lunes, 12 de diciembre de 2016

LOS HIJOS DEL SOL V - JUAN BAUTISTA - 1ª PARTE

LOS HIJOS DEL SOL V - JUAN BAUTISTA - 1ª PARTE
Yo Soy Homet-Nut; mi nombre iniciático concedido por mi maestro Homet-Ra, en el tiempo de Egipto. Se me ha concedido asomarme a este tiempo, mediante el acceso a los registros del eterno presente .Hace más de tres mil años, el faraón Akenatón, creó La Fraternidad Solar de los Hijos del Sol.
Los seres que formaron parte de aquel proyecto comprometieron sus vidas haciendo un juramento de servicio del conocimiento. Desde entonces nada ha cambiado, los mismos espíritus con el mismo compromiso viven en diversos
cuerpos en este tiempo, al igual que vivieron en los hitos del cambio histórico del proceso evolutivo del hombre. Algunos sabios de la antigüedad, conquistadores, santos, escritores, alquimistas y científicos fueron los mismos juramentados, que en forma más o menos conscientes, se revistieron de carne para servir su juramento y ayudar al hombre en su proceso evolutivo hacia el constante devenir de la perfección
El programa de Elijah fue preparado antes de su nacimiento por la Fraternidad Solar. Tuvieron que pasar un tiempo y medio tiempo (666+333) para que el mismo espíritu retornara en el momento preciso de la entrada de una Era y el final de Otra. Con otro cuerpo, con otra misión, con el nombre de Juan el Bautista, retomó su trabajo entre los humanos mientras que su viejo envoltorio permanecía durmiendo en la Luna Negra (1). El avatar de Piscis Jesús el Cristo debía interpretar su papel, pero difícilmente podía operar sin que el espíritu de Elijah le compenetrara y realizara su misión. No deja de ser significativo que el Mesías cristiano, en la hora de su muerte llamara a Elijah reprochándole su abandono entre sus torturadores.
Permitidme contar la historia de Juan y su profundo significado esotérico. Es importante leer entre líneas, aplicar la imaginación y ver que detrás de cada movimiento aparentemente fortuito, existe una Ley Suprema. Nada se escapa a una lógica superior. Todo tiene sentido. Todo ocurre cuando la Ley lo permite.

JUAN EL BAUTISTA
El espíritu del Señor de la Tierra que había vivido en Elijah debía ahora tomar cuerpo a través de otro hebreo. De esta manera la tierra no quedaría huérfana de su Señor.
La amplia estancia se llenó de luz. Tres seres de túnica blanca se acercaron con paso quedo al sarcófago metálico donde yacía el anciano de barba y pelo blanco. Con sumo cuidado se fue abriendo la puerta de cristal y al poco tiempo los ojos azules de nuestro personaje se abrieron, dejando traslucir un alma noble y radiante. Tres besos mediaron desde el anciano a cada uno de los tres visitantes. Luego un silencio sonoro pero un elocuente diálogo de mente a mente:
- Bienvenido hermano nuestro a tu casa. Un poco más y retornarás al mundo de los mortales. ¡Bendito seas por poder servir el proyecto del Consejo de los Veinticuatro ancianos venerables!
- Nada ha cambiado en este tiempo entre nosotros, mientras que en la tierra los hombres viven y mueren desde la limitación, el dolor y la ignorancia. Yo también doy gracias a la Suprema Inteligencia por darme la oportunidad de servir el plan de redención para los seres humanos
- Caminaron por un pasillo luminoso hasta una sala circular en cuyo centro palpitaba una bola destelleante de luz de dos metros de diámetro. Con paso seguro, los cuatro personajes se introdujeron en la esfera y al instante se vieron transportados a otra enorme sala frente a veinticuatro tronos en forma semicircular en cuyo interior se sentaban seres luminosos de extrañas formas y de avanzada edad. El rayo colectivo que salía de sus corazones era el de la sabiduría y de sus mentes emanaba un discurso casi al unísono que daba gloria a la vida y a la continuidad del Cosmos.
El anciano se sentó frente a los venerables y escuchó desde la mente.
- Elijah, servidor del Altísimo. De nuevo has de desdoblar tu alma y permanecer dormido entre nosotros para operar a través de otro vehículo de carne. Los señores del Karma y los jardineros del Cosmos establecieron el mapa astral de la vida de Juan y se realizaron los cambios genéticos necesarios para que Isabel conciba y de a luz al Bautista. De nuevo has de morir en la materia y sentir el frío nocturno del desierto. Se ha programado para ti en esta existencia una vida de austeridad.
Deberás asimismo afrontar la soledad, la confusión interior y el dolor físico de Juan durante los primeros años para que tu espíritu esté disponible a canalizar la información y la operatividad que el Cambio de Era ha dispuesto en este caso.
Del rayo de luz de los ancianos seguía saliendo una vibración no sonora que decía a su vez:
- Desde el Demiurgo Solar se ha programado el unísono de tu alumbramiento, el nacimiento del Señor de la Luz, por tanto tu trabajo será predicar el camino del otro y deberás retirarte a su tiempo para que se realice el cambio de Era sin interferencias para aquel que viene después de ti. Tú serás la Tierra. Él será la Luz. Tu muerte dará vida a lo bajo. Su muerte cambiará lo alto.
En un instante el anciano vio en su mente todo el plan y con sumo respeto y resignación dijo:
- Hágase en mi y por mi cuanto está dispuesto para el devenir del ser humano.
De nuevo retornaron los tres seres de luz y el anciano de blanca barba por el pasillo de luz a la estancia donde yacía el féretro luminoso de cristal, donde con cuidado fue introduciéndose ante la presencia de sus hermanos. El cuerpo estirado y las palmas de las manos cerradas contra el pecho, cual momia egipcia, fueron cerrándose los párpado con una cálida sonrisa de despedida hacia los suyos por parte del anciano, hasta que de nuevo fue cerrado el féretro por otros treinta y tres años.
Casi al instante en la tierra ocurría lo siguiente:
ANUNCIO DEL NACIMIENTO DEL BAUTISTA:
En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías, del grupo de Abias, cuya mujer era descendiente de Aarón y se llamaba Isabel.
Isabel era una mujer ya mayor, mermada en carnes y muy nerviosa, con una constitución endeble, pero con una especial sensibilidad y ternura. Sus ojos eran claros y sus ademanes quedos y aristocráticos. Todo el pueblo sabía que su linaje era especialmente puro puesto que descendía por vía directa del gran sacerdote Aarón.
Durante muchos años Isabel había esperado un hijo, puesto que sus sueños le habían revelado noche tras noche que de su vientre nacía un gran león que era admirado por el pueblo entero. Pero los años habían pasado y su vientre se había secado, al unísono de su esperanza. Su delgadez y fragilidad se debían a fuertes trastornos intestinales que la postraban reiteradamente en el lecho y que no le permitía comer sino alimentos muy limpios y en escasa cantidad. Isabel no comía carne por absoluta necesidad, puesto que cualquier comida grasa o muy condimentada conseguían someterla a fuertes dolores en el bajo vientre.
En Israel, el no tener hijos no solo se entendía como un acto de impotencia si no que algún castigo gravitaba sobre el hombre y la mujer que no conseguían hacer valer su casa y tradición en sus descendientes. Así pues, casi no salía de casa y no se relacionaba con sus vecinos puesto que el ser mayor y estéril habían conseguido mermar su porte aristocrático para poco a poco, convertirse en una sombra silenciosa.
Zacarías por su parte, en igual sentimiento de impotencia y de fracaso hacía mucho tiempo que había dejado la fantasía de tener hijos y se dedicaba al culto del templo con celo y abnegación. Ambos marido y mujer, eran fieles observadores de la Ley virtuosos probados en cualquier circunstancia de su vida. Tan solo le quedaba ir apagándose poco a poco en su ancianidad.
Cierto día en que Zacarías debía de hacer la oferta del incienso y pan ácimo en el templo ocurrió algo que le dejaría profundamente impresionado hasta el punto de perder el habla. Los acontecimientos transcurrieron así:
Habían comenzado los oficios sagrados como cada tarde y en el turno de ese día era Zacarías quien con la ofrenda del incienso se introdujo en el Santa-Santorún para ponerlo junto al Arca de la Alianza y las santas reliquias. El pueblo estaba en el atrio principal entonando los cantos sagrados ajeno totalmente a cuanto se daba en el lugar reservado para los oficiantes del culto.
Zacarías se acercó al ara principal cuando de súbito un tremendo resplandor plateado le sacó de sus cavilaciones sorprendido y asombrado de cuanto estaba viendo. Se trataba de una figura luminosa imponente con rasgos bellísimos y ante cuya presencia un halo de beatitud impresionó su cuerpo y su corazón con alegría. Por un momento no supo cómo reaccionar y se frotó los ojos varias veces hasta comprobar que era algo real y no un sueño. Casi al unísono sintió una potente voz, no en los oídos, sino en la cabeza que le decía:
- No tengas miedo Zacarías, pues tu petición ha sido escuchada y tu mujer Isabel te dará un hijo, al que pondrás por nombre Juan. Será para ti causa de gozo y alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento, porque será grande ante el Señor, no beberá vino ni licores y estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, convertirá a muchos israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor con el espíritu y poder de Elijah, para reconciliar a los padres con los hijos y enseñar a los rebeldes la sabiduría de los justos, a fin de preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.
Zacarías dijo al Ángel.
- ¿Cómo sabré que es así?. Pues yo soy viejo, y mi mujer de avanzada edad.
El ángel le contestó:
-Y soy Gabriel, que estoy delante de Dios, y he sido enviado a hablarte y darte esta buena noticia. Te quedarás mudo y no podrás hablar hasta que suceda todo esto por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su tiempo.
La gente estaba esperando a Zacarías y se extrañaba de que permaneciese tanto en el santuario. Cuando salió no podía hablarles, por lo que comprendieron que había tenido alguna visión en el santuario. Él les hacía señas y permaneció mudo.
Al cumplir el tiempo de su ministerio se fue a su casa. Unos días después, Isabel, su mujer, quedó encinta; estuvo cinco meses sin salir de casa; y se decía:
- El señor ha hecho esto conmigo y me ha librado de la vergüenza ante la gente.
NACIMIENTO Y CIRCUNCISIÓN DEL BAUTISTA
A Isabel se le cumplió el tiempo de su parto y dio a luz un hijo. Los vecinos y los parientes al enterarse del gran favor que el Señor le había hecho, fueron a felicitarla. A los ocho días llevaron a circuncidar al niño. Querían que se llamará Zacarías, como su padre. Pero su madre dijo: "no, se llamará Juan". Le advirtieron. " No hay nadie en tu familia que se llame así". Preguntaron por señas al padre como quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió "Su nombre es Juan". Todos se quedaron admirados. Inmediatamente se le soltó la lengua y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Todos los vecinos se llenaron de temor. Estas cosas se comentaban en toda la montaña de Judea. Todos los que las oían decían pensativos: "¿Que llegará a ser este niño?. Porque la mano del Señor estaba con él.
Como casi todos los personajes míticos del Nuevo Testamento, los datos de las infancias de todos ellos no dejan de ser sino misterios insondables que pasan desapercibidos para presentarles ya maduros ante sus respectivas misiones redentoras, pero nadie sabe donde estuvieron o quien les enseñó y educó. Se habla de la India o de Egipto como lugares de iniciación predilectos, pero en cualquier caso, en todos estos relatos se suele olvidar uno de los centros más importantes del conocimiento de aquel tiempo. Me refiero a los monjes esenios que habitaban el Monte Carmelo y el desierto del Qumram principalmente y a lo largo de la ruta de Egipto en conventos y centros de trabajo y de aprendizaje. Moveremos por tanto a nuestro personaje en nuestros áridos parajes, pero comencemos a narrar cronológicamente los hechos.
INFANCIA DE JUAN EL BAUTISTA.
Los datos que ahora vamos a exponer han sido recibidos por vía psíquica y por clarividencia. Conseguimos asimismo llegar a la fecha exacta del nacimiento del mismo y por tanto tuvimos acceso a los datos de su propia carta natal, por lo tanto pudimos conocer aún mucho más de su carácter, personalidad y de sus limitaciones humanas. Por una y otra vía nos encontramos con un personaje transcendente a medio camino entre la grandeza de su alma y los fuertes trastornos de una personalidad inquieta y algo atormentada.
Juan el Bautista, al igual que Jesús el Cristo, nació hacia el año siete antes de nuestra era. En ese año se da una fuerte conjunción en el eje Piscis Virgo, quizás anunciando la propia Era de Piscis que tanto caracterizó una personalidad compasiva, romántica, transcendente y sensible, pero a la vez algo paranoica y con profundos desequilibrios emocionales y psicosomáticos.
Juan era un niño absolutamente inquieto, de carácter aventurero, buscador por excelencia de la transcendencia del alma. Casi indomable. Orgulloso y valiente como nadie. Profundamente idealista y hasta cierto punto utópico.
Ya antes de nacer en su inconsciente moraba la atávica memoria de otras existencias del viejo profeta que fue, y la capacidad para sanar o para conocer del campo médico. Con unas dotes paranormales absolutamente excepcionales. Pero junto con este bagaje, no eran menores sus fuertes tensiones psicológicas, sus conflictos interiores, la autocrítica y la crítica desatada hacia las personas que no se ajustaban a una vida idealista y plasmada de virtud. Rendía culto a la amistad y al concepto de grupo o de fraternidad unidos para un fin virtuoso o de elevación del alma. Pero no perdonaba la traición y la ambigüedad de sentimientos ante el compromiso tomado en pacto o en iniciación.
Estamos ante un niño de marcada delgadez, quizás debido a que fue concebido en la ancianidad de sus padres o quizás a las tremendas dificultades que siempre tuvo para ingerir alimentos. Ya desde niño la intolerancia a las comidas densas o agresivas definían una trayectoria de absoluto cuidado con la dieta. Siempre tuvo fuertes espasmos intestinales que si le hubiera sido diagnosticado en nuestro tiempo se había traducido en una colitis ulcerosa o en un síndrome de Crown. Por otra parte estas patologías, llevan asociados trastornos psicológicos y neuralgias traumáticas con sintomatología de pérdida parcial de memoria o amnesia momentánea, deshubicación y pequeños brotes neuróticos en la identidad misma. En definitiva estamos ante un sujeto que no solo pudo ser especial por las facultades de su espíritu, sino que su fisiología le predisponía aún sin desearlo a los trastornos antes citados.
Destacaba en él la capacidad de líder carismático. El ser ya desde la niñez un tipo especial, seguramente porque la concepción de Isabel su madre fue controlada e inspirada por entidades superiores. Es seguro que le fue acelerado el factor psíquico y perceptivo de su ADN para volverle un mutante. ¿Que es un mutante?. En el lenguaje de los seres superiores tendríamos al clásico individuo que deja su cuerpo o parcelas de su alma para ser utilizado o cabalgado por otra entidad, bien por compenetración pura o por inducción. A estos seres siempre les acompañan extrañas bolitas de energía dinámica imperceptibles al ojo humano, pero que vibran en el espectro de la cuarta dimensión, y por tanto perceptivas para dotados psíquicos. Estas "lenguas de fuego" tienes la misión de hacer de ojos vigilantes capaces de controlar el entorno del mutante, al igual que inducir sobre el sujeto informaciones precisas desde la otra dimensión.
En el tema natal de Juan, la posición de los nodos lunares nos hablan de un inconsciente rico en percepciones psíquicas, de videncia y de la necesidad de realizar en forma práctica una vida de anacoreta o ermitaño. La posición del Nodo norte en Tauro, en la casa XII, no deja lugar a dudas. De ahí esta predilección por vivir en una cueva en condiciones de absoluta dependencia natural y ecológica.
Otro de los factores característicos de nuestro personaje es lo que reencarnación tras reencarnación se prodigaba en el cómo un factor repetitivo. Me refiero a la capacidad de comunicar o de hablar. Juan el Bautista tenía la facultad del Verbo y sus discursos, eran absolutamente transcendentes. El arquetipo de Moisés incluso el de Jesús, seres movidos por la Jerarquía Solar, son más operativos en las acciones y en el poder de sus prodigios. Mientras que en el caso de Moisés dice la tradición que era tartamudo, en el segundo la parquedad de las palabras y la mayor actividad de sus prodigios les hacen depender en ambos casos de portadores de su conocimiento; es decir Aarón habla por Moisés y Juan anuncia y comunica antes que Jesús.
Zacarías e Isabel criaron a su hijo hasta los siete años. Durante este tiempo, Isabel se desesperaba al comprobar que casi toda la comida que ingería Juan era devuelta simultáneamente. La leche no la toleraba y era difícil encontrar el alimento preciso para que el niño creciera con normalidad. Más de una vez aquella resignada madre pensaba que su hijo debía tener algo maligno dentro. Luego se avergonzaba y por supuesto, sentía que su hijo era especial y maravilloso y sin duda esta falta de apetito y de celo por la comida debía ser una forma de preparación para afrontar su destino de "hombre de Dios". Zacarías, todo un erudito de la Ley observaba en silencio los periodos de abstracción en los que vivía el niño y sobre todo las noches que eran convulsivas y extrañas debido a que Juan comenzaba a hablar solo en un idioma ininteligible con algo o alguien que velaba su lecho y que por más que se esforzaba el padre en ver, nunca veía.
Los dos esposos rondaban los cincuenta años y de una u otra manera habían olvidado conscientemente la profecía del Ángel. Ambos querían creer que su querido niño les acompañaría en sus últimos años de vida. Sin embargo la profecía y el destino no suelen conceder treguas ni sensiblerías y cuando Juan tuvo siete años dijo a sus padres:
- Queridos Padres, esta noche fui despertado por un ángel de Dios. Era luminoso y brillante. Me hablo con voz suave y me dijo que vosotros os iríais pronto a una casa muy grande donde viven felices los dioses y los hombres y que yo debía aprender las cosas que están reservadas para mí y que ayudaran a muchos.
Isabel comenzó a llorar a la vez que tomaba la mano temblorosa de su esposo y dijo mirando al cielo:
- Señor Dios de Israel, tanto tiempo pasé añorando en mis entrañas el fruto deseado de un hijo y ahora que me lo diste, me lo arrebatas cual ladrón que busca su botín. ¿Que fui yo, sino habitáculo de tu capricho?. ¿Que clase de madre soy que me quitas el más precioso de mis tesoros y me arrancas parte de mis entrañas con algo que como el viento viene y se va sin raíces y sin progenie?. Yo soy hija de mi padre y mi padre a su vez hijo de otro padre que han hecho este pueblo y han vivido en la obediencia de tus leyes. No tengo joyas, ni poder ni acaso suficiente belleza, pero siempre asumí mi linaje con orgullo. Y desde nuestro padre Aarón todos sembraron en el río de la vida la semilla de la continuidad. Siento ahora, mi Señor Dios que te llevas a mi hijo para hacerle grande e inmortal por medio de su sacrificio y de su muerte. Concédeme señor el hacerle un simple mortal sin gloria pero no te lo lleves de mi lado.
Zacarías miró con compasión y con ternura a Isabel, a la vez que cogía al pequeño en sus brazos mirándole con orgullo, diciendo:
-Juan, hijo mío, has sido forjado en la voluntad de Dios y por su mandato. Ellos te sembraron entre nosotros pero no somos tus dueños. Hágase la voluntad del Señor y no la nuestra. Si has de marchar que sea pronto, para que no se rompa tu alma ni nuestro corazón en la partida. Los hijos de nuestro pueblo se hacen en nuestras casas aprendiendo de sus padres y de sus vecinos. Tu aprenderás de la soledad, del viento, de la tierra y de las alimañas del desierto pero tus maestros no lo serán de este mundo, sino del cielo. Crece y vive libre. No te alimentes de la debilidad del amor hacia los tuyos. Corre ahora que eres niño hacia tu destino, no mores entre el exquisito cuidado de los que te amamos y nos prodigamos en cuidados materiales. Ve a buscar a tus hermanos entre los desheredados y fija tu morada en las estrellas. Nosotros viviremos unos pocos años y pasaremos cual anécdota en el tiempo, pero tú estás llamado a entrar en el halo de los inmortales, pues tu ejemplo perdurará por los siglos y los siglos.
El ángel del Señor me mostró tu alma y me hizo comprender con tristeza que un día deberías marchar para cumplir tu destino.
Tanto Isabel como Zacarías y otras familias, como Maria la madre de Jesús y su esposo José, frecuentaban con asiduidad las casas comunales esenias, incluso en su hogar moraban de paso los terapeutas del desierto, cuando de pueblo en pueblo iban prodigándose en su oficio de médicos magistrales.
Tomó pues Zacarías la decisión de consultar a los dirigentes de la orden por la posibilidad de que su hijo Juan fuera enseñado por ellos y acompañado de su pequeño se acercó tras dos días de marcha a las estribaciones del Monte Nebo, junto al lado oriental del Mar muerto. En dicho lugar se ubicaba una de las comunidades más prestigiosas y santas de los esenios. Llegó hacia la hora de los oficios comunitarios del atardecer y espero a que los monjes salieran de la casa común. Preguntó por el Maestro Superior y fue conducido hacia el centro de la estancia donde estaba sentado un viejecito de barba blanca y rostro de paz. No había comenzado a hablar cuando del propio anciano escucho con parsimonia:
- Bienvenido seas Zacarías. Traes de tu mano a un ser grande. En su cuerpo habita nuestro Maestro de Justicia. Nuestro Padre (se refería al espíritu de Elijah).
Y diciendo esto el anciano se levantó y con paso quedo se arrodillo ante el niño Juan con la cabeza casi tocando el suelo. Parecía algo cómico ver como un anciano reverenciaba a un niño. Zacarías se llenaba de orgullo y su corazón latía deprisa cuando este gesto elevaba la categoría espiritual de su niño.
Juan simplemente entornó los ojos y dirigió la mirada a los rollos de la Ley que dormían sobre los estantes, contemplando la austeridad y el silencio de aquellos monjes sabios dedicados al cultivo del conocimiento y del espíritu.
El anciano se incorporó y con gesto ahora más grave dijo:
- Sabe Zacarías el porqué de tu visita. Desde ahora comenzaremos a educar a tu hijo en la tradición de nuestro padre Moisés y en la adoración de nuestro Señor Dios de Israel. Puedes regresar confiado. Podéis ver a vuestro hijo cada vez que la Luna se llene, por tanto vete tranquilo y consuela a tu esposa Isabel.
Era tradicional para los esenios recoger niños a los que educaban en sus conventos, preparándoles como terapeutas y hombres de Dios para el futuro. Al frente del colegio de Monte Nebo estaba Zaqueo, un sabio de pelo blanco, de expresión dura y facciones marcadas por la rigidez del carácter de un docente que tiene que enfrentarse a la picaresca de aquellos diablillos. La disciplina era para este hombre una forma de vida necesaria si se quería alcanzar el nivel de voluntad necesario para enfrentarse a la vida de adulto. Por ello su rigidez era el mejor de los antídotos para forjar mentes capaces de superar los obstáculos y las vacilaciones de una época de fuertes vacilaciones culturales y de anomalías sociales y políticas donde cualquier ser humano perdía su norte.
Pronto destacó Juan entre la treintena de niños que se educaban con Zaqueo. No paraba de preguntar y las acciones las realizaba con un ímpetu impropio de su edad, como si tuviera prisa por encontrarse de bruces con su destino. Zaqueo tenía que emplearse a fondo para llevarle a la disciplina de la quietud y aunque le castigaba con frecuencia su corazón aparentemente de piedra derramaba de vez en cuando una lagrimita de admiración por aquel niño que sin duda era diverso de los otros. De una u otra manera se empeñaba con más saña en la educación de Juan, puesto que aquel anciano como buen clarividente sabía que el futuro de aquel muchacho le exigiría un esfuerzo sobrehumano y en cada castigo o cada tarea que le encomendaba surgía de su interior una palabra de disculpa por lo que no era sino un entrenamiento espartano para prepararle para el acto de heroísmo más importante al que ningún hombre tuvo que enfrentarse.
El niño, con un corazón de oro, todo lo veía como necesario y difícilmente podía captar ningún rasgo de maldad de su educador. Juan no concebía el mundo de la maldad. Vivía como en una nube extasiada donde el conocimiento y la sabiduría eran el punto culminante al que se aspira y del que se recibe todo bien. Era paciente hasta el límite ante cualquier agresión, pero si por una u otra razón captaba en él o en los demás alguna negligencia, su ira se encendía para resolver con contundencia el problema. Luego casi al instante se olvidaba de aquella afrenta pasada y volvía a la búsqueda de la Inteligencia y al perpetuo encuentro de la sabiduría.
Ocurrió una vez que uno de sus compañeros mortificaba a uno de los más jóvenes aprendices de esenio, a través del miedo sistemático. Se trataba de poner en el camastro del niño lagartos y cucarachas del desierto que además de ser repugnantes producen la desagradable sorpresa de despertar con un trauma al durmiente. Luego surgía la risa del gracioso junto con los más afines a tales bromas. Juan en un principio, pensaba que se trataba de diversiones sin importancia y que las risas no eran sino uno de los numerosos juegos con los que rellenaban la vida lúdica sus compañeros. Pero una de esas noches, el pequeño comenzó a gritar presa del pánico cuando un lagarto le trepó por la túnica y se vio atrapado entre el cuerpo y la manta que cubría el lecho. El lagarto del desierto de Judea no ataca al ser humano puesto que son escurridizos y timoratos, pero sus patas tienen uñas afiladas. Al verse atrapado en tal situación el animalito raspó con fuerza sus patas contra la delicada piel del niño y el daño fue considerable.
En un instante Juan que dormía en el lado opuesto de la cama del pequeño salió corriendo sin pensárselo para atajar el dolor de su compañero y después de liberar al bicho y de comprobar el daño de su compañero giró la cabeza con una parsimonia y frialdad absoluta y clavó sus ojos azules penetrantes en el gracioso. Casi al instante el niño malvado comenzó a convulsionarse puesto que veía junto a su cuerpo una serpiente de gran tamaño que se le acercaba para matarle. El terror fue tal que sin poder controlar sus esfínteres, hizo sus necesidades ante la mirada atónita del resto de los compañeros, mientras que los gritos lastimeros ponían el pelo de punta a cuantos estaban presentes. Poco a poco Juan retrocedió hacia el lado consciente de la compasión y tomándole de la mano lo levantó del suelo diciéndole con cariño:
- No lo vuelvas a hacer.
El niño aún tremendamente asustado preguntó dónde estaba la temible serpiente que quería matarle, sin que nadie supiera de qué estaba hablando. Juan a su vez le dijo:
-La serpiente que has visto estaba dentro de ti. Yo la he llamado para que vieras lo que anida en tu corazón. Todos somos templos del bien y del mal. A veces alimentamos el mal, el dolor o el odio hasta el punto de formar una gran serpiente que termina por destruir nuestra vida. - ¡Hágase la luz en tu corazón para siempre!
Aquel niño reprendido paso de ser el gracioso de la comunidad al más fiel seguidor y discípulo de Juan en la edad adulta.
Zaqueo se empeñaba en enseñar como la mente puede ser decisiva en la vida de las personas y como el pensamiento termina por ser una herramienta física al servicio del hombre consciente. Reunió por tanto a todos los niños en la sinagoga de la comuna y los puso en forma de media luna. En el centro puso un pequeño recipiente de cristal sujeto en el aire por un pequeño palo cuya base estaba atado a una mesa. En el extremo del palo y a un metro del suelo puso el pequeño recipiente y ordenó a los niños uno a uno que desde tres metros de distancia trataran de empujar con el pensamiento dicho objeto para que cayera en el suelo.
Uno a uno fueron probando desde sus respectivos lugares y en cada caso el pequeño vaso no se movió. Cuando le tocó al turno a Juan y Zaqueo se proponía darle paso, el objeto cayó al suelo espontáneamente. Volvió a colocarlo sobre el pequeño soporte y casi al instante Juan con una mirada picaresca lo volvió a tirar con la mente a tres metros de distancia. Zaqueo se maravillaba de aquellos prodigios que superaban con mucho su propia capacidad psicocinética y la de todos los monjes que eran capaces a su vez de realizarlo.
Zaqueo dijo a los jóvenes:
- Habéis impulsado vuestra mente con violencia y con ímpetu hacia el objeto, sin daros cuenta que con la armonía es más fácil. Habéis intentado empujar el vaso por la parte
alta del mismo para desestabilizarlo cuando en realidad deberíais haberlo empujado desde el lado aparentemente más difícil; es decir, desde la base.
Intentarlo de nuevo, pero esta vez visualizar vuestro pensamiento como un brazo luminoso de pequeñas partículas de luz que ordenada y quedamente se acercan a la base del vaso, haciendo una espiral bajo el mismo empujándolo hacia arriba. Veréis entonces como cae.
Retomaron de nuevo los niños el ejercicio y en esta ocasión casi la mitad de los mismos consiguieron tirarlo al suelo.
Las facultades de Juan eran tales que a menudo solía ponerse en el centro de la media luna formada por sus compañeros y Zaqueo le transmitía imágenes mentales que a su vez Juan proyectaba hacia el grupo. En casi todos los casos los niños veían sin dificultad dichas imágenes reflejadas en su mente sin ningún esfuerzo.
Zaqueo les enseñó durante siete años a sanar con la mente, a asociar las plantas medicinales con la zona fisiológica del cuerpo mediante la visión de la clarividencia. A visualizar el aura de las personas, a conocer la enfermedad desde el lado astral, a limpiar el cuerpo etéreo de las personas, a someter a los enfermos al sueño hipnótico, a leer en las nubes el futuro y a soportar el dolor mediante periodos de ayuno, grandes caminatas y ejercicios de resistencia tremendos, tanto mentales como físicas.
Aquellos niños sabían recitar los libros sagrados traídos por Moisés desde Egipto de memoria. Se levantaban a las cinco de la mañana para salmonear los cánticos sagrados antes del saludo al Sol. Se bañaban de cuerpo entero en los periodos más fríos del año. Se hicieron duros como el pedernal pero a la vez cándidos como palomas. Eran seres que viviendo en el mundo no eran del mundo. Eran la casta más noble y pura que ha crecido sobre la tierra. Eran los hijos de la Luz, los Esenios, creadores silenciosos de la cultura y la continuidad de la tierra.
PRIMER ENCUENTRO CON EL CIELO
Es necesario dar de vez en cuando las gracias a lo "alto" por permitirnos retroceder en el tiempo y ver imágenes rotundas de cuanto vivieron estos seres.
En la Primavera de su 16 años Juan, comienza a apagarse poco a poco. El aprendizaje ya no le motiva y comienza a abstraerse poco a poco de la disciplina del convento. En este periodo también frecuenta con asiduidad la compañía de otro joven llamado Andrés (el que luego fuera discípulo de Jesús) por medio del cual y por la inquietud de este gran amigo el inconsciente de Juan produce un sinfín de respuestas que desde el sueño interior van aflorando a la boca llenando lagunas tanto para el que pregonaba como para el que respondía. El uno y el otro se frecuentaban puesto que ambos conseguían el beneficio del conocimiento. Pero llegó el momento en que Juan ya no tenía preguntas, y la inquietud que le había movido hasta entonces se apaga. Ya nada ni nadie le retenía en aquel lugar. Un profundo sentimiento de soledad le invadió desde entonces y no desapareció jamás mientras viviera entre los humanos.
Zaqueo que observaba a su mejor discípulo, comprendió que su trabajo había terminado y acercándose al joven le dijo:
-Querido hijo mío; comienzan en tu cara a aflorar los símbolos de tu pequeña hombría y se dibuja en ti los rasgos de un servidor de Dios. Nada puedo darte ya, puesto que no solo has vaciado el almacén de mi gran ignorancia, sino que has sido el mejor de mis maestros. Tu luz y tu poder me ha enseñado a mis ochenta años a ser humilde, pues he aceptado que Dios se revela en el hombre cuando y como quiere y que el conocimiento se complace en un niño más que en la vanidad de un viejo. Doy gracias a Dios por haberme permitido vivir en tu tiempo y amarte con todo mi corazón. Debes ahora buscar por ti mismo y abrir el libro interior que tienes dentro, pues no hay mejor conocimiento que el que descubrimos cada día en nosotros mismos. Mi verdad, querido Juan, no es la tuya, aunque ambas son ciertas. Vive y experimenta. Aprende del vuelo del águila, de las olas del mar, del árbol de la montaña, de tus sueños, de los ángeles del Señor y de la anarquía de tus pensamientos Aprende del dolor y de la muerte, del amor y del odio. Pero sobre todo hijo mío, perdónate en tus errores y en tus limitaciones, puesto que los Dioses te dieron una mente de Ángel en un cuerpo mortal. Y aún deseándolo con todo tu corazón no podrás cambiar el mundo, sino que el mundo te cambiará poco a poco a ti. Aprende, hijo mío, a buscar respuestas en los designios ingratos y violentos del devenir del tiempo. Recuerda que de la basura más pútrea nacen las rosas más bellas.
Juan, se abrazó a su maestro diciendo:
-No es por casualidad que El Señor te designara para encaminar mis pasos hacia la sabiduría. Aprendí más de tu espíritu que de tu boca, pues cada noche mientras dormía, de tu cuerpo salía otro más bello y radiante y me hablaba incesantemente de muchas cosas que aún no entiendo y que seguramente moverán mis próximos pasos. Pero como niño aprendí de ti que el gesto, la palabra y la acción deben ser acompasadas a los sentimientos puros del alma. Gracias Maestro. Nunca te olvidaré. Yo te visitaré en tus sueños y seguirás enseñándome a pesar del tiempo y de la distancia.
Y el joven Juan deseo comenzar el reto solitario de la vida con tan solo un bastón, una túnica, mucho valor y un montón de quimeras que pululaban desordenadamente en su mente. El reto era abrir el camino del dictado interno, la senda de la intuición pura.
Tomó el camino de Gaza, por ser el lado más alejado del convento y el que marcaba el límite de la tierra y el comienzo del gran mar.
Caminó durante dos semanas haciendo la ruta del Engadí, monte Hebrón y Gat hasta llegar al Mar. Durante ese tiempo su comida parca y frugal no pasaba de un poco de pan y varias piezas de fruta que habría tomado de los árboles a su paso. Por otra parte su intestino no habría aceptado mayor cantidad y calidad de alimento. En el caso de nuestro pequeño héroe la virtud de no comer, no solo era un proceso de voluntad, sino una prevención para liberarse de las reacciones espasmódicas del intestino y a veces los terribles cólicos intestinales que le sometían febril por varios días enteros al borde de la propia muerte.
Caminó sin rumbo por la orilla del mar, mientras escuchaba dentro de sí mismo alguna respuesta o alguna tendencia, alguna dirección o cualquier otra motivación que diera significado a esa desenfrenada búsqueda de "no se sabe que". Pero nada ni nadie le respondía. El hambre era tan tremenda que incluso comenzaba a ver trozos de pan entre las piedras de la orilla. Las visiones delirantes comenzaron a asociarse a un fuerte proceso febril que al final desembocó en un espasmo intestinal tan doloroso que solo la inconsciencia y el desmayo pudo liberarle de tanto sufrimiento.
Quedó Juan tendido en la orilla de la playa, cuando desde el otro lado del espacio y del tiempo, yo, su amada, le gritaba desde lejos preocupada por si la marea subía y se ahogaba. Podía sentir su dolor y su tristeza, a la vez que le reprochaba su tenacidad en descubrir la quimera del conocimiento. Era tal su celo, que se había provocado una muerte inmediata y desde este lado yo le gritaba con fuerza para que se despertara.
De repente ocurrió algo que me dejó pasmada: Un ser luminoso de una belleza inusitada con un traje ajustado de vuelo se acercó por la orilla al muchacho y sin tocarle elevó la mano a la vez que el cuerpo de Juan se movía en el aire e iba caminando parejo al personaje hasta un pequeño entrante a modo de cueva en el acantilado. Juan se despertó asustado por la presencia tremenda de aquel individuo, sin saber si estaba consciente o inconsciente. Luego este ser luminoso tomó del aire una copa y le dio a beber a Juan un líquido, que no era otro, que el mismo maná que le había sido dado al pueblo de Israel a la salida de Egipto. El hombre del traje ajustado dijo:
- Mi nombre es Link, y aunque tú no me conoces, tu espíritu sí. Siempre he seguido tus pasos y te he consolado vida tras vida. Te he dado de comer cuando tenías hambre y te he puesto palabras en tu boca y en tu corazón desde el lado que tu no ves Siempre estarás unido a mí, porque tú y yo somos uno en el septenario del espíritu.
Y dicho esto desapareció en la misma manera que había aparecido.
Juan, una vez recuperado, retomó el camino hacia la fuente del Engadí, donde moraría a partir de ese momento buscando, no tanto fuera, sino dentro de sí mismo.
Hasta los veintiún año, Juan aprendió a escuchar en la soledad su propio libro interior, a caminar en la quietud del desierto, a robar al raposo la miel de las colmenas, a comer de la nada de la arena o de las langostas que surcaban el aire del desierto. Su extremada delgadez llamaba la atención a propios y extraños, pero nunca se apagó la luz de sus profundos ojos azules. Visitó asiduamente a sus hermanos los terapeutas en Qumram, en Monte Carmelo y en Nebo y entre sueños y experiencias aprendió a domar su ego para dejarlo disponible al espíritu del Señor de la Tierra que le había designado como templo de carne para la próxima misión. Simultaneó estas estancias de retiro ascético con las visitas al grupo de iniciados que instruía su padre. Zacarías; su padre, era depositario de una serie de pergaminos que venían de tiempo antiguo. Se trataba de determinadas enseñanzas confiadas a sus antepasados de propia mano de Aarón. Solo unos pocos iniciados conocían de la existencia de estos pergaminos y solo tres veces al año se reunían para dialogar y renovar los compromisos de dicha sabiduría. Juan, fue admitido a estas reuniones puesto que debía continuar la tradición de la guarda de aquellos papiros, a fin de que no cayeran en manos de los gentiles o de personas indignas sin aristocracia espiritual.
Llegada la fecha de dicha reunión, un mensajero se adentraba al desierto y entregaba a Juan un trozo de tela que tenía representado dentro, un rombo con un corazón y un rombo con dos olivos. Estas señales y otras convenidas con anterioridad le hacían saber que era llamado a la reunión de la Fraternidad de los Hijos de la Luz. Siempre se usaba el rombo con signos precisos dentro, y solo unos pocos dentro del pueblo conocían de dicha existencia. Todos los iniciados eran afines a la secta esenia, aunque también había celotas y un par de fariseos que también habían sido llamados por designación superior.
Estas reuniones se practicaban después de una semana de ayuno total. En este periodo los iniciados no solo dejaban de comer absolutamente, sino que se sometían a oración y no tenían ningún tipo de contacto sexual. Solo agua y un poco de fruta al amanecer eran lo que les mantenían activos hasta la reunión.
Normalmente era la casa de Zacarías la que más y mejor albergaba dichas reuniones. La misma casa de Zacarías comunicaba por el suelo con la casa contigua y esta a su vez con otras tantas casas próximas. En las paredes de adobe se ubicaban distintos agujeros perfectamente camuflados donde se ponían los pergaminos y el acta de las sesiones que periódicamente se realizaban.
Una vez juntos todos en cónclave, se procedía a la adoración solar y se invocaba el espíritu de Moisés y el de Elías. Se ponía a su vez sobre una mesa un trozo de pan ázimo y una copa de vino curado de tres cosechas anteriores y a cada lado de dicha ara se ponían dos candelabros de siete brazos con velas de cera virgen que permanecían encendidas durante todo el tiempo que duraba la asamblea. Hecha la oración se procedía a un periodo de silencio. Casi al instante una de las personas, y a veces dos o tres, entraban en un profundo trance y comenzaban a hablar ordenadamente con la iluminación del espíritu. Extrañas presencias luminosas acudían a la sala y se incorporaban a aquellas sesiones.
Un amanuense comenzaba a escribir cuanto salía de las bocas de aquellos extasiados en trance y se elaboraba un acta que como antes dije se escondía en lugares secretos de la casa o del campo. El conocimiento que llegaba en aquellas sesiones era absolutamente maravilloso. La luz se hacía palabra, reflexión y conocimiento. Bien valía la pena haber estado sin comer todo aquel tiempo, pues aquel alimento mantenía a aquellos hijos de Israel en una plena comunión con el espíritu. No se podía revelar nada de dichas sesiones puesto que el que revelara algún secreto era reo de muerte y efectivamente en una o dos contadas ocasiones ocurrió que los desobedientes fueron castigados severamente. Uno de los asistentes movido por el amor a su esposa, quiso comunicarle alguna de las cosas que en dichas sesiones se celebraban y quedó absolutamente mudo para siempre. Otro de los conjurados en el misterio también se dejo llevar por el pecado de la vanidad y comenzó a revelar conocimientos que expresamente habían sido reservados, respecto de acontecimientos futuros por llegar. Efectivamente se cumplió cuando él había anunciado, pero no reveló la fuente de su información; aún así fue castigado sin remisión, puesto que cumplida la profecía, en el mismo instante murió ante sus amigos y contertulios. Nadie por tanto osaba revelar aquellos conocimientos y nadie delató a sus hermanos del espíritu. Pero todo el mundo sabía que algo o alguien hacia distintos a Zacarías y a sus amigos. Que sus ayunos y comportamientos fuera de la costumbre del pueblo le señalaba como cómplices de alguna extraña secta o privilegio.
Israel en aquellos tiempos era algo así como un barril de pólvora a punto de estallar, puesto que por un lado se encontraba la dominación Romana; el férreo yugo de Herodes y sus intrigas y por otro, los movimientos nacionalistas dentro del pueblo y la amenaza de las fronteras próximas al Imperio que acechaban permanentemente contra los habitantes de aquella peculiar nación. Era por tanto peligroso tener secretos en este clima.
Herodes había desplegado una red de chivatos bien pagados que se adentraban entre las tribus y ocupaban puestos en los mercados, en las sinagogas y en el ejército y nada ni nadie se escapaba a su control. Zacarías por tanto estaba destacando en forma peligrosa ante la gente y era sometido en silencio a una permanente vigilancia. Él lo sabía y había dado instrucciones muy precisas a Juan respecto de lo que debía de hacer en el caso de que fuera atacada la orden o él falleciera de muerte violenta.
Pero quedaban unos cuantos años antes de que se desataran los acontecimientos y Juan simplemente se estaba preparando para ser un profeta de Dios y sobre todo hacerse hombre en medio de los hombres.
Muchos se preguntan el porqué los profetas o los grandes avatares pasaron un periodo de cuarentena más o menos largo en el desierto o en profunda y dura soledad. La respuesta está en la mecánica del espíritu y en la lógica del "mutante". Sólo cuando un ser ha sido capaz de vencer las tendencias del ego y dejar limpio su edifico de carne de las pasiones y de la concupiscencia puede luego ser compenetrado por el espíritu superior que toma posesión de su templo carnal en las mejores condiciones para operar. Este fenómeno se había producido en el caso de Elijah y se repetía con Juan. De hecho el sentimiento de soledad y de ermitaño fue siempre una característica propia de este espíritu, estuviera en una u o otra estancia de carne, que a lo largo del tiempo habitara.
CONTINUARA...
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