lunes, 6 de julio de 2020

TUS ZONAS SAGRADAS.- SEGUNDA PARTE ( 7) - LIBERA AL YO SUPERIOR DEL EGO (2ª parte)


. El ego es un demente. Mi definición de persona demente es alguien que cree que es algo que no es y que actúa en el mundo según esa creencia. Esto es precisamente lo que cree el ego. Y a todas horas intenta convencerle de que también lo crea usted.
La demencia persiste porque el ego teme a la muerte. Podríamos decir que el ego tiene la delirante creencia de que morirá si usted comienza a conocer su verdadero yo. A medida que esta locura se apodera de su vida, usted llega a identificarse con esa falsa idea de sí mismo. Sin darse cuenta se suma involuntariamente a la masa que también padece esa locura.
Tenga presente la siguiente cita del libro A Course in Miracles: «Este es un mundo demente, y no subestimes la extensión de dicha locura.
No existe aspecto alguno de tu percepción que no esté afectado». Sin embargo, el mundo está lleno de gente convencida de que el Espíritu Santo es algo separado de ellos. ¡Y se pasan la vida intentando convencer tambièn a otros de esta locura!
Toda la violencia humana es un reflejo de la creencia de que somos seres aislados. Si supiéramos que somos todos uno y que Dios está dentro de nosotros, sabríamos que cualquier daño infligido a otra persona es una violación de Dios. No seríamos capaces de comportarnos como lo hacemos los unos con los otros. Pero la demencia del ego nos ha convencido de nuestro aislamiento, de nuestra separación y nos ha alentado a llevar a término nuestras venganzas.

Pierre Teilhard de Chardin, el teólogo y paleontólogo francés, escribiò:.. Somos uno solo, al fin y al cabo, tú y yo; juntos sufrimos, juntos estamos, y eternamente nos regocijaremos el uno con el otro». Esto es cordura: saber que somos uno con Dios.
Para el ego, éste es un postulado peligroso porque amenaza su importancia.
La capitulación total ante los miedos del ego es una locura.
Por ejemplo, a Teilhard de Chardin su orden, los jesuitas, le prohibió publicar sus trabajos filosóficos. Tuvo que sentir el dolor en lo más profundo, pero su cordura no se vio alterada por un ego incorregible.
Su conocimiento era más fuerte que su ego y que las autoridades de la Iglesia. En la actualidad, los trabajos que se han publicado de él son tratados ya clásicos.
Una de las ideas más insensatas de su ego es que usted es moral y
espiritualmente superior a otros que no están buscando su yo espiritual de manera consciente. Esta idea de superioridad espiritual es hija de la creencia de que estamos solos y desconectados del universo.
Según dicha creencia, las personas espirituales son un grupo aparte de aquellas ligadas a su ego. Se trata de otro truco del ego para intentar satisfacer el anhelo que usted tiene de conocer su yo superior, creando una dicotomía en la que usted es mejor que otros. La realidad es que no existe ninguna dicotomía inherente del tipo superior/inferior en la condición humana.
Cada uno de nosotros tiene su propia senda que recorrer, y cada uno de nosotros será puesto a prueba de muchas formas. Su conocimiento de Dios no le hace superior a nadie: sólo le aporta un sentido más profundo y rico. Los que aún no han visto su luz interior continúan siendo parte de usted. Son usted en otras manifestaciones: diferentes siluetas con conductas diferentes.

La esencia de usted y de ellos continúa siendo la única fuente de
vida: la luz celestial de Dios. Es una locura permitir que el ego le convenza de adjudicar etiquetas de superior e inferior a la amorosa esencia divina que hay dentro de todos nosotros.
Las siete características del ego antes mencionadas son sólo una
introducción al tema. Exponen cómo el ego se entromete en nuestras vidas.
Experimentará un despertar espiritual a medida que adquiera conciencia de la influencia del ego en su vida. La verdadera libertad es resultado de la liberación del poder del ego. Sin embargo, el ego tratará de tentarle con muchas falsas libertades a lo largo de la senda de su búsqueda espiritual.

LIBERTAD AUTÈNTICA FRENTE A FALSA LIBERTAD

Recordarà que en un comentario anterior describí la libertad como despreocupación por uno mismo. Cuando se ha conseguido dominar al ego, la libertad, en este sentido, resulta accesible desde el momento en que su mundo interior no está obsesionado con sentirse ofendido, aislado o especial. Liberarse del egocentrismo es la auténtica libertad.
Lo contrario de la auténtica libertad es la falsa libertad. Esta última es la libertad que el mundo externo intenta vendernos. Es tan ilusoria como la existencia del ego en cuanto entidad independiente La falsa libertad, al igual que el ego, no es más que una idea engañosa.
La idea es alimentada por el ego cuando le convence de que para ser en verdad libre tiene que «obtener» algo externo. Esta es la libertad que ofrece la sociedad y que su ego persigue con el fin de reforzar la ilusión y enseñorearse de su vida.
Para llegar al júbilo de la auténtica libertad, primero tiene usted que examinar el tipo de libertad que persigue. Necesita ver qué tipo de libertad le alienta a perseguir el entorno cultural en que vive. Es necesario que reconozca las libertades de las que cree que disfruta y que no son autènticas.
He aquí varias de esas libertades que le ofrecen. Fíjese en cómo se diferencian de la auténtica libertad, la que se obtiene de superar el ego y conocer a Dios.

La libertad de la química 
El uso de una sustancia química para sentirse libre es el ego en el
peor de sus aspectos: una ilusión que alimenta una ilusión. El uso de sustancias químicas genera alucinaciones y delirios en la vida cotidiana.
El coste de esta forma de abordar la libertad es la libertad misma.
El precio de las breves experiencias de libertad fundadas en el consumo de drogas lo pagan demasiados seres humanos. Nacen
bebés adictos a la cocaína; adolescentes que se prostituyen para
pagarse la droga, se destruyen familias y vidas; hay una escalada en la delincuencia, la productividad disminuye; la pobreza aumenta; las condiciones de vida se convierten en inhumanas.
La búsqueda de la libertad mediante el uso de sustancias químicas ha atrapado a los consumidores en una vida en la que no se tiene nunca lo suficiente. El ego le dice a tal consumidor: «Serás libre cuando experimentes el éxtasis que se consigue con esta sustancia química».
Pero el placer no pasa de ser físico. Dura sólo un momento. Y luego vuelve a presentarse el ego, exigiendo màs.. Nunca se llega a la libertad por ese sendero. Uno acaba haciendo cualquier cosa por conseguir aquello que ha acabado despreciando.
¿Es auténtica libertad esto? Si lo fuera, uno sentiría que ha llegado al punto de la satisfacción. Uno diría: «¡Esto es! No necesito nada más».
Cuando se supera el ego, de modo simultáneo uno traba amistad con la amorosa presencia divina que reside dentro de todos. Entonces el sujeto se dirá: «Esto es. No necesito nada más. Quiero más amor, más vida, más propósito; todo lo cual parece alcanzable gracias a mi yo espiritual y el conocimiento de mi senda. Quiero autenticidad; no necesito una dosis de droga ni una resaca, ni empobrecerme para alimentar mi hábito».
La idea de que una sustancia química proporciona libertad es falsa.
Lo único que obtendrá de una idea falsa es la necesidad de más e insudar vida al falso yo, al ego.

La libertad sexual
La práctica de la libertad sexual ha producido exactamente lo contrario a la libertad auténtica. La idea de libertad sexual ha creado una falsa libertad que tiene un inmenso atractivo para el ego.
La libertad sexual ha deshecho muchas vidas. No estoy adoptando una postura moralista respecto de la promiscuidad sexual. Estoy señalando que es obra de su falso yo el convencerle de que este tipo de actividad sexual tiene algo que ver con la libertad. Una prueba clave de si se halla en la senda de su yo espiritual o en la senda externa de su ego es la cantidad de paz y armonía que sus metas le aportan a su vida.
Nuestra búsqueda de tal libertad ha traído el mayor incremento de enfermedades de transmisión sexual de la historia de la humanidad.
Está claro que la libertad sexual ha producido grandes daños. Dios es paz. El ego es dañino. Una súplica de las que aparecen en la Biblia: «Dios, líbrame de mi ego».
La sexualidad impulsada por el ego es un reflejo de nuestro anhelo por conocer nuestro yo espiritual. El ego nos convence de que esa libertad sexual nos aportará la paz, el gozo y el èxtasis que sabemos que nos aguardan en alguna parte. Cuando aceptamos las soluciones del ego, obtenemos una falsa libertad.
La auténtica libertad proporciona la libertad de conocer y sentir el amor de Dios dentro de usted mismo, y de compartir esa experiencia en el mundo físico, como una afirmación de ese amor, no como un fin en sí.
Esta libertad se encuentra mirando en la dirección contraria a la del ego, donde su yo superior espiritual está esperándole. Compartir tanto su yo físico como su yo espiritual es la verdadera libertad sexual.
El placer es una experiencia gloriosa y le insto a que tenga una vida lo más placentera posible. Pero no confunda el placer con la libertad.
La libertad inspirada por el ego siempre se basa en una falsa sensación de seguridad porque el ego mismo es una idea engañosa.

La libertad del dinero
Recuerde que el ego crece con el consumo. La falsa creencia es que cuanto más tenga, más adquirirá y en definitiva de mayor libertad disfrutará.
Usted puede comprar la libertad, le dice el ego, y es libre de gastar incluso el dinero que no tiene todavía. El ego insiste en que lo único que tiene que hacer es quererlo y que el ser especial le da derecho a ello. Ni siquiera tiene que ganarlo, sólo quererlo.
Cualquier libertad entendida de esta manera es falsa y por lo general requiere de tarjetas de crédito. Uno no es libre; de hecho, se es esclavo del crédito. Se acumulan deudas a un interés usurario; hipoteca su futuro y su felicidad; emponzoña su vida con preocupaciones y miedos; todo esto no aporta auténtica libertad, en ningún sentido.
Los objetos no pueden darle la libertad. Eso es una trampa preparada por el ego para mantenerle en una búsqueda consumista, alimentando siempre esa falsa idea. El ego insiste en que encontrará lo que busca, siempre y cuando continúe esforzándose por incrementar su éxito económico.
Pero ¿qué es lo que busca? Cuando yo era niño pensaba que era
estar en el equipo de hockey. Conseguí entrar en él y vi que no era eso.
Más tarde pensé que una cita con Penny, lo sería. Ella era maravillosa, pero tampoco era eso. Pensé que tener mi propio coche lo sería. Luego que lo sería estar en la Armada. Y luego que entrar en la universidad.
Después pensé obtener una licenciatura. Pero con cada logro, no conseguía alcanzar lo que buscaba.
Así que pensé que mi esposa lo sería, luego un hijo, o varios. Todos fueron acontecimientos maravillosos en mi vida, pero no eran lo que yo buscaba. Más tarde pensé que sería mi primera plaza de profesor, despuès mi primer libro, y más tarde mi primer bestseller. Mas la meta seguía siéndome esquiva. La auténtica felicidad no puede comprarse ni hallarse fuera de uno mismo. Usted no hallará esa esquiva meta en el dinero, la fama, el prestigio, las posesiones, ni siquiera en la familia.
Éstas son tres de las metas que el ego le propone en su esfuerzo por venderle su idea de la libertad. La auténtica libertad es la de saber quién es usted, por qué está aquí, cuál es su propósito en la vida y adonde va cuando se marcha de aquí. Es saber que su identidad no se halla en el mundo físico sino en el mundo eterno, inmutable, de Dios.
La autorrealización es la auténtica libertad. La autorrealización no es algo que uno adquiera sino una comprensión que, una vez conseguida, no puede perderse. Todos los frutos de la falsa libertad pueden perderse antes o después, y se perderán. Todos le exigen que sea especial y esté aislado, y todos se convertirán en polvo.
La auténtica libertad es permanente. Está más allá de todo ese trajín.
Y llega como un conocimiento, no como una creencia. Una vez que sepa en su fuero interno que esta experiencia interna de su yo superior es la fuente de su libertad, la poseerá. Se verá libre de enojo, odio y amargura. En esencia, será libre para amar. Su vida se colmará de júbilo porque habrá logrado la autorrealización.
El yo de la autorrealización no es el ego. Así que ha de saber que la pérdida de la falsa libertad no supone una pérdida. La libertad auténtica no deja lugar al ego. Uno deja de ser un egocéntrico.
Libre del egocentrismo, disfrutará de la auténtica libertad. Esta nueva libertad le proporcionará un conocimiento que excluirá para siempre cualquier incertidumbre. En cambio, vivirá la libertad como una conexión interna con lo divino.

Sugerencias para superar el ego y alcanzar la conciencia superior.
Las siguientes sugerencias le ayudarán a ponerse en contacto con el ego y superarlo. Los siete capítulos que vienen a continuación le ofrecerán estrategias más concretas para librar su yo sagrado del poder del ego.

• Intente conocer su ego. Trate de determinar cuándo es el ego la influencia dominante de su vida. Pregúntese: «¿Estoy escuchando a mi falso yo o a mi yo espiritual?».
Cuando más conciencia tenga de la presencia del ego y de cómo le manipula, menos influencia tendrá sobre usted. Por ejemplo, si está pavoneándose ante otra persona, o sintiéndose en cualquier sentido superior por su aspecto, capacidades o posesiones, reconozca que es su ego quien está obrando, quien está intentando convencerle de que está separado de Dios, y de su superioridad respecto de otros seres humanos.
A medida que vaya adquiriendo conciencia de su ego, podrá librarse del egocentrismo y entrar en la conciencia superior. Como dijo Cicerón:
«En nada se acercan más los hombres a los dioses que haciéndoles el bien a sus iguales». Saber cómo obra su ego es el primer paso para domarlo.

• Comience a llevar la cuenta de con cuánta frecuencia usa el pronombre «yo». El egocentrismo es un hijo del ego. Le impide alcanzar la gozosa libertad interna que caracteriza la búsqueda espiritual. Al sorprenderse cuando usa de forma persistente el pronombre «yo» y tomar luego la decisión de no centrarse en su propia persona estará superando el ego.
Se asombrará de la frecuencia con que utiliza esta referencia a usted mismo. Cuando más pueda contenerla, más libertad experimentará.

• Comience a considerar a su ego como una entidad que le acompaña y que tiene un propósito. Este compañero invisible está siempre a su lado. Trata de convencerle de que está separado de Dios, de su superioridad respecto de otros, y de que es especial. Cuanto más escuche a esta entidad, más se apartará de su senda espiritual.
A medida que vaya reconociendo los signos de la presencia del ego, dígase con amabilidad: «Ya estás otra vez. Has dejado que mordiera el anzuelo y he caído en la trampa de creer en mi propia importancia».
Descubrirá que la mayoría de sus pensamientos y actos los provoca esa entidad invisible que le acompaña.
El quiere que usted se sienta ultrajado cuando recibe un trato incorrecto, cuando le insultan, cuando no le acarician; ofendido cuando no se sale con la tuya, herido cuando pierde una competición o discusión.
Al reconocer y dar nombre a esta entidad, acabará por ser capaz
de hacer caso omiso de ella. Al final, ya no representará el papel dominante que desempeña.
Primero la reconoce. Luego se percata de que está obrando. Por último, se libra de ella.

• Escuche a los demás y no se centre en sí mismo. Durante las conversaciones, concéntrese en lo que la otra persona está diciendo y en lo que siente. Luego responda con una frase que empiece por «tú, usted».
Por ejemplo, si alguien está hablándole de una determinada experiencia, no responda con una historia sobre una experiencia semejante que usted ha vivido. Responda con algo que parafrasee lo que ha dicho el otro, o que le convenza de que ha estado escuchando de verdad, que ha entendido tanto sus palabras como sus sentimientos. Podría decir: «Pasaste por una experiencia increíble, ¿eh?».
Esto se denomina escucha activa. Se sorprenderá agradablemente de cuánto aprenderá y de lo imbuido de propósito que se sentirá. Es una manera de contener al ego y permitir que participe el yo espiritual.

• Resista el hábito de permitir que su ego domine su vida. Nisargadatta Maharaj le respondió lo siguiente en uno de sus diálogos a alguien que le formuló una pregunta: «Resiste los viejos hábitos de sentir y pensar; no dejes de decirte, "no, así no; no puedo ser así; yo no soy de esta manera, no lo necesito, no lo quiero", y con toda seguridad llegará un día en que toda la estructura de error y desesperación se derrumbará y quedará libre el terreno para una vida nueva».
Cuanto más se resista a permitir que su ego sea quien controle su
vida, más pronto llegará el día en que su yo espiritual llenará el espacio que antes ocupaban las exigencias de su falso yo.

• Practique la meditación diaria o el acallar su mente para deshacer la ilusión de que está separado del universo. Cuanto más tiempo pase acallando el diálogo interior, más cuenta se dará de que no está separado de Dios ni de los miles de millones de almas, todas ellas extensiones de la energía de Dios.
Comenzará a tratar a los demás como le agradaría que le tratasen a usted. Se sentirá conectado con todo. La meditación, más que cualquier otra práctica, rompe la ilusión de estar separado.

• Trate de borrar la palabra «especial» de su mente. Especial implica mejor que, o más importante que. Niega que Dios habite en cada uno de nosotros. Todos somos especiales: por lo tanto, nadie necesita la etiqueta de «especial».
Usted es una criatura divina, eterna, y tiene un propósito, y cuando reconozca esto, no necesitará compararse con nadie ni malgastar tiempo en comprobar qué trato reciben otras personas. Esto es el constante trabajo del ego. No deja de azuzarle para que demuestre que usted es especial.
Abrace la verdad de que el supremo espíritu habita en todos nosotros.
Cuando uno sabe esto, se siente seguro y sereno, sin necesidad de
halagos ni de que le aseguren que es especial o distinto de otros. Somos todos hijos de Dios. No hay favoritos. No se relega a nadie. Todos somos uno.

• Escriba un diario. En él, describa lo que le ofende de otras personas.
Trate de descubrir en qué le beneficia sentirse ofendido. Si usted
es objetivo, si lo contempla desde la perspectiva del espectador, descubrirá que lo que en realidad le ofende es cómo estima usted que deberían comportarse los demás. Sin embargo, por sí mismo, el sentirse ofendido no altera los comportamientos desagradables.
Así que intente tomar un caso en el que se sienta ofendido y limí -
tese a observarlo. Repare en que se siente ofendido y observe cómo eso se manifiesta en usted. A medida que vaya haciéndose diestro en observar a su ego en acción, descubrirá que este acto de observación desactivará su ansiedad.
Mediante la técnica de observarse a uno mismo, usted llegará a ver que lo que le ofende es obra de su ego, que le machaca una y otra vez que el mundo debería ser diferente, que la gente no tiene ningún derecho a tratarle de forma desconsiderada. Su ego insiste en que tiene derecho a sentirse ofendido, herido, desdichado.
Estos juicios derivan de una idea falsa de usted mismo, la cual no
deja de esforzarse por convencerle de que el mundo debería ser como usted es y no como en realidad es.

• Dé más de sí mismo y pida menos a cambio. Esta es una forma maravillosa de domar el ego. Por ejemplo, León Tolstoi, hacia el final de su vida, pasó de ser un egocéntrico a ser un servidor de Dios, tras haber aprendido muchas de las lecciones de la senda de la búsqueda espiritual.
Y escribió lo siguiente: «El único significado de la vida es servir a
la humanidad». Así de sencillo. Así de profundo.
Cuando servir a otros se convierta en una prioridad, una pregunta acudirà a su mente una y otra vez, como un mantra: «¿Cómo puedo servir?». Habrá hallado la iluminación espiritual y conocerá el júbilo.
Por ejemplo, done parte de su tiempo a un hospital infantil y ayude a esas pequeñas almas a luchar con sus enfermedades. Fíjese en si su ego quiere vanagloriarse de ello.
Abandone la idea de usted mismo como una entidad aislada necesitada de caricias especiales. Sea quien acaricie. Cuando uno es el primero en dar cariño, sabrá cómo es ser querido a través de sus propios actos desinteresados. Trate de no hablarle a nadie de sus acciones filantrópicas, ni siquiera cuando su ego le empuje a poner de manifiesto sus actividades.

• Recuérdese cada día que el más alto culto que puede rendírsele a Dios es servir a la humanidad, y que mediante ese acto su yo espiritual se sentirá realizado.
No necesita convencer a otros ni convencerse a sí mismo de que
usted es una criatura divina. Dé fe de ello en sus actos. Su despertar interior al júbilo y al éxtasis será recompensa suficiente.

• Ponga fin a la búsqueda externa de libertad y conozca el sabor de la auténtica libertad que es la comunión con su yo espiritual. Cada vez que se sorprenda buscando algo más con el fin de sentirse libre, pregúntese en voz alta: «¿Será esto lo que finalmente me liberará?»
Imagínese en posesión de eso que tanto ambiciona. Sienta que ya
tiene el coche, la casa, la droga, el ascenso o cualquier cosa que crea que es su billete hacia la libertad. ¿Es libre? ¿O está un paso más alejado de la auténtica libertad?
El ejercicio de imaginarse con lo que desea, y luego preguntarse si se es libre, le pondrá en contacto con lo que significa ser auténticamente libre. La auténtica libertad no necesita nada para demostrar su existencia. La falsa libertad exige que tenga en la mano algo que dé fe de su existencia.

Saber esto le liberará de las directrices de su falso ego, el cual teme a esa luz interior celestial que brinda la auténtica libertad.
Al aplicar estas claves de acceso a la conciencia superior, tenga presente que su búsqueda en realidad consiste en hacer que su yo espiritual tome las decisiones cotidianas de su vida..
En la tercera parte expondré los principales conflictos que surgen
de la dicotomía entre el espíritu que nos habita y la falsa idea del ego.
Le proporcionaré ideas claras para permitir que el yo espiritual aflore como potencia dominante en su existencia.
Cuando sienta que está alcanzando su yo espiritual, ya no vivirá
conflictos. Conscientemente despertará a su misión divina. Conocerá a Dios, tal vez por primera vez desde que abandonó la nada y llegó al aquí y ahora.

La conciencia superior exige una nueva relación con la realidad. Hasta ahora ha leído sobre el destierro de la duda, el cultivo de la condición de espectador, la manera de acallar el diálogo interior y la liberación de su yo espiritual del ego. Puede practicar estas cuatro claves de acceso a la conciencia superior en cualquier parte y cualquier momento. Le garantizo que si así lo hace, comenzará a ver que un milagroso despertar tiene lugar en su vida.


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