sábado, 6 de junio de 2020

LIBRO DEL EGO.- CAPÍTULO 14: LA NORMALIDAD (PARTE 1)


SER UN BUDA, recibir la iluminación, es un fenómeno de lo más normal. Cuando digo «normal» me refiero a que así debe ser. Si parece algo extraordinario es por ti, porque pones muchos obstáculos... y te encanta ponerlos.
Primero pones los obstáculos y después intentas superarlos. Y te sientes eufórico.
En primer lugar, no existe ningún obstáculo, pero el ego no se sentirá a gusto; hay que crear un largo camino hasta el punto que estaba más próximo, el más íntimo. Y nunca habías pasado de largo.
De modo que no busques nada misterioso. Limítate a ser sencillo e inocente, y entonces la existencia entera se abrirá ante ti. No te volverás loco. Sonreirás ante lo absurdo de lo que tenías tan cerca pero no podías alcanzar, donde no había ninguna barrera. En cierto sentido, estaba dentro de ti. Resulta milagroso que no lo encontraras.
Si el vacío es real, todo lo que está allí, la realidad entera se abrirá ante ti. No es que ahora esté cerrada; está abierta. Eres tú quien está cerrado, y tu mente ocupada.
Cuando tu mente esté vacía, desocupada, te abrirás a esa realidad, y se producirá un encuentro. Entonces todo será hermoso, absolutamente normal.
Por eso se dice que quien lo ha conocido se vuelve completamente normal. Se hace uno con la realidad. Ir en pos de lo especial es como funciona el ego, y el funcionamiento del ego crea distancias entre lo real y tú.

Quédate vacío y todo te ocurrirá, pero no esperes nada especial. El nirvana no es nada especial. Cuando digo esto, ¿qué le ocurre a tu mente? Cuando digo que el nirvana no es nada especial, ¿qué sientes? ¿Cómo te sientes? Un poco decepcionado.
Seguramente se te planteará la pregunta: entonces, ¿para qué luchar? ¿Para qué esforzarse? ¿Para qué meditar? ¿Para qué estas técnicas?
Fíjate en esa mente: esa mente es el problema. La mente desea algo especial, y debido a ese deseo no para de crear cosas especiales. En realidad no hay nada especial: o toda la realidad es especial o nada lo es.
Debido a ese deseo, la mente ha creado cielos, el paraíso, y no se conforma con uno solo; crea muchos. Los cristianos tienen un cielo, los hindúes siete... Como hay tantas personas buenas tiene que existir una jerarquía. Las mejores, ¿adonde irán? Es algo interminable. En la época de Buda había una secta que creía en setecientos cielos.
Hay que poner los egos en su lugar, y el más elevado debe ir al cielo más elevado.
Eso es lo que hacemos todos. Tenemos una concepción de algo especial al final, y debido a ese algo «especial» seguimos avanzando, pero hay que recordar que precisamente a causa de ese algo «especial» no nos movemos hacia ninguna parte, solo con los deseos. Y un movimiento impulsado por el deseo no significa progreso, porque es un movimiento circular.
Si puedes seguir meditando —sabiendo que no va a ocurrir nada especial, que solo llegarás a reconciliarte con la realidad normal y corriente, que estarás en armonía con esta realidad normal y corriente—, si puedes meditar con esa mentalidad, la iluminación es posible en este mismo momento.
Pero con esa mentalidad no te apetecerá meditar. Dirás: «Mejor dejarlo si no va a pasar nada especial». Muchas personas vienen a verme y me dicen: «Llevo tres meses meditando y todavía no ha ocurrido nada». Un deseo... y ese deseo constituye la barrera. Puede producirse en un instante si desaparece el deseo.
De modo que no hay que desear lo misterioso. No desees nada. Quédate tranquilo, con la realidad tal y como es.
Sé normal... Ser normal y corriente es maravilloso, porque no existen la tensión ni la angustia. Ser normal y corriente es misterioso, precisamente porque es tan sencillo.
 
Para mí, la meditación es un juego, un entretenimiento, no un trabajo, pero para vosotros sigue siendo un trabajo, seguís considerándolo un trabajo. Convendría comprender la diferencia entre trabajo y juego.
El trabajo está orientado hacia un fin, algo que no es suficiente en sí mismo. Tiene que llevar a alguna parte, desembocar en algo. Es un puente, un medio, sin ningún significado en sí mismo. El significado está oculto en el objetivo.
Jugar es algo completamente distinto. No tiene ningún objetivo o, si acaso, constituye un objetivo en sí mismo. La felicidad no queda fuera de ese juego, no está detrás de ese juego; estar en él equivale a ser feliz. Fuera de él no tendrás felicidad, no existe significado alguno más allá del juego, porque todo en él es intrínseco, interno.
Juegas sin motivo alguno, simplemente porque lo disfrutas en el momento, sin ningún objetivo.
Por eso solo los niños pueden jugar realmente; cuanto más crecemos, menos capaces somos de jugar. Porque cada vez te propones más objetivos, más porqués, más «por qué voy a jugar»; tienes que conseguir algo, porque si no, no tiene sentido. El valor intrínseco no significa nada para ti. Solo los niños saben jugar, porque no piensan en el futuro. Saben vivir sin noción del tiempo, eternamente.
 
El trabajo es tiempo; el juego es eterno.
La meditación debe ser como el juego, sin un objetivo concreto. No debes meditar para conseguir algo, porque entonces no tiene sentido. No puedes meditar si andas buscando algo en la meditación. Solo puedes meditar si juegas, si disfrutas, si no buscas
nada en la meditación, porque es maravillosa en sí misma.
La meditación porque sí... Entonces es eterna, y no surge el ego.
Sin deseos no puedes proyectarte al futuro; sin deseos no puedes tener expectativas, y sin deseos nunca te sentirás decepcionado. Sin deseos desaparece el tiempo... te trasladas de un momento de eternidad a otro momento de eternidad. No se da una sucesión... Y jamás preguntarás por qué no ocurre nada especial.
He de reconocer que aún no he llegado a desentrañar el misterio. El misterio se esconde en el juego mismo; el misterio consiste en no tener deseos, en no contar el tiempo. Y ser normal es el «objetivo», si se me permite utilizar este término. El objetivo consiste en ser normal.
Si puedes ser normal y corriente te liberarás, y para ti dejará de existir el samara, el mundo. Este mundo no es sino la lucha por ser algo extraordinario. Algunos lo intentan en la política, otros en la economía, otros en la religión, pero el deseo es siempre el mismo.
 
¿Qué es la inocencia? ¿Ser inocente te exige llevar una vida sencilla?
La inocencia es un estado de conciencia sin pensamiento, otro nombre de la nomente, la esencia misma del estado del Buda. Es cuando entras en sintonía con la ley suprema de las cosas, cuando dejas de luchar y empiezas a fluir con ella.
La mente lucha con toda su astucia, porque el ego brota gracias a la lucha, y la mente, con su astucia, solo puede existir en torno al ego. Tienen que estar juntos; son inseparables. Si desaparece el ego, también desaparece la mente y lo que queda es la inocencia. Si luchas con la vida, si vas contra la corriente, si no eres natural,
espontáneo, si vives del pasado y no en el presente, no eres inocente.
 
Vivir del pasado significa llevar una vida irresponsable: es la vida de la reacción. No comprendes la situación; te limitas a repetir las viejas soluciones... y cada día, a cada momento, se te plantean problemas nuevos. La vida cambia sin cesar y la mente permanece estática. En eso consiste el problema: en que la mente sigue siendo un mecanismo estático y la vida un flujo continuo. De ahí que no pueda darse una comunión entre la vida y la mente.
Si sigues identificándote con la mente seguirás medio muerto. No participarás del júbilo que desborda la existencia. No asistirás a esa fiesta que no cesa: el canto de los pájaros, la danza de los árboles, el fluir de los ríos. Y tendrías que formar parte de esa totalidad.
Quieres ser diferente, quieres demostrar que vas a llegar más alto que los demás, que eres superior a los demás, y recurres a la astucia. Solamente mediante la astucia puedes demostrar tu superioridad. Es un sueño, es algo falso, porque en la existencia no hay nadie superior a nadie ni nadie inferior a nadie. La brizna de hierba y la gran estrella son iguales. La existencia es comunista, no existe la jerarquía; pero el hombre quiere ser superior a todo lo demás, quiere conquistar la naturaleza, y por eso tiene que luchar continuamente. Todos los problemas surgen de esa lucha.
La persona inocente es la que ha renunciado a esa lucha, a la que ya no le interesa ser superior, a la que no le interesa interpretar un papel, demostrar que es especial, que se ha transformado en una rosa o en una gota de rocío sobre una hoja de loto, que ha pasado a formar parte de esta infinidad, que se ha fundido, fusionado y hecho una con el océano y es simplemente una ola., que no conoce la idea del «yo».
 
La desaparición del «yo» es la inocencia.
Por consiguiente, la inocencia no te exige que lleves una vida sencilla; la inocencia no puede exigirte nada. Todas las exigencias son producto de la astucia. Todas las exigencias están fundamentalmente destinadas a luchar, a ser alguien.
La inocencia vive sencillamente, sin ninguna idea de cómo vivir.
En cuanto entra en juego el «cómo» empiezas a complicarte. La inocencia es una respuesta sencilla al presente. Las ideas conforman el pasado acumulado: cómo vivió Buda —vive así y serás budista—, cómo vivió Jesucristo —y serás cristiano—, pero así te estarás imponiendo algo a ti mismo.
Dios jamás crea a dos personas iguales; cada individuo es único. De modo que si te impones la figura de Jesús serás un impostor. Todos los cristianos están abocados a ser impostores, como todos los hindúes, todos los jainistas y todos los budistas, porque intentan ser alguien que no pueden ser.
No puedes ser Buda Gautama. Puedes llegar a ser un Buda, pero no el Buda Gautama. «Buda» significa despierto —y a eso tienes un derecho inalienable—, pero Gautama es un ser individual. Puedes ser un Cristo, pero no Jesucristo; Jesús es un ser individual. Cristo es otro nombre que se le puede dar al estado del Buda, a la
«budeidad», el estado máximo de conciencia. Sí, es posible, tienes ese potencial, puedes florecer hasta alcanzar la «conciencia de Cristo», pero nunca llegarás a ser Jesús, porque es imposible, y más vale que lo sea. Pero así han vivido siempre las personas religiosas, intentando seguir a alguien, imitando. Un imitador no puede ser
sencillo, porque tiene que ajustar continuamente la vida a sus ideas.
Una persona verdaderamente inocente sigue la vida, se limita a fluir con la vida; no tiene ningún objetivo como tal. Si tienes un objetivo no puedes ser inocente. Tendrás que ser listo, astuto, manipulador; tendrás que planear las cosas, guiarte por ciertos mapas. ¿Cómo puedes ser inocente, con tanta porquería como te han puesto los demás a las espaldas? No serás sino una fotocopia de Jesús, de Buda o de Mahavira, pero no el original.
Bodhidharma lo dice una y otra vez: «Encuentra tu rostro original». Y la única forma de encontrar tu rostro original es renunciar a las imitaciones. ¿Quién va a decidir los requisitos? Nadie puede decidirlo, y cualquier decisión supondrá una molestia, porque es posible que la vida no resulte como tú lo esperas. En realidad, las cosas nunca salen tal y como las esperas. La vida es un cambio continuo, para el que no puedes prepararte. A la vida no le hacen falta ensayos.
Hay que ser espontáneo, y en eso consiste la inocencia. Pues bien: si eres espontáneo no puedes ser ni cristiano, ni hindú ni budista, sino simplemente un ser humano.
La sencillez no es un requisito, sino una consecuencia de la inocencia, algo parecido a tu sombra. No hay que intentar ser sencillo; si intentas ser sencillo, el intento mismo destruye la sencillez. No se puede ejercitar la sencillez, porque esa sencillez sería superficial; la sencillez ha de seguirte como una sombra. No tienes que preocuparte por ella, no tienes que mirar constantemente por detrás del hombro para comprobar que te está siguiendo. Esa sombra no tiene más remedio que seguirte.
Alcanza la inocencia, y la sencillez te llegará como un regalo de Dios.
 
Y la inocencia significa la transformación a la no-mente, al no-ego, abandonar toda idea de objetivos, logros, ambiciones y vivir lo que sucede en el momento.
Por eso no te digo que seas célibe. Sí, puede ocurrir que se dé el celibato, pero no es cuestión de practicarlo, sino de algo que sencillamente te ocurrirá. No cabe duda de que antes de ser un Buda se es célibe, pero no es un requisito. Recuérdalo, y que no se
te olvide: no es un requisito que tengas que cumplir para convertirte en Buda.
No; simplemente con ser cada día más consciente de tu mente, a medida que la mente empieza a desaparecer, se distancia más de ti y empiezas a comprender que eres algo distinto, que no eres la mente, descubrirás cuántas cosas ocurren con la desaparición de la mente.
Empezarás a vivir el momento, porque es la mente la que acumula el pasado, y no puedes depender de ella. Tus ojos estarán limpios, no cubiertos por el polvo del pasado.
Te librarás del pasado muerto.
Y quien está libre del pasado muerto está libre para la vida, para vivir, auténtica, sincera, apasionada, intensamente. Puede encenderse con la vida y con la celebración de la vida, pero la mente no para de distorsionar, de entrometerse, de decirte: «Haz
esto, haz lo otro». Es como un maestro de escuela.

Quien medita se libra de la mente, y en cuanto deja de dominarte el pasado, el futuro sencillamente desaparece, porque el futuro no es sino una proyección del pasado.
 
CONTINUARÁ...

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