sábado, 6 de junio de 2020

LIBRO DEL EGO.- CAPÍTULO 13: LA ILUMINACIÓN (PARTE 2) Y ÚLTIMA


Cada generación carga a la siguiente generación de basura,
estupideces y supersticiones.
Pero no te enfades con ellos. Habrás oído hablar de los «jóvenes airados». Los jóvenes airados son imbéciles. La ira no resuelve nada; lo complica todo, lo hace más difícil. Tus padres, tus profesores, tus vecinos no se merecen ira, sino compasión. No
podían hacer otra cosa. Con todas sus buenas intenciones te han destruido, al igual que sus padres los destruyeron a ellos.
Y si no alcanzas la iluminación destruirás a tus hijos. Les impondrás todo tipo de gilipolleces, y encima por su bien.
Te han dicho que eres cristiano, que eres hindú, que eres musulmán. Viniste al mundo como una tabla rasa; no había nada escrito en ti. Tus padres te grabaron el nombre de cristiano y te impusieron la idea del cristianismo, y utilizaron tu miedo y tu codicia como instrumentos. Te inculcaron el miedo al infierno, la codicia por el cielo. Y, naturalmente, no querían que siguieras los senderos del pecado, sino el regio camino de la virtud.


No albergaban nada malo en sus intenciones; nadie pone en tela de juicio sus intenciones. Lo que sí se pone en tela de juicio es que no fueran inconscientes, que las semillas que estaban sembrando fueran ponzoñosas. Ni las buenas intenciones ni los buenos deseos van a cambiar esas semillas. Y cuando arraigan en ti resulta más difícil librarse de ellas, porque te has identificado con el árbol de la ponzoña.
A un cristiano le resulta difícil renunciar al cristianismo. Se sentirá como si estuviera traicionando algo. Si renuncia al cristianismo, pensará que está traicionando a Jesucristo. No está traicionando a nadie, sino simplemente intentando salir de todos los repugnantes condicionamientos que le han impuesto un montón de personas.
Ese es el miedo. Tienes miedo de librarte de cualquier condicionamiento porque ese condicionamiento te otorga cierta personalidad, pero como no te das cuenta, no te preocupa. Tu personalidad ha ocupado el lugar de tu individualidad. Y tirar por la borda tu personalidad, que significa tu pasado, todo tu pasado... No tienes elección. No se trata de que haya partes malas y puedas prescindir de ellas y de que haya partes buenas que puedas conservar.

Los demás te imponen tu pasado entero, de modo que no importa si es bueno o malo. Lo importante, lo que tienes que recordar consiste en que no es un descubrimiento tuyo, sino que es todo prestado, de segunda mano, de tercera mano... incluso puede haber pasado por millones de manos. Está realmente sucio.
Tienes que librarte por completo de él.
Se abrirá un vacío y te sentirás perdido. Antes te conocías, sabías quién eras. Se abrirá un vacío cuando no sepas quién eres, pero es una experiencia maravillosa, porque habrás recuperado la inocencia. Habrás renacido; es un renacimiento. Y a partir de ahí puedes empezar a descubrir.

Es un territorio nuevo en el que nunca habías estado. Te habían mantenido dando vueltas y más vueltas en la circunferencia de tu existencia. Es una aventura, un gran reto. Y surge el miedo. Surge el miedo porque lo que crees que eres está sin duda en tus manos, pero la individualidad a la que yo me refiero no está en tus manos. No sabes qué vas a descubrir, ni siquiera si hay algo que descubrir.
Hay un proverbio muy parecido en muchas lenguas: «Más vale pájaro en mano que ciento volando». Y lo que yo te pido es que dejes el pájaro en mano por algo de lo que aún estás muy lejos. El miedo es algo natural. No hay que preocuparse; solo hay que comprenderlo.
Lo único que puedo hacer es ponerlo muy claro, que no hay por qué sentir miedo.
Puedes librarte de todo lo que te han añadido después de nacer, y seguirás viviendo... no solo viviendo, sino viviendo muy bien. No tienes por qué esperar la muerte. Puedes darle la muerte a tu personalidad ahora mismo, y renacer.
En eso consiste la iluminación: muere la personalidad y empieza a crecer y a florecer la individualidad que estaba reprimida por la personalidad.
Pero tu pregunta da lugar a otra pregunta. Al escucharme, o al leer algo sobre la idea de la iluminación, empiezas a ansiarla. Ahí está el problema principal. Dices: «Deseo la iluminación». El deseo establece una barrera. ¿Quién es ese «yo» que desea la iluminación?
Ese «yo» es tu ego, que te impide la iluminación. Ese «yo» que intentaba convertirse en gran líder, en la persona más rica del mundo, en el presidente más poderoso —de Estados Unidos o de la antigua Unión Soviética—, a ese mismo «yo» se le ocurre otra idea, la de ser incluso más importante que todos los presidentes y todos
los ricos del mundo: la iluminación. El ego dice: «¡Qué bien! Quiero la iluminación».
El ego no puede llegar a la iluminación, al igual que la oscuridad no puede transformarse en luz.
Al escucharme a mí, o sacar la idea de otra parte, hay que recordar una cosa: que no puedes desear la iluminación. Puedes tener la iluminación, pero no puedes desearla, no puedes quererla. No es un producto que puedas adquirir. No es un país que puedas invadir. No está ahí fuera, no es algo que puedas encontrar.
La iluminación es el nombre de una experiencia interior en la que participan dos cosas: la muerte de la personalidad y el renacimiento de la individualidad.
Quienes viven en los monasterios del mundo entero desean ser iluminados, despertarse, ser liberados... muchas palabras para una misma experiencia. Pero son estúpidos. En realidad, al desear la iluminación convierten la iluminación en un producto más del mercado.
La iluminación no es algo que se pueda desear.
Entonces, ¿qué hacer? Hay que comprender la propia personalidad, estrato a estrato. Olvídate de la iluminación; no tiene nada que ver contigo. Solo hay una cosa cierta: que no puedes recibir la iluminación. Empieza con lo que eres.
Vete pelando tu personalidad, capa a capa, como quien pela una cebolla. Tira esas capas. Encontrarás más capas, pero llegará el momento en que desaparecerá la cebolla y solo quedará el vacío entre tus manos. Ese momento es el momento de la iluminación. No puedes desearla, porque el deseo añade otra capa a la cebolla, una capa mucho más peligrosa que las demás.

Ser presidente de un país no es gran cosa; cualquier imbécil puede llegar a ese cargo. Aún más; hay montones de imbéciles en ese puesto en el mundo entero. ¿A quién si no le iba a interesar ser presidente o primer ministro de un país? Jamás he conocido a una persona sensata que quisiera llegar a presidente.
¿Os habéis fijado en un hecho realmente curioso, que en épocas pasadas varios reyes alcanzaron la iluminación? En la India, Ashoka, uno de los emperadores más importantes del mundo. De hecho, la India no ha vuelto a ser tan importante como en su época. Varias regiones de la India han sufrido diversas invasiones, y han pasado a ser países distintos. En la actualidad, la India es solamente una tercera parte de lo que era durante el imperio de Ashoka.
Ha habido otros emperadores que alcanzaron la iluminación, en China, en Japón, en Grecia. Un emperador no es un hombre que desea ser emperador. Al igual que otros nacen mendigos, él nace emperador. Se lo toma como algo natural, que no se transforma en una capa de codicia alrededor de su cebolla.

Pero no sabemos de ningún presidente, de ningún primer ministro que haya alcanzado la iluminación. Parece extraño, pero la razón es muy clara. No se nace presidente, sino que hay que luchar por ello; tienen que mentir y prometer, a sabiendas de que no pueden cumplir esas promesas. Tienen que ser diplomáticos; no pueden
decir lo que quieren. Dicen muchas cosas que nunca van a hacer. El político tiene que ser muy astuto.
No se sabe de ningún político que haya alcanzado la iluminación, por la sencilla razón de que en un mundo democrático, en el que ha desaparecido la monarquía, ser jefe de Estado constituye uno de los mayores deseos del ego, pero el deseo de iluminación es el máximo deseo; no se puede desear nada más importante. Pides la dicha máxima, pides la máxima sabiduría existencial.
Que la iluminación no sea un deseo, porque entonces no la alcanzarás. Te propongo que te olvides de la iluminación. No tiene nada que ver contigo, jamás la verás; ocurre cuando no eres. Cuando has pelado la cebolla por completo, cuando se ha evaporado tu ego, ahí está. Pero no puedes decir: «Yo he alcanzado la iluminación». Ese «yo» ya no existe; existe la iluminación.
Es natural sentir miedo, porque tienes que deshacerte de toda tu personalidad, y ahora mismo es lo único que tienes. No sabes que hay algo detrás. Quieres ganar algo más, y yo te digo que pierdas todo lo que te conforma. Ese es el miedo. Si haces caso al miedo, no hay esperanza.
Pero ¿qué tienes en realidad? Angustia, ansiedad, aburrimiento, desesperación, fracaso... miles de complejos. En eso consiste tu tesoro. Fíjate en él. ¿Por qué tener miedo de abandonar ese tesoro, de librarte de la angustia, de deshacerte del aburrimiento?
Pero las cosas son realmente complicadas. ¿Por qué estás aburrido? ¿Y por qué no puedes librarte del aburrimiento? Debe de haber algún interés oculto. Te aburres con tu mujer o tu marido. Llega un momento en que todo esposo y toda esposa se hartan el uno del otro, se aburren, pero hay una complicación. No puedes despedirte sin más de tu cónyuge. Tenéis hijos, los dos los queréis, no queréis abandonarlos. Habrá una pelea ante los tribunales por esos niños, porque los dos no podéis quedaros con ellos.
Tenéis cierto prestigio en lo social. La gente os considera una pareja modélica porque siempre os ven cariñosos al uno con el otro. Cuando sales de casa para ir a la oficina le das un beso a tu mujer, cuando vuelves le das otro beso, como un ritual. Para ti no significa nada, para ella tampoco significa nada, y los dos lo sabéis. Y mientras besas a tu esposa te dices para tus adentros: «¡Al diablo con todo esto!».
Pero la gente no oye lo que dices para tus adentros. Solo ve. «Treinta años de matrimonio y siguen queriéndose. Es como si aún llevaran el cartel de "Recién casados" en la trasera del coche. Parece que su luna de miel no acaba nunca... ¡Treinta años de
luna de miel!»
Es interminable. Fingís ante los demás; tenéis que mantener la idea de ser la mejor pareja a ojos de la gente. Son vuestras inversiones.
Quizá te hayas enriquecido al casarte con una mujer rica. Si la dejas volverás a ser pobre, y no quieres. Quizá tengas un buen trabajo porque tu mujer es guapa —vivimos en un mundo muy extraño—, o por las relaciones y las influencias de tu mujer. Podrías perder el trabajo si la dejaras.

De modo que, ¿cómo librarse del aburrimiento, cuando está relacionado con tantas inversiones?
Hace falta valor, mucho valor. Y me gustaría decirte que es mejor ser pobre pero sin aburrimiento, mucho mejor que emperador pero aburrido, porque el aburrimiento es pobreza espiritual. Y este nunca llega solo. Si te aburres surgirán la angustia, la desesperación, una continua tensión mental: ¿qué hacer? Tienes que seguir viviendo
con una mujer o un hombre a quien te gustaría matar, y encima darle besos.
Librarse del aburrimiento significa dar un paso revolucionario, a cualquier precio.
No puedes arrastrarte por la vida aburrido, porque entonces, ¿qué sentido tiene vivir? Y a tu alrededor verás a todo el mundo aburrido. Alguien puede estar aburrido de su trabajo. No quería ser médico, pero sus padres lo obligaron porque es un trabajo
respetable, lucrativo. Te lucras, te respetan y encima dicen que realizas un gran servicio público, porque sirve a la humanidad. ¡Es fantástico!
Tus padres te obligaron a ser médico. Detestas ese trabajo, nunca te gustó; querías ser pintor, pero nadie te hizo caso. Te decían: «Estás loco. Si quieres ser pintor te morirás en la calle, pidiendo limosna. Déjate de tonterías. Cuando se es joven se tienen ideas muy románticas. Tranquilo, muchacho. También nosotros hemos sido jóvenes y también hemos soñado con grandes cosas, pero ahora sabemos que todas esas ideas románticas pasan. Si te dejamos que seas pintor, no nos lo perdonarás jamás. No podemos consentirlo».
Quieres ser músico, bailarín, escultor, pero nadie va a apoyarte. Querías ser bailarín y eres empresario; estás aburrido. En realidad, quieres colgarte de un árbol un día de estos y acabar con todo, pero tampoco puedes porque tienes tanto que hacer... Tienes que presentar la declaración de la renta, y Hacienda anda detrás de ti... 

No te queda tiempo para ahorcarte.
Tienes muchas cosas por acabar. En primer lugar tienes que acabarlo todo y después podrás ahorcarte, pero las cosas siempre seguirán inacabadas. Y la idea de ahorcarte te proporciona cierta tranquilidad, cierto placer, al pensar que, sea cual sea la situación, siempre queda una salida, que siempre puedes ahorcarte. Así que, ¿para qué darse prisa? ¿Y quién sabe? A lo mejor mañana cambian las cosas, a lo mejor encuentras a la mujer de tu vida.
No existe la mujer de tu vida, ni el hombre de tu vida; nadie los ha encontrado, jamás. Pero sí existe la fantasía de encontrarlos... Cuando se enamoran, todas las parejas piensan que están hechos el uno para el otro, que han encontrado a la persona con la que siempre habían soñado. Es la persona en la que siempre habían pensado, que siempre habían deseado, pero cuando acaba la luna de miel sabes que estás atrapado con una persona que no te conviene, que no estáis hechos el uno para el otro.
Sin embargo, sigues fantaseando: «¿A lo mejor con otra mujer...?», porque en el mundo hay tantas mujeres, tantos hombres... Esta vez te has equivocado, pero quizá la siguiente...

UN AMIGO MÍO SE CASÓ TRES VECES. En la India resulta difícil divorciarse. Echó a perder casi toda su vida por culpa de las mujeres. Aunque las leyes no son fáciles, logró divorciarse, porque en la India se consigue casi todo. Lo único que se necesita es dinero, y él tenía dinero. Se puede sobornar a todo el mundo. Se trata de una tradición nacional, y no precisamente nueva. Es muy antigua.
Si los indios sobornan a Dios, ¿cómo va a importarles sobornar a un funcionario o a un juez? Cuando un indio va al templo y le dice a su dios: «Si me toca la lotería, te haré una ofrenda de cinco rupias de dulces» o «Daré un banquete para once brahmanes», ¿qué hace? El premio de la lotería asciende a un millón de rupias, y con cinco rupias quiere sacar un millón. Los indios llevan siglos enteros sobornando a Dios; es algo que han heredado. Nadie se siente culpable por ello.
Puedes sobornar a cualquiera; ni tú te sentirás culpable ni el sobornado se sentirá culpable, porque está trabajando para ti. Es casi como el pago por el trabajo. Y el trabajo que hace cuesta mucho más que el soborno que le das. Se puede hacer cualquier cosa. Puedes cometer un asesinato y el tribunal te dejará libre, como a una persona respetable. Lo único que se necesita es dinero.
De modo que mi amigo siguió pensando que mañana podía ser diferente. Cambió de esposa en tres ocasiones, y siempre me decía:
—Esta vez no voy a enamorarme de una mujer como la que voy a abandonar. ¡Menuda bruja!
Y yo replicaba:
—Siempre te enamorarás de una auténtica bruja.
Un día me dijo:
—Qué cosa más rara. Fíjate, resulta que siempre tienes razón. La segunda mujer era tan bruja como la primera, y la tercera tan bruja como las demás. ¿Cómo puedes predecirlo?
Le contesté:
—Yo no lo predigo, no soy astrólogo. Sencillamente, te conozco. Sé qué clase de mujer te atrae. ¿Por qué te enamoraste de la primera? ¿Has analizado qué cualidades de esa mujer te atrajeron, te has parado a pensarlo? ¿Y quién te va a encontrar a esa otra mujer? Tú, y nadie más que tú, y te volverás a sentir atraído por lo mismo. No has cambiado, ni ha cambiado lo que te atrae. Nunca te has preocupado de darte cuenta que tú eres el responsable de haber elegido a esa mujer. Por eso has adquirido el mismo producto tres veces, una vez, y otra y otra. No es cuestión de divorcio, ni cuestión de cambiar de mujer. De lo que se trata es de que cambies tu mente.

PERO LA GENTE SIEMPRE INTENTA ECHARLE LA CULPA A LOS DEMÁS. Estás angustiado porque tus hijos se están haciendo hippies. Tu hija fuma marihuana, tu hijo hace todo lo que a ti te parece mal: pelo largo, barba, drogas, ha dejado la
universidad... Estás angustiado. ¿Qué va a pasar? Le echas la culpa de tu angustia a tu hija, a tu hijo, a tu mujer... Cualquiera te sirve.
¿Crees que si tu hijo fuera por el buen camino, si tu hija no se hubiera quedado embarazada antes de casarse, si no tomaran drogas... crees que no te sentirías angustiado? Conozco a muchas personas cuyas hijas hacen cuanto les dicen, cuyos hijos estudian lo que quieren los padres, y sin embargo están angustiados por otra cosa.
Siempre encuentran algo por lo que preocuparse.
Si tienes hijos, te preocupas por tus hijos. Si no los tienes, te preocupas porque Dios no te los ha dado. Parece un verdadero zoológico, este mundo nuestro.
Deshacerte de las capas del ego significa que estás dispuesto a suicidarte psicológicamente. Voy a llamarlo sannyas, para que quede mejor, porque si lo llamo suicidio te asustará aún más.
Has venido aquí para alcanzar la iluminación, no para suicidarte, pero lo cierto es que a menos que te suicides no habrá iluminación. La gente quiere la iluminación, pero no quiere renunciar a nada, no quiere perder nada.
Quieres la iluminación tal y como eres. Pues bien; es imposible. Tendrás que cortar con muchas cosas que se han hecho casi idénticas a ti. Y eso es lo que yo hago continuamente: machacarte, golpearte, escandalizarte. Y seguiré haciendo todo lo posible para escandalizarte, para herirte, porque quiero que seas consciente de que es tu ego el que se siente herido, el que recibe la herida.
No sigas tu temor instintivo, porque eso te hará cobarde, degradará tu humanidad.
Es una humillación que tú mismo te impones. Siempre que percibas algún temor, lucha contra él. Es un criterio muy sencillo: siempre que percibas un temor, lucha contra él y crecerás, te expandirás, te aproximarás al momento en que el ego desaparece, porque solo funciona con el miedo. Y cuando desaparece el ego se produce la iluminación; no es una suma.

La iluminación no es algo que se añada a ti. La iluminación es algo que forma una unidad completa contigo mismo. Es un fenómeno de resta, porque tú ya no existes. No te ocurre a ti; ocurre cuando dejas de poner obstáculos, cuando ya no eres. Por eso llamo a la iluminación suicidio psicológico.



FINAL DEL CAPÍTULO

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