es cómo hayas vivido cada momento de tu vida. ¿Con alegría? ¿Como una fiesta? ¿Has sido feliz con las pequeñas cosas? Al darte un baño, tomar té, barrer el suelo, pasear por el jardín, plantar árboles, hablar con un amigo o
mientras estabas sentado en silencio con la persona amada o mirando la luna o simplemente escuchando el canto de los pájaros, ¿eras feliz en esos momentos? ¿Fue cada uno de ellos un momento de transformación de felicidad luminosa? ¿Irradiaba alegría? Eso es lo que importa.
 
Me preguntas si puedo ayudarte a hacer realidad tu deseo. No, en absoluto, porque ese deseo es tu enemigo y te destruirá. Y un día, cuando te topes con esa frase de la Biblia: «¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo si pierde su alma?», llorarás de frustración y dirás: «Y ya es demasiado tarde para cambiar. Demasiado tarde».
Pero yo te digo que aún no es demasiado tarde, que puedes hacer algo, que puedes cambiar tu vida totalmente, desde las mismas raíces. Yo puedo ayudarte a realizar un cambio alquímico, pero no puedo garantizarlo en el sentido mundano. Yo garantizo el éxito en el mundo interior. Puedo hacerte rico, tan rico como cualquier
Buda. Y solo los budas son ricos; quienes únicamente se rodean de cosas mundanas no son realmente ricos, sino pobres que se engañan a sí mismos y a otros, haciendo creer que son ricos. En el fondo son mendigos, no auténticos emperadores.
 
BUDA LLEGÓ UN DÍA A UNA CIUDAD, y el rey tenía ciertos reparos en ir a recibirlo. El primer ministro le dijo:
Si no vas a recibirlo, acepta mi dimisión, porque no podré seguir a tu servicio.
El rey preguntó:
Pero ¿por qué? Aquel hombre le resultaba indispensable, y sin él se habría sentido perdido; era la verdadera clave de su poder—. Pero ¿por qué? ¿Por qué insistes? ¿Por qué tendría que ir a recibir a un mendigo?
Y el anciano primer ministro respondió:
Porque tú eres el mendigo y él es el emperador. Ve a recibirlo, porque si no, no serás digno de que te sirvan.
El rey fue a recibirlo. De mala gana, pero fue. Y después de ver a Buda, se postró a los pies del anciano primer ministro y dijo:
Tenías razón. Él es el rey y yo el mendigo.

LA VIDA ES EXTRAÑA. A veces los reyes son mendigos y los mendigos, reyes. No te dejes engañar por las apariencias. Mira en el interior. El corazón es rico cuando palpita de alegría, el corazón es rico cuando alcanzas la armonía con el Tao, con la naturaleza,
con la ley suprema de la vida, con el dhamma. Si no, un día dirás llorando: «Es demasiado tarde...».
No puedo ayudarte a destruir tu vida. Estoy aquí para mejorar tu vida, para darte vida en abundancia.
CONTINUARÁ...

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