lunes, 18 de mayo de 2020

EL LIBRO DEL EGO.- LA IDENTIFICACION



Identificarse con algo que tú no eres: así se forma el ego.
 
IDENTIFICARSE CON algo que tú no eres: así se forma el ego. El ego significa identificarse con algo que tú no eres. Seas lo que seas, no necesitas identificación. No hace falta que te identifiques con ello, puesto que ya lo eres.
De modo que cuando se da una identificación, es con algo, con algo que tú no eres.
Te puedes identificar con el cuerpo, con la mente, pero desde el mismo momento en que te identificas, te pierdes. En eso consiste el ego, y así es como se forma y como cristaliza el ego. Siempre que afirmas el «yo» se produce una identificación con algo, con un
nombre, una forma, con un cuerpo, con un pasado, una mente, unos pensamientos, unos recuerdos. Se produce una profunda identificación, y solo entonces puedes afirmar el «yo». Si no te identificas con ninguna otra cosa y sigues siendo tú mismo, no puedes decir «yo». Ese «yo» simplemente desaparece.
 
«Yo» significa identidad.
 
La identidad constituye la base de toda esclavitud: identifícate y estarás encarcelado.
La identidad se convertirá en tu cárcel. No te identifiques, sigue siendo tú mismo, y así encontrarás la libertad. En eso consiste el cautiverio: el ego es el cautiverio, y la ausencia de ego la libertad. Y ese ego no es sino identificarse con algo que tú no eres.
Pongamos un ejemplo. Todo el mundo se identifica con su nombre, pero todo el mundo nace sin nombre. Después el nombre adquiere tanta importancia que hay quienes son capaces de morir por él.
¿Qué es un nombre? En cuanto te identificas, adquiere gran importancia. Sin embargo, todas las personas nacen sin nombre, innombradas. Lo mismo ocurre con la forma; todo el mundo se identifica con su propia forma. Todos los días te pones ante el
espejo, ¿y qué ves? ¿A ti mismo? No. Ningún espejo puede reflejarte a ti tal y como eres, sino solo la forma con la que te identificas. Pero la estupidez de la mente humana alcanza tal grado que la forma cambia constantemente, día a día, y nunca te
desilusionas.
¿Cuál era tu forma cuando eras pequeño? ¿Cuál era tu forma cuando estabas en el seno materno? ¿Cuál era tu forma cuando solo estabas en la semilla de tus padres? Si te presentaran una fotografía, ¿reconocerías el feto en el vientre de tu madre? ¿Lo reconocerías y dirías: «Ese soy yo»? No, pero debes haberte identificado con él mucho antes... Después viniste al mundo, y si pudiera reproducirse tu primer llanto, ¿lo reconocerías y dirías: «Es mi llanto?». No, pero era tuyo, y debes haberte identificado con él.
 
Si se le pudiera enseñar un álbum a un moribundo... Una forma en continuo cambio... Sí, hay una continuidad, pero cada momento es un cambio... El cuerpo cambia cada siete años, por completo; nada sigue igual, ni una sola célula. Y, sin embargo, pensamos: «Esta es mi forma, esto soy yo». Y la conciencia carece de forma. La forma es algo externo que cambia sin cesar, como nos cambiamos de ropa.
Esa identificación es el ego. Si no te identificas con nada —ni con un nombre, ni con una forma, con nada—, ¿dónde está el ego entonces? Entonces eres, pero al mismo tiempo no eres. Entonces eres con absoluta pureza, pero sin ego. Por eso Buda llamaba al yo no-yo, lo llamaba anatta, anatma. Decía: «Como no existe el ego, ni siquiera puedes llamarte atma. No puedes decir "yo", porque el "yo" no existe. Solamente hay pura existencia». Esa pura existencia es la libertad.
 
A veces me asusto de verdad cuando surgen las facetas oscuras de mi mente. Me resulta muy difícil aceptar que son el polo opuesto de las facetas luminosas, y me siento sucio, culpable e indigno. Quiero enfrentarme a todas las facetas de mi mente y aceptarlas, porque usted ha dicho en muchas ocasiones que la aceptación es la condición para trascender la mente. ¿Podría hablar sobre la aceptación, por favor?
 
Lo que hay que comprender en primer lugar es que tú no eres la mente, ni el lado oscuro ni el luminoso. Si te identificas con la parte hermosa, te resultará imposible desidentificarte de la parte fea, porque son las dos caras de la misma moneda. O la tomas en su totalidad, o la dejas en su totalidad, pero no puedes dividirla.
Y toda la angustia del ser humano se reduce a que quiere elegir lo que parece hermoso, luminoso; quiere quedarse con el contorno plateado y dejar a un lado la nube oscura, sin comprender que el contorno plateado no puede existir sin la nube oscura. La nube oscura es el fondo, necesaria para que resalte el plateado.
 
Elegir equivale a angustiarse.
 
Elegir equivale a crearse problemas. No elegir significa lo siguiente: que la mente está ahí, con su lado oscuro y su lado
luminoso. Pues muy bien, ¿y qué? ¿Qué tiene que ver contigo? ¿Por qué tendrías que preocuparte por semejante cosa?
En cuanto dejas de elegir, desaparecen todas las preocupaciones. Se acepta plenamente que así tiene que ser la mente, que así es la naturaleza de la mente y que no es problema tuyo, porque tú no eres la mente. Si tú fueras la mente, no habría ningún problema. ¿Quién elegiría y quién pensaría en trascender entonces? ¿Y quién
intentaría aceptar y comprender la aceptación?
Tú eres alguien distinto, completamente distinto. Solo eres un testigo; nada más.
Pero eres un observador que se identifica con cualquier cosa que le resulte agradable y se olvida de que lo desagradable acecha detrás como una sombra. No te preocupa el lado agradable, sino que disfrutas de él. El problema surge cuando se reafirma el polo
opuesto; entonces te desgarras.
Pero tú mismo iniciaste el conflicto. Al abandonar tu posición de simple testigo, te identificaste. El relato bíblico de la caída es pura ficción, pero esta es la verdadera caída: abandonar de la posición de testigo, identificarse con algo y dejar de atestiguar.
Inténtalo de vez en cuando, deja que la mente sea lo que es. Recuerda que tú no eres ella. Entonces te llevarás una gran sorpresa. Como estás menos identificado, la mente empieza a ejercer menos poder, porque su poder surge de tu identificación y te
chupa la sangre, pero cuando empiezas a mantener las distancias la mente empieza a reducirse.
Cuando dejes de identificarte por completo con la mente, aunque solo sea unos momentos, tendrás la revelación: que la mente sencillamente muere, deja de existir.
 
Antes estaba llena, antes actuaba sin cesar —un día sí y otro también, durante el sueño y la vigilia—, y de repente desaparece. Miras a tu alrededor y ves el vacío, la nada.
Y junto con la mente desaparece la personalidad y solo queda cierta conciencia, carente de un «yo». Como mucho se podría hablar de algo parecido a «una presencia», pero sin «el yo». O para ser más exactos, se trata de «ser», porque en el «soy» queda todavía una sombra del «yo». En el momento en que se sabe que es «ser», se vuelve universal.
Con la desaparición de la mente desaparece la personalidad, y muchas otras cosas que considerabas tan importantes y que tanto te preocupaban. Intentabas resolverlas y cada día se volvían más complicadas; todo suponía un problema, era motivo de angustia y no parecías encontrar una salida.
Voy a recordarte el relato «El ganso está fuera», sobre la mente y el «esismo».
 
EL MAESTRO LE DICE AL DISCÍPULO QUE MEDITE SOBRE UN KOAN. Meten un ganso pequeño en una botella y le dan de comer. El ganso crece cada día más y ocupa la botella por completo. Es tan grande que no puede salir por el cuello de la botella, demasiado pequeña. Y el koan consiste en sacar el ganso sin matarlo y sin romper la botella. Realmente complicado.
¿Qué hacer? El ganso es demasiado grande; no se puede sacar de la botella a menos que se rompa, pero eso no está permitido. También se puede sacar el animal matándolo, pero tampoco está permitido.
El discípulo medita día tras día, piensa esto, lo otro, no encuentra solución, porque en realidad no existe. Cansado, realmente agotado, de repente tiene una revelación, de repente comprende que al maestro no le interesan ni la botella ni el ganso, que deben de
representar algo distinto. La botella es la mente, tú eres el ganso... y si actúas como testigo, es posible. Sin estar en la mente, puedes identificarte tanto con ella que empiezas a notar que estás en ella.
El discípulo va corriendo a ver al maestro y le dice que el ganso está fuera. El maestro replica: «Lo has comprendido. Déjalo fuera. Nunca ha estado dentro».
 
Si continúas luchando con el ganso y la botella, jamás resolverás el problema. Se trata de darte cuenta de que, efectivamente, debe representar otra cosa, porque si no el maestro no te lo plantearía. ¿Y qué puede ser, si tenemos en cuenta que toda la relación entre maestro y discípulo se refiere a la mente y la conciencia?
La conciencia es el ganso que no está dentro de la botella de la mente, pero tú crees que sí está y no paras de preguntar a todo el mundo cómo sacarlo. Algunos imbéciles te ayudarán, con ciertas técnicas, y los llamo imbéciles porque no comprenden el asunto, en absoluto.
Como el ganso está fuera y nunca ha estado dentro, no se plantea el problema de sacarlo.
 
LA MENTE ES UNA SUCESIÓN DE PENSAMIENTOS QUE DESFILA FRENTE A TI EN LA PANTALLA DEL CEREBRO. Tú eres un observador, pero empiezas a identificarte con cosas bonitas, que te engatusan. Y en cuanto quedas atrapado por las cosas bonitas también quedas atrapado por las cosas feas, porque la mente no puede existir sin dualidad.
La conciencia no puede existir con dualidad, mientras que la mente no puede existir sin ella. La conciencia no es dual, y la mente sí. De modo que ojo: yo no te enseño soluciones. Te enseño la única solución que consiste en retroceder y mirar. Has de crear una distancia entre tu mente y tú.
Tanto si es algo bueno, hermoso, algo que te gustaría disfrutar de cerca, como si es algo feo, mantente lo más lejos posible. Míralo como podrías ver una película. El problema es que las personas se identifican incluso con las películas.
He visto a gente llorar, cuando era joven... [no veo una película desde hace mucho tiempo], he visto a gente llorar a lágrima viva... ¡y no pasaba nada! Está bien que las salas de cine estén a oscuras, porque así a la gente no le da vergüenza llorar. Un día le pregunté a mi padre:
¿Has visto? El señor que estaba a tu lado ha llorado.
Mi padre dijo:
Toda la sala estaba llorando. La escena era tan...
Pero si es solo una pantalla repliqué yo. No matan a nadie, no hay ninguna tragedia. Es solo una película, imágenes proyectadas en una pantalla. Y la gente se ríe, llora, y durante tres horas están casi perdidos. Forman parte de la película, se identifican con algún personaje...
Mi padre me dijo:
Si haces preguntas sobre las reacciones de la gente no disfrutas de la película.
Respondí:
Yo sí disfruto de la película, pero no quiero llorar. No le veo la gracia. La veo como una película, pero no quiero formar parte de ella. Esa gente sí forma parte de ella.
Puedes identificarte con cualquier cosa. La gente se identifica con otras personas y así crean su propia desdicha. Se identifican con cosas y se sienten desgraciados si les faltan esas cosas.
La identificación está en el origen de toda desdicha, y toda identificación se realiza con la mente.
Hazte a un lado, y cede el paso a la mente. Muy pronto comprenderás que no existe ningún problema, que el ganso está fuera. Ni tienes que romper la botella ni matar al animal.
 
¿Cuál es la mejor forma de enfrentarse al miedo? Me afecta de distintas maneras... desde una ligera inquietud o el estómago encogido hasta un pánico espantoso, como si hubiera llegado el fin del mundo. ¿De dónde procede? ¿Adonde va?
 
Acabo de contestar a esa misma pregunta. Todos los miedos son consecuencia de la identificación.
Si amas a una mujer, el amor va en el mismo paquete que el miedo, por si te deja, porque ya ha dejado a otro para estar contigo. Ya hay un precedente y quizá haga lo mismo contigo. Existe ese miedo, y se te encoge el estómago. Estás demasiado apegado.
No comprendes un hecho muy sencillo: que llegaste a este mundo solo, que también estabas aquí ayer, sin esa mujer, perfectamente, sin el estómago encogido. Y mañana, si esa mujer se marcha... ¿por qué se te va a encoger el estómago? Sabes cómo estar sin ella, y serás capaz de estar sin ella.
El miedo a que las cosas puedan cambiar mañana mismo... Quizá se muera alguien, o te arruines, o te quedes sin trabajo. Pueden cambiar miles de cosas. Estás cargado de miedos, de temores, y ninguno es válido, porque ayer también estaba lleno de miedos,
sin ninguna necesidad. Las cosas pueden haber cambiado, pero sigues vivo, y el ser humano posee una enorme capacidad para adaptarse a cualquier situación.
Se dice que solo los seres humanos y las cucarachas poseen esa inmensa capacidad de adaptación. Por eso en cualquier lugar en el que haya seres humanos se encontrarán cucarachas y en cualquier lugar en el que haya cucarachas se encontrarán seres humanos. Siempre van juntos; tienen algo en común. Incluso en lugares tan remotos como el Polo Norte o el Polo Sur... Cuando el ser humano llegó a tales lugares se dio cuenta de que había llevado las cucarachas, y de que estaban sanas, vivitas y coleando,
reproduciéndose.
Solo tenemos que mirar a nuestro alrededor... El hombre vive en miles de climas, situaciones geográficas, situaciones políticas, situaciones sociológicas y religiosas, pero consigue vivir. Y lleva viviendo así siglos... Las cosas cambian, y el ser humano sigue
adaptándose a los cambios.
No hay nada que temer. Incluso si se acaba el mundo, ¿qué? Tú también acabarás con él. ¿Crees que te quedarás solo en una isla mientras se acaba el mundo? Tranquilo.
Tendrás compañía: al menos unas cuantas cucarachas.
 
¿Qué problema hay si llega el fin del mundo? Me lo han preguntado muchas veces, pero yo no veo el problema por ninguna parte. Si se acaba, que se acabe. No plantea ningún problema, porque no estaremos aquí; acabaremos con él, y no quedará nadie
para preocuparse. Sin duda, supondrá la mayor liberación del miedo.
El fin del mundo significa el fin de todos los problemas, de todas las molestias, de ese estómago encogido. No veo problema alguno, pero sé que todo el mundo está lleno de miedos.
Sin embargo, lo que se plantea es lo mismo, que el miedo forma parte de la mente.
La mente es cobarde y tiene que serlo porque carece de sustancia, está vacía, hueca, y tiene miedo de todo. Tiene miedo, sobre todo, de que un día de estos tú tomes conciencia. ¡Eso sí que sería el fin del mundo!
No el fin del mundo sino el hecho de que tomaras conciencia, que llegaras a un estado de meditación en el que la mente tiene que desaparecer: ese es el problema fundamental, porque ese miedo aleja a la gente de la meditación, los enemista con las personas que, como yo, intentan propagar la meditación, alguna forma de tomar
conciencia y ser testigos. Se oponen a mí, y no sin razón. Ese miedo tiene su porqué.
Quizá no sean conscientes de ello, pero su mente siente un miedo terrible a acercarse a cualquier cosa que pueda desarrollar la conciencia, porque supondría el principio del fin de la mente, la muerte de la mente.
Pero tú no debes sentir miedo. La muerte de la mente supondrá tu renacer, el comienzo de vivir realmente. Serás feliz, te alegrarás de la muerte de la mente, porque no puede existir mayor libertad. Ninguna otra cosa puede darte alas para volar hasta el cielo, con ninguna otra cosa lograrás que el cielo sea enteramente tuyo.
La mente es una cárcel.
La conciencia significa salir de esa cárcel, o darse cuenta de que nunca se ha estado en esa cárcel, que era solamente pensar que se estaba allí. Entonces desaparecen todos los temores.
 
Yo vivo en el mismo mundo, pero no he sentido temor alguno, ni siquiera durante unos momentos, porque no me pueden quitar nada. Pueden matarme, pero como lo veré mientras ocurre, a quien matarán no será a mí, no a mi conciencia.
Es el mayor descubrimiento de la vida, el tesoro más preciado: la conciencia. Sin ella te sumes en la oscuridad, en el miedo, y tú mismo seguirás creando nuevos miedos, sin parar. Vivirás con miedo, morirás con miedo y no podrás ni siquiera probar la libertad.
Poseías ese potencial todo el tiempo; podrías haberlo reivindicado, pero no lo hiciste.
La responsabilidad es únicamente tuya.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...