lunes, 12 de diciembre de 2016

LOS HIJOS DEL SOL VI - MARÍA MAGDALENA - 1ª PARTE

LOS HIJOS DEL SOL VI - MARÍA MAGDALENA - 1ª PARTE
Yo Soy Homet-Nut; mi nombre iniciático concedido por mi maestro Homet-Ra, en el tiempo de Egipto.
Se me ha concedido asomarme a este tiempo, mediante el acceso a los registros del eterno presente. Hace más de tres mil años, el faraón Akenatón, creó La Fraternidad Solar de los Hijos del Sol.
Los seres que formaron parte de aquel proyecto comprometieron sus vidas haciendo un juramento de servicio del conocimiento. Desde entonces nada ha cambiado, los mismos espíritus con el mismo compromiso viven en diversos cuerpos en este tiempo, al igual que vivieron en los hitos del cambio histórico del proceso evolutivo del hombre. Algunos sabios de la antigüedad, conquistadores, santos, escritores, alquimistas y científicos fueron los mismos juramentados, que en forma más o menos conscientes, se revistieron de carne para servir su juramento y ayudar al hombre en su proceso evolutivo hacia el constante devenir de la perfección.
Cuando hablamos de los Hijos del Sol referidos a la tradición Judeo-Cristiana, tenemos que hablar en masculino.
Casi todas las figuras míticas, religiosas, héroes o santos son hombres. ¿Pero que pasa con las mujeres? ¿Acaso no son iguales o incluso superiores a los hombres? Desde el punto de vista espiritual, el hombre y la mujer son absolutamente iguales, aunque desde el punto de vista psicoemocional y anatómico tengas diferencias obvias. Es injusto crear un modelo ético, moral y espiritual basado en la experiencia del hombre excluyendo a la mujer. Es por esto que deseo reivindicar una figura magistral y poco conocida, como es la de Maria de Magdala. Es un relato que ya salió a la luz hace un tiempo, pero era de justicia retomarlo para refrescar nuestra memoria.

Nolite dare sanctum canibus neque mitattis margaritas vestras ante porcos.
Ne forte conclucent las pedibus suis en conversi disrumpant vos.
Estaba observando un puente y vi venir del otro lado a un hombre anciano de pelo y barba blanca. ¡Es San Pedro! –me dije en voz alta- Pero en la medida que se iba acercando vi que no era un hombre, sino una mujer. No era sino Myriam de Magdala, la verdadera Jefa de la Iglesia Gnóstica de Cristo. Comprendí casi al instante que existe un templo de piedra y de materia regido por Simón Pedro y un templo sin piedras ni carne, pero que es el verdadero, a cargo de la esposa de Jesús el Cristo.
Luego se sucedieron muchos encuentros hasta el momento en que fui iniciado en el verbo-sacro. Y cedí mi templo al espíritu que desde entonces vive en mí. Y ese espíritu es parte de la verdadera iglesia del Salvador.
- Fluya la verdad entre los hombres.
Me dijo la Celeste esposa. Y he aquí que por imperativo del verbo, cuento lo que me enseñaron, viví y aprendí desde el principio de los tiempos.
“El Código da Vinci” de Dan Brown alude directamente a la figura de Myriam de Magdala. Pero establece una serie de afirmaciones incorrectas, que de nuevo distorsiona la vida y la figura de esta excelsa mujer. La Iglesia de Pedro, no sólo ignoró su mandato, sino que la insultó llamándola pecadora y adúltera, asegurándose así que la mujer no formara parte de la institución eclesial. El miedo a ser superado por la superior inteligencia de Myriam de Magdala, activó la reacción de Simón Pedro, que no sólo la excluyó, sino que como he citado previamente la consideró indigna.
Queda poco tiempo para la llegada del Celeste Esposo, y es justo que se restituya el honor y la consideración que merece su amada Myriam. Y en este empeño y por orden directa de mi Señor, ruego trasladen la información que pongo a continuación a la consideración general de los lectores.
Frater Ovilo Sinistrum
Per opera Domini terrae.
MAGDALA, 22 DE JULIO DEL AÑO -7 AC. (20:00 PM)
-¡Jerob!... ¡Jerob!....
Los gritos desde la orilla Norte del lago, hicieron volver la cabeza al rudo pescador. El pueblo de Magdala se estaba despertando, mientras que los pescadores llevaban ya faenando cuatro horas desde la madrugada. Era verano, y en aquellas latitudes el amanecer es como una suave caricia que reconforta el alma y seda el músculo.
Casi sin aliento los rudos brazos de aquel hombre comenzaron a bogar con fuerza mientras la vela de la embarcación caía sobre la cubierta. El alma en vilo, esperando el viejo milagro del nacimiento de Dios en el seno de una tierna madre, Y es que cada niño que nace en este mundo es un milagro generoso del Cosmos. La noche anterior había dejado a su esposa incómoda y con pequeñas contracciones. La partera y las mujeres de la familia le habían dicho que era cuestión de horas. La pesca de aquel día no iba a ser tanto de pescado, sino de tiernas sonrisas de su retoño.
Jerob remaba con fuerza mientras su mente se disparaba viendo a su hijo bogar ya de mayor junto a si en la cubierta de la destartalada barquichuela.
- Yo le enseñaré. Será el pescador más fuerte de todo el Tiberíades.
No se equivocaba del todo el rudo hombre del lago, pero en el dulce regazo de su esposa no gemía un niño, sino una niña, y sí que sería pescadora, pero no de peces sino de almas.
Se le puso por nombre Myriam, y al nacer en el puerto de Magdala, se le conocería en la Historia como María Magdalena, la que fuera compañera del maestro Jesús el Cristo.
Jerob se había rendido ante las sonrisas y la mirada tierna de su hija, ya no le importaba que fuera mujer en vez de varón. Ya nacería más tarde un niño, pero aquella hija llenaba de alegría el corazón de los esposos y cada segundo de su precario tiempo lo empleaba en sentarse junto a la cuna de su pequeña, mientras que su imaginación volaba, viendo una multitud de nietos correteando por el patio.
- A lo mejor entre ellos nace el Mesías prometido.
Luego reflexionaba suponiendo que se había excedido y quizás, si no era el Mesías, podría llegar a ser el Sumo Sacerdote del pueblo judío, o en todo caso alguien importante que diera a su precaria existencia un significado más elevado que el olor penetrante del pescado que día a día sacaba del lago.
Myriam, que igualmente se llamaba la madre se inquietaba con el paso del tiempo, puesto que su hija no fijaba a veces la mirada en ella o seguía el eco de su voz. Parecía que la niña miraba por encima de las cabezas de las personas que la visitaban o bien se reía y gesticulaba como si en la sombra o en el espacio libre de alrededor de la cuna, se encontraran personajes invisibles. Unas veces lloraba y parecía aterrorizada de la supuesta visión y otras tantas se reía y parecía hacer ademanes de marchar hacia el punto que sólo ella veía.
Cierto día en que la pequeña parecía hablar con un personaje invisible frente a su cuna, aconteció algo que heló la sangre de su madre. Y es que poco a poco, quedamente, vio como su pequeña se elevaba ingrávida sobre el lecho extendiendo los brazos hacia el infinito.
Aquel acto la dejó perpleja pero terriblemente asustada, pero decidió no decir nada a Jerob, puesto que no era algo fácil de explicar a un hombre y mucho menos a las vecinas de un pueblo tremendamente supersticioso. ¿Qué pensarían de su familia si contaba los episodios alucinantes que cada día vivía con su pequeño angelito?
Fueron muchas las veces que la niña levitara en la cuna, otras tantas e incluso con pocos meses, comenzaba a hablar en una jerga ininteligible, con personajes invisibles. Incluso a veces la habitación se llenaba de extraños perfumes como nardos silvestres y con el olor del incienso.
Finalmente Jerob, pudo acceder a estos espectáculos y el miedo y la reflexión se adueñaron del alma de la pareja. ¿Qué estaba pasando?, ¿Qué extraña maldición se había apoderado de su pequeña? Aquellas incógnitas fueron respondidas finalmente sin que nadie del círculo de la familia y del pueblo se percatara.
Cierto día en que los tres venían del oficio en la sinagoga, vieron a un ciego mendigo que como cada día, desde hacía muchos años, trataba de llamar la atención de los seres compasivos para poder meter algo caliente en su mísero cuerpo. Myriam, siempre le traía algunos dátiles o algún mendrugo de pan del día anterior, incluso una vez al mes, Jerob, le obsequiaba con el pez más grande y sabroso de la jornada.
Myriam, depositó en su negra y sucia mano un trozo de membrillo. El ciego giró la cabeza hacia la niña, como si en este instante pudiera ver y con voz muy queda dijo a los padres:
- Habéis engendrado a un ángel del cielo. Ella será la mujer más grande de todos los tiempos. Será maldita entre los hombres, pero respetada y adorada por los que han abierto los ojos del espíritu.
- ¿Qué sabes tú, pobre pecador?
- No son mis palabras, ni mis ojos, sino los del propio Dios de nuestros padres, que se ha hecho mujer en el seno de vuestra hija. No os asustéis ni penséis que el Maligno ha entrado en vuestro hogar. Dios os ha bendecido con su misterio.
Luego el ciego se encogió un poco, volteó la cabeza y comenzó a repetir los salmos del texto sagrado que hablaban de la generosidad hacia los pobres.
Jerob le tomó con fuerza del cuello preguntando sobre sus apalabras anteriores, pero el ciego además de ciego se había vuelto mudo e inconexo. ¿Quién le había revelado aquellas palabras?
El tiempo pasó y los fenómenos anormales de la niña se convirtieron en un celoso secreto para sus padres y para sí misma. Myriam de Magdala aprendió a vivir dos realidades en una misma conciencia.
Finalmente Jerob, tuvo dos hijos más y no sólo prosperó en la pesca, sino que se hizo con dos barcas más. Dios les había bendecido y la prosperidad reinaba sobre su casa. Eran una familia acomodada y los padres buscaban un buen partido para su querida hija.
A los seis años, Myriam tuvo una experiencia terrible, que la marcaría para el resto de sus días. Fue en la noche de su sexto cumpleaños. Se había acostado como cada día, pero no podía dormir. Por el resquicio de la ventana comenzó a ver un extraño resplandor. Era una luz rojiza, inquieta y penetrante que iba invadiéndola, a la vez que un frío gélido y maligno le hacía acurrucarse sobre sus rodillas flexionadas. Luego comenzó a formarse una sombra luminosa frente a su lecho y en pocos segundos apareció una extraña figura a la vez, bella, pero inquietante.
- Yo soy Musaray, el Príncipe del Fuego y de la Noche.
Acercó su mano sobre el vientre de la niña y ésta se acurrucó aún más, como si de una pelota desmadejada se tratara.
- Yo te maldigo. Haré de tu vientre un cenagal estéril. Y daré muerte a todos y cada uno de los que yazcan contigo. Tal es el destino que te espera.
Myriam, no podía entender lo que en su corta edad, le revelaba aquella perniciosa presencia, fueron luego en los años sucesivos, cuando pudo redimensionar aquella tremenda experiencia, que le acompañara hasta su muerte.
Myriam fue, sin duda la clarividente más dotada, no sólo de todo su tiempo, sino de toda la Historia Humana. Ella veía con nitidez donde el ojo humano no llegaba, ella escuchaba el dictado silencioso de las esferas; ella podía dialogar con los gnomos y mover la materia con el pensamiento.
Gaia; la gran madre, vivía en ella y eran un solo ente, por eso la mariposa y el león la obedecían, la entendían, la veneraban, por que por un tiempo, la Tierra y ella se fundieron en el misterio femenino del Dios viviente.
JOEL
Myriam crecía feliz. Una extraña belleza iba definiendo un cuerpo esbelto de proporciones perfectas. Pelo con tintes rojizos, rizado y abundante, cubrían su cabeza. Su vestido era elegante, como correspondía a una familia de buen nivel económico. Los ojos almendrados. Pestañas largas, espesas y arqueadas. Toda esta figura se rodeaba de una extraña aristocracia, impropia de una hija de pescadores, que propiciaba un atractivo natural, no ajeno a los varones de Magdala y de los pueblos costeros del Tiberíades.
El día en que cumplía los quince años tuvo una experiencia que al igual que la que tuviera a los seis años, marcó su futuro en forma decisiva. Fue al rayar el alba. Estaba desperezándose cuando una figura hermosísima y voluptuosa, envuelta en sedas negras trasparentes apareció ante si. La tela dejaba ver unos senos perfectos y abundantes, unas caderas sensuales y una cara seductora.
- Myriam; yo soy Lylith, la primera mujer de vuestro padre Adán. Fui expulsada por Dios del Paraíso por no haber querido dar hijos a mi esposo. Yo he sido adorada por muchos pueblos como diosa del amor, del placer y de la sensualidad. Yo soy quien más ama al hombre, pues en mi regazo duermen los guerreros más fieros, los más pobres y los más ricos. Todos me desean, me imaginan, me dibujan en sus fantasías. Yo he amado más que ninguna, pero Dios me maldijo por miles de años, sin descendencia. Vengo a ti para entregarte mi calor, mi sabiduría, mis artes. Disponte a recibir a tu esposo. Sé feliz, disfruta de los placeres de la carne, pero preserva tu corazón pues se romperá luego en mil pedazos. Yo haré que todo hombre te desee. Cabalgarán sobre ti los seres más grandes del mundo, pero tendrás que pagar un precio.
Myriam, estaba acostumbrada a hablar con los muertos, con los ángeles, con los gnomos, con los eolos del viento o con las salamandras del fuego, pero aquella mujer despertaba en ella, no sólo el conocimiento del espíritu, sino que todo su cuerpo se erguía con un extraño deseo sensual.
- ¿Qué precio he de pagar?
- Tu vientre será cálido, placentero para tu amante, pero estéril como el desierto. No tendrás hijos.
Para una mujer judía, no tener hijos, era el mayor de los castigos. Myriam, se entristeció a la vez que maldecía su destino. ¿Por qué era maldita? ¿Qué pecado había cometido?
- Antes de nacer, en otras tierras, con otro rostro, en otro tiempo, mataste los frutos de tu vientre. Ahora tu espíritu aprenderá el dolor de la flor con espinas, de la higuera sin fruto, de la tierra estéril. Tal es la ley de vuestro padre Moisés: “ojo por ojo, diente por diente”. Nada ni nadie puede escapar a la Justicia de Dios y de sus ángeles.
Aquella visión se metió en sus entrañas, y cada mes, en que renovaba su condición de mujer, volvía el recuerdo vivo de Lylith, recordándole su negro destino. Y es que para la mujer judía sólo la maternidad la elevaba a un determinado grado de respetabilidad. En aquella sociedad, la mujer contaba poco o nada y la jerarquía social sólo lo establecía el ser madre de una gran prole o de algún personaje significativo del pueblo. Myriam, no podía aceptar tal destino, y cada día de su existencia, se decía a sí misma, que aquellas visiones no eran sino fruto de su imaginación. Y es que para todo clarividente, separar lo real de lo irreal, lo imaginado de lo premonitorio, es un ejercicio de supremo esfuerzo, que termina sometiéndole al miedo, a la inseguridad y a una forzada humildad.
- Señor; ¿porqué me has dado este castigo? Por qué veo donde los otros no ven. Sueño lo que los otros no sueñan y vivo acompañada día y noche de presencias extrañas, que rompen mi intimidad y descubren mis vergüenzas.
Pero Dios le enviaba como respuesta otras visiones, que acentuaban aún más su desesperación. Myriam era un objetivo prioritario para el Maligno y sus cohortes y desde su nacimiento y hasta el día de su muerte, no dejaron de tentarla de asustarla y de buscar su aniquilamiento. Sólo los clarividentes saben la tremenda batalla que se vive en el aparente vacío que ve el ojo humano. Allá donde existe la nada, el que está dotado con los ojos del espíritu ve una legión de entidades, de formas, de universos paralelos. El Señor del Mal, establece siempre su estrategia en función del calibre de su enemigo. Si este u otro ser va a producir luz, conocimiento o ciencia al ser humano, el Mal le ataca con todas sus armas disponibles y con toda una legión de entidades disuasorias, que buscarán aniquilarle. A veces el ataque se dará a través de los seres más queridos o desde la aparente línea del bien o de la virtud. La astucia es una de las armas más eficaces de dichas entidades.
Joel, era un pescador abnegado y fiel servidor de la tradición judía. Contaba con treinta y tres años, cuando pidió a Jerob le concediera como esposa a su hija Myriam. Y fue exactamente cuando ésta contaba con dieciocho años y un mes, cuando ambos unieron sus vidas de mano del rabino que ofició la ceremonia de su matrimonio.
En el cielo; en el Universo invisible para el hombre, el Dios Marte y el Dios Neptuno se juntaron para celebrar dicha ceremonia y ambos se alegraron de ser los padrinos de ambos cónyuges. Ares, apadrinó a Joel, y delegó en éste su fuerza, su coraje y su temeridad. Neptuno apadrinó a Myriam, entregándole la dulzura, la mística y la sensibilidad. Así pues, en el Cielo y en la Tierra se regocijaron los sabios, los místicos y los hombres de bien. Pero en el abismo, donde yace el mal, Musaray comenzaba a establecer una estrategia para romper dicha felicidad.
Fueron tiempos de absoluta felicidad. Myriam vivió apasionadamente esta unión. Joel por su parte, se entregaba con amor a su trabajo. Reinó la prosperidad en sus días. Todo hacía pensar que aquella felicidad duraría eternamente. Myriam, recordaba las visiones de Musaray y de Lylith, pero se negaba a aceptar que de su vientre no naciera fruto alguno, por eso buscaba cada noche a su amante pidiendo al cielo que fuera sembrada con la semilla de la vida.
Fue al año, cuando Myriam descubrió gozosamente que estaba embarazada. Finalmente sus visiones habían sido una obsesión equivocada. Quizás Dios en su infinita misericordia le había perdonado de sus pecados de otras vidas. La felicidad compenetraba cada átomo de su cuerpo y gozosa se apresuró a contar a sus padres y a sus hermanos la feliz noticia. Pronto habría otro pescador en la familia. Joel, presumía ante sus compañeros de la buena nueva. Por un breve tiempo la felicidad reinaba en este hogar.
Pero Musaray no descansaba y noche tras noche buscaba la manera de destruir el fruto del vientre de Myriam.
En el quinto mes de embarazo, Myriam soñó que su dentadura se pudría y que se quedaba sin dientes. Al levantarse comenzó a presagiar que algo malo iba a ocurrir. Pero no le dio tiempo a consultar al oráculo del pueblo, puesto que un reguero de sangre comenzó a empapar su túnica, dejando encharcada la estancia. El fruto de su vientre se había marchitado.
La madre de Myriam acudió presurosa a atender a su hija que en los dos días sucesivos había entrado en un estado febril y delirante próximo a la muerte. Se solicitó los servicios de la partera del pueblo, que acudió presurosa a atender a la enferma.
- Esta mujer se muere. Hay que expulsar el fruto de su vientre pues está sin vida.
Myriam gritaba como una posesa, entre el delirio y la fugaz realidad de su fiebre.
- ¡No!.... ¡Mi hijo vive!..¡Mi hijo vive!.... ¡Dios me lo ha dado!.... ¡Dios me lo ha dado!
Las lágrimas de la madre y los gemidos de Joel, teñían la atmósfera de desesperación.
- ¡Maldito seas Musaray; hijo del Seol y de una ramera!….. ¡Maldito seas Musaray!... ¡Malditooooo…!
Los presentes se preguntaban a quien estaba maldiciendo. Seguramente la fiebre le hacía delirar en una jerga ininteligible. Pero el dolor, la fiebre y la amargura sellaron los labios de Myriam, quedándose sin sentido.
La partera abrió las piernas de la frustrada madre y con un cuchillo romo, parecido al que se usa para podar las viñas, introdujo su mano por la matriz expulsando el feto muerto que durante tantos días había forjado nuestra heroína. Luego introdujo una tintura de hierbas a base de tomillo, romero y otras especias diversas y limpió el útero rayendo con el cuchillo cada rincón de sus entrañas. Pero aquello que le debía salvar la vida, fue no obstante, lo que le causó en igual medida la esterilidad perpetua.
Aquella patética y dolorosa imagen no sólo tenía como espectadores a sus familiares. Por encima de todos ellos sobresalía la cabeza de un ser con apariencia angelical, pero rodeado de culebras sobre su cabeza, del que salía un frío nauseabundo. Era Musaray, Un arcángel del mal, que finalmente había conseguido su macabro propósito.
- ¡Benditos vosotros lectores que no le habéis visto!, que no visite vuestra casa, que no duerma en vuestro lecho, que no coma de vuestra comida, pues si así ocurriera, seréis objeto de desgracia.
Myriam solapaba su tristeza con el velo negro que cubría su magnífica belleza. Fue desde ese instante que comenzó a “vivir sin vida”, a morir poco a poco. Comenzaba a comprender resignada que se puede vencer a una tormenta o enfrentarse al mayor de los ejércitos, pero nadie, absolutamente nadie puede romper la “Ley de los retornos”, la Ley de Moisés: “ojo por ojo, diente por diente”. Ella, no era castigada por Dios, ni siquiera por Musaray, sino por los pecados de otra vida. Es por eso que el Ángel del Mal podía actuar.
Comprendía entonces que todo ser vivo está sujeto a la férrea Ley de causa y efecto. Comprendió que nada, absolutamente nada, ni el pensamiento más breve y recóndito del alma, puede pasar desapercibido a esta Ley. Estos pensamientos que comenzaban a forjar una conciencia plena de Myriam, serían luego comprendidos por otro maravilloso ser, que el destino le mostraría en el futuro. Pero no terminaron aquí sus desgracias.
En el mismo tiempo y en el Olimpo, el Dios Saturno, celoso de la dulzura de Myriam, se enfrentó al padrino de Joel; Ares, diciéndole:
- Si yo no puedo tener a esta mujer, ella tampoco tendrá a su marido.
De nada valieron las argucias y la fuerza de Marte, frente a la sibilina sabiduría de Saturno, y fueron cuatro días antes del veintitrés cumpleaños de Myriam cuando de nuevo, el dolor, tiñó de luto el alma de aquella sufrida mujer. Joel, el bravo pescador, el más valiente de los ribereños de Magdala, había muerto ahogado en el lago, después de que su embarcación extrañamente había hecho agua, sin que nadie pudiera entender cómo se había podido producir tal hecho, cuando de un experto pescador se trataba.
Myriam se abnegaba en llanto. Los primeros meses se ocultaba de la gente. Vivía en su triste penumbra en la casa de sus padres. ¿Cómo era posible tanta desgracia? Jerob y su esposa Myriam, comenzaban ahora a rememorar los extraños acontecimientos que vivieran con su hija en su infancia, y retornaron las dudas sobre las causas o las maldiciones que, acaso, pudieran poseer a su pequeña.
Pasaron varios años, sin que la vida de Myriam aportara otra cosa que monotonía, resentimiento y tristeza. Ocupaba su tiempo ayudando a su familia y se consolaba con los hijos de sus hermanos. Una fría losa había caído sobre su corazón. Ella jamás podría amar a otro ser. Pero Dios no pensaba lo mismo y entre las miles de visiones y de percepciones diarias que experimentaba cada jornada, se dio una especialmente significativa.
Era un atardecer. Myriam estaba paseando al borde del lago, cuando vio venir sobre las aguas una brillante luz, que en forma de una enorme rueda, se puso sobre su cabeza. Luego de la rueda salió un rayo luminoso que llegaba hasta el suelo. Poco a poco sobre el suelo se formó un círculo de luz cegadora. Se aproximó más al círculo y sus ojos se maravillaron al ver a un ángel del señor. Ella sabía que era un ángel, puesto que desde niña, le habían visitado y los conocía mejor que a los propios humanos.
- Bendita seas, Myriam. Veneramos en ti a la madre divina que yace en tu corazón. Te preguntarás el porqué de tanto dolor. Pensarás que eres maldita y que Dios te ha abandonado. Pero no es así. No permanecerás viuda por mucho tiempo. Dios te ha probado en el dolor, pero este camino de espinas no ha terminado todavía. El Señor te desposará pronto con el Maestro del dolor Supremo. Es por esto que su novia tiene que estar a su altura.
Myriam, no podía comprender cuanto le decía el Ángel y replicó airada:
- ¿Por qué yo no puedo ser como otras mujeres que envejecen con sus hijos y sus nietos hasta el final de sus días? ¿Qué pecado he cometido yo, o mis padres?
- Imagina que tienes una casa y tus hijos viven despreocupados y felices en ella. Imagina que la casa se ve amenazada por el mal, la enfermedad o la guerra. ¿No darías tu vida para salvar a tus hijos? ¿No te esforzarías por preservar a los seres que tanto amas?
- Si, lo haría con gusto.
- Entiende por tanto Myriam, que Dios se vale de sus seres más queridos, para que con su sacrificio puedan vivir felices los inocentes y los pobres de espíritu. Es por eso que el que más conciencia tiene, más se entrega, más trabaja y se abnega por sus semejantes. Dios se regenera día a día en sí mismo mediante el dolor de los que más ama. Pocos entienden este misterio. Pero benditos serán eternamente los que han dado su vida y han sufrido por sus semejantes. Tú eres la esposa del Sol. Tú eres la sombra del luminoso astro que nos alumbra por la mañana y cuando el Sol se apague, tú brillarás con más luz que nadie lo ha hecho en toda la Historia del hombre. Bendito sea el que comprenda este misterio.
Myriam no podía comprender en ese momento lo que el destino le reservaba, pero aquella visión le reconfortaría después, en los últimos años de su vida, pues del supremo dolor de su corazón, nació la semilla de la vida, que diera sentido a la continuidad de los seres humanos. En ella se daría uno de los misterios más trascendentes de la naturaleza de Dios. Es por eso que todos los hombres somos deudores de su sacrificio.
JUAN EL BAUTISTA
Ocurrió entonces que en el Jordán en la fuente del Engadí, predicaba un profeta llamado Juan. Era un hombre de Dios, que vivía en una cueva y predicaba la limpieza del cuerpo y el alma. Había sido educado entre los santos esenios del Qumram y vivía en la austeridad total, alimentándose de miel y de langostas.
Juan tenía muchos seguidores, puesto que de su boca salía la suprema sabiduría. Era el Maestro del verbo. Cuando hablaba, la tierra se estremecía, los árboles lloraban y los seres humanos eran seducidos en el espíritu. Otros lo temían, y unos pocos lo odiaban.
Los celotes le tentaban para que liderara la liberación del yugo romano. Pero él era un profeta de Dios y no un caudillo. Esto generaba controversia en torno a su verdadera misión. Incluso Herodes recelaba de sus palabras y de su verdadero papel de profeta.
Myriam supo de la santidad de este hombre y fue a buscarle para que consolara su atormentada alma. Contaba entonces con veintiséis años y permanecía viuda, esperando al esposo que le había anunciado el Ángel.
Cuando Myriam escuchó la voz del profeta, su alma se desgarró por dentro, pues mientras que los corazones de los hombres se rendían ante la vibración de la voz, ella, veía que sobre sus palabras caminaban partículas de luz. Este ser no hablaba por sí mismo, sino que Dios le revelaba las palabras. Nada podía dejar de conmoverse en su presencia.
Myriam alzó la vista y vio sobre la predicación del Bautista un águila inmensa que daba vueltas y vueltas, hipnotizada por la luz invisible que desde una extraña “nube” se proyectaba sobre Juan. Sólo ella con los ojos del espíritu, veía que el profeta no estaba solo, que los ángeles del Señor estaban con él.
Los primeros días ella se ponía en la parte más alejada de la multitud de personas que acudían a escuchar la palabra de Dios. Pero Juan la vio a pesar de su timidez y le dijo:
- Qué haces tú ahí mujer, comportándote como sierva, siendo tu Reina entre las reinas.
Myriam no daba crédito a lo que escuchaba. Se acercó despacio y dijo:
- Bautízame, profeta de Dios, pues yo quiero ser digna del Reino de Dios sobre la Tierra.
- Sólo los pecadores tienen que ser bautizados.
Y Myriam de Magdala no volvió a la casa de sus padres. Pues fue una más entre los discípulos de Juan. Allí conoció a Andrés, y a Juan, el que fuera después el discípulo amado del Cristo.
Juan conocía absolutamente todos los textos sagrados y tenía el don de la profecía, pero Myriam le enseñó a dialogar con los ángeles del agua, del viento, del fuego, de la tierra, de la luz. Myriam le enseñó a entonar el canto de los gnomos, y ante los ojos asombrados del profeta, las plantas se movían, el agua se convertía en hielo y los pájaros se posaban en los pelirrojos cabellos de la Magdalena. Ahora el verbo se había perfeccionado, pues en Juan vivía el verbo macho y en Myriam el lado femenino de este don andrógino que sólo unos pocos poseyeron y aún poseen sobre la Tierra.
Y ocurrió que la fuerza del andrógino les poseyó en muchas ocasiones y fueron arrebatados al deseo carnal, para satisfacer el cálido ardor de sus cuerpos. Y se fundieron en maravillosos abrazos, caminando por la senda de la serpiente, hasta encontrar la iluminación suprema. Y con esta unión se complacía el Señor de la Tierra, que era Juan, y que antes hubiera sido Elías, y se complacían los ángeles del Señor.
Finalmente Myriam podía olvidar a Joel sumergiéndole en las aguas del tierno recuerdo.
Y fueron muchas noches y muchas horas de felicidad. Pero Musaray estaba al acecho y no permitiría que esta felicidad durara mucho.
SALOMÉ
He aquí lo que me fue revelado. Y que turba mi corazón desde entonces pues quizás sea la respuesta onírica a la incógnita de la muerte de Juan el Bautista, o el comienzo de mi propia locura.
Habiendo escuchado Salomé, la hija de Herodías, esposa esta, a su vez de Herodes, que Juan predicaba en el Jordán se dispuso a escucharle. Tomó por tanto a sus sirvientes y se presentó ante el profeta.
Aquel día Juan estaba pleno del verbo de Dios, y todos los presentes se cautivaron. La bella Salomé quedó prendada de aquel hombre vestido con pieles y con barba desaliñada. Ella había tenido sobre sí a hombres bellos, ricos y poderosos, pero aquel patán, le atraía con una fuerza inusitada.
Myriam vio con los ojos del espíritu que Musaray compenetraba el cuerpo de aquella bella muchacha, pero permaneció callada.
- Juan, líbrate de Salomé, pues ella te traerá la maldición.
- ¿Qué tengo que ver yo con ella, mujer? es hija de una adúltera pecadora.
Myriam sabía que Juan era puro, pero que su pecado anterior era la mujer, es por esto que el “tentador” se revistió de belleza y de seducción para en los días sucesivos vencer la resistencia del profeta.
Y fue en la séptima visita que Salomé pidió ser recibida a solas, sin testigos, puesto que como hija de reyes le correspondía tal honor, y así fue. Y ocurrió que Salomé sedujo al profeta y cohabitó con él. Y de esa unión, quedó en cinta. Y esta es la sagrada verdad que fue ocultada a los profetas a los hombres y a la Historia. Fue sola una vez, pero hasta el Señor de la Tierra, en este reino de la Dualidad se vio sometido al dictado de la materia y cohabitó con su anterior destino y con Musaray, que vivía entre las carnes de Salomé. Y fue por esta causa que Herodías pidió la cabeza de Juan el Bautista, puesto que jamás la esposa de un Rey podía aceptar que una princesa tuviera un hijo de un patán, de un súbdito de Roma y de un loco visionario. Pero prosigamos con los acontecimientos:
- Myriam, he pecado, a pesar de tu advertencia. Me he dejado llevar por la carne. ¿Cómo puedo yo ahora predicar a los demás sobre la pureza, cuando he cohabitado con una mujer impura? No puedo sino morir. He pecado contra el Señor y contra los hombres. He perdido el respeto por mi mismo. He fracasado. Ya no predicaré más y me retiraré al desierto para pagar mi penitencia, hasta que el Señor me perdone.
- No Juan, aún no es el tiempo, puesto que el Señor te quiere para que oficies mi casamiento.
Juan no entendía nada, pero tampoco Myriam entendía quien le había puesto esas palabras en su boca.
Aquel acto fue el comienzo del declive del Bautista. Aquel hecho fue el que precipitó su muerte. Los próximos días serían por tanto consecuentes con la decisión final de morir y dejar su ministerio. Pero tal y como le había dicho Myriam, todavía quedaba una ceremonia.
Y ocurrió que estando predicando Juan sobre el Jordán, apareció Jesús el Nazareno, que acudió a ser bautizado. Y se paró el cielo y el tiempo. Y he aquí que el Señor de la Luz, se presentó ante el Señor de la Tierra y dijo:
- He venido a que me bautices Juan.
Y el Bautista vio sobre él la luz inmaterial del espíritu. Y supo que aquel símbolo era el que esperaba, que aquel hombre que se postraba ante él era el Mesías Prometido.
- ¿Cómo el súbdito ha de bautizar al Señor? Soy yo pecador quien debe ser purificado.
- Tú eres el Señor de esta casa. Sólo si tú lo permites podré yo reinar por un corto periodo de tiempo. Hágase la voluntad de mi Padre.
Y Jesús entró en el agua, sumergiéndose por entero. Y ocurrió que una extraña “nube” se posó sobre la cabeza de todos los presentes.
Y Jesús el Nazareno no salía del agua, y Myriam, Andrés, Juan el que sería discípulo amado de Jesús y los discípulos del Bautista comenzaron a inquietarse. Y he aquí el misterio de los misterios, pues Jesús se ahogó en el agua y su espíritu compenetró al joven Juan evangelista, y en la carne de Jesús entró el Cristo.
Y de la extraña “nube” salió un rayo luminoso que entró en el agua y elevó a Jesús, que ahora era el Cristo, pues en su carne vivía el propio Sol, el principio de la vida, el alfa y el omega de nuestra existencia. Y esa luz tan brillante tenía una “sombra” adosada a su lado, que se metió en el cuerpo de Myriam de Magdala. Y desde ese momento el andrógino solar se hizo hombre en Jesús y mujer en Myriam. Tal es el matrimonio alquímico que realizó Dios, y toda unión de Dios es sagrada ante los hombres, y es por eso que la Iglesia blasfemó ante Dios llamando a Myriam de Magdala impura y pecadora.
Sólo los que ven con el ojo del espíritu saben que digo la verdad. Sólo unos pocos comprendieron y aún comprenden el misterio de aquel sagrado acto.
- Hermanos míos, es necesario que yo disminuya y El crezca. Juan, Andrés y tú Myriam y todos mis amigos y discípulos, mi misión ha terminado. Id con Él, pues es en Él y por Él que os vendrá la salvación eterna.
- ¿Cómo vamos a seguir a un extraño?
- Dejaros guiar por el espíritu, no por el corazón, pues hay que morir en el corazón y los apegos para seguir a Dios.
Y Myriam marchó a la búsqueda de su andrógino, y con ella, el joven Juan que llevaba consigo el espíritu del Nazareno, Andrés, y otros ciento cuarenta y cuatro discípulos. Y Juan el Bautista, el Señor de la Tierra dejó su casa libre para que sobre ella reinara el Señor de la Luz. Y provocó a Herodes, buscando su muerte, porque su misión había terminado entre los hombres y por que había pecado y ya no podía predicar más una verdad que él había incumplido.
Musaray rió una vez más, puesto que se había cumplido la maldición y Myriam de Magdala tenía que asistir impotente y con una tremenda tristeza a la muerte de quien antes había yacido con ella y había sido su esposo.
Pero Lylith la sensual mujer de Adán, ayudaba en la sombra a Myriam, y serían muchas las noches en que la viuda del pescador y del profeta, gozaría del amor con su esposo solar.
CONTINUARA...
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