lunes, 12 de diciembre de 2016

LOS HIJOS DEL SOL IV - ELIJAH - 2ª PARTE

LOS HIJOS DEL SOL IV - ELIJAH - 2ª PARTE
LA TIERRA CASTIGA AL HOMBRE
Como cada mañana. Elijah y Sheisha recibían a los enfermos que periódicamente visitaban el campamento. El resto de las mujeres y los pocos aprendices que vivían con el Profeta de Dios elaboraban las hierbas y las pócimas que luego eran entregadas a los afectados, a cambio de grano, semillas, o animales que estos entregaban como pago por el servicio.
En esta ocasión era una mujer la que estaba tumbada en una burda mesa de madera, entre la mirada expectante de Sheisha y Elijah. Sus lamentosas palabras hablaban de que desde su esposo la había relegado por otra mujer joven, había engordado con exceso y un tremendo cansancio y atonía la embargaban hasta el punto de no poder moverse y de dejar las obligaciones de la casa abandonadas. Esta actitud le costaba por añadidura buenos azotes por parte de su esposo que retornaba del campo y se encontraba con una casa totalmente abandonada y desatendida. La mujer decía:
- Hombre de Dios, el diablo ha entrado en mi casa y ha poseído a la otra mujer. Mi esposo no me desea y yo poco a poco me muero. ¿Podrías tu expulsar el diablo de mi casa?....
Elijah la miró con una pequeña sonrisa y le dijo:
-¡Mujer.....el mismo diablo se asusta de la maldad del hombre!. Deja que el diablo se enfrente al Ángel y tu ocúpate de tu cuerpo y de tus obligaciones.
Sheihsa que estaba al otro lado de la mesa señaló con el dedo a la garganta de la mujer y con la otra mano a los riñones y dijo:
- La serpiente maligna ha tomado posesión de estas dos guaridas y esta poco a poco matando a la mujer. Es necesario que la energía de vida sea mayor para expulsar a la serpiente.
Elijah, roció a la mujer con un polvo metálico brillante que caía con suavidad de sus mano a la vez que entonaba un pequeño canto que en forma gutural salía de sus labios. Luego, comenzó a danzar alrededor de la mujer por siete veces. Al terminar tomó un trozo de metal, que sin saberlo él, no era sino magnetita y lo sujetó con una venda sobre el cuello de la enferma y otros dos pequeños los sujetó igualmente sobre cada una de las suprarrenales. Después de un rato, sopló con fuerza Elijah y el polvo que cubría a la enferma salió despedido por los aires y con dicho polvo también salió el mal.
Sheisha sonrió cuando su doble visión comprobaba como las dos serpientes negras onduladas se alejaban de la mujer.
- ¡Mujer..! -dijo Elijah: Escucha ahora y cumple cuanto te digo: Tomarás esta hierba que llevas en el saco durante 21 días seguidas mezclada con miel y con el polvo de los huesos del dátil. Beberás leche de la cabra en igual periodo pero no comerás carne alguna ni animal muerto. Después de este tiempo tu cuerpo estará curado y descenderá tu peso y se hará más bonita tu figura. Tu Señor te tomará entonces y todo habrá pasado.
Miró después Elijah a Sheisha con una gran ternura, a la vez que desde el pecho de este en forma silenciosa un haz de luz invisible se incrustaba en el pecho de su amada con un ¡Te adoro...Te adoro...mujer!

Sheisha veía la enfermedad del cuerpo mediante babosas negras que se incrustaban o parasitaban en los órganos de los pacientes. Según fueran estas de grandes y de negras así era la patología. También veía a veces agujeros negros que rompían el cuerpo luminoso que rodea al ser humano o incluso dicho cuerpo estriado o impregnado de tonos obscuros que revelaba el estado emocional y somático de la gente que trataban. Era sin duda el mejor auxiliar de Elijah. Sus ojos veían donde no podían ver los profanos. Ella era los ojos y Elijah era el oído del mismo espíritu. De su respectivo Señor; del Señor de la Tierra que vivía en su parte femenina en ella y en su parte masculina en él.
Solo quien puede ver con los ojos del espíritu encontrarán sentido a cuanto he escrito; Solo quien ha rebasado la barrera concupiscible de los sentidos sabe de qué hablo. Solo quién ha leído en el libro de la sabiduría conoce que "el uno puede estar en dos y que los dos, forman el uno".
Dejamos momentáneamente el relato bíblico y me remontaré con mis recuerdos a un viaje a Perú, en el que tuve la ocasión de ver a un chamán dando sablazos con una gran espada a los lados del cuerpo de un enfermo, a la vez que canturreaba una jerga ininteligible. Uno de los compañeros que caminaba conmigo y que era médico comentaba:
- ¿Cómo pueden curar estos chamanes con tanta estupidez?. Este hombre veía con los ojos de la carne, puesto que le estaba negado ver con los ojos del espíritu lo que realmente estaba haciendo el chamán; es decir, ahuyentando las babosas que rodeaban al sujeto que había venido a tratamiento. Mi amigo no sabía y aún hoy ignora que hasta el más pequeño virus, tiene un vehículo de naturaleza astral o luminosa y que toda idea manifestada está sustentada sobre otra no manifestada.
No existe solo lo que vemos, sino también lo que no vemos. Si el hombre de occidente hubiera desarrollado su capacidad perceptiva; que no la vista, se habría dado cuenta que la materia por grosera que ésta sea, está rodeada de un campo energético a veces visible en determinadas condiciones o percibido por psíquicos.
Si existe una sintomatología física, también existe otra astral y si por fisiognomía podemos deducir el estado patológico de una persona, por la observación del rostro, también se puede ver el aura luminosa que rodea al de carne. Sheisha veía lo que realmente estaba ocurriendo en aquella mujer, que no era, sino una afección del sistema endocrino, en tiroides y suprarrenal debido a un conflicto afectivo. En la misma medida Elijah, le receta alimentos limpios, sin productos cárnicos, buscando subir el sistema de defensas. Evidentemente, Elijah no sabía lo que era el sistema de defensas, pero si sabía cómo curar los estados de postración. Alguien le dictaba lo que tenía que hacer y a su vez, con cada caso aprendía y elaboraba todo un sistema que le caracterizaba como un médico del alma y del espíritu.
Después de la jornada de sanación. Elijah y Sheisha comieron junto con el resto de la familia. A continuación, debido al calor de los ardientes rayos de Sol, todos se refugiaron bajo las tiendas. Elijah, totalmente enamorado de Sheisha, la miró con ternura y abrazándola por el talle la levantó en volandas como si de una hoja se tratara. Aquella cintura tan sutil no era sino el punto de referencia de un ardiente deseo de amor por parte del profeta. Casi enseguida, con desesperación, pero a la vez con una inmensa ternura, ambos rodaron por el suelo bajo la tienda. Susurros y suspiros se alternaban de ambos enamorados que, por milésima vez, se entregaban al viejo oficio de amarse. Los fuertes brazos de Elijah parecían estrangular la grácil figura de Sheisha. Tan solo unos ojos tiernos y sumisos, llenos de luz surgían desde la sombra del rincón de aquella morada. Eran los ojos de la mujer más enamorada del mundo.
- ¡Dios mío.....cómo te amo! -Susurraba Elijah- a la vez que irrumpía en pequeños mordiscos, cubriendo cada milímetro de la piel de Sheisha. Ella se reía graciosa con los ademanes de aquel hombre peludo. Era un apareamiento cuasi animal y salvaje. La tremenda vitalidad de aquel profeta de Dios cual semilla fecunda penetraba en aquel angelito de carne que habitaba en Sheisha y por un momento, los dos eran uno y el uno se complacía en los dos. Parecía que se parara el aire, y que callara el pájaro y que el arroyo se detuviera para contemplar y escuchar la música romántica de los dos enamorados. Y por repetido este acto, cada vez era nuevo y a su vez más intenso y sentido por ambos. Sheisha asomando tan solo la cabecita de entre los brazos de aquel hombretón le decía con una inmensa ternura: ¿Elijah, prométeme que no te irás sin mí?..¿Prométeme que me buscarás en cada vida?. Elijah le respondía:
- Mujer, tú eres mía, y siempre reclamaré lo que es mío, esté donde esté y haga lo que haga, siempre escucharás una voz que te dirá desde las entrañas: ¡Eres mía...eres mía...eres mía! Y No podrás ver ni oír a otro hombre que no sea yo. Y vida tras vida nos encontraremos para amarnos y para servir a nuestro Señor.
En el corazón de Sheisha había además de amor, solo un afán y era el no tener ningún hijo con Elijah, puesto que si esto ocurría, ya no podría seguir los pasos de su amado, ni acompañarle en las disputas con los sacerdotes de Baal. Su obsesión era vivir con él, y solo por él y para él. Un minuto de separación era un verdadero tormento. Sheisha, amaba con generosidad y tan solo deseaba el bien de Elijah. Nunca había salido un reproche hacia su Señor; al fin y al cabo, le pertenecía y así lo mandaba la Ley.
Después de la tremenda batalla del amor, ambos se quedaron dormidos, hasta que en sueños, Elijah escucho al Ángel del Señor:
- Levántate y ve a Sarepta de Sidón a establecerte allí, puesto que una gran sequía y una gran hambruna azotarán la Tierra de Israel, por haber desobedecido al Señor. He dado orden a una mujer viuda para que deje su campo y su casa a tu cuidado. Es una mujer virtuosa que té acogerá y cuidará. Allí morarás por un tiempo, hasta que el Señor reclame de tus servicios.
Despertose Elijah y ordenó levantar el campamento. El torrente de Querit se había secado del todo y era imposible vivir allí.
Con parsimonioso paso emprendieron la marcha durante dos semanas. Por cada pueblo que pasaran recibían las noticias de la vida en el palacio de Ajab y los atropellos y desmanes de los sacerdotes de Jezabel. Cada vez era mas fuerte la furia del profeta puesto que la desobediencia a las Leyes de Israel por parte de aquel obstinado pueblo tan solo atraía la ira de Dios y la fuerza de los elementos de la Naturaleza.
Cuando entraba por las puertas de la ciudad vio una mujer viuda que estaba recogiendo leña. La llamó y le dijo: - "Tráeme, por favor un vaso de agua para beber". Tráeme también un pedazo de pan para comer". La viuda respondió:
- ¡Vive el Señor tu Dios! Que no tengo una sola torta; solo tengo un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en la orza. Estaba recogiendo esta leña para prepararlo para mí y mi hijo, comérnoslo y luego morir. Elijah le dijo:
- No temas mujer, puesto que el lamento de tu soledad ha sido escuchado por el Señor y él me ha mandado a ti, para hacer fecundar la tierra que gobernara tu marido y así podamos comer tu, tu hijo y los míos. Pues esto dice el Señor Dios de Israel: No se vaciará la tinaja de harina, ni la orza del aceite disminuirá, hasta el día en que el Señor haga caer lluvia sobre la faz de la tierra". La viuda contestó:
- No seré yo quien niegue a tu Dios, pero durante un tiempo, ¿quien me dio de comer y quien me consolará en la soledad de mi esposo?. Y él fue no solo mi señor y mi marido, sino el único Dios que yo he conocido. No me pidas por tanto que confié en que el Dios que no veo ni oigo, me traiga comida para mi hijo y para mí. Si tú eres su enviado, sé tu quien siembre mi tierra, cuide el ganado y quién me consuele. Elijah respondió:
- Bendita seas mujer, por haber encontrado a Dios encarnado en la bondad de los hombres y no hayas adorado a los ídolos de los pueblos paganos. Yo sembraré tu campo, cuidare tu casa, pero no te consolaré, pues mi corazón pertenece a mi amada.
- Sea como quieras. Toma posesión de la tierra y planta tus tiendas donde tú lo desees. Yo daré la buena nueva a mis vecinos, puesto que un hombre de Dios ha venido a nuestra tierra y cambiará nuestra suerte y se llenarán nuestras casas de pan y de aceite.
Y Elijah y su familia tomaron posesión del lado oriental de aquel campo y plantaron las tiendas. Sheisha dijo a Elijah:
- Mi señor, ¿cómo podemos hacer crecer el grano con tanta sequía?. Elijah, miró al fondo del horizonte por unos instantes y luego se arrodillo sobre la tierra. Estaba seca cual mujer estéril, pero era tierra fuerte.
- ¡Mira mujer!. Si el Señor Dios me mandó venir aquí no será para hacernos morir de hambre. Ten confianza puesto que él proveerá enseguida.
Sheisha, como mujer amante se quedó mirando al rostro de su amado y vio la extraña belleza de sus ojos. El reto de la supervivencia producía en el rostro del profeta tonos de poder y de resolución que le hacían ser tremendamente atractivo para la lógica fragilidad femenina. Y Sheisha, se acurrucaba una vez más bajo el hombro de su amado y cerrando los ojos simplemente amaba con pasión silenciosa.
Elijah, con la enmarañada cabellera al viento, cual estatua erguida sobre la pequeña loma, rompía desafiante las ráfagas del ardiente aire en movimiento. Sus ojos miraban erráticos a ninguna parte, extasiado en las miles de imágenes mentales que afloraban en su cerebro.
- Quizás ya el Señor no me necesite más y pueda entonces tener este campo, criar a nuestros hijos en paz y hacerme viejo viendo crecer los árboles.
Sheisha, girando la cabeza asentía con una sonrisa para reafirmar el deseo emergente del alma del hombre de Dios. Pero el uno y el otro sabían que un servidor del altísimo no descansa y que antes o después el destino lo movería sin rumbo y sin meta como si de muñecos de feria se tratara. ¡Pobre destino el del profeta, que nace, vive y muere desnudo de los bienes terrenales y hace acopio de virtudes en el alma!
Aquella misma noche, Elijah escuchó una voz que le decía:
- Deja el tálamo y mira las estrellas.
Salió por tanto Elijah de la tienda y caminó hasta el centro del extenso campo. Se subió a un pequeño cúmulo de piedras que habían sido amontonadas para liberar la tierra de obstáculos en la sementera y oteó en la noche el horizonte. La voz le dijo entonces:
- Toma tu zurrón y mete doce piedras pequeñas dentro. Hazlo girar sobre ti con vigor y déjalo suelto luego. Allí donde caiga, comenzarás en la mañana a cavar un pozo con todos tus sirvientes, mujeres y niños y ayudado por los mulos. Al séptimo día encontrarás agua en abundancia para ti y los tuyos. Pero no darás de este agua a nadie que no venga a ti con humildad y que no pertenezca a tu clan, por que el Señor Dios mandará una tremenda sequía sobre su pueblo para que se arrepientan de sus pecados.
Hizo por tanto Elijah cuanto le había dicho el Ángel y arrojó su zurrón con fuerza en la noche al horizonte. El peso era considerable y dedujo que habría llegado a poca distancia del cúmulo de piedras donde estaba, pero a la mañana siguiente se dio cuenta que algo o alguien habría tenido que empujar su zurrón, puesto que yacía en el límite occidental de la finca, sin que ningún ser humano pudiera arrojar con tanta fuerza el mismo. Hizo por tanto venir a todos los suyos y a los aprendices y a los siervos de la viuda y a otros pocos vecinos que vivían en los campos contiguos y comenzó a cavar sin parar día tras día, hasta que en el séptimo día y cuanto habían alcanzado casi los cien pies de profundidad, el agua comenzó a brotar con tanta fuerza, que Elijah y los dos obreros que en este momento estaban con él llenando los cestos, se vieron abnegados y estuvieron a punto de ahogarse, si no llegan a ser levantados con cuerdas por el resto del personal, que en la superficie acarreaba con afán la tierra arrebatada a las entrañas de aquel fecundo campo.
Mandó luego Elijah, poner junto al pozo un altar con doce piedras, que representaban las doce tribus de Israel y mandó matar el mejor cabrito del pequeño rebaño que tenía ofertándolo al Señor Dios diciendo:
- Bendito seas Señor Dios de Israel, Dios de Dioses y Señor de la Tierra que pisamos, pues una vez más nos has dado ciento por uno y has saciado nuestro corazón de dicha y de felicidad. Tu serás siempre alabado y respetado por todos nosotros, generación por generación y aunque los siglos y los pueblos borren tu nombre, renaceremos tantas y tantas veces como para cantar de nuevo el testimonio de nuestro amor y reconocimiento.
Y Elijah y los suyos celebraron una tremenda fiesta que duró toda una semana.
Pasado algún tiempo, el hijo de la viuda enfermó de un extraño mal y sin tiempo de avisar a Elijah, murió. La viuda se acercó donde el profeta y le dijo ¿Qué tengo que ver yo contigo?. ¿Te debo algo de otras vidas?. ¿Has entrado en mi casa para recordarme los pecados y dar muerte a mi hijo?. Elijah replicó:
- El Señor me dio poder para duplicar la generosidad de quien ha sido generoso y maldecir por mil quien ha sido maldito. El Señor me dio el poder de parar la lluvia y de secar las fuentes. No seré yo por tanto el que haga daño a tu hijo. El no ha muerto, sino que solo está dormido. Llévame ante él, mujer.
Una vez en la casa, vio que el hijo de la viuda no respiraba y no se movía. Mandó salir a todos de la estancia y comenzó a girar sobre el niño cantando al Señor con fuerza. Impregnó su cuerpo del polvo de metal que le trajeran los cuervos y después de un rato de oración, en el que pidió al señor que devolviera la vida a aquel cuerpo inerte, sopló con fuerza sobre el rostro del niño. Casi al instante, el hijo de la viuda abrió los ojos asustado diciendo: -¡He visto el rostro de Dios!.
Mostró el niño a la viuda y esta llena de alegría replicó: "Ahora si reconozco que eres un hombre de Dios y que por tu boca sale la palabra del Señor".
Y por aquellos años, en toda los reinos de Israel y de sus vecinos se extendió una tremenda sequía que diezmó a las bestias y a los humanos. Solo en el campo de la viuda había agua, pan y aceite y sólo en este campo se alababa al Señor Dios de Israel.
EL FUEGO DE LOS DIOSES
Salió Sheisha de la tienda en la mitad de la noche al no poder dormir y sentir turbado el espíritu. Paseaba con calma entre los luceros nocturnos, el canto monótono del sapo y los rítmicos sonidos de los grillos. Miró al cielo y vio como una de las estrellas se hacía cada vez más grande hasta formar una inmensa nube metálica y brillante por encima de su cabeza. Luego salió del centro de la nube (nave) un rayo luminoso brillante que la compenetró. Asustada y sin poder mover un solo músculo vio como a poco era elevada por el aire hasta verse en una gran sala repleta de luz brillante y armoniosa. Casi al instante se acercó la maravillosa presencia de Link, el ángel del Señor, quien con resolución le dijo:
- Querida hermana, tomarás mañana junto con Elijah el camino de la montaña y le indicaras que recoja unas cuantas plantas para fabricar fuego.
Antes de que Sheisha emitiera palabra alguna, Link respondió de mente a mente:
- No te preocupes por saber cuales son esas plantas. Bastará con que las mires con atención. En aquellas que distingas un penacho rojo de color astral, la tomarás y se la darás a tu esposo. Dile a Elijah que guarde estas plantas metidas en agua y en la sombra en el periodo de un cambio total de Luna. Que mate luego un cabrito y del tejido de su estómago, lo introduzca en la mezcla. Después de otros tres días, estará dispuesto el agua del que saldrá el fuego.
Sheisha, escuchaba asombrada e incrédula lo que Link le transmitía, pero sabiendo que el agua mata el fuego y que ambos no pueden vivir juntos. Link volvió a replicar:
- No desconfíes mujer pues todo le es posible a Dios. Dile a Elijah que tome dos guijarros de pedernal negro y que vierta unas gotas de este agua bendita en el suelo. Verá entonces, al salir las chispas el poder del Señor haciendo que donde había agua salga fuego devorador.
No supo nunca Sheisha como apareció en su lecho. Pero en la mañana le dijo a su amado:
- Elijah; el ángel del Señor me a dicho que vengas conmigo a la montaña y que tomes las plantas que yo te indique para hacer cuanto me ha ordenado.
Elijah comenzó a refunfuñar por no tener previsto tal maniobra, pero al ver los tiernos ojos de su amada, comprendió que algo importante y transcendente debía de haberse dado en su corazón para hablarle con tal resolución.
Tomaron el camino de la montaña y al poco rato de iniciar el ascenso. Sheisha vio maravillada cómo en un matojo con espinas de baja estatura se posaba una luz inmaterial de color rojo. Luego fueron otras tantas. Una de ellas sin duda se trataba del croton, pero el resto no eran conocidas por ninguno de los dos, o bien no eran empleadas en las recetas que a diario hacían para los enfermos, precisamente por ser de venenosas o dañinas.
Una vez realizada esta operación, Elijah siguió escrupulosamente las órdenes de su amada y en la Luna nueva después de haberlas recogido, mató un cabrito e introdujo su estómago en la mezcla. El olor que desprendía aquello era nauseabundo, y Elijah dudaba de que saliera fuego de aquella dichosa mezcla. Por supuesto el profeta no sabía lo que hoy sabemos respecto de los alcoholes y de la reacción enzimática de las vísceras de determinados animales.
Vertió a continuación un poco de líquido en el suelo y golpeó a continuación los guijarros produciendo una chispa que inflamó aquellas pequeñas gotas con una pequeña llama espontánea de color azul violáceo. Elijah se quedó maravillado y abrazando a Sheisha, comenzó a gritar como un niño, que le hubieran regalado un juguete.
No se resignó con el experimento y tomando una tinaja vertió un montón de dicho líquido en el suelo. Golpeó la piedra, sin reparar en el viento que soplaba a su favor y al instante se produjo una tremenda explosión que le tiró dos metros para atrás, mientras que Sheisha vio como parte de sus caballos se quemaban. Elijah comprendió entonces que con el “Fuego de los Dioses” no se podía jugar. Adquirió por tanto responsabilidad ante algo que podía hacer daño a las personas.
A partir de aquel día, Elijah siempre tuvo entre sus pertrechos varias tinajas de este líquido que renovaba periódicamente, por si se requería de su empleo.
ELIJAH SE ENFRENTA A LOS PROFETAS DE BAAL
Transcurría el tiempo con paz y felicidad para Elijah, Sheisha y las demás mujeres en el campo de la viuda. El agua del pozo que el señor entregará a Elijah no solo no se secaba, sino que parecía subir su nivel en la medida que el resto de las fuentes y los arroyos de Israel se apagaban. Comenzaba el hambre a hacer mella en el pueblo y los mulos, y las bestias dejaban asomar las costillas sobre la piel por falta de pasto. El rey Ajab no podía contener el descontento creciente del pueblo y la desesperación asolaba a Israel.
Ajab había mandado consultar a todos y cada uno de los más de cuatrocientos profetas de Baal, respecto de las causas de tal pertinaz sequía y de cuando aquella habría de durar, pero uno tras otro o no respondían o repetidamente erraban en sus precisiones.
Ser profeta en aquellos tiempos en Israel era un oficio muy arriesgado, puesto que errar en una profecía llevaba consigo el apedreamiento inmediato por parte del vulgo. Evidentemente el estrato social de Profeta para aquellas gentes era el más prestigioso, puesto que se trataba de un ser que estaba a medio camino entre los pobres mortales y el mismo Dios, o bien ser emisario del mismo. Por ello, y aún con el riesgo que esto suponía, cientos de personas probaban fortuna en este oficio. Visionarios y psíquicos eran los que en público adoctrinaban al pueblo sobre lo que habría de acontecer en el futuro. Su ministerio duraba, lo que duraban sus aciertos, pero como hemos dicho, el riesgo era morir apedreados.
Jezabel, la mujer de Ajab, no solo protegía el culto de Baal, sino que se hacía rodear de estos sacerdotes y profetas, como si de una guardia personal se tratara. La adulaban y sostenían con lisonjas y ella les permitía engordar y dormir en los aledaños del palacio y del gran templo de Samaria.
La sequía continuaba pertinaz y Ajab, desesperado hizo llamar a su mayordomo Abdias, para que buscara a Elijah, puesto que en numerosas ocasiones habían salido expediciones de soldados para encontrar al profeta de Dios y todas habían retornado sin éxito. Jezabel no cejaba en el empeño de matar a Elijah, puesto que mientras este viviera, quedaba todavía en el pueblo el testigo de contraste del antiguo culto y la mujer de Ajab, no podía dominar definitivamente al pueblo. Era por tanto un testigo incómodo que mermaba su ambición.
Y es que, sistemáticamente Elijah era avisado por la voz interior que le ordenaba marchar aquí o marchar allá, en el momento justo que los soldados venían a su casa a prenderle. Casi siempre se ausentaba a la montaña a la búsqueda de determinadas hierbas que usaba como tisana para sanar a sus enfermos. El espíritu de Elijah sabía no obstante que la maldición de las mujeres pendía de su cabeza y en cada vida serían éstas las que propiciarían en forma directa o indirecta su muerte.
Ajab, había hecho pesquisas entre el pueblo y de este había recogido información precisa de algo que al parecer estaba en los labios de hombres, mujeres y niños. Me refiero a la seguridad absoluta de que aquella sequía era propiciada por Elijah, a quien el Señor le había dado poder sobre las lluvias y las fuentes.
Abdias era un hombre justo que no le quedaba otro remedio que servir a su Rey, pero años atrás había salvado la vida de un centenar de profetas de Israel, cuando la perversa Jezabel había realizado la persecución contra los seguidores de Yahvé.
Ajab dijo a Abdías:
- Vamos a recorrer el país en busca de fuentes de agua y de arroyos, por si podemos encontrar pasto para mantener caballos y mulos, y no mueran todos los animales. Se repartieron el país para recorrerlo. Ajab partió en una dirección y Abdías en otra.
Elijah seguía despreocupado junto con los suyos, cuando una mañana, después de estar tres años sin ser reclamado por el Señor, vio venir en el horizonte una nube solitaria que parecía avanzar contra el viento. Era una nube compacta, de color blanco mercurial. Parecía sólida. Los rayos de Sol se reflejaban en su superficie, como si de una piedra preciosa se tratara. El profeta, comenzó a temblar de emoción y a la vez de miedo. De emoción por saber que el Angel del Señor venía a visitarle, y de miedo, por que esa visita significaba afanes de combate contra los enemigos de Dios y dejar la comodidad y el apego de los suyos.
Salió corriendo Elijah hacia una pequeña loma que había al Oeste del terreno donde moraba, tras una pequeña arboleda y con el jadeo emocional, aún en la boca vio como la nube se posaba en Tierra. Después de dicha nube salió un rayo de color verde que impactó en la cara del profeta. Al instante, una extraña paz y una fuerte beatitud entro en su corazón.
Se abrió la nube y de su interior salió el Ángel del Señor. Su rostro de color verdoso era impresionante. Ojos rasgados y de color verde, parecían tener ramificaciones de tono rojizo que le hacían parecer un Ángel Justiciero. A pesar de que Elijah era de un tamaño proporcionado y erguido, el Ángel le sacaba casi medio cuerpo de altura. Su vestido era de una sola pieza de la cabeza a los pies. Su pelo era negro. Con grandes entradas en su frente y se plegaba hacia la espalda, hasta la altura de los hombros. Caminaba lento y parsimonioso.
El corazón de Elijah se lleno de gozo, puesto que bastaba la sola presencia de aquel ser para redimensionar toda la persona y el alma del profeta. En su presencia parecía que el tiempo se paraba y que no existía sino dicha total.
El Ángel dijo a Elijah:
- Yo soy Link, servidor de Dios. La voz que escuchas en tu interior, es mi voz.
Elijah, se quedó aún más maravillado, por el hecho de no escuchar la voz con los oídos sino en su cabeza, incluso el propio Link no movió los labios para articular palabras.
- El Señor te reclama para hacer otro deber. Deberás acudir a ver al Rey Ajab y ordenarle que cese el culto a Baal y que sean retiradas las imágenes de su culto del templo de Samaria. Yo te entregué el poder del fuego para que en todo momento sepas que estoy contigo. Tus ojos serán mis ojos y en tu boca yo pondré mi palabra, que es la palabra del pensamiento de Dios. Ni aún deseándolo con toda tu alma, podrás estar solo. Yo soy tu hermano, puesto que todos somos hijos del mismo principio.
Elijah sintió un tremendo amor y una terrible añoranza cuando Link, con su impresionante mirada despidió al profeta y retornó poco a poco a la nube, que le esperaba y que emprendió de nuevo el vuelo hacia el lado del mar.
El espíritu de Elijah se traumatizó de ésta imagen y de ésta presencia y despedida y por el resto de su vida y por las siguientes vidas, siempre retornó a la montaña, buscando con añoranza y con lágrimas en los ojos la renovación del pacto de fraternidad que en su día hiciera con el Ángel de la Justicia Link. Hermano suyo por los siglos de los siglos.
Cuando Abdias iba por el camino, le salió al encuentro Elijah. Al reconocerle, se postró rostro en tierra y dijo: -¿Eres tu Elijah, mi señor?. Le respondió:
-"Yo soy. Anda y di a tu amo que está aquí Elijah".
Él replicó:
- ¿Que pecado he cometido para que me entregues a Ajab y me mate?. ¡Vive el Señor tu Dios", que no hay pueblo ni reino donde mi amo no haya mandado a buscarte, y cuando se respondía que no estabas allí, hacia jurar a aquel reino o pueblo, que no te había encontrado; y ahora me dices tu: “anda y di a tu amo que esta aquí Elijah”. Y va a suceder que, cuando yo me separe de ti, el espíritu del señor te llevará a un lugar que yo no sé, y después de haber ido a dar la nueva a Ajab, él, al no encontrarte, me matará. Con todo, tu siervo teme al Señor desde su mocedad. ¿Por ventura no le han contado a mi Señor lo que hice cuando Jezabel mataba a los profetas del Señor, cómo oculte a cien de estos profetas del Señor por grupos de cincuenta, en unas cuevas, alimentándolos con pan y agua?. Y ahora tu me dices: “anda y di a tu amo que está aquí Elijah, para que me mate”.
Elijah respondió:
- "Vive el Señor todopoderoso, a cuyo servicio estoy, que hoy me presentaré ante él".
Abdías fue a buscar a Ajab y se lo comunicó. Entonces Ajab salió al encuentro de Elijah. Cuando lo vio le dijo:
- ¿Eres tu portador de las desdichas de Israel?".
- Elijah replicó:
- Yo no soy el portador de las desdichas de Israel; lo eres tú y la casa de tu padre, por haber abandonado los mandamientos del Señor y haber dado culto a los baales. Ahora bien, manda reunir junto a mí en el monte Carmelo a todo Israel y a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal que comen en la mesa de Jezabel.
Y Ajab mandó llamar a todos los israelitas y reunió a los profetas en el monte Carmelo.
Elijah se presentó al pueblo y dijo:
- ¿Hasta cuando andaréis cojeando de las dos piernas?. Si el Señor es Dios, seguidle; y si lo es Baal, seguidle a él.
Pero el pueblo no respondió palabra alguna, puesto que el tiempo y la desmotivación les había dejado apáticos ante la idea de Dios.
Prosiguió Elijah diciendo:
- He quedado yo solo de los profetas del Señor, en cambio los profetas de Baal, son cuatrocientos cincuenta. Pues para saber quien adora al verdadero Dios yo les propongo tomar dos novillos, uno para ellos y otro para mí. Que descuarticen al novillo y lo pongan en una pira de leña, pero sin poner fuego. Que invoquen ellos el nombre de sus dioses y yo invocaré el nombre del Señor. El dios que responda enviando fuego, ese será el verdadero Dios.
El pueblo accedió a tal propuesta.
Reyes 18, 25-46.- Entonces Elias dijo a los profetas de Baal: “Elegid vosotros un novillo y preparadlo vosotros primero, porqué sois más. Invocad el nombre de vuestros dioses sin prender fuego”. Les entregaron el novillo que eligieron, lo prepararon y se pusieron a invocar el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía diciendo: “¡Oh, Baal, respóndenos!”. Pero no se oía voz alguna ni nadie respondía. Y ellos continuaban danzando en torno al altar que habían hecho. Cuando fue mediodía, Elías comenzó a burlase de ellos, diciendo: “Gritad más fuerte, pues es dios! Pero esta cavilando o retirado, o se encontrará de viaje; tal vez este durmiendo y tenga que despertarse”. Ellos entonces gritaban más fuerte, y según su costumbre, se hacían cortes con espadas y lanzas, hasta chorrear sangre por su cuerpo. Pasado el mediodía, continuaron en su paroxismo hasta la hora de la ofrenda del sacrificio. Pero no se oía voz alguna, ni nadie respondía ni hacía caso.
Entonces Elias dijo a todo el pueblo: “Acercaos a mí”. Y el pueblo entero se le acercó. Preparó el altar del Señor, que había sido destruido; tomó doce piedras, una por cada tribu de los hijos de Jacob, a quien había dicho: “Te llamarán Israel” y construyó con ellas un altar en honor del Señor. Hizo en torno al altar una zanja como un surco para dos medidas de simiente, dispuso la leña, descuartizó el novillo, lo puso sobre la leña y ordenó: “Llenad cuatro cántaros de agua y vertedla sobre la leña. Luego dijo: “Otra vez”. Y vertieron agua de nuevo. “Por tercera vez”, añadió. Y lo hicieron por tercera vez. El agua corría en torno al altar hasta que se llenó la zanja.
A la hora de la ofrenda del sacrificio de Elias, se adelantó y dijo: “¡Señor Dios de Abrahán, de Isaac y de Israel!, que se sepa hoy que tú eres Dios de Israel y yo tu siervo, y por que por orden tuya he hecho todas las cosas. Respóndeme Señor, respóndeme y que sepa este pueblo que tú eres, Señor, el verdadero Dios, y así se convertirá de corazón”. Entonces cayó fuego del Señor y devoró el holocausto, la leña, las piedras y el polvo y secó el agua de la zanja.....Los prendieron y Elias los llevó al torrente Quisón y los hizo degollar allí (se refiere a los profetas de Baal).
Así lo narra el texto sagrado y efectivamente casi todo se dio tal y como aparece en las crónicas, pero nadie reparó en que Elijah golpeó una a una las doce piedras que representaban las doce tribus de Israle. La última era un pedernal, de la que salió una tremenda chispa con la que inflamó el sacrificio, haciendo que los presentes se asustarán no tanto del fuego, sino de la tremenda explosión que se produjo.
Efectivamente Link, el Angel del Señor, había cumplido su palabra, no solo entregrándole el poder del fuego, sino poniendo en la mente y en la boca de Elijah las palabras que provocaron a los baales.
Tampoco vaciló Elijah en el degollamiento de los profetas impostores, y por otra parte el pueblo estaba acostumbrado a apedrear a quien se pasaba de listo intentando ser emisario del Señor.
Elijah ganó con esto la fama de ser no solo el Profeta del Señor por excelencia, sino el Señor de la Justicia.
Lo que no cuenta el texto sagrado es lo que ahora deseamos contar y que nos ha sido revelado a través del "ojo eterno de Dios":
LA COMUNIDAD SAGRADA DEL MAESTRO DE JUSTICIA
Acabada la demostración tan portentosa de Elijah frente al pueblo, cientos de personas le rodearon y le aclamaron diciendo:
- ¡Profeta de Dios; enséñanos a realizar tus prodigios y úngenos con el ministerio de consagración al Señor nuestro Dios!.
Elijah, se vio abrumado por la consecuencia de sus actos y no sabía que hacer para dispersar a los adeptos a su causa. Pero ante la insistencia exclamó:
- Sois como las rameras que se venden al mejor postor. Sois cómo los feriantes que van detrás del próximo espectáculo sin ver que solo en vosotros mismos y en la fidelidad a las Leyes esta el verdadero camino. Si ahora creéis por un milagro, ¿ qué pasará cuando ya no los realice y venga otro con prodigios nuevos?. ¿Venderéis de nuevo al Señor y os prostituireís de nuevo?. Yo os aseguro que seguir al Señor es caminar en la renuncia de la satisfacción, para encontrar en cada esfuerzo un poco más de luz un poco más del misterio, que no está en la adoración de las cosas de fuera, sino en vuestro corazón.
El silencio el trabajo y el estudio de la Ley de nuestro Padre Moisés son los pilares para encontrar la iluminación. Elijah prosiguió con ímpetu:
- Si queréis ser gratos al señor, entregad vuestra túnica al pobre, repartir los bienes a los que nada tienen y desnudos de ambición y confesos en vuestra ignorancia seguidme.
Se hizo un tenso silencio y poco a poco la multitud fue diseminándose, puesto que los requerimiento de Elijah eran excesivos.
Quedáronse ciento cuarenta y cuatro hombres y mujeres junto a él, dispuestos a seguirle hasta la muerte. Pero Elijah, les hablo así:
- No es a mí a quien tenéis que seguir, puesto que mi marcha está pronta en el tiempo, sino a Dios nuestro Señor. Pero nuestro Dios está en vuestros corazones, en un árbol, en el dolor y la risa. Cuando se haya parado vuestra actividad exterior, cuando se haya parado vuestra ambición en la quietud del alma y en el silencio profundo, encontrareis a Dios.
Paró un instante y entornando los ojos hacia arriba como evocando los viejos recuerdos prosiguió:
- El señor me llamó de niño a su servicio y de niño dejé la casa de mi padre y la seguridad del regazo de mi madre para enfrentarme a la soledad del desierto. Sólo un arroyo y los cuervos fueron mis compañeros por muchos años. Y jamás estuve más acompañado que aquellos tiempos. Allí aprendí a vencerme a mí mismo y a hablar con Dios encarnado en las plantas, en el agua, en las aves. Allí aprendí que todo es ritmo; desde mi propio corazón hasta el vuelo del insecto más insignificante. Cuando no llegué a no poseer nada, fui entonces poseído por el espíritu del Señor y se llenó mi corazón de gozo. Haced vosotros por tanto cuanto yo he hecho y encontrareis la senda.
Algunos de los presentes le dijeron:
- ¿Dinos donde esta el arroyo donde tu estuviste para ir nosotros?.
Elijah comenzó a reír diciendo:
- ¡Sois como las acémilas!. ¿No está nuestro Dios de Israel presente en todas parte?...Aquí mismo podéis comenzar la búsqueda.
Edificad vuestra guarida en este monte, haciendo que cada pareja o cada hombre y mujer ocupe una casa. Que la casa tenga el espacio requerido para vivir en austeridad. Dejad junto a la misma una porción de terreno donde cultivar lo necesario para vivir. Que la choza del primero sea hecha por todos a la vez, y que sucesivamente sean edificadas por todos cada una de las demás. Terminadas vuestras guaridas, edificad en el centro un recinto para contener los pergaminos de la Ley y juntaros después de las tareas en el mismo para aprender de nuevo la Ley traída por nuestro padre Moisés. Consagrad vuestra vida al estudio de los preceptos sagrados.
De nuevo paró Elijah de hablar y como si escuchara algo en su interior, prosiguió con una extraña quietud, que se interrumpió al poco diciendo:
- Después de mí vendrán más falsos profetas. Los Reyes de Israel cohabitarán con los gentiles de los pueblos vecinos. Otros dioses falsos serán ofertados al pueblo, que cómo siempre se prostituirá. Pero el Monte Carmelo y su santuario serán el valuarte de las tradiciones y el garante de la continuidad del destino del pueblo. Perseverad por tanto, pues de entre vosotros nacerán profetas santos que guiarán al pueblo descarriado.
Los presentes le dijeron:
- Quédate tu con nosotros y guiános en este camino.
Elijah respondió:
- No puedo quedarme, puesto que el Señor ha dispuesto ya mi marcha y ha nombrado quien me sucederá. Hasta ese día yo vendré a vosotros a enseñaros cuanto sé. Pero mi partida esta próxima. Aunque ahora no me entendéis, yo os digo, que cuando me marche, será cuando más notareis la presencia del espíritu en vuestras mentes y en vuestros corazones, pues el mismo que cabalga sobre mí cabalgará sobre los ciento cuarenta y cuatro. Y de vuestra semilla nacerán en todo Israel y en los reinos más lejanos otros tantos seres sobre los que cabalgará el mismo espíritu. El Señor de la Tierra os compenetrará y os enseñará conocimientos que asombrarán al mundo. Pasarán muchos años y a vuestro templo acudirá el más grande de los avatares para ser instruido.
Dejad siempre en vuestras ceremonias una silla vacía, puesto que con los ojos del espíritu veréis al Señor de la Tierra sentarse con vosotros celebrando el pacto que ahora hacemos.
Marchó Elijah finalmente hacia las tierras altas, junto al arroyo de Querit, puesto que se acercaba su partida. Muchos discípulos le acompañaron desde entonces y aprendieron del maestro el culto sagrado, los movimientos, los cantos y la danza, junto con las formas de sanar a los enfermos y la manera de hablar con la naturaleza. Y Elijah, retorno otras tantas veces al Monte Carmelo para animar y reforzar a aquella comunidad que no solo sobrevivió al profeta, sino que permaneció por cientos de años hasta que en su seno renaciera Elijah como Juan el Bautista, anunciando los caminos del gran Avatar Jesús el Cristo. Y Elijah fue llamado el Maestro de Justicia, y aún hoy en los documentos del Qumram, se hace alusión a aquel gran Maestro de Justicia que nunca dejó solos a sus hermanos pues el espíritu del Señor de la Tierra, que habitó en Elijah, habitó así mismo en setenta y dos hombres, setenta y dos mujeres y en los que miles que siguieron a estos y se sublimó en Juan, cientos de años después.
Y fue tal la leyenda y el poder de Elijah, que generación tras generación fue recordado como el liberador de Israel, incluso el propio Jesús el Cristo, en el momento antes de morir invocó su nombre diciendo: "Eloi, Eloi, lemá Sabaktani".
FUGA DE ELIJAH POR EL DESIERTO.
Ajab contó a Jezabel lo que Elijah había hecho, y como había degollado a espada a todos los profetas de Baal. Y entonces Jezabel envió este mensaje a Elijah:
- Esto y cosa peor hagan conmigo los dioses, si mañana a estas horas, no te he puesto a ti como a uno de ellos.
Enterado Elijah, comenzó a temblar de miedo y se propuso escapar, a toda costa. El camino del desierto era el más seguro, puesto que las condiciones naturales de aquellos parajes son el mejor de los refugios para los perseguidos. Tomó a todos los suyos y se dirigió a Berseba de Judá, en la frontera Sur de Israel. Allí dejó a Sheisha y al resto de las mujeres y los niños, diciendo:
- Vive Dios, que no es a vosotros a quien busca Jezabel, pues vuestro delito solo consiste en amarme. Me internaré yo en el Desierto hasta que pase el peligro y retorne de nuevo para protegeros.
Sheisha dijo:
- Señor nuestro, ¿Qué sentido tiene la vida sin ti?.....Si tú mueres toma tu mismo la espada y mátanos a todos antes para que nos reencontremos en el paraíso. Morir en el amor, en la fe y con la paternidad de nuestro Dios es vivir en él. Muchos son los que respiran y caminan por las sendas de Israel, pero son muertos en el espíritu. Tu nos has enseñado a tener esperanza y a esperar en Dios. Hemos visto en tu rostro a Dios cada instante de nuestra vida, ¿Cómo podríamos vivir sin verte de nuevo?...¡Llévanos contigo!.
Elijah, entristecido respondió con lágrimas en los ojos:
- Cuando tu padre Jinshen, te entregó a mí eras una niña inmaculada, llena de candor. Tenías el porte de una reina, pues tu espíritu ha sido y será siempre pastor de muchas ovejas. Pero nadie puede llegar a ser grande si no comienza siendo pequeño y va creciendo. Nadie puede vivir el dolor, la tristeza y la pobreza con dignidad, si su espíritu no es grande ya antes de nacer. Tu Sheisha y vosotros todos, fieles amigos míos, sois lo más precioso de la Tierra. Sois la sal y la levadura de la Naturaleza y vuestra alma es grande. Donde ahora debo ir, vosotros no podéis venir, pero retornaré. Atender a los enfermos y trabajad en la confianza de que el Señor Dios de Israel no os dejará huérfanos.
Y tomó Elijah la ruta del desierto caminando sin parar hasta que finalmente se quedó dormido y postrado de cansancio bajo una pequeña retama. Sus pensamientos vagaban en esta reflexión:
- "¡Ya basta, oh Señor!. Quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres.
Justo al amanecer de aquel día, sintió un pequeño golpe en su hombro y una voz muy familiar que le llamaba: ¡Elijah...Elijah!. Era Link, el Angel del Señor, su hermano del espíritu quién le dijo:
- Ten confianza, hermano mío, puesto que no morirá tu mitad, ni la mitad de Sheisha a manos de Jezabel. El Señor Dios me ha dicho que vuestra muerte se dará cientos de generaciones después de Ajab y de Jezabel.
Elijah, contestó extrañado:
- ¿Cómo es posible eso?...¿No son mis huesos y mis carnes iguales a las de mi padre e iguales a las del padre de mi padre?. Nadie desde el principio del mundo pudo vencer a la muerte.
- No Elijah, cientos de años, antes de que tu nacieras, otro profeta de Dios, llamado Enoc, fue arrebatado por nosotros para vivir en la presencia de Dios y con él te encontrarás por los siglos de los siglos, hasta que debas morir junto con él pero después de muchas generaciones. Ahora te está velado el conocimiento de cuanto te digo, pero finalmente lo entenderás y suplicarás morir por no ver la iniquidad del mundo donde renacerás y por no verte prisionero de la cárcel de la carne y de los huesos.
Elijah, no entendió nada y tampoco se esforzó en preguntar más, puesto que los arcanos de Dios y de sus Ángeles se escapan de la comprensión de los pobres mortales. Miró después en derredor y vio sobre su cabecera una torta y un vaso de agua, que comió y bebió para volverse a dormir.
El Ángel del Señor, volvió por segunda vez, le tocó despertándole y le dijo:
- Levántate y come, pues te queda un camino demasiado largo para ti.
Sobre la cabecera de Elijah, había un vaso de madera de olivo, que contenía un líquido viscoso que nunca había probado Elijah. Se quedó mirándolo sin atreverse a meterlo en su boca, pero Link le dijo:
- Este es el mismo maná, que tomara tu pueblo liberado del yugo del Faraón a la salida de Egipto. Quien bebe de este líquido no tendrá hambre ni sed, pues es alimento de los Ángeles de Dios.
Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquel manjar caminó cuarenta días y cuarenta noches, hasta el monte de Dios, el Horeb.
Llegó y pasó la noche en una cueva. Estando en pleno sueño, escuchó una potente voz en su cabeza diciendo: "¿Que haces aquí Elijah?. Él respondió:
- Me he abrasado en celo por el Señor todopoderoso, por que los israelitas han abandonado tu alianza, han destruido tus altares, han pasado a espada a tus profetas. He quedado solo yo, y me buscan para quitarme la vida.
La voz le dijo:
- Sal y quédate de pie en la montaña ante la presencia del Señor
Pasaron pocos segundos, cuando desde el fondo del valle se vio emerger una tremenda bola de color plateado, que cada vez se hacia más grande, hasta alcanzar la altura del profeta en la montaña. Sus dimensiones eran de dos mil cuatrocientos píes de largo. Se desplazaba moviendo el aire impetuosamente como queriendo arrancar las montañas y los valles, pero el Señor no estaba en el viento. Después del impetuoso viento, la gran bola causó un terremoto, pero el Señor no estaba en el terremoto. Tras el terremoto, un fuego, pero el Señor no estaba en el fuego. Y al fuego siguió un ligero susurro de aire. Finalmente la bola salió despedida a altísima velocidad hacia las estrellas.
Elijah se quedó perplejo y anonadado ante la tremenda demostración del poder de Dios y reflexionó:
- ¿Que poder tiene el Señor mi Dios, que ha hecho temblar la montaña, escupir fuego abrasador y hacer rugir el viento del desierto?....¿Puede acaso, Jezabel hacer lo mismo?...¿Pueden los profetas de Baal realizar tales prodigios?. Estando en estas reflexiones volvió a escuchar la voz en su cabeza diciendo:
- ¡Anda!, vuelve a emprender tu camino por el desierto hacia Damasco y cuando llegues ungirás a Jazabel por el rey de Siria, a Jehu, hijo de Nimsí, le ungirás como el próximo Rey de Israel, y a Eliseo, hijo de Safat, de Abel Mejolá le ungirás como profeta en tu lugar. Pues he dispuesto que vengas a mi presencia y no retornes más. Prepárate por tanto puesto que el día de la marcha está cercano. Haré suscitar un tremendo revuelo en Israel. A quien escape de la espada de Jezabel, le matará Jehú, y a quien escape de la espada de Jehú le matará Eliséo. Pero no podrán matar a siete mil israelitas que se han mantenido puros y no han doblado la rodilla ante Baal.
CONTINUARA...
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